lunes, 24 de diciembre de 2018

¡FELIZ NAVIDAD!


¡FELIZ NAVIDAD!


Desde que Adán y Eva cometieron el pecado original, pecado terrible como puede colegirse por el castigo enorme que mereció, es decir, la pena  de muerte para toda la humanidad, el Cielo quedó cerrado y sólo Dios podía salvarnos. Los antiguos profetas anunciaron que vendría un Salvador y durante muchos siglos el pueblo elegido lo esperaba rogando a Dios que fuera pronto. Sin embargo, Dios no quiso enviar al Salvador hasta que no se lo pidió la Santísima Virgen cuyos méritos sobrepasaban al de todos los Patriarcas y Profetas del Antiguo Testamento. Y así fue como un día glorioso nació Jesús, el Salvador sin que Su Madre dejara de ser virgen antes y después del parto.


Ese día es el que celebramos en la Navidad, la Fiesta por excelencia de toda la humanidad y en especial de los cristianos católicos que formamos la única verdadera Iglesia de Dios. Todos debemos alegrarnos inmensamente por ese nacimiento maravilloso porque ahí empezó la obra de nuestra salvación, misterio insondable de la misericordia divina. ¿Cómo es la misericordia del Dios Creador todopoderoso, motor inmóvil? Es un misterio incomprensible para la mente humana pues en Dios no hay sentimientos y nuestra limitada inteligencia sólo concibe la misericordia como un sentimiento. Pero esa misericordia existe y supera infinitamente la que anida en los sentimientos, frágiles y variables. No hay duda de que existe, puesto que la Navidad se encarga de probarlo continuamente, además de las innumerables gracias y de los perdones que Dios distribuye gratuitamente entre los malvados seres humanos todos los días.¡Pero qué misterio dulce y consolador!  

Les mando a todos los lectores de "La botella al mar" mis más exultantes felicitaciones por ser todos ellos beneficiarios de tan milagrosa y misericordiosísima salvación. ¡Tenemos abiertas las puertas del Cielo y hemos sido liberados del poder dominante del demonio! No hay nada más grande que esos dos acontecimientos.

Le pido a Nuestra Madre del Cielo que nos ayude a corresponder debidamente a tan magnífico regalo y que sepamos aceptar todas las gracias que el Divino Redentor nos conceda para gozar, al fin de nuestra vida terrena, de Su compañía perpetuamente en el Cielo.

Cosme Beccar Varela