La dueña de la llave
Mauricio Macri sólo tiene posibilidades de renovar su mandato si Cristina Kirchner se postula en los comicios del año entrante
Los portavoces oficialistas insisten en agitar el fantasma de
Cristina candidata como explicación de la ausencia de inversiones o del
aumento del riesgo país. En realidad, las cosas son exactamente al
revés: según coinciden hoy más o menos todas las encuestadoras, Mauricio
Macri sólo tiene posibilidades de renovar su mandato si la ex
presidente se decide a rivalizar con él en los comicios del año
entrante, y pierde en cambio contra cualquier otro aspirante. Las
inversiones no llegan y el riesgo país aumenta porque más o menos ya
está instalada en el mundo la idea de que la Argentina se encamina hacia
otra implosión financiera, y no porque Cristina pueda volver a la Casa
Rosada. Naturalmente, los que ya tienen su dinero comprometido en
nuestro país prefieren la continuidad de Macri antes que la vuelta de
Cristina porque suponen que en el caso de un eventual estallido, sus
intereses estarían más protegidos con el primero que con la segunda.
La llave del 2019 está así hoy exclusivamente en manos de la ex
presidente, quien se enfrenta a una situación tan paradójica como
rigurosamente inexorable: si realmente quiere ver fuera del gobierno a
la Coalición que derrotó a sus fuerzas en el 2015, debe renunciar a
cualquier ambición de retorno político y apartarse explícita y
prontamente de la contienda. De todos modos, si optara por presentarse
sus posibilidades de alzarse con el voto popular parecen nulas a esta
altura. En la decisión que finalmente adopte habrán de enfrentarse las
dos cualidades personales que sus seguidores, y también algunos de sus
detractores, le reconocen: su carácter y su inteligencia. El
temperamento le aconsejará seguramente arrojarse ciegamente al ruedo, la
razón le recomendará apartarse y sentarse tranquilamente a la puerta de
su casa hasta ver pasar el cadáver político de la coalición que hace
cuatro años la mandó justamente allí.
Hay además un tercer elemento, casi decisivo, capaz de influir en la
decisión que adopte sobre su futuro político, no ya racional ni
temperamental, sino afectivo, un área de su personalidad que la ex
presidente ha mantenido más bien en reserva. Cristina sabe muy bien que
si hoy goza de libertad es porque los peronistas sostienen los fueros
que la protegen (al igual que a su hijo Máximo) y por la voluntad de un
gobierno que la necesita como rival para extorsionar al electorado con
el fantasma del regreso, y asegurar así su continuidad. Sabe también que
la protección oficial perderá su razón de ser dentro de un año, y que
si bien ella y Máximo continuarán amparados en los fueros, su hija
Florencia quedará tan expuesta por su participación en el sospechoso
entramado de negocios familiares, como desprotegida frente a cualquier
acción judicial. Sólo un eventual gobierno peronista podría
resguardarla.
Si Cristina resuelve entonces apartarse de la escena, el peronismo
sabrá encontrar rápidamente el camino hacia la unidad: esta corriente
política ha desarrollado un instinto especial para ordenar las
ambiciones personales en función de su eficacia como maquinaria para la
conquista del poder político: candidatos no le faltan, ni tampoco
equipos para hacerse cargo de administrar la extravagante acumulación de
errores y torpezas que será el legado de Cambiemos. Como escribió no
hace mucho el politólogo Natalio Botana, el peronismo ha sido siempre,
al menos desde el restablecimiento de la democracia, el que sacó al país
de las crisis creadas por los radicales. Y el de Cambiemos ha sido,
como acertadamente lo percibió desde el primer momento el periodista
Jorge Asís, el tercer gobierno radical de este ciclo institucional.
Un apartamiento de Cristina de la puja electoral que se avecina
desataría un caos en la coalición gobernante, que a duras penas sujeta
las tensiones internas en un esfuerzo supremo por no arrojar leña al
fuego de las felizmente evitadas hogueras decembrinas. Para simplificar
las cosas, digamos que allí se enfrentan los halcones de Marcos Peña con
las palomas personificadas en María Eugenia Vidal, y digo
personificadas porque la gobernadora se ha cuidado de toda pretensión de
ponerse al frente de alguna línea interna en la coalición, aunque sus
actos de gobierno representen muy bien la clase de políticas que
promueve el ala negociadora. Peña, que es lo mismo que decir Macri, ha
logrado apartar con éxito a las figuras de ese flanco –Emilio Monzó,
Rogelio Frigerio, para citar a los más notables– pero tropieza con un
problema: Vidal es a esta altura la única figura de Cambiemos capaz de
asegurarle una victoria en las presidenciales, con Cristina o sin
Cristina.
Los radicales, que nada han conseguido de su participación en la
coalición gobernante, están en estado de asamblea y en sus niveles
directivos circula la idea de organizar una línea interna y forzar
elecciones primarias para la definición del candidato. A diferencia de
los peronistas, que siempre y en toda circunstancia tienen media docena
de presidenciables en condiciones de dar un paso al frente, los
radicales carecen en este momento de figuras atractivas con
reconocimiento nacional. Su única chance de forzar una interna sería
asociándose a una eventual candidatura de Vidal. Elisa Carrió, dirigente
de la tercera pata de Cambiemos, podría intervenir como mediadora para
lograr ese objetivo, y ya ha dado varias señales que apuntan en esa
dirección. La gobernadora respeta a Carrió, pero prefiere mantenerla a
distancia y por eso parece dudoso que sea ella quien logre persuadirla
de enfrentar a Macri.
El equipo gobernante ha logrado superar con éxito un diciembre que se
veía difícil. Pasado el riesgo, anunció un endurecimiento de los
rigores económicos, imprescindible para compensar lo gastado con vistas a
asegurar la calma de las últimas semanas. Tiene por delante un año
extremadamente duro, con previsibles expresiones de descontento, y otro
diciembre, allá lejos, que se presenta todavía más difícil. La llave que
le abrirá o no la puerta para sortearlo con éxito está, como dijimos,
en manos de Cristina, que apenas si abre la boca en estos días pero
sigue llenando el país de oficinas de su partido Unidad Ciudadana.
–Santiago González