La justicia como espectáculo. Por Miguel De Lorenzo
Pederastas y violadores se inscriben en
una categoría tan especial que encarcelarlos por sus crímenes nos suena a
demasiado poco, para nosotros otra sería la pena para estos individuos
más aun conociendo que las estadísticas indican que volverán a
hacerlo una y otra vez.
Dicho esto, hemos visto en los últimos
días, por todos los medios, aparecer algo llamado “colectivo de actrices
argentinas” denunciando diversas formas de acoso y violación.
Las actrices hicieron su trabajo
actoral en un escenario cuidado, con una puesta bien estudiada, cámaras
y el apoyo irrestricto de los medios de difusión masiva. Se trataba de
una suerte ejercicio escénico orientado hacia el dudoso arte de
lapidar.
Insistimos en que ni conocemos al
acusado y menos aún, mucho menos tratamos defenderlo, habida cuenta de
lo que recién dijimos sobre los violadores.
Pero nos preguntamos ¿Es a través de una
representación como se determina si es culpable una persona? Y
también ¿Que vínculo une a ese colectivo con la verdadera justicia? Y
si es que hay alguno ¿Quién otorgó poder a ese grupo para actuar en su
nombre?
Y de ahora en más ¿Seremos juzgados en
los estudios de televisión? ¿Grupos de comediantes serán los que nos
acusarán de cualquier cosa, de lo que la ideología les indique, de lo
que convenga a cierto poderoso de la tierra?
Con el agravante por si algo faltase a
esta justicia popular colectiva y mediática, que aún sin pruebas y sin
defensa la condena es inmediata e irrevocable
El ensayo lejos de ser novedoso,
conserva intacto y aún perfeccionado por la técnica, el rasgo menos
digno que caracterizara aquella revolución que tiñó de sangre a
Francia, o sea su cruel arbitrariedad.
Una parecida sustitución de la justicia,
por tribunales populares, venimos observando en nuestro país en los
llamados “juicios” a algunos militares de los setenta.
Otra
vez los medios, pero esta vez con la participación de organismos de
DDHH, fueron los que acusaron y condenaron. Después los tribunales, en
parodias sin tiempo ni apuro, se limitan a “actuar” un nuevo juicio,
sabiendo de antemano como fallarán.
Desde la muerte de Sócrates la
instalación de esas asambleas populares no han servido más que para
institucionalizar el arbitrio, o la venganza, o los oscuros designios
del poder.
La revolución francesa llevó la
iniquidad de los jurados populares al más alto grado del despotismo y
las aberraciones alcanzaron lo inimaginable.
Los soviets apenas si fueron capaces de
mejorar un sistema al que le faltaban muy pocos elementos para alcanzar
la más demoledora crueldad. En
En nuestro país hemos visto
transformarse a través del tiempo aquello de libertad igualdad
fraternidad, en memoria verdad y justicia. Es cierto, hay otros
protagonistas en escena, otros son los gestos, otra su retórica, lo que
permanece inalterable es el odio y la voluntad de extermino del otro.
Algo parecido a lo que describe Kafka en
El Proceso; a su protagonista Joseph K lo procesan, pero en realidad
ni él, ni los jueces saben cuál es su culpa. Y el sinsentido es tan
grande que los jueces no obtienen beneficio con esa condena.
El checo M. Kundera hace notar que la
palabra culpabilizar fue empleada por primera vez en francés en 1966 de
la mano del sicoanálisis.
Pero mucho antes, la ingeniosa novedad
que desarrolla Kafka, radica en que, con la sola acusación, solo con
eso, ya todos sus conocidos lo consideran culpable, y se apartan de él,
pero avanzando un paso más, con la culpabilización es el propio acusado
quien siente como real, el peso de una culpa inexistente.
Para
no dejar dudas, vale la pena insistir en la condena que para nosotros
merece un pederasta o un violador, debería ser la pena de muerte, pena
que en cualquier caso no bastará nunca para mitigar el irreparable dolor
ni el daño causado, pero que asegura a la víctima que ese individuo no
la volverá a atacar.
Nuestro Lugones lo dice de este modo
“todo le clama justicia / todo le pide venganza / aquella es deuda que
exige / saldarse a punta de lanza”.
En una extraña similitud con la obra de
Kafka, el público que asiste al juicio, forma parte del mismo tribunal,
en nuestro caso el “público” lo forman madres abuelas e hijos es decir
los culpabilizadores que son una y la misma cosa que los jueces.
Por eso hablamos de parodias en lugar de
juicios, por eso y porque ningún “colectivo” tiene derecho alguno a
juzgar ni a culpabilizar a nadie
Sabemos que la justicia en el país tiene
poco que ver con el derecho, pero de ahí a pretender reemplazarla por
tribunales populares interpretados por actrices hay un trecho.
La sola palabra elegida “colectivo”
habla de ideología. Un “colectivo” que saluda con el brazo en alto y
el puño cerrado inspira inquietantes dudas sobre sus intenciones
últimas, un “colectivo” que se fotografía con sus pañuelos verdes y
sonriendo con una imagen sacrílega en las manos no se diferencia mucho
de un violador.
Los tribunales populares representan en
todo tiempo la absoluta negación del derecho y la justicia, son la
avanzada del totalitarismo y la persecución de los “distintos”, son la
puesta en escena de lo que antes hacía el sofista con el discurso. En
ambos casos la definitiva y única ausente fue y es la verdad.