BRUMAS DEL “REVELACIONISMO” Y LA LUZ DE LA FE
Nota:
 Lo escrito entre llaves, [ ], no pertenece a la traducción del escrito 
original, y se ha añadido para mayor clarificación teológica.
Llamo 
“revelacionismo” a una confianza desordenada en revelaciones privadas; 
confianza que no está suficientemente aclarada y rectificada por la 
razón y por la fe. La experiencia muestra que los cristianos afectados 
por el “aparicionismo” o por el “revelacionismo” son gente difícil de 
curar. Me gustaría, por lo menos, que su enfermedad no fuese demasiado 
contagiosa y por eso escribo esta nota. Ciertamente no censuro a estos 
hermanos en la fe por creer en lo maravilloso en el ámbito privado, ni 
en su papel indispensable en la Iglesia, pero sí por ponerlo prácticamente por
 encima de la Escritura y de la Tradición; además, por equiparar hechos 
maravillosos muy diversos; por fin, por dejar que su propia vida 
interior se desorbite por lo maravilloso, en lugar de colocarla bajo el 
imperio de las virtudes teologales que son el verdadero centro de toda 
vida en Cristo.
***
Hay, así, ciertos 
cristianos que atribuyen a revelaciones pueriles y extrañas, recibidas 
supuestamente por almas privilegiadas, exactamente el mismo crédito que a
 los mensajes de Lourdes, tan límpidos, tan sobrios, tan acordes con el 
dogma católico. Y ¿qué decir de estos cristianos que, valiéndose
 de las visiones de esas famosas almas privilegiadas, están mejor 
informados sobre la Pasión del Señor de lo que lo están los mismos 
Evangelistas? Un autor nos colmaba hace poco de tratados de devoción sobre los dolores secretos de Nuestro Señor.
Esos tratados denotan,
 en la visionaria, por otra parte imposible de identificar, una 
imaginación perturbada, malsana, en una palabra: desequilibrada. Además,
 el mismo autor se pone ahora a difundir una copiosa compilación, que se
 nos presenta alternativamente como una “enciclopedia del profetismo 
cristiano” y como “el libro del siglo”. –“Apresuraos, dice el anuncio 
desplegable de seis páginas, apresuraos a adquirirlo en 
Saint-Germain-en-Laye, Francia.” Apresuraos, tanto más cuanto que faltan
 cinco minutos para el medio día. Faltan cinco minutos para el medio día,
 ese es el título de la obra profética y enciclopédica que nos anuncia 
que “París enseguida se quemará como Sodoma y Gomorra, que las 
calamidades anunciadas culminarán con tres días de tinieblas y que, 
después de catástrofes de todo tipo, no quedará sino un cuarto de la 
humanidad e incluso, tal vez, menos”. Esos castigos nada tienen de 
imposible, pero sería deseable que profetas y profetisas aportasen 
títulos suficientes para darles credibilidad. Para dar crédito a su 
propio mensaje, santas tan eminentes como Juana o Bernadette no se 
dispensaron de hacerlo. –Y además, ¿será realmente conveniente mezclar 
en un prospecto intereses comerciales y sentido religioso; hacer una 
llamada al temor de Dios y, al mismo tiempo, poner en práctica los 
ardides de la publicidad? Pues se dice desconsideradamente que este 
libro es el “el libro del siglo… es necesario tenerlo a mano en todo momento… ejerce en el lector una influencia calmante”. Todo esto no parece muy serio.
***
Pero no me anima ni 
siquiera un poco combatir a los mercaderes de revelaciones. Apartar los 
alimentos estropeados no es suficiente para nutrir las almas. Busquemos 
más bien el alimento vivificante de las divinas Escrituras. Y, dado que 
los revelacionistas nos hablan tanto de los juicios del Señor sobre la 
historia de los hombres, recordemos las enseñanzas de la Revelación tal 
como nos las relatan los textos inspirados. Recordemos también, sobre el
 mismo tema, la doctrina sólida de los Padres y de los doctores. – 
Creemos en el regreso del Señor: “Credo… in unum Dominum Jesum Christum… et iterum venturus est cum gloria judicare vivos et mortuos, cujus regni non erit finis.”
Aún así, no nos 
quedamos petrificados con el día y la hora, pues no es misión del Señor 
dárnoslos a conocer (Mt. XXIV, 36). –Sabemos no solamente que vendrá, al
 final, un supremo anticristo sino también que, en el curso de la 
historia, habrá prefiguraciones del anticristo. –No solamente se dará la
 última apostasía general predicha en la segunda epístola a los 
Tesalonicenses (2Ts, II, 3-12), sino que, antes de eso, serán conocidas 
prefiguraciones de la apostasía. –No solamente en el fin de los fines la
 fe estará casi extinta y la caridad no estará viva salvo en un pequeño 
número, hasta tal punto la frialdad y el egoísmo habrán diseminado la 
muerte en el alma de los hombres, no solamente, por lo tanto, en el fin 
de la historia, la humanidad estará casi entera sin fe y sin amor, sino 
que también habrá en el curso de la historia prefiguraciones de ese 
oscurecimiento y de esa especie de extinción de la vida espiritual. – 
Sabemos, los cristianos siempre supieron, especialmente el Apóstol San 
Juan y desde San Agustín, que vendrá un último anticristo, así  como que
 tuvo precursores desde los tiempos apostólicos (1Jo. II, 18). – Sabemos
 que el Apocalipsis no es una cronología anticipada, sino una teología 
de la historia bajo la forma de símbolos que se repiten, se recapitulan,
 se exigen mutuamente. – Sabemos que el capítulo XXIV de San Mateo, los 
capítulos XVII (última parte) y XXI de San Lucas no hablan solo y 
exclusivamente a dos generaciones: a la generación contemporánea de la 
primera venida del Señor, aquella que vio la ruina del templo, y a la 
última generación, aquella que verá el retorno glorioso de Jesucristo; 
sino que estos capítulos se dirigen también, en muchísimos aspectos, a 
las generaciones que se encuentran entre las dos. El Señor juzgó dignas 
de Su enseñanza infalible, acerca de los juicios que acuña sobre el 
desarrollo de la historia, las numerosas generaciones intermedias que 
llegarían a ser, con mucho, las que contarían con el mayor número de 
fieles, las que formarían la parte más considerable de Su Iglesia. –Hay 
una señal del fin que no tendrá antecedente: es la conversión del pueblo
 judío a título de pueblo. Pero incluso esa señal nadie está en 
condiciones de medir en qué lugar exactamente hay que situarla antes del
 fin del mundo. En cuanto a las otras señales: apostasía, anticristo, 
expansión del Evangelio, muerte espiritual, guerras y cataclismos, 
sabemos que, si bien se van desarrollando según una especie de progreso lineal, proceden también por repeticiones como cíclicas. Rumbo a cual de las repeticiones estamos yendo: sólo Dios lo sabe.
***
Así, a las 
generaciones intermedias entre la que conoció la ruina de Jerusalén y la
 que verá el fin del mundo, el Señor hizo una doble revelación: al mismo
 tiempo que anunciaba torrentes de iniquidad y castigos prodigiosos, nos
 garantizaba la permanencia de las fuentes del valor y del consuelo. 
Cualesquiera que sean, en efecto, los progresos históricos de la 
iniquidad, esos días de prueba, por más peligrosos que sean, serán 
abreviados por causa de los escogidos (Mt. XXIV, 22); por otro lado, 
nadie podrá arrebatar las ovejas de la mano del Buen Pastor (Jo. X, 
28-29); en tercer lugar, la Redención no cesará de estar próxima y será 
preciso levantar la cabeza, levate capita vestra (Lc. XXI, 34) 
hacia Aquel cuyo Corazón está abierto para nosotros (Jo. XIX, 37); en 
cuarto lugar, el Espíritu Santo no cesará de dar testimonio de Cristo 
(Jo. XVI, 1-15), incluso cuando la apostasía llegue a parecer inundarlo 
todo. Resumiendo: las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia (Mt. XVI, 18), contra Pedro ni contra la fe; contra la Misa [de san Pío V]1 ni contra los sacramentos, incluso cuando el hombre de iniquidad se
 asiente en el lugar santo (2Ts. II, 4 y Mt, XXIV, 15). –Se trata, pues,
 de una doble revelación acerca de los juicios y de los castigos 
divinos. Los aspectos contrapuestos no deben ser aislados y separados. 
Cuando hay revelaciones privadas que hablan sobre intervenciones de la 
justicia divina, deben inscribirse fielmente en esta perspectiva de la 
revelación canónica.
Ahora, no es esto lo que se encuentra en las diversas publicaciones de los revelacionistas. Esos escritos están hechos a medida para infundir pánico en las almas y para aterrorizarlas. No solamente pretenden señalar el día y la hora en que estamos,
 en cuanto a las preparaciones y prefiguraciones del fin, lo que no 
carece ya de atrevimiento; sino que, en su pretensión simplista de 
pronosticar el día y la hora, acostumbran a aquellos que les 
prestan oído a vivir en lo irracional, a preferir, a las luces del buen 
sentido y de la reflexión sabiamente conducida, chismes sin garantía. 
–Carecen de solicitud verdadera y realista por precisar los remedios que
 siempre podemos aplicar, sea cual fuere el estado de proximidad al 
final en que nos encontráramos.
Por lo demás, están 
mucho más preocupados en  indagar con curiosidad qué intervalo de tiempo
 nos separa del fin que en afirmarse en la fe, la fe en la gracia de la 
Redención, que es siempre suficiente sean cuales fuesen el alejamiento o
 la proximidad de la Parusía. Faltan cinco minutos para el mediodía, nos
 cotorrean los fabricantes de la enciclopedia profética; pero no sabrán 
decirnos esto: que sean las doce menos cinco o las diez y media, de 
todos modos es hora de hacer aquello que está a nuestro alcance para 
asistir a la buena Misa [de San pío V] con buenas disposiciones; es hora
 de meditar y de recitar el rosario; es hora de servir a nuestro prójimo
 sin complicidad con sus flaquezas así como sin enervarse con sus 
miserias; es hora de hacer sacrificios excepcionales, para preservar a 
los hijos de la corrupción y para asegurar la existencia de verdaderas 
escuelas cristianas; es hora, en fin, para los clérigos, de vivir aún 
más conformes con la dignidad del propio estado y de profundizar en las 
ciencias eclesiásticas, en lugar de perder el tiempo descifrando las 
patrañas con las que nos inunda la publicidad indiscreta de los 
aparicionistas de todo jaez.
***
Evidentemente no rechazamos las profecías privadas con el pretexto de que anuncien castigos divinos:
 la peste, el fuego, la guerra, el hambre, y catástrofes de todo tipo. 
Mucho menos las rechazaremos con tal pretexto, cuando previsiones 
tremendas son parte integrante del Evangelio de Jesucristo. Nuestro 
misericordioso Salvador se presentó como rey y como juez; juez no 
solamente al fin del mundo, sino también juez en el curso de la 
historia. Ipsius sunt tempora et saecula [2]. Las previsiones 
sobre la ruina de Jerusalén, sobre el terrible fin del mundo, sobre las 
persecuciones, no pueden ser removidas de los Evangelios y de las 
Epístolas. En reiteradas ocasiones Jesús habló como profeta de desgracias. Pero es profeta de desgracias en
 un clima de Evangelio y es eso lo que cambia todo, lo que hace de Su 
profecía un alimento para vivir de la gracia divina, una fuente de paz 
interior y de bienaventuranza. Beati qui lugent quoniam ipsi consolabuntur [3]
Así que nos cuidaremos
 de no menospreciar las profecías privadas cuando sean profecías de 
desgracias y precisamente por esta razón; pero pedimos dos cosas: primero, títulos suficientes para admitir que el mensajero o visionaria nos habla de parte de Dios, en nombre de Dios,
 y no de su propia cosecha; lo que supone esta segunda condición: que su
 profecía se sitúe en esta línea de paz, de conversión, de equilibrio 
sobrenatural, que es la línea del Evangelio. En una palabra, que las 
profecías privadas, incluso las conminatorias, se mantengan en este 
nivel de elevación, de sobriedad, de pureza que es el del Evangelio.
***
El Gran Monarca y el gran Papa:
 es uno de los capítulos de la famosa enciclopedia. Es muy hermoso, pero
 de todos modos si el Señor, en su misericordia, quisiese una vez más 
dar a Francia un jefe que sea sabio y santo, dócil a la Sede de Pedro y 
exento de todo papismo, si el Señor se dignase conceder a nuestra patria
 esa misericordia totalmente extraordinaria, ¡en tal caso!, es 
indispensable una preparación. Ahora, esta preparación no se hará si 
demasiados cristianos se dejasen arrastrar por la epidemia del 
revelacionismo.
Puede ser bueno 
recordar en ocasiones “la profecía de San Pío X”: “¿Qué os diré ahora, a
 vosotros, hijos de Francia, que gemís bajo el peso de la persecución? 
El pueblo que hizo la alianza con Dios en las fuentes bautismales de 
Reims se va a arrepentir y volver a su primera vocación… Los pecados no 
permanecerán impunes, pero la hija de tantos méritos, de tantos suspiros
 y de tantas lágrimas, no perecerá jamás. Un día vendrá, y esperamos que
 no esté lejos, en que Francia, como Saulo en el camino de Damasco, será
 envuelta por una luz celeste y oirá una Voz que le repetirá: ‘Hija mía,
 ¿por qué me persigues?’ Y, a su respuesta: ‘¿Quien sois Vos, Señor?’, 
la Voz responderá: ‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Dura cosa es 
para ti dar coces contra el aguijón, pues en tu obstinación te arruinas a
 ti misma.’ Y ella, temblando atónita, dirá: ‘Señor, ¿qué queréis que 
haga?’ Y El: ‘Levántate, lava las manchas que te hayan desfigurado, 
despierta en tu seno los sentimiento medio adormecidos y el pacto de 
nuestra alianza, y ve, Hija primogénita de la Iglesia, nación 
predestinada, vaso de elección, ve, como en el pasado, lleva Mi Nombre 
ante todos los pueblos y todos los reyes de la tierra’.” [4]
El recuerdo de tal 
profecía puede ser útil. Pero habría que hacerlo con lógica y 
honestidad, pues es deshonesto, así como ilógico, ponerse a esperar la 
misericordia de Dios para el futuro de la patria y no hacer lo poco que 
está a nuestro alcance en la hora presente. La hora presente es ésta en 
que, estando la celebración de la Misa [de San Pío V] terriblemente 
amenazada, es aún más necesario conservarla, o sea, decirla y asistir a 
ellas con las disposiciones exigidas. Es la hora en que, siendo
 difícil asegurar el verdadero catecismo, hay una razón más para 
dedicarse a él. Es la hora en que la legislación familiar (si es que 
puede ser llamada así) se vuelve criminosa y monstruosa, y es necesario,
 por tanto, combatirla con todas nuestras fuerzas. Es la hora en que las
 innovaciones del [antipapa] Pablo VI están sujetas a la sospecha más 
legítima [ de invaidez], como lo prueba la lista aplastante establecida 
por el Libellus del Padre de Nantes; tengamos, pues, el valor de admitir que no estamos vinculados por las novedades de semejante pontífice [por ser un antipapa él y sus predecesores hasta el actual Bergolio].
 Es la hora en que los [falsos] obispos constreñidos y manipulados por 
la colegialidad intentan hacer prevalecer un sincretismo religioso 
simultáneamente masónico, comunista y cristiano [ intentan una nueva 
Reglión universal y sincretista, en la que llegarán a negar oficial y 
formalmente la divinidad de Jesucristo, piedra de tropiezo para la unión
 formal con judíos y musulmanes, etc.]; no tenemos que seguir a 
semejantes [falsos y apóstatas] obispos. Es la hora, en fin, en que 
debemos testimoniar la fe de siempre con las disposiciones de fortaleza y
 de humildad que deben ser renovadas incesantemente, pues nuestro 
testimonio no se enfrenta a una persecución violenta, lo que 
precipitaría y simplificaría muchas cosas, sino que está frente a una 
revolución modernista inspirada por demonios causantes de los peores 
embrollos. Esta es la hora presente. Ahora, ese diagnóstico, incluso 
incompleto, no es lo que encontramos en las habladurías confusas e 
irracionales de los revelacionistas [mayoritariamente asistentes de la 
nueva e invalidad misa creada por el antipapa Pablo VI]; es el 
diagnóstico que hacemos, sirviéndonos de la razón que Dios nos dio, 
esclarecida por las luces de la fe y de la reflexión teológica. Es, por 
tanto, en la hora presente, que es así, donde tenemos que santificarnos y
 dar testimonio; y mucho más si pedimos a Dios, para los próximos años, 
que se realice de algún modo la profecía de San Pío X. El período 
presente, tanto y aún más que los períodos anteriores, requiere del 
cristiano una actitud espiritual de lucidez, de realismo, de fe, de 
caridad, de esperanza. Ahora, no son estas las actitudes teologales 
reconocibles que favorecen, en las almas de buena voluntad, los 
productores y los distribuidores de los papeluchos revelacionistas.
***
Los 
revelacionistas nos saturan los oídos con mensajes nebulosos, 
calenturientos, sentimentales, pero no se interesan verdaderamente por 
los mensajes de santidad de los místicos más autorizados: el autor de la Imitación,
 San Juan de la Cruz, Santa Teresita… No parecen conocer sino un único 
aspecto de la profecía privada en el seno de la Iglesia: el anuncio de 
los castigos divinos. Ahora bien, hay otros aspectos: no 
opuestos al primero, sin duda, pero muy superiores: son los carismas de 
orden doctrinal, como la enseñanza de la sabiduría, el sermo scientiae que es concedido a algunos grandes santos para edificación de las almas. –Ese sermo sapientiae no es, hablando propiamente, un carisma concedido a las mujeres [5]; debe decirse, con todo, que un mensaje como el del camino de infancia,
 de Santa Teresita, deriva de un verdadero carisma. Es restringir 
demasiado los favores que el Espíritu de Cristo otorga a la Iglesia no 
admitir carismas si no es en los mensajes conminatorios dados en 
apariciones, ni siquiera aún siendo el mensaje ortodoxo, y el vidente, 
digno de crédito.
***
Una de las 
flaquezas más graves de los revelacionistas es esta: no han meditado 
seriamente sobre la vida y la muerte de los santos y santas que han 
llegado más lejos en la profecía privada, en las apariciones, 
en lo maravilloso y en el milagro: una Juana de Arco, una Margarita 
María, una Catalina Labouré, una Bernadette, los niños de Fátima. En la 
vida y en la muerte de esos privilegiados auténticos no hay nada que no 
sea sencillo, sereno, límpido; ni pánico, ni exaltación. Su mensaje fue 
lo menos enredado, lo menos complicado que hay. Por este mensaje, 
estaban dispuestos a dar la vida y, de hecho, Santa Juan de Arco fue 
mártir. Sin embargo, Juana y los demás no habían puesto y fijado sus 
almas en algo maravilloso apartado y como exorbitado; sino que,
 como todos los cristianos, como todos los santos, lo habían hecho en la
 fe, en la esperanza, en la caridad. Sólo se ocupaban de su mensaje 
porque formaba parte del deber excepcional que Dios les ordenaba cumplir
 –así como ordena a la mayoría un deber ordinario; deber ordinario que es preciso cumplir con amor perfecto.
Esos mensajeros se 
aferraban a su mensaje únicamente porque esta fidelidad primera era, 
para ellos, condición para vivir de las virtudes teologales y dones del 
Espíritu Santo; aquí se situaba el alma de su vida espiritual. Su vida 
no se concibe sin la intervención de lo maravillosos así como, tampoco, 
sin la fidelidad en dar testimonio de eso maravilloso, pero el alma de 
su vida es la caridad, y no lo maravilloso. –Lo maravilloso, 
revelaciones y profecías, de lo que fueron mensajeros fieles, es 
indispensable para la existencia y santidad de la Iglesia, para la 
conversión y la supervivencia de Francia. El Cuerpo Místico no prescinde
 aquí abajo de las gracias gratis datae. Pero es la gracia gratum faciens,
 la gracia de las virtudes y de los dones, la que es su alma viva.  
–Juana, Margarita María, Catalina Labouré, Bernadette, los niños de 
Fátima, esos mensajeros de lo maravilloso más excepcional no dejaron, al
 comunicar y defender su mensaje, de afirmarse en la gracia 
santificante, en el amor más humilde y más realista. Se comprende 
entonces que su mensaje, no solamente por el equilibrio de su contenido 
sino por la forma de transmitirlo, no provocó pánico sino que trajo paz,
 tanto para su prójimo como para ellos mismos.
La Iglesia no 
rechaza ni puede rechazar lo maravilloso, las revelaciones y los 
milagros; pero la Iglesia pone por encima de esto, y sin comparación, la
 vida teologal y la santidad. Fieles a esta doctrina, 
precaviéndonos debidamente de hacer desmerecimientos, por principio, de 
las manifestaciones de lo maravilloso, pero sin ser alocadamente 
crédulos o sin dejarse llevar por un pánico vano, habiendo situado en su
 debido lugar las revelaciones privadas que merecen confianza (sobre 
todo, las revelaciones privadas de alcance universal), nosotros las 
utilizaremos lo mejor posible a la luz de la fe, –la fe que es operante por la caridad (Gál. V,6).
***
Para vivir rectamente 
en la Iglesia, no basta al cristiano decir para sus adentros: la 
enseñanza del magisterio jerárquico basta; si hay otra cosa, no quiero 
saberla. Pues ese mismo magisterio está obligado a saber que hay otra 
cosa; claro que no se trata de otra enseñanza que no sea aquella de la 
que la jerarquía tiene el depósito y la guarda vigilante, pero sí que 
hay otras voces milagrosas de mensajeros fieles, que tienen la misión de
 hablar para atraer la atención sobre esta misma enseñanza que el 
magisterio administra. No hay otro magisterio que no sea el de la 
jerarquía, algún magisterio inspirado que sea superior al suyo y al cual
 el de ella esté obligado a someterse; pero hay otros mensajes además de
 los de la jerarquía, mensajeros inspirados, milagrosos, que los 
dignatarios jerárquicos deben aceptar oír, si bien sea a la jerarquía a 
quien cabe sacar las últimas conclusiones y decidir. La noción 
católica de Iglesia ciertamente no excluye los carismas [6], pero los 
subordina a la jerarquía. No excluye las revelaciones privadas, requiere
 solamente que no sean ilusiones privadas y, a renglón seguido, que esas
 revelaciones estén de acuerdo con la Revelación.
En momento alguno de 
la historia de la Iglesia la voz de la auténtica jerarquía, no las 
insinuaciones de la jerarquía modernista, – en momento alguno la 
auténtica jerarquía que garantiza de modo ordinario y oficial el carisma de la verdad (San
 Ireneo) pretendió sofocar las voces inspiradas y milagrosas, pues esas 
voces, si vienen de Dios, lejos de contradecir la Revelación, la 
repiten, la hacen comprender, persuadiendo los corazones con una 
entonación más penetrante y como con un tono más apropiado a las nuevas 
situaciones. Es así como las palabras del magisterio jerárquico sobre el
 Sagrado Corazón de Jesús no fueron alteradas por las revelaciones 
privadas de Santa Margarita María pero,  tras esas revelaciones, las 
mismas palabras fueron dichas con más vehemencia y se sintieron con 
mayor entusiasmo. En 1854 había resonado la gran voz del romano 
Pontífice en la definición infalible de la Inmaculada Concepción, pero 
esa voz no puso en marcha las multitudes ni movilizó las naciones para 
la oración y la penitencia sino después de las apariciones de la 
Inmaculada a Santa Bernadette. Haremos observaciones semejantes en lo 
que se refiere a la devoción del Rosario y en cuanto a la consagración 
al Corazón Inmaculado de María: sin la voz inspirada de los videntes de 
Fátima, la voz del magisterio ordinario no se habría impuesto tan 
profundamente a las almas cristianas. Y ¿qué decir de las revelaciones 
privadas conminatorias? Las advertencias del capítulo XXIV de San Mateo 
siguen siempre presentes, y la Iglesia siempre las hace oír el último 
domingo después de Pentecostés; solo una liturgia de inspiración y 
fabricación modernistas intenta hacerlas olvidar. Por tanto, la Iglesia 
hace resonar siempre en los oídos de los fieles los oráculos del 
capítulo XXIV de San Mateo; pero, para que esas advertencias sean 
tomadas en serio por tantos cristianos modernos que quedan atrapados en 
sus pecados, con un embrutecimiento tan hondo como el de los 
contemporáneos de Noé en las vísperas del mismo diluvio, para despertar a
 los que duermen es necesario que, según las circunstancias históricas, 
la enseñanza del magisterio jerárquico sobre los juicios divinos sea, no
 modificada, ni torcida en sentido milenarista, pero sí hecha resonar 
fielmente por mensajeros detentadores del encargo de transmitir 
revelaciones conminatorias.
Sólo se pide a estos 
mensajeros que se presenten con garantías suficientes, así como se 
espera del mensaje que sea congruente con el Evangelio.
Todo esto para decir que las 
revelaciones privadas y, de manera general, todos los carismas tienen un
 lugar en la vida de la Iglesia, un papel no despreciable, no 
supererogatorio sino necesario; es preciso, pues, atribuirles su debido 
lugar: subordinándolos a la autoridad del magisterio verdadero 
(completamente diferente del falso magisterio modernista), situándolos 
en la línea de la Revelación divina, permitiendo que nos despierten, nos
 conmuevan, nos conviertan, nos edifiquen por el aliento milagroso con 
que nos repiten las palabra de vida eterna.
__________________________________
[1]. Sobre este tema preciso (permanencia de la Misa) ver Malvenda, o. p., en la Dissertation sur l’Antéchrist [Disertación sobre el Anticristo], n.º 22, que viene a continuación de la segunda epístola a los Tesalonicenses en la Biblia de Vence, t. 16, París 1773. Dicha Biblia de Vence retoma y completa la Biblia de Dom Calmet.
[2]. Bendición del Cirio Pascual en la Vigilia de Pascua.
[3.] Repárese en ad 2 en
 IIa-IIæ, q. 174, art. 6: “Dios está más inclinado a apartar los 
flagelos con los que nos amenaza que a retirar los beneficios que nos 
promete.”
 [4.] Consistorio de 29 de noviembre de 1911. Nota de los DSB (Dosieres
 San Bernardo): el Padre Calmel escribe “la profecía de San Pío X” entre
 comillas, y hace bien, pues habría un cierto abuso en afirmar que San 
Pío X haya profetizado. San Pío X expresa ahí un anhelo, un deseo de su 
corazón paternal, y para eso tomó prestado ese texto de uno de sus 
maestros: el cardenal Pie. Pues ese texto “profético” es, en realidad, 
una cita de la Oración Fúnebre del General De Lamoricière pronunciada por Mons. Pie el 5 de diciembre de 1865 (Œuvres, V, 506-507). Siendo aún simple sacerdote, en 1846, ya había manifestado esa esperanza de conversión (Œuvres sacerdotales II, 332-333). El 28 de setiembre de 1879, en su Discurso del acto de posesión  del título presbiteral de Nuestra Señora de la Victoria, el Cardenal Pie se expresará en los mismos términos (Œuvres X, 63-64).
[5.] Ver, a este 
respecto, la IIa IIæ, en el tratado sobre los estados (como se le 
llama), la cuestión 177. – El final de la IIa IIæ contiene, en realidad,
 tres tratados mayores: el de los estados de perfección, que concluye 
todo, viene después del tratado de los carismas (gracias gratis datæ) y del de las formas de vida (activa o contemplativa).
[6.] Volver a leer Rom. XII; 1Cor. XII; Ef. IV; 1Ts. V, 16-22.
* PARA CITAR ESTA TRADUCCIÓN:
De: “Brumes du 
«révélationisme» et lumière de la foi”, rev.Itinéraires, n.º 181 (marzo 
de 1974), pp. 177-187. Gentileza del blog infocaotica
