La decisión de la Señora. Por Vicente Massot
La Argentina es el país por antonomasia
del eterno entorno. Algunos ilusos —de ordinario bien intencionados— se
ilusionan, a la primera de cambios, con modificaciones estructurales de
nuestra economía; mayor seguridad jurídica; transparencia en los manejos
del erario público; mejoras substanciales en la calidad institucional y
demás tópicos que sólo conforman una agenda de buenos deseos. Pero la
realidad se ha encargado, en el último medio siglo o algo más, de
ponerle paños fríos a esos sueños. La sociedad criolla ha demostrado una
capacidad asombrosa a la hora de implementar siempre recetas similares y
luego, en medio de las inevitables crisis que siguieron a los
experimentados fallidos, quejarse amargamente de los resultados.
La semana pasada un tribunal oral
federal dejó en liberar al ex–vicepresidente Amado Boudou, condenado a
cinco años de prisión en la causa Ciccone. Inmediatamente después, el
mismo cuerpo extiendió idéntico beneficio a su socio y cómplice, Núñez
Carmona, como si tal cosa. Por su lado, en ese infierno de intrigas
palaciegas, zancadillas arteras y celos, en el que ha caído la Corte
Suprema de la Nación, el máximo tribunal convalidó un régimen electoral
anacrónico y apolillado —el da la ley de Lemas— que, casi con seguridad,
ayudará en Santa Cruz y en otras provincias a extender las peores
prácticas de la política. Ayer avaló un índice para actualizar los
haberes jubilatorios diferente del que planteó el gobierno. Si bien no
fue tan sesgado ideológicamente como el referido al 2 x 1, dejó en
evidencia, no obstante, que entre los ministros de la Corte las disputas
sectarias se hallan a la orden del día. Nada nuevo bajo el sol.
Tampoco en materia económica quienes
alentaron esperanzas de que —por fin— alguien diera en la tecla que nos
permitiese salir de la calamitosa situación a la que nos había llevado
el kirchnerismo, podrán sentirse satisfechos. Los números que arroja un
análisis pormenorizado de lo sucedido desde diciembre del año 2015 a la
fecha no permiten ninguna clase de celebración: 33 % de pobreza, casi 50
% de inflación, el riesgo país por encima de los 780 puntos básicos,
tasas de interés del 60 % y una de las recesiones más duras
que se recuerden, trasparentan un panorama desolador. El elenco gobernante, que el presidente Mauricio Macri había calificado como “uno de los mejores de la historia”, al cabo de tres años ha resultado una calamidad.
que se recuerden, trasparentan un panorama desolador. El elenco gobernante, que el presidente Mauricio Macri había calificado como “uno de los mejores de la historia”, al cabo de tres años ha resultado una calamidad.
Pero
en medio de semejante panorama y con una grieta —para utilizar la
palabra de moda— que no deja de ensancharse, las opciones electorales
que se recortan de manera cada día más nítida en el horizonte se
circunscriben a dos de los candidatos que mayor rechazo suscitan en los
futuros votantes. No deja de ser curioso, paradójico o como quiera
llamársele.
Acaso el citado fenómeno sea algo único,
inédito en estas playas. Que se recuerde, eso no pasó nunca antes.
Alfonsín y Luder, Menem y Angeloz, De la Rúa y Duhalde, o cualquiera de
los muchos que se enfrentaron después, en los sucesivos comicios
presidenciales, levantaron —es cierto— polémicas y polvaredas; sin
embargo, en términos de valoración, no sufrieron lo que el actual jefe
de estado y la jefa de la Unidad Ciudadana deben soportar: que más de la
mitad de los encuestados confiesen que nunca los votarían, a la par que
su imagen negativa resulta largamente superior a la positiva.
su imagen negativa resulta largamente superior a la positiva.
Como quiera que sea, todo parece indicar
que la polarización apuntada no habrá de variar y —en el supuesto de
que la viuda de Kirchner decidiese dar un paso al costado y, de resultas
de ello, el peronismo recuperase de la noche a la mañana la unidad
perdida luego de la derrota sufrida por Daniel Scioli tres años atrás—
ese fenómeno no haría otra cosa más que incrementarse. Se podrá votar en
las PASO y dos meses después, en la primera vuelta, a distintos
candidatos, a condición de saber que —salvo imponderables— el ganador de
la contienda saldrá de la pulseada entre el representante de Cambiemos y
el de alguno de las muchas capillas peronistas que existen.
Lo expresado hasta el momento apunta a
resaltar que nada importante ha cambiado de raíz entre nosotros y que en
2019 marcharemos al cuarto oscuro sin solución de continuidad. Más allá
de cuanto decidan Buenos Aires y Jujuy respecto de las fechas, todas
las demás provincias ya han anunciado su calendario electoral: en marzo
le tocará a Catamarca, San Juan y Neuquén; en abril será el turno de
Entre Ríos y Chubut; un mes más tarde se desempolvarán las urnas en La
Rioja, Misiones, Córdoba, Tierra del Fuego y
La Pampa; junio ha sido elegido por Tucumán, San Juan, Mendoza, San Luis, Santa Fe y Santa Cruz. El domingo 11 de agosto en todo el territorio nacional se substanciarán las PASO y el 27 de octubre las elecciones presidenciales.
La Pampa; junio ha sido elegido por Tucumán, San Juan, Mendoza, San Luis, Santa Fe y Santa Cruz. El domingo 11 de agosto en todo el territorio nacional se substanciarán las PASO y el 27 de octubre las elecciones presidenciales.
Será,
por razones obvias, un año en donde comicios de todo tipo, tamaño y
color se adueñarán de la escena y no la dejarán hasta que finalice el
mismo. Poco o nada se podrá esperar, pues, que exceda los tiempos,
rigores y necesidades de las campañas que ya han comenzado y escalarán
conforme transcurran los meses. Imaginar reformas, transformaciones o
cambios de consideración en materia política, judicial, laboral o
económica, supondría una pérdida de tiempo. El gobierno carece de
espacio para ello y sólo se halla interesado —como sus competidores— en
ganar las elecciones. Aspiración —de más está decirlo— enteramente
lógica.
Se le critica a la estrategia desplegada
por el macrismo, su afán de confrontar con Cristina Fernández en
atención a que el tiro podría salirle por la culata. No obstante, Marcos
Peña y Jaime Durán Barba —los padres del plan gubernamental—
contraargumentan con mucho de razón que Cambiemos correría mayores
riesgos si debiese lidiar con un peronismo unido en torno a un solo
candidato, que si tuviese que medirse con el kirchnerismo y la ortodoxia
justicialista peleados entre sí. Por otra parte, hay algo de
exageración o de falsedad en la idea de que desde las usinas
oficialistas pueden manipular a voluntad tal pelea.
La decisión de que el PJ marche en
apretada formación, de uno en fondo, por detrás de un jefe, no depende
de Macri ni de ninguno de sus colaboradores. Sí, en cambio, de Cristina
Fernández. Por muchos que fuesen los esfuerzos efectuados por el
gobierno nacional
para medirse en octubre con la Señora, de nada servirían si la viuda de Néstor Kirchner optase por hacerse a un lado previa negociación con los barones de la ortodoxia peronista. No es producto del macrismo la polarización entre Cambiemos y el kirchnerismo. Antes bien, existe porque Cristina Fernández suscita una adhesión varias veces superior a cualquier otro político opositor y porque, de momento, no piensa bajarse del ring.
para medirse en octubre con la Señora, de nada servirían si la viuda de Néstor Kirchner optase por hacerse a un lado previa negociación con los barones de la ortodoxia peronista. No es producto del macrismo la polarización entre Cambiemos y el kirchnerismo. Antes bien, existe porque Cristina Fernández suscita una adhesión varias veces superior a cualquier otro político opositor y porque, de momento, no piensa bajarse del ring.
En buena medida de lo que quiera hacer
la ex–presidente en el primer semestre de 2019 —a finales de junio vence
el plazo para oficializar las candidaturas— dependerá el curso de la
política argentina. Felices fiestas y hasta el próximo mes de febrero