viernes, 28 de diciembre de 2018
La matanza de los inocentes - Ana Catalina Emmerick
Se apareció un Ángel a María y le hizo
conocer la matanza de los niños inocentes por el rey Herodes. María y José se
afligieron mucho y el Niño Jesús, que tenía entonces un año y medio, lloró todo
el día. He sabido lo siguiente: Como no volvieron los Reyes Magos a Jerusalén,
y estando Herodes ocupado en algunos asuntos de familia, sus temores se habían
calmado un tanto; pero cuando regresó la Sagrada Familia a Nazaret y oyó las
cosas que habían acontecido en el templo y las predicciones de Simeón y de Ana
en la ceremonia de la Presentación en el templo, aumentaron sus temores y
angustias. Mandó soldados que con diversos pretextos debían guardar los lugares
alrededor de Jerusalén, a Gilgal, a Belén hasta Hebrón, y ordenó hacer un censo
de los niños. Los soldados ocuparon esos lugares durante nueve meses, mientras
Herodes se hallaba en Roma. Después de su vuelta se produjo la degollación de
los inocentes. Juan tenía entonces dos años, y había estado escondido en casa
de sus padres antes que Herodes diera la orden para que las madres se
presentaran con sus hijos de dos años o menos ante las autoridades locales.
Isabel, advertida por un ángel, volvió a huir al desierto con el niño Juan.
Jesús tenía entonces año y medio.
La matanza tuvo lugar en siete sitios
diferentes. Se ¿había engañado a las madres, prometiéndoles premios a su
fecundidad; por eso ellas se presentaban a las autoridades vistiendo a sus
criaturas con los mejores trajecitos. Los hombres eran previamente alejados de
las madres. Los niños, separados de sus madres, fueron degollados en patios
cerrados y luego amontonados y enterrados en fosos.
Hoy, al mediodía, vi a las madres con sus
niños de dos años o menos acudir a Jerusalén, desde Hebrón, Belén y otro lugar donde
Herodes había ordenado a sus soldados y funcionarios.
Se dirigían a la ciudad en grupos
diversos: algunas llevaban dos niños montados en asnos. Cuando llegaban eran
conducidas a un gran edificio siendo despedidos los hombres que las habían acompañado.
Las madres entraban alegremente, creyendo que iban a recibir regalos y
gratificaciones en premio a su fecundidad. El edificio estaba un tanto aislado
y bastante cerca del que fue más tarde
el palacio de Pílatos. Como se hallaba rodeado de muros, no se podía saber
desde afuera lo que pasaba adentro.
Parecía aquello un tribunal, pues vi unos
pilares en el patio y bloques de piedra con cadenas colgantes. También vi
árboles que se encorvaban y ataban juntos y luego, soltados rápidamente,
despedazaban a los desgraciados a ellos atados. Todo el edificio era sombrío,
de construcción maciza. El patio era casi tan grande como el cementerio que hay
al lado de la iglesia parroquial de Dülmen. Se abría una puerta entre dos muros
y se llegaba al patio, rodeado de construcciones por tres lados. Los edificios
de derecha e izquierda eran de un solo piso y el del centro parecía una antigua
sinagoga abandonada. Varias puertas daban al patio interno. Las madres eran
llevadas a través del patio a edificios laterales, y allí encerradas. Parecía
aquello una especie de hospital o posada. Cuando se vieron encerradas, tuvieron
miedo y empezaron a llorar y a lamentarse. Pasaron la noche allí dentro.
Marzo 9. — Hoy, después de
mediodía, vi el cuadro horrible de la matanza de los niños. El gran edificio
posterior que cerraba el patio tenía dos pisos. El inferior era una sala
grande, desprovista, parecida a una prisión, o a un cuerpo de guardia, y en el
piso superior había ventanas que daban al patio. Allí vi a algunas personas
reunidas en un tribunal; delante de ellas había rollos sobre una mesa. Creo que
Herodes estaría presente, pues vi a un hombre con manto rojo adornado de piel
blanca, con pequeñas colas negras. Estaba rodeado de los demás y miraba por la
ventana de la sala que daba al patio. Las madres eran llamadas una a una para
ser llevadas desde los edificios laterales hasta la sala inferior grande del
cuerpo que estaba detrás.
Al entrar, los soldados les quitaban los
niños, llevándolos al patio, donde unos veinte hombres los mataban
atravesándoles la garganta y el corazón con espadas y picas. Había niños aún
fajados, a los cuales amamantaban sus madres, y otros que usaban ya vestiditos.
No se ocuparon de desvestirlos, sino que tal como venían los tomaban del
bracito o del pie y los arrojaban al montón. El espectáculo era de lo más
horrible que puede imaginarse.
Entre tanto las madres eran amontonadas en
la sala grande, y cuando vieron lo que hacían con sus niños, lanzaban gritos desgarradores,
mesándose los cabellos y echándose en brazos unas de otras. Al fin se
encontraron tan apretadas que apenas podían moverse. Me parece que la matanza
duró hasta la noche.
Los niños fueron echados más tarde en una
fosa común, abierta en el mismo patio. Me fue dicho el número de ellos, pero ya
no me acuerdo. Creo que había setecientos, más una cifra donde había un siete o
diez y siete. Cuando vi este cuadro horrible no sabía dónde estaba ocurriendo
eso, y me parecía que era aquí, donde estaba yo. A la noche siguiente vi a las
madres sujetas con ligaduras y conducidas por los soldados a sus casas. El
lugar de la matanza en Jerusalén fue el antiguo patio de las ejecuciones, a
poca distancia del tribunal de Pilatos; pero en la época de éste había sufrido
varios cambios. Cuando murió Jesús, vi que se abrió la fosa donde estaban los
niños inocentes y que sus almas salieron de allí apareciéndose en diversos
lugares.
Ana
Catalina Emmerick – Visiones y
Revelaciones completas – Tomo II. Ed Guadalupe Bs. As. 1952. Págs. 305-307
Agradecemos a Andrea P. el habernos enviado el material.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista