NACIMIENTO DE JESÚS SEGÚN SOR MARÍA DE ÁGREDA
NACE CRISTO NUESTRO BIEN DE MARÍA VIRGEN EN BELÉN DE JUDEA
……
476- Otras circunstancias y condiciones de este divinísimo parto,
aunque todos los fieles las suponen por milagrosas, pero como no
tuvieron otros testigos más que a la misma Reina del cielo y sus
cortesanos, no se pueden saber todas en particular, salvo las que el
mismo
Señor
ha manifestado a su santa Iglesia en común, o a particulares almas por
diversos modos. Y porque en esto creo hay alguna variedad, y la materia
es altísima y en todo venerable, habiendo yo declarado a mis Prelados
que me gobiernan lo que conocí de estos misterios para escribirlos, me
ordenó la obediencia que de nuevo los consultase con la divina luz y
preguntase a la Emperatriz del cielo, mi madre y maestra, y a los Santos
Ángeles que me asisten y sueltan las dificultades que se me ofrecen,
algunas particularidades que convenían a la mayor declaración del parto
sacratísimo de María, Madre de Jesús, Redentor nuestro. Y habiendo
cumplido con este mandato, volví a entender lo mismo, y me fue declarado
que sucedió en la forma siguiente:
477-
En el término de la visión beatífica y rapto de la Madre siempre
Virgen, que dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació de ella el Sol de
Justicia, Hijo del eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo, refulgente y
puro, dejándola en su virginal entereza y pureza más divinizada y
consagrada; porque no dividió, sino que penetró
el virginal claustro, como los rayos del sol, que sin herir la vidriera
cristalina, la penetra y deja más hermosa y refulgente. Y antes de
explicar el modo milagroso como esto se ejecutó, digo que nació el niño
Dios solo y puro, sin aquella túnica que llaman secundina en la que
nacen comúnmente enredados los otros niños y están envueltos en ella en
los vientres de sus madres.
Y no me detengo en declarar la causa de
donde pudo nacer y originarse el error que se ha introducido de lo
contrario. Basta saber y suponer que en la generación del Verbo humanado
y en su nacimiento, el brazo poderoso del Altísimo tomó y eligió de la
naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad y sustancia de la
generación humana, para que el Verbo hecho hombre verdadero,
verdaderamente se llamase concebido, engendrado y nacido como hijo de la
sustancia de su Madre siempre Virgen. Pero en las demás condiciones que
no son de esencia, sino accidentales a la generación y natividad, no
sólo se han de apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima
las que tienen relación y dependencia de la culpa original o actual,
pero otras muchas que
no derogan a la sustancia de la generación o nacimiento y en los mismos
términos de la naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no
necesaria para que la Reina del cielo se llame Madre verdadera y Cristo
Señor nuestro hijo suyo y que nació de ella. Porque ni estos efectos del
pecado o naturaleza eran necesarios para la verdad de la humanidad
santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor o Maestro; y lo que no
fue necesario para estos tres fines, y por otra parte redundaba en mayor
excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de negar a
ambos? Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de
recatear con el Autor de la naturaleza y gracia y con la que fue su
digna Madre, prevenida, adornada y siempre favorecida y hermoseada; que
la divina diestra en todos tiempos la estuvo enriqueciendo de gracias y
dones y se extendió con su poder a todo lo que en pura creatura fue
posible.
478- Conforme
a esta verdad, no derogaba a la razón de madre verdadera que fuese
virgen en concebir y parir por obra del Espíritu Santo, quedando
siempre virgen. Y aunque sin culpa suya pudiera perder este privilegio
la naturaleza, pero faltárale a la divina Madre tan rara y singular
excelencia; y porque no estuviese y careciese de ella, se la concedió el
poder de su Hijo santísimo. También pudiera nacer el niño Dios con
aquella túnica o piel que los demás, pero esto no era necesario para
nacer como hijo de su legítima Madre, y por esto no la sacó consigo del
vientre virginal y materno, como tampoco pagó a la naturaleza este parto
otras pensiones y tributos de menos pureza que contribuyen los demás
por el orden común de nacer. El Verbo humanado no era justo que pasase
por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era como consiguiente
al milagroso modo de nacer, que fuese privilegiado y libre de todo lo
que pudiera ser materia de corrupción o menos limpieza; y aquella túnica
secundina no se había de corromper fuera del virginal vientre, por
haber estado tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte
de la sangre y sustancia materna; ni tampoco era conveniente guardarla y
conservarla, ni que la tocasen a ella las condiciones y
privilegios que se le comunican al divino cuerpo, para salir penetrando
el de su Madre santísima, como diré luego. Y el milagro con que se
había de disponer de esta piel sagrada, si saliera del vientre, se pudo
obrar mejor quedándose en él, sin salir fuera.
479- Nació,
pues, el niño Dios del tálamo virginal solo y sin otra cosa material o
corporal que le acompañase, pero salió glorioso y transfigurado; porque
la divinidad y sabiduría infinita dispuso y ordenó que la gloria del
alma santísima redundase y se comunicase al cuerpo del niño Dios al
tiempo del nacer, participando los dotes de gloria, como sucedió después
en el Tabor (Mt 17, 2) en presencia de los tres Apóstoles. Y no fue
necesaria esta maravilla para penetrar el claustro virginal y dejarle
ileso en su virginal integridad, porque sin estos dotes pudiera Dios
hacer otros milagros: que naciera el niño dejando virgen a la Madre,
como lo dicen los doctores santos (S. Tomás, Summa, III, q. 28 a. 2 ad
2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la voluntad
divina fue que la beatísima beatísima
Madre viese a su Hijo hombre-Dios la primera vez glorioso en el cuerpo
para dos fines: el uno, que con la vista de aquel objeto divino la
prudentísima Madre concibiese la reverencia altísima con que había de
tratar a su Hijo, Dios y hombre verdadero; y aunque antes había sido
informada de esto, con todo eso ordenó el Señor que por este medio como
experimental se la infundiese nueva gracia, correspondiente a la
experiencia que tomaba de la divina excelencia de su dulcísimo Hijo y de
su majestad y grandeza; el segundo fin de esta maravilla fue como
premio de la fidelidad y santidad de la divina Madre, para que sus ojos
purísimos y castísimos, que a todo lo terreno se habían cerrado por el
amor de su Hijo santísimo, le viesen luego en naciendo con tanta gloria y
recibiesen aquel gozo y premio de su lealtad y fineza.
480.
El sagrado Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7) que la Madre Virgen,
habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó
en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos desde su
virginal vientre, porque esto no pertenecía
a su intento. Pero fueron ministros de esta acción los dos príncipes
soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana
corpórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con
su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le
recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el
Sacerdote propone al pueblo la Sagrada Hostia para que la adore, así
estos dos celestiales ministros presentaron a los ojos de la divina
Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo esto sucedió en breve
espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al niño Dios a su
Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos, hiriendo ella
el corazón del dulce niño y quedando juntamente llevada y transformada
en él. Y desde las manos de los dos santos príncipes habló el Príncipe
celestial a su feliz Madre, y la dijo: Madre, asimílate a mí, que por el
ser humano que me has dado quiero desde hoy darte otro nuevo ser de
gracia más levantado, que siendo de pura creatura se asimile al mío, que
soy Dios y hombre por imitación perfecta.—Respondió
la prudentísima Madre: Trahe me post te, in odorem unguentorum tuorum
curremos (Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor
de tus ungüentos.—Aquí se cumplieron muchos de los ocultos misterios de
los Cantares; y entre el niño Dios y su Madre Virgen pasaron otros de
los divinos coloquios que allí se refieren, como: Mi amado para mí y yo
para él (Cant 2,16), y se convierte para mí (Cant 7, 10). Atiende qué
hermosa eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma. Atiende qué hermoso
eres, dilecto mío (Cant 1, 14-15); y otros muchos sacramentos que para
referirlos sería necesario dilatar más de lo que es necesario este
capítulo.
481-
Con las palabras que oyó María santísima de la boca de su Hijo
dilectísimo juntamente la fueron patentes los actos interiores de su
alma santísima unida a la divinidad, para que imitándolos se asimilase a
él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y dichosa
Madre de su Hijo, hombre y Dios verdadero no sólo porque desde aquella
hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de
donde ella copió la suya, con toda
la similitud posible entre la que era pura creatura y Cristo hombre y
Dios verdadero. Al mismo tiempo conoció y sintió la divina Señora la
presencia de la Santísima Trinidad, y oyó la voz del Padre eterno que
decía: Este es mi Hijo amado, en quien recibo grande agrado y
complacencia (Mt 17, 5).—Y la prudentísima Madre, divinizada toda entre
tan encumbrados sacramentos, respondió y dijo: Eterno Padre y Dios
altísimo, Señor y Creador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y
bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las
gentes (Ag 2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre
indigna y de esclava fiel vuestra divina voluntad.—Oyó luego una voz que
le decía: Recibe a tu unigénito Hijo, imítale, críale y advierte que me
lo has de sacrificar cuando yo te le pida. Aliméntale como madre y
reverencíale como a tu verdadero Dios.—Respondió la divina Madre: Aquí
está la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de vuestra gracia
para que vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y dándome la
suficiencia de vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no sea atrevimiento que la humilde creatura tenga en sus manos y alimente con su leche a su mismo Señor y Creador.
482-Acabados
estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios suspendió
el milagro o volvió a continuar el que suspendía los dotes y gloria de
su cuerpo santísimo, quedando represada sólo en el alma, y se mostró sin
ellos en su ser natural y pasible. Y en este estado le vio también su
Madre purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la
postura que ella estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos
Ángeles que le tenían. Y cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo:
Dulcísimo amor mío, lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid en hora
buena al mundo, Sol de Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las tinieblas
del pecado y de la muerte. Dios verdadero de Dios verdadero, redimid a
vuestros siervos, y vea toda carne a quien le trae la salud (Is 52, 10).
Recibid para vuestro obsequio a vuestra esclava y suplid mi
insuficiencia para serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como queréis que sea
con vos.—Luego se convirtió
la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y dijo:
Altísimo Creador de todo el universo, aquí está el altar y el sacrificio
aceptable a vuestros ojos. Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje
humano con misericordia, y cuando merezcamos vuestra indignación, tiempo
es de que se aplaque con vuestro Hijo y mío. Descanse ya la justicia, y
magnifíquese vuestra misericordia, pues para esto se ha vestido el
Verbo divino la similitud de la carne del pecado (Rom 8, 3) y se ha
hecho hermano de los mortales y pecadores. Por este título los reconozco
por hijos y pido con lo íntimo de mi corazón por ellos. Vos, Señor
poderoso, me habéis hecho Madre de vuestro Unigénito sin merecerlo,
porque esta dignidad es sobre todos merecimientos de creaturas, pero
debo a los hombres en parte la ocasión que han dado a mi incomparable
dicha, pues por ellos soy Madre del Verbo humanado pasible y Redentor de
todos. No les negaré mi amor, mi cuidado y desvelo para su remedio.
Recibid, eterno Dios, mis deseos y peticiones para lo que es de vuestro
mismo agrado y voluntad.
483-
Convirtióse también la Madre de Misericordia a todos los mortales, y
hablando con ellos dijo: Consuélense los afligidos, alégrense los
desconsolados, levántense los caídos, pacifíquense los turbados,
resuciten los muertos, letifíquense los justos, alégrense los santos,
reciban nuevo júbilo los espíritus celestiales, alíviense los profetas y
patriarcas del limbo y todas las generaciones alaben y magnifiquen al
Señor que renovó sus maravillas. Venid, venid, pobres; llegad, jóvenes,
sin temor, que en mis manos tengo hecho cordero manso al que se llama
león; al poderoso, flaco; al invencible, rendido. Venid por la vida,
llegad por la salud, acercaos por el descanso eterno, que para todos le
tengo y se os dará de balde y le comunicaré sin envidia. No queráis ser
tardos y pesados de corazón, oh hijos de los hombres. Y vos, dulce bien
de mi alma, dadme licencia para que reciba de vos aquel deseado ósculo
de todas las creaturas. Con esto la felicísima Madre aplicó sus divinos y
castísimos labios a las caricias tiernas y amorosas del niño Dios, que
las esperaba como Hijo suyo verdadero verdadero.
484-
Y sin dejarle de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los
diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su Creador hecho hombre. Y
como la beatísima Trinidad asistía con especial modo al nacimiento del
Verbo encarnado, quedó el cielo como desierto de sus moradores, porque
toda aquella corte invisible se trasladó a la feliz cueva de Belén y
adoró también a su Creador en hábito nuevo y peregrino. Y en su alabanza
entonaron los Santos Ángeles aquel nuevo cántico: Gloria in excelsis
Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis (Lc 2, 14). Y con
dulcísima y sonora armonía le repitieron, admirados de las nuevas
maravillas que veían puestas en ejecución y de la indecible prudencia,
gracia, humildad y hermosura de una doncella tierna de quince años,
depositaría y ministra digna de tales y tantos sacramentos.
485-
Ya era hora que la prudentísima y advertida Señora llamase a su
fidelísimo esposo San José, que, como arriba dije (Cf. supra n. 472),
estaba en divino éxtasis,
donde conoció por revelación todos los misterios del sagrado parto que
en aquella noche se celebraron. Pero convenía también que con los
sentidos corporales viese y tratase, adorase y reverenciase al Verbo
humanado, antes que otro alguno de los mortales, pues él solo era entre
todos escogido para despensero fiel de tan alto sacramento. Volvió del
éxtasis mediante la voluntad de su divina Esposa, y restituido en sus
sentidos, lo primero que vio fue el niño Dios en los brazos de su virgen
Madre, arrimado a su sagrado rostro y pecho. Allí le adoró con
profundísima humildad y lágrimas. Besóle los pies con nuevo júbilo y
admiración, que le arrebatara y disolviera la vida, si no le conservara
la virtud divina, y los sentidos perdiera, si no fuera necesario usar de
ellos en aquella ocasión. Luego que el santo José adoró al niño, la
prudentísima Madre pidió licencia a su mismo Hijo para asentarse, que
hasta entonces había estado de rodillas, y administrándole San José los
fajos y pañales que traían, le envolvió en ellos con incomparable
reverencia, devoción y aliño, y así empañado y fajado, con sabiduría
divina le reclinó la
misma Madre en el pesebre, como el Evangelista San Lucas dice (Lc 2,
7), aplicando algunas pajas y heno a una piedra, para acomodarle en el
primer lecho que tuvo Dios hombre en la tierra fuera de los brazos de su
Madre. Vino luego, por voluntad divina, de aquellos campos un buey con
suma presteza, y entrando en la cueva se juntó al jumentillo que la
misma Reina había llevado; y ella les mandó adorasen con la reverencia
que podían y reconociesen a su Creador. Obedecieron los humildes
animales al mandato de su Señora y se postraron ante el niño y con su
aliento le calentaron y sirvieron con el obsequio que le negaron los
hombres. Así estuvo Dios hecho hombre envuelto en paños, reclinado en el
pesebre entre dos animales, y se cumplió milagrosamente la profecía:
que conoció el buey a su dueño y el jumento al pesebre de su señor, y no
lo conoció Israel, ni su pueblo tuvo inteligencia (Is 1, 3).
Doctrina de la Reina María santísima.
488-
En esta reverencia y temor santo quiero que seas extremada, y que
también adviertas y entiendas, que con la obra de entrar Dios
sacramentado en tu pecho te dice lo mismo que a mí me dijo en aquellas
razones: Que me asimilase a él, como lo has entendido y escrito. El
bajar del cielo a la tierra, nacer en pobreza y humildad, vivir y morir
en ella con tan raro ejemplo y enseñanza del desprecio del mundo y de
sus engaños, y la ciencia que de estas obras te ha dado, señalándose
contigo en alta y encumbrada inteligencia y penetración, todo esto ha de
ser para ti una voz viva que debes oír con íntima atención de tu alma y
escribirla en tu corazón, para que con discreción hagas propios los
beneficios comunes y entiendas que de ti quiere mi Hijo santísimo y mi
Señor los agradezcas y recibas, como si por ti (Gal 2, 20) sola hubiera
bajado del cielo a redimirte y obrar todas las maravillas y doctrina que
dejó en su Iglesia santa.