La ideología revolucionaria del capitalismo judeo/calvinista, fue tratado en forma magistral por el Padre Julio Meinvielle, en un artículo publicado en “Presencia” Nº 88, 1966/67, titulado “El conflicto dólar-oro y la Revolución Mundial”. Es de destacar que desde ese entonces el capitalismo mamonístico avanzó trágicamente revolucionando y subvirtiendo hasta la vida íntima de los seres humanos. Del artículo extraje los siguientes conceptos: […] Al final del siglo XVIII se inaugura el capitalismo mal llamado liberal. Capitalismo, una economía fuertemente dinámica que busca desarrollar el capital para crear con él una fuente perenne de nuevas riquezas o ingresos. Liberal, o sea que los factores concurrentes a la creación de riqueza se mueven libres de toda traba moral o de justicia, como si fueran puras mercadería despojadas de toda significación. De un lado, se presentan los capitalistas dueños del capital, es decir, de todos los instrumentos de producción: inmuebles, edificios, materias primas, maquinarias, dinero con que adelantar lo pagos durante el tiempo que se elabora la mercadería; del otro, los obreros, sin otro capital que sus fuerzas, que deben ser reparadas día a día con la paga del salario.
¿Cuál es el resultado de la asociación del capital y trabajo? La producción de mercaderías, que luego se venderán en el mercado ¿Y qué parte de estas mercaderías corresponderá al trabajador y qué parte al capitalista? El capitalista llevará una parte apreciable y el trabajador apenas podrá reparar sus fuerzas. Y mientras la acumulación del capital aumentaría con progresión geométrica, la situación del asalariado quedará estacionada, si éste no ha sucumbido a la desocupación que se presentará inexorable en las crisis periódicas.
Bajo la influencia del calvinismo, como lo ha demostrado Max Weber en “La ética protestante y el espíritu del Capitalismo”, y bajo la judía, según consta en el notable libro de Werner Sombart, “Los judíos y la vida económica” se busca como fin del proceso económico, no el consumo equitativo de todos los grupos sociales, sino la acumulación de capital en manos de los pocos hombres predestinados.
Se forma así una poderosa concentración de capital en pocas manos, en especial en manos de los financieros y banqueros que manejan la riqueza de las naciones y del mundo. Aquí habrá que recordar la historia de la Banca de Inglaterra y de los Rothschild, que coincide con el esplendor del capitalismo mal llamado liberal durante el siglo XIX hasta la primera guerra mundial.
La conducta calvinista ha de conincidir con la invención y desarrollo –sin que esta circunstancia haya de considerarse necesaria- de nuevas técnicas de producción, las que aceleran, en consecuencia, el desarrollo económico, el cual va a favorecer primera y directamente a aquella acumulación de capital o de riqueza de una minoría –la minoría financiera sobre todo, frente a una mayoría consumidora que no ha de progresar tanto o no ha de progresar nada. Se produce en consecuencia una disimetría en las economías nacionales y en la mundial. Disimetría de sectores, aún dentro de las economías nacionales, ya que el sector financiero ha de progresar más que el comercial, éste más que el industrial, éste, a su vez, más que el agrícola. Disimetría entre empresarios y empleados –obreros. Disimetría entre centros económicos poderosos y periferia empobrecida. Además de estas disimetrías aparecen las crisis cíclicas, originadas en las mismas disimetrías económicas, y en causas monetarias, ya que la moneda en lugar de estar al servicio del proceso económico, sujeta a su servicio, como causa última motor, a todo el proceso económico.
Estos trastornos de funcionamiento del aparato económico en lo nacional y en lo mundial, se pone de manifiesto, sobre todo, a lo largo de todo el siglo XIX, hasta 1914 o 1929, cuando la vida económica internacional está regida por el Banco de Inglaterra.
A partir de 1929, debido a la nueva política económica-financiera inspirada fundamentalmente en Keynes y al contrapeso del sindicalismo, se atenúan las disimetrías en el orden interno de los grandes países capitalistas y dejan de hacer sentir su influjo las crisis cíclicas. Pero la disimetría se acentúa entre los grandes centros industriales y los países productores de materia prima, y aun dentro mismo de los grandes centros mundiales, entre Estados Unidos y Europa.
Se produce incluso una ruptura entre la Banca mundial que quiere continuar manteniendo bajo su dominio al desarrollo tecnológico y este desarrollo que quiere independizarse del freno que a su vuelo intenta ponerlo el capitalismo financiero. Este punto se torna clarísimo en la actual coyuntura. En efecto, Estados Unidos, con capacidad tecnológica y productiva para expandir inconmensurablemente sus bienes y servicios al exterior, se ve frenada por razones financieras, ya que esta expansión tecnológica y productiva se traduciría en una expansión de dólares en el exterior la cual determinaría un mayor drenaje de sus reservas oro y por lo mismo la agudización del conflicto dólar-oro. Por lo mismo este conflicto en manos del Poder Financiero mundial es un arma de combate para restringir el desenvolvimiento tecnológico y productivo de los Estados Unidos. Es difícil predecir las consecuencias de la lucha planteada entre tecnología y poder financiero. ¿Quién, en definitiva prevalecerá sobre quién? Pero la lucha netamente planteada puede ser llevada y dirimida, en último término, en el terreno militar.
EL CAPITALISMO Y LA REVOLUCIÓN MUNDIAL. La actuación de capitalismo moderno se vincula esencialmente con la Revolución Mundial que agita modernamente a los pueblos. Se vincula esencialmente de diversas maneras. Primero produciendo en todas partes y en escala mundial las injusticias pavorosas que constituyen el sistema capitalista mismo, que arrebata las riquezas que corresponden a todos y a cada uno de los grupos sociales, para concentrarlas en pocas manos. El Capitalismo es Revolución, es la Revolución. En su carácter propio desordena desajusta, produce estragos sin cuenta y es el factor de la guerra de clases que hoy arrasa todas las regiones de la tierra y causa de la expansión de la civilización materialista que destruye valores espirituales y siembra la destrucción de los vínculos morales de familias y pueblos.
En segundo lugar, el capitalismo es revolucionario porque produce la lucha de clases, sobre cuya dialéctica ha de operar luego el comunismo soliviantando al proletariado para la implantación de la férrea dictadura de los grandes jefes modernos de la Revolución, Lenin, Stalin, Mao Tse Tung y Fidel Castro. Bajo este aspecto el mundo de hoy se halla constituido por una gigantesca dialéctica, uno de cuyos polos es la minoría privilegiada de los pueblos de Europa y de los Estados Unidos, y el otro, el polo de los pueblos hambrientos que forman las dos terceras partes de la humanidad.
En tercer lugar, el capitalismo es revolucionario, porque, como ha expuesto el doctor Carlos A. Voss, en un notable artículo, Presencia, 14/7/61, el Capitalismo Financiero Internacional ha pagado todas las revoluciones desde el siglo XVII hasta la revolución comunista de 1917. Debemos admitir que los datos históricos al respecto son susceptibles de ser polemizados, y por ello, nos abstenemos de subrayar este punto. Vamos a insistir, en cambio, en el actual conflicto entre el poder económico americano, fundado sobre el dólar y teniendo al presidente Jonhson como protagonista principal, por unae parte, y por otra al capitalismo financiero mundial, con el oro como moneda-patrón y con De Gaulle como protagonista principal. Y ese ha de constituir el cuarto punto del carácter revolucionario que constituye la esencia del capitalismo
EL CAPITALISMO AMERICANO Y LA REVOLUCIÓN MUNDIAL. Es muy posible que el capitalismo propiamente liberal, regido por la Banca de Inglaterra, haya ejercido un dominio sobre los pueblos más inhumano que el capitalismo que con posterioridad al año 1930 viene desarrollándose en los Estados Unidos y Europa. Pero aun cuando así fuera y aunque en el orden interno de las naciones capitalistas, tanto en los Estados Unidos como en Europa, se registrara una distribución más armónica de la riqueza, sin embargo, la disimetría irritante entre los países centro-económicos y los periféricos, lejos de atenuarse, se agrava cada día con síntomas de agudización, tales que ya se habla abiertamente del Gobierno Mundial, el cual evidentemente será ejercido por el poder de la Alta Finanza que viene manejando la Revolución Mundial desde hace algunos siglos.
Un escritor de la envergadura y significación en los planes mundiales, como Arnold Toynbee se atrevió a hablar públicamente y sin empacho nada menos que en el Centro de Altos Estudios del Ejército en una conferencia que dio el 5 de octubre de 1966 sobre el tema: “El Mundo hacia el cual viajamos”. En dicha conferencia abogó claramente por un mundo sin Estados nacionales ni soberanía, que debía ser regido por un gobierno mundial. Para ello abogó igualmente por la unión de los Estados Unidos y Rusia, aunque, como es de imaginar no entró a discriminar que clase de personajes e intereses habían de estar detrás de las fachadas que estos países presentan.
El planteo de Toynbee viene a poner de relieve la especial significación del libro de Pierre Virion publicado aquí en Buenos Aires con el título “El Gobierno Mundial y la Contra-Iglesia”. Allí Virion señala que los planes novísimos de la Alta Masonería Mundial, elaborados a fin del siglo pasado y comienzos de este por la Sinarquía de Saint-Yves d’Alveydre, y descubierto por la Policía francesa durante el gobierno de Petain, están en amplia aplicación por el gobierno de De Gaulle, detrás del cual se mueve la poderosa Banca Rotschild. De acuerdo con estos planes se va rápidamente al gobierno mundial con el liderazgo de Europa y no propiamente con el de los Estados Unidos. La unificación del mundo económico , cultural y político en los planes sinárquicos envolvería al mismo tiempo una religión universal esotérica que daría unidad y razón de ser a todas las otras religiones que serían como expresión esotérica del culto universal de la Humanidad. La Sinarquía unificaría a los pueblos en una Tecnocracia que sería, al mismo tiempo una Satanocracia.
LAS DOS FRACTURAS DE LA REVOLUCIÓN MUNDIAL. En la actual etapa del Revolución Mundial el liberalismo no tiene ya vigencia. Nos encontramos en un capítulo más avanzado en el cual las diferencias las establecen las modalidades de sociedad-máquina que se trata de imponernos. Por un lado tenemos el comunismo menchevique reformista, que poco a poco se va transformando en la ideología dominante tanto en Rusia como en Europa occidental. Por el otro el comunismo bolchevique, de tipo staliniano, que encuentra su representación en el régimen de Pequín y en los movimientos revolucionarios de los países subdesarrollados.
Esta fractura del comunismo ha determinado otra en el mundo llamado libre. [A continuación el Padre Meinvielle menciona, en un par de párrafos, las intrincadas relaciones diplomáticas de esa época, entre los mismos protagonistas de hoy: Europa, Rusia, EEUU, Francia, China…]
Sea lo que fuere de estas apreciaciones, el hecho real para el pobre hombre de hoy que circula por las calles de nuestras ciudades es que se ve protagonista de hechos mundiales cuyo alcance y desenlace totalmente ignora y que le revelan la profundidad de aquello de Disraeli, el gran primer ministro de la época victoriana, que escribía en 1844, en su novela Conningsby: “El mundo está manejado por otros personajes, que no imaginan aquellos cuya mirada no llega hasta detrás de los bastidores”. Rathenau, el gran magnate de la electricidad decía en 1906, mucho antes de su extraña promoción al poder en la Alemania republicana de 1918: “Trescientos hombres que se conocen entre sí y que buscan sucesores a su alrededor, dirigen lo destinos económicos del mundo”. De aquí que nada haya de extrañarse de la seguridad con que el banquero Warburg pudiera afirmar ante el Senado norteamericano en 1950: “Se quiera o no, tendremos Gobierno Mundial. La única cuestión que se plantea es la de saber si este Gobierno Mundial será establecido por persuasión o por la fuerza”. Informe de la Foreing Asociarion Dootep Savannagh.
Estremece pensar que en un mundo en que las bombas nucleares se almacenan en los depósitos de poderosas naciones nuestra suerte y la del mundo se hallan a merced del poderoso capital internacional.
Es de esperar que el hombre de hoy reflexiones y comprenda que la acumulación del dinero, lejos de ser un fin último de la vida humana, ha de ponerse humildemente al servicio de los fines inferiores del bienestar material y del desenvolvimiento tecnológico, para que éste, a su vez, sirva a los fines de la economía, de la política y de la cultura, para que, a su vez estas encaminen al hombre al logro y obtención del verdadero fin último de todo hombre individual y de toda civilización auténtica. Una economía con la acumulación de la moneda como fin último no sólo se opone al Reino de Dios sino que incluso traba el desarrollo productivo y conspira, en definitiva contra el mismo bienestar material del hombre.
Padre Julio Meinvielle.