EL REMIENDO TARDIO
El remiendo tardío.
La desesperada tentativa de cambios por parte
del gobierno argentino parece ser solo una reacción
extemporánea que ni siquiera tiene pretensiones de
apuntar al núcleo de las cuestiones que debe resolver. Es lo que sucede cuando se llega tarde. No existe
tiempo material suficiente para implementar las transformaciones
necesarias, ni tampoco la voluntad política necesaria
para hacerlo. Cuando no se puede ir al fondo de los problemas,
se termina optando por el maquillaje, por los remiendos,
por hacer como que se hace, en vez de proceder con seriedad. Al elegir el camino de los parches, los funcionarios
no están abocados a reparar cada uno de los inocultables
inconvenientes que la gente los percibe con una intuitiva
claridad.
La inflación y la inseguridad
han sido temas determinantes en el último resultado
electoral, y el gobierno ha tomado nota de semejante llamado
de atención, aunque lo haga en silencio y sin reconocerlo
públicamente.
Tenía muchas alternativas
para seleccionar, pero la prioridad política nuevamente
gano la pulseada. Ya no se trata entonces de entender lo
que la sociedad necesita, sino solo de registrar el reclamo
siempre bajo los paradigmas que propone la próxima
compulsa electoral.
En ese contexto, el gobierno
ha optado por quitarse la responsabilidad sobre la seguridad,
aduciendo que son las provincias las que deben implementar
políticas ya que de esa jurisdicción dependen
las fuerzas policiales, omitiendo de ese modo su participación
directa en la generación de las múltiples causas
estructurales de la inseguridad que son alimentadas desde
las inadecuadas decisiones nacionales.
Este
discurso muestra, que no serán replanteadas en lo más
mínimo, por lo tanto es de esperar que nada cambie
demasiado. La apuesta del gobierno es solo cambiar de culpables.
No tienen la solución, no saben siquiera por dónde
arrancar ni que hacer al respecto. Sus urgencias políticas
dicen que todo lo que se podría encarar, no tendrá
impactos positivos de corto plazo y es mejor entonces no
poner energías en lo que no se puede ni emparchar.
El otro gran frente de batalla, la inflación,
es ciertamente el foco que han decidido enfrentar. En ello
apelarán a remedios heterodoxos. No se ocuparán
de enmendar la causa, es decir el indisimulable exceso de
gasto estatal que los obliga a emitir moneda desenfadadamente
como lo han venido haciendo en estos últimos años,
cada vez con menos pudor.
Recurrirán para
ello a formulas tan inmorales como hipócritas. Saben,
aunque no lo digan, que deben reducir la emisión monetaria
que ha sido su fuente vital de financiamiento, y reemplazarla
pronto.
Apelarán a una combinación
de elementos encaminados a mitigar la consecuencia del desmadre
de las cuentas públicas. Por un lado, ajustarán
en silencio, porque su relato sostiene lo contrario, pero
ahorrarán donde puedan, aunque no necesariamente haciendo
lo adecuado. No serán austeros, tampoco desmantelarán
el agujero eterno de la corrupción, sino que solo achicarán
partidas donde no se note demasiado postergando pagos con
instrumentos financieros que les permitan ganar tiempo y
caja.
También apelaran a sacarle provecho
al monstruo que han creado, licuando sus gastos, indexándolos
por debajo de la inflación real y hasta es probable
que reduzcan por etapas "algunos" subsidios que ya resultan
insostenibles.
La estrategia más importante
será la de hacer los deberes para endeudarse. Desde
lo discursivo no tienen como justificarlo, pero ya encontrarán
algún eufemismo para explicarlo, aunque nadie se los
crea. El ingreso de divisas vía créditos, lo que
implica gastar ahora para que lo pague otro gobierno y la
siguiente generación de ciudadanos es una herramienta
que combina una perversa inmoralidad con un indiscutible
pragmatismo.
Algún recurso adicional de
esos que necesitan a gritos, vendrá de la mano de grandilocuentes
inversiones foráneas, que serán anunciadas con
bombos y platillos, pero que en su mayoría provendrán
del habitual mecanismo de las inversiones prebendarías
con contratos especiales y cláusulas ocultas.
El esquema general se apoya sobre una rara mezcla.
Pero su objetivo final sigue siendo el político electoral.
Pretenden llegar al próximo turno con alguna chance
concreta de continuar en el poder. Suponen los gurúes
de la planificación local, los mismos que recitaban
que el modelo era exitoso y ahora se ocupan de emparchar
como pueden, que estos giros les permitirán apostar
por un nuevo mandato con un simple recambio de caras.
La sensación es que no les alcanzará
el tiempo para hacer lo que esperan y mucho menos que la
sociedad esté dispuesta a redimirlos de sus errores
del pasado y el presente, sobre todo por su credibilidad
en caída libre.
Los cambios son siempre
bienvenidos cuando intentan aportar soluciones. Esta vez
estamos frente a una burda tentativa de maquillar el presente
sin arreglar nada, una grosera maniobra para esconder la
basura debajo de la alfombra y construir un puente que les
permita garantizarse impunidad y sostenerse en el poder.
Solo un remiendo tardío.