El Dragón “fecundo” de Francisco – Beatriz Reyes Oribe
EL
BOSQUE DEL DRAGÓN
LA
PAZ. Nº 15 DE LA SERIE DE CLARÍN, CON FRANCISCO A MI LADO.
Cuento:
"El bosque de la Paz"
Ayer recibimos este fascículo de unos
visitantes amigos de Buenos Aires sorprendidos por lo pedestre de su lenguaje y
presentación. Como ellos tienen hijos grandes, ya no están en estos temas, de
manera que nos legaron el cuadernillo publicado por Clarín y Scholas
Occurrentes – para quienes no lo saben: las escuelas internacionales promovidas
por el actual pontífice.
El panfleto (que forma parte de un proyecto
de educación en valores) gira alrededor del cuento “El bosque de la paz” de
Juan Salvo. Lo he googleado y me he encontrado con que el protagonista del
Eternauta lleva dicho nombre, y es el único dato sobre el autor. ¿Será un
pseudónimo? Quizás alguien pueda colaborar con algún otro dato sobre el autor.
Pero vamos a lo que quería comentar. El cuento
es previsiblemente aburrido como muchos de su estilo con brujas buenas y
piratas honrados: recurre al mismo lenguaje vulgar que, se supone, gustará a
los niños; hace desaparecer el verdadero conflicto que suele tener el héroe con
el villano o con algún ser malvado, para que todo se resuelva en un falso final
feliz: en realidad todos eran buenos, hasta los malos; elimina prolijamente
todos los motivos tradicionales de los cuentos o invierte su significado. No
tiene nada de aquello que atrajo a generaciones a escuchar y a leer cuentos de
hadas. No hay un San Jorge, ni una doncella. Tampoco posee reminiscencias del
milagro de San Francisco, el que amansó a un lobo.
Se
trata de unos aldeanos asustados por un temible dragón, que clava sus garras en
la tierra y echa fuego. La aldea busca apoyarse sucesivamente en tres
personajes: un guerrero y un armero,
quienes abandonan su puesto; finalmente, acuden a un filósofo –curiosamente
llamado Pedro-, quien descubre que el dragón era bueno, mientras que sus obras,
en apariencia dañinas y peligrosas, eran en realidad fecundas. Cuando Pedro
descubre que el Dragón habla y aprende sobre sus gustos, costumbres y
funciones, vuelve a la aldea para convencerla de que el dragón es bueno y de
que, juntos, pueden vivir en paz.
Lo primero que salta a la vista es la
chatura: ninguna visión sobrenatural del asunto, ni menos, la más mínima
referencia a Dios.
Además, no está claro por qué los aldeanos
pueden confundirse tanto sobre las actividades del dragón. Todo lo que ellos
ven y les parece malo, resulta bueno al final del cuento, a partir de la mera
explicación del temible animal. No hay ninguna realidad objetiva que los
atemorizados aldeanos puedan reconocer como buena obra del dragón. Está el
bosque con sus frutos, pero es la antigua fiera la que reconduce su actividad
temible a la fecundidad del bosque. ¿La fecundidad de la tierra es obra del
Dragón?
Ahora bien, la cuestión central es que,
dentro de la cultura occidental, cristiana y bíblica, el dragón es una figura
del demonio o de un mal sobrehumano. Que en algunas partes del Oriente los
dragones sean figuras benévolas no aporta nada a un cuento occidental.
Entonces, no puede dejar de sorprender que Pedro sea el que hable con el Dragón
para descubrir que es bueno en el fondo.
Uno podría pensar que en el cuento se rescata
el valor del diálogo o de la racionalidad frente a las respuestas violentas;
sin embargo, hay una desigualdad entre los antagonistas: de un lado, los
hombres; del otro, el Dragón. "Hablando, se entiende la gente"… con
las otras gentes; no con los dragones. Esto se ve reforzado por la necesidad de
recurrir a un mediador. Mediador entre el Dragón y los hombres…
También es posible imaginar a Pedro como un
nuevo Sócrates que fue a la caverna para visitar al Dragón y ser ilustrado por
él mismo. Acá el filósofo vuelve a la aldea y nadie lo mata, todos lo obedecen
y le creen, del mismo modo que él le creyó al Dragón. Hasta se pueden detectar
rasgos iluministas: el pueblo irracional teme a lo desconocido porque vive en
medio de sus costumbres tradicionales. El filósofo, más parecido a Kant que a
Platón, lo saca de su “culpable ignorancia”. Pero, en definitiva, todo se
resume en deponer las armas frente al archiconocido enemigo, el Dragón.
Confiamos en que de tan aburrido no haga
daño.
Beatriz
Reyes Oribe
Nacionalismo Católico San Juan Bautista