«Entonces
nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a
gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de
indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto
que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de
un malestar que tenemos que afrontar como cristianos». (ver texto).
PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER ARTICULO
La
Cuaresma es para una cosa: pensar en salir ya de las estructuras viejas
de una Iglesia, que sólo está en su gran decadencia espiritual.
Lo
espiritual se hace a un lado para que entre todo el modernismo ateo y
pagano que los hombres viven en el mundo. En el Vaticano, brilla el
humanismo por encima de Dios.
Gran
pecado hace el que alaba, ensalza, justifica y defiende a Bergoglio,
que se ha puesto en el lugar de Dios, para enseñar la mentira a las
almas.
Gran pecado en el que está toda la Iglesia.
Salir del pecado: eso es la Cuaresma. Salir de lo humano, porque
«El
hombre saborea el pecado, y Dios está triste hasta la muerte a causa
del mismo. Las angustias de una cruel agonía le hacen sudar sangre» (San Pío de Pietrelcina).
El hombre siempre está mirando al suelo, a la tierra; deja de contemplar el dolor de Dios y se olvida de que:
«Todos
somos obreros, artífices de la Redención. La Misa debe ser para cada
uno la ocasión de transustancializar nuestros dolores que, incorporados a
Cristo, adquieren valor de eternidad» (San Pío de Pietrelcina).
Convertir el sufrimiento en amor, mediante la Pasión de Cristo, y así la vida tiene el sentido de lo divino, de lo eterno.
Para eso es la Cuaresma: para contemplar nuestros pecados en Cristo Crucificado.
Pero
Bergoglio enseña otra cosa. Y es normal que enseñe su falsa doctrina de
la misericordia, porque no sabe vivir sólo para Cristo, sino
constantemente de cara a los hombres.
No sabe vivir la vida del alma:
«Esta
es la vida propia y conveniente a la naturaleza intelectual, el
participar de Dios… la vida del alma consiste en ver a Dios» (San Gregorio Nacianceno).
El alma vive para ver a Dios, no a los hombres. Bergoglio enseña la herejía de su humanismo.
Si
quieren saborear el pecado de Bergoglio, lean su mensaje político de
Cuaresma: nada de Cristo, nada del pecado, nada de la penitencia. Sólo
lo de siempre: su idea masónica, su idea protestante, y su idea
comunista.
No
pierdan el tiempo con este inútil ser, que lo llaman Papa esos
católicos tibios y pervertidos, que están por todas partes. No pierdan
el tiempo con su magisterio, que no es papal ni, por lo tanto, se puede
calificar de doctrina católica.
Es
sólo la doctrina de un hombre borracho de poder y de gloria humana. Un
hombre que usurpó el Trono de Pedro para ser aclamado por las
multitudes; pero que no sabe hacer ningún milagro, no puede hablar una
sola palabra de verdad, y no puede poner a Cristo, ni en el Altar, ni en
los corazones, porque sólo vive para su orgullo de la vida.
- «Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien».
Esto
se llama la doctrina del hedonismo social: esta doctrina señala que el
fin último de la vida del hombre es el procurar el mayor deleite posible
para el mayor número de hombres. Es necesario alcanzar un bien común
que esté en armonía con el bien privado o las inclinaciones egoístas de
cada hombre.
Yo
estoy bien a gusto en mi vida, pero no estás en armonía con los demás
porque no les procuras la felicidad que también ellos merecen en la
sociedad. Y, entonces, caes en la indiferencia social. Hay una
desarmonía entre tu egoísmo y la falta de felicidad en el prójimo.
«Me olvido de quienes no están bien»:
se busca el bien humano, el bien temporal, el bien social, el bien
económico, etc… Pero no se busca el bien del alma: su salvación, su
santificación.
Y como hay tal desarmonía, entonces la indiferencia es global.
«podemos hablar de una globalización de la indiferencia».
El
pecado de indiferencia no existe. Se llama así porque es una actitud de
la persona ante un hecho concreto. La persona se despreocupa de algo
porque está en su mundo, en su vida.
Hoy
la gente clama por este pecado, pero no sabe de lo que habla. Se pone
la imagen del pobre Lázaro y del rico Epulón para decir que el pecado de
todo el mundo es la indiferencia: hay un abismo, una diferencia entre
banquetear espléndidamente y estar muerto de hambre. Como el mundo
actual no suprime esta diferencia, entonces se inventan el pecado de
indiferencia social.
Ningún
acto moral es indiferente: el hombre o hace un acto bueno o uno malo.
Toda palabra es buena o es mala; pero nunca indiferente. Toda obra es
buena o es mala; pero nunca indiferente. No existe la indiferencia como
pecado capital.
La
soberbia, el orgullo, la avaricia, la omisión, etc.., llevan a un
estado de indiferencia hacia el prójimo, pero no a un pecado de
indiferencia.
Bergoglio
nunca habla al alma: es decir, nunca se pone en la vida moral de la
persona. Bergoglio sólo habla a la mente del hombre, para convencerla de
una mentira. Habla para la vida social de la persona, pero no para la
vida espiritual del alma.
Todo
hombre vive una norma de moralidad en su naturaleza humana: tiene la
ley natural inscrita en su ser de hombre. Tiene una norma moral natural
que le obliga a hacer el bien de su naturaleza y, por tanto, a apartarse
del mal en su naturaleza.
Por ley natural, el hombre nunca es indiferente. Siempre va a obrar algo que le saca de un estado de indiferencia.
Bergoglio no habla de la conciencia moral de la persona, sino de la conciencia social: «Esta
actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión
mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la
indiferencia. Se trata de un malestar…».
El
egoísmo es de cada uno: nunca es global. No existe un egoísmo que tenga
una dimensión global. No existe el pecado de dimensiones globales. No
existe el pecado social.
Existe la maldición de la tierra, pero por el pecado de un solo hombre.
Cada uno lleva en sí mismo su pecado: «sus moradores llevan sobre sí las penas de sus crímenes»
(Is 24, 6b). Las penas, los efectos de sus pecados. Eso es la carga
social, política, económica. Eso es el fruto del pecado personal del
hombre. Se peca y la consecuencia del pecado se manifiesta en toda la
vida humana, social, económica, política del hombre.
Y esto hace que la tierra sea profanada por sus moradores: «La tierra está profanada por sus moradores, que traspasaron la Ley, falsearon el derecho, rompieron la alianza eterna» (v.
5). El mal de muchos, que se ve por todas partes, es el mal de cada
uno. Y cada uno, traspasando la ley de Dios, profana toda la tierra. Eso
global no es un pecado: es el efecto del pecado de cada uno. Muchos pecando.
Si
los hombres, si muchos hombres viven en su egoísmo, en su pecado, no es
por un pecado global de indiferencia: eso sólo existe en la mente de
los modernistas. Existen los males universales como efecto de los
pecados. Pero no se pueden resolver el mal universal sin quitar primero
el pecado personal.
A
Bergoglio sólo le interesa fijarse en el mal global, universal, pero no
pone al hombre mirando a su pecado personal. Y, por lo tanto, no puede
hablar para hacer penitencia por el pecado propio. No puede dar a Cristo
en la Cruz. Tiene que bajarlo para centrarse sólo en su idea social de
lo que debe ser la iglesia: alimentar pobres, dar salud a los enfermos,
cuidar a los ancianos, etc…
Hay tanto egoísmo en el mundo porque cada hombre es egoísta, peca, hace una obra mala. No porque la humanidad sea indiferente.
«ningún acto individual es indiferente»
(Sto. Tomás – 1-2 q.18 a.9). Luego, todo acto del hombre señala una
diferencia, un grado de bien o de mal, una obra moral buena o mala.
Ningún
hombre es indiferente: todo hombre, con su libertad, se determina a
algo Y si ese algo es una cosa mala, entonces la tierra se vuelve
maldita por el pecado de cada hombre, no porque exista el pecado global
de indiferencia.
Bergoglio no cree en el pecado y, por tanto, tiene que dar su miseria terrenal, su concepto de indiferencia.
Ante
el egoísmo de muchos, entonces cada hombre decide qué hacer en su vida,
porque ningún hombre está obligado a quitar el pecado de muchos: nadie
puede hacer eso. Nadie puede quitar el hambre que hay en el mundo por el
egoísmo de muchos.
Pero
tampoco nadie está obligado reparar en algo ese egoísmo global, porque
sólo se repara el pecado de un hombre, pero no el pecado global. El
pecado global no existe, luego no hay reparación.
La
Cuaresma es para quitar el pecado personal: la obra moral mala. Y eso
exige la oportuna penitencia. Si Dios quiere que se haga una limosna
para dar de comer a un pobre, se hace; pero si Dios no lo quiere,
entonces no hay que hacer una obra buena en lo humano para quitar el
hambre global del mundo. Esto sería caer en el humanismo, en el
hedonismo social, perdiendo el fin último que tiene todo hombre en su
vida: ver cara a cara a Dios.
La
vida espiritual es oración y penitencia, no es dar de comer a los
pobres, no es hacer un negocio de la cuaresma, no es resolver los
problemas sociales de la gente.
- «La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan».
La indiferencia… es una tentación… ¡Gran mentira!
Así
predica un falso profeta: dando generalidades, hablando para la masa,
en un lenguaje universal, sin conceptos claros, precisos.
Si
hay indiferencia hacia Dios y hacia el prójimo, es que el hombre ya no
es libre, sino que está determinado hacia un mal. La indiferencia no es
una tentación, sino que es libertad.
Todo
hombre libre es indiferente: es decir, no está determinado a nada.
Cuando pone su libertad en algo, entonces ya no es indiferente: ya ha
hecho algo bueno o malo. Ya es un hombre bueno o malo.
Bergoglio
juega con la palabra indiferencia: no señala ningún pecado concreto,
sino que los engloba todos. Y, por tanto, él mismo habla
contradictoriamente: es decir, habla con confusión, con oscuridad, con
mentiras, con engaños.
Hablar
de indiferencia es hablar de libertad. Pero, como Bergoglio está en su
idea social de indiferencia, como un conjunto de males sociales,
universales, por eso, habla mal en su pésimo discurso.
Nunca
la indiferencia es una tentación, sino que es un estado propio del
hombre en su libertad. Todo hombre que no elige nada está en estado
indiferente, es decir, no determinado hacia algo. Es libre de hacer una
cosa u otra. Y eso no es tentación, eso es estar en lo propio de la
naturaleza humana: su libertad, que no está determinada a nada ni a
nadie. Es indiferente.
Lo que es tentación son los pecados concretos: lujuria, avaricia, fama, etc…
Ante
la maldad que se ve en todo el mundo, el hombre que permanece en su
indiferencia no peca, porque ningún hombre está obligado a hacer una
obra global para quitar esa maldad global. Y nadie está obligado a hacer
obras pequeñas que se vayan acercando a una obra global para quitar esa
maldad que hay en todas partes. Y la razón: no existe el pecado global.
Sólo existen los pecados concretos, específicos. Existen los efectos de
los pecados personales. Y esos efectos pueden ser universales. Pero la
vida del hombre no consiste en reparar defectos o males universales,
sino en quitar el pecado personal.
Todo
hombre está obligado a reparar su propio pecado. Y si tiene una
familia: los pecados de su familia. Y si trabaja en algo, los pecados de
aquellos con los cuales trabaja. El sacerdote hace penitencia por los
pecados de las almas que tiene a su cargo. Pero nadie está obligado a
una penitencia global, porque no existe la gracia global, universal. La
gracia es para cada alma, no es para el conjunto de los hombres.
Para el modernista, la indiferencia se define como no estar atento a la diferencia del otro.
Eres
indiferente con el pobre, con el que pasa hambre, porque no pones
atención a su diferencia: él pasa hambre. Tú no pasas hambre. No estés
en tu egoísmo: mira la diferencia del otro que tú no tienes. Si no la
miras, si no la sientes, entonces eres indiferente con el que se muere
de hambre. No vives buscando una armonía entre tu vida y la de tu
prójimo. Es la búsqueda de la armonía social, propio del comunismo.
Bergoglio
nunca habla del pecado específico, sino que lo engloba todo en su
concepto de indiferencia. Por eso, hace un discurso sin lógica, sin
sentido.
- «Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre».
Esto no tiene ni pies ni cabeza.
Dios no es indiferente al mundo:
¿qué tiene que ver Dios y el mundo? Nada. El mundo es del demonio. Dios
ama tanto Su Creación que, por eso, envía a Su Hijo, para poner un
camino de salvación, no sólo al hombre, sino a toda Su Creación.
Toda la creación ha quedado en la maldición del pecado. Hay que sacarla de esa maldición. Pero sólo Dios conoce ese camino.
Dios,
viendo el pecado del hombre, viendo los males que hay en el mundo por
los pecados de los hombres, entonces envía a Su Hijo. Y lo hace por Amor
Divino al hombre, no por amor humano. Dios ama lo que ha creado: ese
amar indica que Dios siempre obra el bien en toda Su Creación.
Dios no mira la diferencia del mundo para no ser indiferente.
Dios no atiende las necesidades del mundo para no caer en la indiferencia.
Dios
crea el mundo y a los hombres. Dios gobierna lo que crea. Y, por tanto,
Dios da a cada uno según Su Justicia. No metas la palabra indiferencia
para tu juego masónico: para reinterpretar el Evangelio:
«Porque
tanto amó Dios al mundo, que le dio Su Unigénito Hijo, para que todo el
que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16).
Como Dios ama, entonces el hombre tiene un camino de salvación, una vida eterna. Primero es el amor.
Bergoglio
dice: como Dios no es indiferente, entonces ama al mundo. Primero es no
ser indiferente; después es amar. La idea masónica del amor fraterno.
Así
es como se discierne a un falso profeta, como Bergoglio. Y son pocos
los que lo hacen. Se han puesto en el juego de su lenguaje humano.
- «El mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él».
El
mundo está cerrado a Dios, porque le pertenece al demonio. El Verbo se
hace Carne, pero no entra en el mundo ni el mundo entra en Dios. El
Verbo no se encarna en el mundo, sino en la carne de un hombre.
Estas
cosas son las que definen a Bergoglio: una unión entre Dios y el mundo.
Una unión imposible, en la cual, construye todo su sentimental
discurso. Un discurso para la galería, pero lleno de errores por todas
partes.
El mundo está en Dios: es su panenteísmo.
Dios entra en el mundo: es su panteísmo.
La
puerta por la cual Dios entra en el mundo: una Virgen sin pecado. Una
Virgen sin humanidad, sin el peso de lo humano. Una Virgen libre de la
soberbia del hombre, que vive en la libertad del Espíritu.
Dios
entra en un mundo glorioso, que es Su Madre. Pero Dios no entra en el
mundo de pecado en el que vive todo hombre. Dios está en ese mundo, pero
no pertenece a ese mundo.
- «La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él».
¡Que Cristo nos sirva! Y, mientras tanto, el hombre sin luchar contra su maldito pecado.
¡Que Dios sirva la vida de los hombres! ¡Que Dios se preocupe por la vida de los hombres!
¿No ven la locura de este hombre? ¿Todavía no la captan?
La
Cuaresma es el tiempo para luchar y quitar los pecados que traspasan el
Corazón de Cristo. Para eso es la Cuaresma. No para dejarnos servir por
Cristo.
Sirve a Cristo quitando tus malditos pecados, y el Señor te mostrará el camino de la verdad en tu vida.
Para ser como Cristo: crucifícate con Él en Su Cruz. ¡Crucifica tu voluntad humana!
Esto es lo que hay que predicar. No esta bazofia de discurso para tontos.
- «En ella (en la Eucaristía) nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo».
¡Por favor, más seriedad con Cristo en la Eucaristía!
La
Eucaristía es Cristo. Quien come a Cristo se une a Él, es una sola cosa
con Él. No es el Cuerpo de Cristo. No se recibe a Cristo para
transformarse en el Cuerpo de Cristo. Se recibe a Cristo para ser otro
Cristo, por participación de su divinidad y de su humanidad.
«¿No es cada Misa una invitación de Cristo a sus miembros para hacerse con su parte en la Pasión Redentora?» (San Pío de Pietrelcina).
Para
ser otro Cristo, primero hay que transformarse en el dolor de Cristo:
participar de su Pasión, de Su Calvario, de su humanidad sufriente,
porque eso es la Misa:
«La
Misa es Cristo en el Calvario, con María y Juan a los pies de la Cruz, y
los ángeles en permanente adoración… ¡Lloremos de amor y de adoración
en esta contemplación!» (San Pío de Pietrelcina).
La Misa es Cristo en el Calvario: la Eucaristía es el Amor en el Dolor.
Y se llega al Amor de Dios, en la Eucaristía, a través de este Dolor:
«El amor se templa en el dolor». Hay que «poner el corazón en el costado abierto de Jesús» (San Pío de Pietrelcina) para comprender su Amor, para ser Amor, para ser otro Cristo.
Pero
Bergoglio sólo está en su concepto social de iglesia: comunidad de
hombres que piensan en Cristo, que se dicen que son de Cristo, que se
llaman cristianos, que forman el cuerpo de cristo.
Ser Iglesia es imitar la vida y las obras de Cristo. Ser Iglesia no es comulgar la
Eucaristía. Hay tantos que comulgan y que forman la iglesia del demonio, el cuerpo místico de los hombres.
Eucaristía. Hay tantos que comulgan y que forman la iglesia del demonio, el cuerpo místico de los hombres.
Para
ser Iglesia hay que ser dolor en Cristo: hay que asociarse a Su Pasión.
Lo demás, es un cuento chino, que es el que le gusta a todos los
católicos de hoy día.
- «En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada?».
Para no estar en la indiferencia global hay que estar atentos a las diferencias globales.
¿Experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo?
Es su idea masónica: la fraternidad universal, global.
¿Experiencia física? ¿Espiritual? ¿Mística?
Porque
el hombre experimenta que en la Iglesia no todos son de la Iglesia.
Muchos siguen una doctrina, un credo, una fe que los saca de la Iglesia.
¿De qué experiencia está hablando este hombre?
El
hombre tiene que experimentar las diferencias globales para meter a
todos en un solo cuerpo. No excluyas a los herejes, a los cismáticos, a
los apóstatas de la fe. Si excluyes: caes en la indiferencia.
Fraternidad: todos somos, todos formamos parte de una humanidad, de un
amor fraternal.
¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar?
Esta
es su idea protestante: todos son buenos a los ojos de Dios y de los
hombres. No hay demonios entre los hombres, no existen hombre malos,
perversos. Hay que recibir de todos para compartir con todos.
¡Qué gran mentira bien dicha!
Los
hombres no reciben lo que Dios quiere darles por sus pecados. Esta es
la verdad que niega este hombre: el pecado es impedimento para que Dios
ame al hombre, para que Dios bendiga al hombre.
Bergoglio
habla de una iglesia donde no hay pecado. El único pecado: la
indiferencia global. No excluyas los dones que tienen otras personas
que, aunque sean pecadores, aunque vivan en otra religión, aunque estén
malcasados, sin embargo te aprovechan para tu vida. Hay que recibir las
ideas y las obras de los demás y compartirlo con todo el mundo, porque
todo eso viene de Dios. Todo vale en la iglesia de Bergoglio. No hay
norma de moralidad. Todo es la ley de la gradualidad.
¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos?
Su comunismo, que no podía faltar.
Carga
con las necesidades materiales, económicas, del otro. Pero no cargues
con sus pecados. No corrijas al otro por sus errores, sino busca el bien
común de todos. No busques el bien privado de nadie. Porque la vida es
para todos: «nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos». Es su hedonismo social, su comunismo que busca satisfacer el bien común de todos.
¿O
nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están
lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia
puerta cerrada?
Esto es la guinda en el pastel.
Nadie
se compromete con los que están lejos en el mundo. En la realidad de la
vida humana, los hombres siempre tienden a ayudar a los que tienen a su
alrededor. El hombre, cuando no conoce, no hace nada por nadie. Si
ayuda a los que están lejos, es porque conoce su situación real.
El
hombre, por su naturaleza de pecado, siempre se refugia en los suyos,
en los que tiene cerca, en ese pobre que se muere de hambre. Siempre. No
hay un hombre que se refugie en un amor universal a lo desconocido. Es
un imposible.
Por eso, este discurso no tiene ni pies ni cabeza. No tiene ni siquiera una lógica humana. Y entonces hay que leer estas cosas:
- «La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario… Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos».
Los santos… todavía peregrinan:
Si todavía peregrinan, entonces no están en el cielo. ¿Qué necesitan,
según Bergoglio, para estar en el cielo, para no peregrinar? Ocuparse de
la gente del mundo.
Con
la muerte se termina el tiempo de merecer y desmerecer; luego el que
muere en gracia y, por lo tanto, va a ser destinado a la gloria,
disfrutará de ella eternamente. Ya se acabó el tiempo del peregrinaje.
Un buen teólogo le diría unas cuantas cosas a este subnormal. Pero no se atreven.
«Porque este peso pasajero y leve… nos produce eterno caudal de gloria…»
(2 Cor 4, 17): la vida humana es una peregrinación hacia el cielo. Y se
lleva un peso, una carga, que es temporal. Cuando se entra en el cielo,
ya no hay peso, no hay carga, no hay peregrinación. Sólo hay gloria
eterna.
La
Iglesia triunfante es eso: triunfante del pecado y de todo mal. Ya no
peregrina. Ya se acabó su tiempo de lucha espiritual. La prueba de su
vida la pasaron con éxito y, por eso, expiaron todos sus pecados y ahora
están en el cielo triunfando. Y les importa nada la vida de los
hombres: sus problemas sociales, políticos, económicos, humanaos, etc,..
NADA. Porque han sabido aprovechar su vida, mientras estaban en este
valle de lágrimas: han sabido vivir para conquistar el cielo en la
tierra.
«Al que quede vencedor… nunca jamás saldrá fuera»
(Ap 3, 12): los santos no salen del cielo para seguir peregrinando. El
cielo no es verdadero si no es perpetuo. Si todavía hay que peregrinar,
entonces eso no es el cielo.
Y, por lo tanto, las palabras de los Santos, como Santa Teresita del Niño Jesús, hay que entenderlas de la vida mística.
Como las entendió San Pío:
«He
pactado con el Señor que, cuando mi alma se haya purificado en las
llamas del Purgatorio haciéndose digna de entrar en el cielo, yo me
coloque a la puerta y no pase dentro hasta que no haya vito entrar al
último de mis hijos e hijas».
Jesús,
que está glorioso, sigue sufriendo en cada Altar: es el sufrimiento
místico, que es un Misterio para el hombre. Todos los santos del cielo
sufren de manera mística en Cristo, no en ellos. Es decir, quieren que
los hombres se salven, se santifiquen, como ellos lo han hecho. Pero
ellos conocen más: conocen quiénes de los hombres, que peregrinan aun en
la tierra, se van a salvar, y quiénes no.
Nadie
en el cielo sufre por los males físicos de los hombres o de sus
familiares. Ellos sólo viven para Dios y únicamente quieren cumplir Su
Voluntad.
Todos
los que están en el cielo ven a sus parientes como enemigos de Dios si
están en camino de condenación. Piden a Dios por sus almas, pero los
consideran enemigos hasta que no se conviertan. Y si se condenan, no
sufren la condenación de éstos, porque en el cielo ya no se sufre: se ve
claramente que Dios tiene motivos para condenar a un alma y, por lo
tanto, el alma se conforma en todo con el Querer Divino.
En
el cielo no hay sufrimientos, no hay tristezas, no hay nada. Sólo
permanece la unión mística en Cristo. Todavía hay almas que salvar en
Cristo.
«Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios» (San Pío de Pietrelcina).
Pero Bergoglio sólo está en su gran locura: «la
alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena
mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima».
¡Esto es una gran locura! ¡Esto es ir en contra del dogma!
La
alegría del cielo no es plena: le falta algo. Es la gran locura. Como
no puede entender el Misterio de la Cruz, por la cual el dolor se une al
amor, entonces tampoco puede entender la vida gloriosa, en la que sólo
hay plenitud de gozo, de alegría, de amor divino, con el dolor místico,
porque los hombres siguen pecando en la tierra y así siguen ofendiendo a
Dios.
Como
Bergoglio sólo está en su idea social de la indiferencia, tiene que
negar todos estos misterios y decir sus locuras bien dichas: «También
nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así
como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y
reconciliación».
Participa que participa:
los hombres de la tierra participan del cielo y los hombres del cielo
participan de la tierra. ¿Quieren más locura en menos palabras?
Con
Bergoglio ya no hay deseo del cielo: ya no hay santidad, no hay un fin
último en la vida. Todo es conseguir una estúpida armonía: que el cielo y
la tierra estén sin diferencias. Y mientras no se consigue eso, los que
están en el cielo siguen sufriendo. Mayor estupidez no cabe en la boca
de este sujeto infernal.
¿Esto es un mensaje para la Cuaresma? No; esto es el negocio del Vaticano.