martes, 27 de enero de 2015

JORDAN BRUNO GENTA-"El filósofo y los Sofistas"- LECCIONES 5 Y 6


 
JORDAN BRUNO GENTA

Del nacionalismo argentino, durante su basta trayectoria y actividad, han surgido un sinnúmero de maestros y revisionistas dedicados a elevar el sano pensamiento humano y recordar las verdades de nuestra historia patria. Han sido todos ellos, formadores de probada solvencia moral y capacitados por una sabiduría ejemplar, transformados en escuelas culturares necesarias para la formación de la ARGENTINIDAD. A Jordán Bruno Genta recordaremos hoy colgando al blog su magnífica obra "EL FILOSOFO Y LOS SOFISTAS",un eximio pensador católico,  nacido en 1909 y asesinado durante el proceso invasor marxista-leninista "setentista" en 1974, entregando su vida en defensa de Dios y su patria. Creemos en esta obra ver desplegados los valores elementales e inmutables de la formación Católica, fijando el auténtico amor a la Patria. Esperamos  con este trabajo poder contribuir a la difusión de tan antiguos y clásicos pensamientos que son todos coincidentes a lo enseñado por lo TRADICIONAL DE NUESTRA SANTA MADRE IGLESIA. 
SEGUNDA PARTE  
El magisterio socrático y el problema de Alcibíades 
Sabía muchas cosas, pero las sabía todas mal
HOMERO , Margites (citado en Alcibíades 57, a)    

"EL FILOSOFO Y LOS SOFISTAS"
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LECCIÓN V 
“Sócrates es el fenómeno pedagógico más formidable en la historia de Occidente 45 ”; lo prueba el hecho de que la educación de la inteligencia conceptual, la conquista de un pensamiento libre, se inicia históricamente con Sócrates. La continuidad del magisterio Socrático que no puede dejar de ser contemporáneo, que no puede interrumpirse sin provocar una gran depresión intelectual y un empequeñecimiento del hombre, exigía la más comprensiva identificación con su enseñanza y la adecuada expresión: los Diálogos de Platón. La docencia científica de tipo clásico, más alta que ha existido; la más pura y perfecta comunicación de la Sabiduría humana, tenía necesariamente que revelar su fuerza arrebatadora y la plenitud de su eficiencia en el discípulo egregio. Esta es la razón por la cual Sócrates no escribió sus lecciones; el testimonio acabado y completo del maestro no podía ser un libro, sino la personalidad incomparable del discípulo. No alcanzamos a comprender los desvelos de tanto erudito por averiguar cosa tan notoria. Ante la evidencia de Platón sobran los otros documentos. El diálogo es la expresión viva y propia del pensamiento filosófico porque instituye la comunidad racional de las personas. Es una real conversación, una comunicación y una coincidencia verdaderas: cada una de las almas que dialogan, se contempla a sí misma esencia, en un discurso cada vez más depurado y ceñido por la identidad de lo que es; las preguntas y respuestas, las réplicas y contrarréplicas acusan las recíprocas deficiencias en la argumentación; resaltan las contradicciones, los equívocos y las ambigüedades que encierran nuestras opiniones particulares, las que repetimos de la opinión pública y las que recogemos a nuestro paso por las aulas en nombre del cientificismo a la moda. La ironía Socrática es el supremo recurso purgativo de la inteligencia, la más refinada astucia de la identidad para corregir la presunción infundada, la credulidad ingenua y la retórica aduladora; para poner en evidencia ante los propios ojos, el equívoco frecuente del discurso que se va por las ramas o toma el rábano por las hojas, que hace pasar gato por liebre o enjuicia lo que ignora. Y después de tropezar y de estrellarse una y otra vez consigo misma y de caer en la cuenta de su vanidad intelectual, el alma asume la conciencia reflexiva de la propia ignorancia . Este saber de lo que no se sabe es el principio de la humana sabiduría y el comienzo de la libertad real y verdadera. Una vez que la ironía ha preparado convenientemente al alma, se inicia el proceso constructivo de ella misma en el saber de razón. La solicitud de la palabra magistral obra el estímulo necesario para que desarrolle su propio pensamiento en rigurosa identidad con el objeto y consigo misma, hasta elevarse soberana al concepto .
                                                 45 WERNER JAEGER , Paideia. Los ideales de la cultura griega ; versión española de Joaquín Xirau y Wenceslao Roces, México, 1944, Tomo II, p. 30. 
 Hemos llegado hasta el más sabio y el más justo de los hombres. Sócrates se dispone a reanudar la conversación que volverá a escucharse siempre de nuevo, con la misma insistencia del sol que sale en cada nuevo amanecer. Pensar es como haber pensado ya; el mismo ser, la misma verdad, la misma belleza y las misma justicia reaparecen eternamente en el escenario fugaz y ensombrecido de los hombres para despertar en su alma la nostalgia y el anhelo de su divino origen. Como era de esperarse, Sócrates se dirige al mejor dotado y al más satisfecho y ya se prepara para intervenir triunfalmente en la vida pública. Sócrates lo reconoce a pesar del tiempo transcurrido desde sus días mortales y empieza por enfrentarlo, una vez más, con su propia imagen. 
SÓCRATES . - Tú crees no necesitar de nadie, tan generosa y liberal ha sido la naturaleza contigo, comenzando por el cuerpo y concluyendo con el alma. En primer lugar, te crees el más hermoso y el más bien formado de los hombres [...] En segundo lugar, tú te crees pertenecer a una de las más ilustres familias de Atenas [...] y tienes el principal apoyo en tu tutor, Pericles, cuya autoridad es tan grande que hace lo que quiere no sólo en esta ciudad, sino en toda la Grecia [...] Podría hablar también de tus riquezas, pero en este punto no eres orgulloso [... ] 46 . 
Y después de descubrirle sus ambiciosos y apremiantes proyectos, con motivo de la inminente presentación de Alcibíades ante la Asamblea de los atenienses. Sócrates le inquiere acerca de lo que se propone discurrir públicamente y si es cosa que sabe mejor que sus oyentes. Alcibíades le anuncia que se ocupará de la ciencia de lo justo y de lo injusto. Sócrates, alarmado ante tanta audacia, le pregunta: 
SÓCRATES . -¿De quiénes has aprendido esa ciencia?, habla Alcibíades. ALCIBÍADES . – Del pueblo. SÓCRATES . – Mal maestro me citas 47 . 
Claro está que el pueblo puede ser maestro, por ejemplo, del habla común, del lenguaje cotidiano que empleamos en la vida de relación y en la economía de la vida. Los nombres comunes más bien que significar el ser, indican las cosas por su uso posible; son parte de un lenguaje pragmático que opera en el campo de la percepción externa. 
SÓCRATES . – ¡Qué! ¿Todo el pueblo no conviene en el significado de estas palabras: una piedra, un bastón ? Interroga a todos los griegos; ellos te responderán la misma cosa, y cuando
                                                 46 Alcibíades , 104 a-c. 47 Alcibíades , 110 e.
le pidan una piedra o un bastón, todos se dirigirán a los mismos objetos, y así de todos los demás 48 . 
Lo importante es que el pueblo puede ser un maestro recomendable de la lengua, porque está de acuerdo consigo mismo y no disiente jamás acerca del significado común de los nombres comunes . Y hasta puede ser un buen maestro del lenguaje poético , si es un verdadero pueblo y no una plebe urbana y cosmopolita, una masa amorfa de gentes mezcladas y advenedizas. Es que un verdadero pueblo, solidario de una antigua y venerable tradición, conservador de usos y costumbres, posee en materia de lenguaje, la condición indispensable del maestro: la identidad consigo mismo . Con todo, no debemos exagerar la importancia del magisterio popular, aún en asuntos que le conciernen, si nos atenemos al espectáculo contemporáneo de pueblos anarquizados por los dogmas y las constituciones liberales, divididos por el egoísmo de los individuos, de las clases y de los partidos políticos; plebes más bien que pueblos donde “el hombre se ha convertido en un sin patria que duda de todas las ideas y de todas las costumbres.49 ” Tan sólo la más repugnante demagogia bolchevique podía inspirar la indigna sentencia que se declama en las plazas públicas: “El pueblo tiene razón hasta cuando se equivoca.” Sócrates, enemigo implacable de toda forma de adulación de la multitud, le pregunta decisivamente a nuestro Alcibíades: 
SÓCRATES . - Pero si en lugar de querer saber lo que significa la palabra hombre o caballo, quisiéramos saber si un caballo es bueno o malo, ¿el pueblo sería capaz de enseñárnoslo? 50 
Alcibíades contesta negativamente y enseguida debe convenir en que si el pueblo es incapaz de juzgar sobre los caballos mejores y peores, mucho menos puede saber y enseñar acerca de lo que es justo e injusto, es decir, de lo mejor y de lo peor para los hombres. Y la prueba es que se trata de cosas sobre las que el pueblo no consigue ponerse de acuerdo consigo mismo jamás, pese a la importancia que revisten para su existencia; se divide en las más violentas disputas y oscila ente las opiniones más contradictorias. Apremiado por certeras preguntas, Alcibíades advierte que sus respuestas sucesivas se contradicen hasta el punto de temer que ha perdido la razón ya que   
SÓCRATES . - [...] las cosas le parecen tan pronto de una manera, tan pronto de otra 51 . 
                                                 48 Alcibíades , 111 c. 49 Cf. FRIEDRICH NIETZSCHE , De la utilidad y los inconvenientes …, o. c.   50 Alcibíades, 111 d. 51 Alcibíades , 127 d.
 Sus fluctuaciones en las respuestas sobre lo justo y lo injusto, sobre lo honesto y lo deshonesto, sobre lo bueno y lo malo, sobre lo útil y lo perjudicial, lo llevan a la certidumbre de su ignorancia. Y comprende algo más importante todavía. Los errores y las faltas obran consecuencias que pueden llegar a ser funestas en la vida de los pueblos y de los hombres; por cuya eficacia negativa asumen la forma de la culpa. Y quienes incurren en falta culpable no son los que saben las cosas, tampoco quienes las ignoran y dejan el negocio a otros; son aquellos que no las saben pero creen saberlas y se ponen a dirigirlas . No se puede leer sin experimentar cierta repugnancia las palabras iniciales del “Discurso del Método” de Descartes: “El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo 52 .” He aquí un ejemplo típico de adulación a la multitud, análoga a la sentencia vergonzosa que justifica sus mayores errores y sus extravíos más insensatos. Sócrates condena inexorable la más mínima concesión a esa ignorancia temeraria , sea de un individuo o de la multitud, porque la considera la más vergonzosa y la causa de todos los males. Y concluye que esta audacia del que cree saber lo que no sabe cuando se aplica a cosas de grandísima trascendencia obra los efectos más terribles : 
SÓCRATES . - Mi querido Alcibíades, estás sumido en la peor ignorancia, como lo acreditan tus palabras y como lo atestiguas contra ti mismo. He aquí por qué te has arrojado como un cuerpo muerto, en la política, antes de recibir instrucción. Y tú no eres el único a quien sucede esta desgracia, porque es común a la mayor parte de los que se mezclan en los negocios de la República. 53 
Alcibíades al igual que todos los jóvenes ciudadanos que aspiran a una función de mando en la República –educadores, militares, magistrados, gobernantes-, si no se entregan a la adulación y se dejan corromper por el pueblo, deberán seguir el consejo de Sócrates y obedecer al precepto que está escrito en el frontispicio del templo de Delfos: Conócete a ti mismo . Conócete a ti mismo, quiere decir conocer la esencia del hombre, lo que es en sí mismo; significa que el conocimiento de la naturaleza humana es el principio mismo de la acción política; o mejor, de una política conforme a la razón y a la justicia. De ahí que la Metafísica o Filosofía primera sea el fundamente necesario de la Política. Hemos visto que la acción útil o el uso de las cosas elevado a la perfección de una técnica científica tiene su fundamente en la ciencia exacta y experimental de los fenómenos que deja de lado su esencia y considera exclusivamente su determinación espacial y sus efectos sensibles. Una matemática universal en lugar de la Metafísica, es el principio de la técnica: se comprende que así sea                                                  52 RENATO DESCARTES , Discurso del método , I. Sin datos respecto de la versión consultada por el autor. 53 Alcibíades , 118 b-c. 
puesto que las cosas exteriores son enfocadas y tratadas en función de fines humanos, en cierto modo extraños a ellas mismas aunque deba tenerse en cuenta las condiciones de su uso y aprovechamiento. Desde el punto de vista de la ciencia exacta y experimental no interesan por lo que son en sí mismas, sino por el partido que se puede sacar de ellas. ¿Pero una acción relativa al hombre mismo, una acción que interesa a su vida y a su destino en el orden social o personal, puede fundarse en un saber externo y circunstancial del hombre? ¿Puede aquella matemática universal constituirse en el fundamente de la política y de la moral? Sócrates responde que no; rotundamente no. Es un tremendo error y una extrema inmoralidad tratar al hombre como si fuera una cosa externa, una cosa para usar. Intentarlo, como se ha hecho reiteradamente, es un caso típico de la peor y más vergonzosa ignorancia; aquella que Sócrates denuncia magistralmente: la ignorancia del que cree saber lo que no sabe. Es preciso escuchar el consejo Socrático e interpretar adecuadamente el precepto que se lee en el frontispicio del templo de Delfos: se trata del conocimiento de la esencia misma del hombre, de su alma racional, el hombre interior , como dice Santo Tomás. Volveremos todavía sobre Alcibíades.                         
 

LECCIÓN VI
Alcibíades ha comprendido su lamentable y vergonzosa situación a pesar de la triunfal apariencia. Nada de lo mucho magnífico y envidiable que posee – la belleza física, la familia ilustre, la gran fortuna, el favor del poderoso- le sirve fundamentalmente para asumir la responsabilidad del comando político y llegar a merecer bien de la República. Todos estos bienes están en él, le pertenecen en propiedad y participan de su existencia real y concreta, pero no son el ser mismo de Alcibíades, su esencia, aquello por lo cual es lo que es: un hombre libre, el ciudadano de la primera Ciudad del mundo. Y esa misma esencia del hombre es también el principio y el principal sostén de la República. Por ello es que la unidad y la concordia de la República reflejan fielmente la unidad y la concordia del ciudadano consigo mismo; y cuando la división y la contradicción anarquizan la vida de la República, es que el ciudadano se debate en la confusión de las ideas y en el desorden de las pasiones inferiores. Alcibíades conoce ahora se extrema indigencia espiritual; hasta qué punto se ha enajenado y se agita fuera de sí; extraviado hasta en las cosas que son suyas, pero que no posee verdaderamente porque no están referidas a sí mismo. Desde la conciencia de su ignorancia ha comenzado a recuperar su propio ser; ha comenzado a conocerse y a vivir desde sí mismo. Una belleza nueva, más pura y más perfecta, florece en su alma que comprende; y la belleza corporal que estaba en él como una apariencia extraña y vacía, se colma de significación y de un prestigio realmente divino por obra de esa belleza nueva y propia de la Sabiduría que lo transfigura en expresión suya. El mejor ser del hombre, el alma inteligente y libre, levanta hasta la altura de su acto a las potencias inferiores y al mundo material y externo, les imprime el sello de su inmaterialidad y los convierte en signos y en símbolos del espíritu. Alcibíades se dirige al maestro de ciencia y de conducta; le suplica su ayuda para la interpretación cabal y completa del precepto de Delfos: 
ALCIBÍADES . - Puedes explicarme, Sócrates, ¿cuál es el cuidado que debo tomar de mí mismo? Porque me hablas, lo confieso, con más sinceridad que ningún otro 54 . 
He aquí la tarea más ardua, el más difícil conocimiento para todos nosotros que hemos crecido en el silencio de las voces áticas del tiempo clásico que no pasa , como pasó la edad de bronce y como pasará la edad atómica. Todo está confundido con todo. Todo está mezclado con todo en cada uno de nosotros y en la plaza pública. Hace mucho tiempo que hemos apartado de la vida del alma y de la República el espíritu que medita en su propia esencia.
                                                 54 Alcibíades , 127 e. 
Desde generaciones venimos haciendo un uso casi exclusivamente pragmático del pensamiento y del lenguaje. Se trata de distinguir ; se trata de alcanzar la última distinción de nuestro ser, “la más perfecta porque es la más determinada 55 ”, como enseña Santo Tomás. Y desde esta última diferencia que es el principio del ser específico, la real identidad y la verdadera razón de ser de nosotros mismo, considerar las otras diferencias más comunes y genéricas que sólo integradas en aquella participan de la esencia. Un equívoco frecuente en el día de hoy como en la Atenas de los sofistas y de los demagogos, es estar convencidos y creer firmemente que no dedicamos a nosotros mismos sin advertir que en realidad estamos ocupados en otra cosa. Es el momento de preguntarse si el hombre se dedica a sí mismo, al logro de su mejor ser, cuando atiende a cosas que son suyas o le conciernen muy de cerca. La gimnasia y el deporte, cuya importancia nadie desconoce, cuidan de nuestro cuerpo pero no de nosotros mismo. El cultivo de las ciencias exactas y empíricas, así como la preparación manual y técnica, se ocupan de cosas relativas a nuestro cuerpo pero no tienen en cuenta lo que íntimamente somos ni el fin de la existencia. Por ello es que Sócrates concluye necesariamente: 
SÓCRATES . - Cuando tienes cuidado de las cosas que son tuyas, no tienes cuidado de ti mismo 56 . 
De donde se sigue todavía que podemos mejorar las cosas que nos pertenecen, incluso el propio cuerpo que es parte sustancial pero inferior y subordinada, sin hacernos mejores a nosotros mismos, sin perfeccionar a nuestro propio ser . Claro está que el deporte o el vestido, tanto como la medicina o la mecánica, no sólo pueden, sino que deben estar referidos, en última instancia, a lo que el hombre es y al fin para que existe. Es lo que correspondería denominar la exigencia teológica y metafísica de la vida humana; en rigor, se trata del acabado cumplimiento del precepto que se lee en el frontispicio del templo de Delfos: “Conócete a ti mismo.” La dificultad es grande pero tenemos que proseguir la búsqueda sin descanso, guiados por la palabra señera e irresistible del maestro: 
SÓCRATES . - ¡Ánimo, pues! ¿Por qué medio encontraremos la esencia de las cosas hablando en general? Siguiendo este rumbo sabremos bien pronto lo que somos, ya que si ignoramos nuestra esencia, nos ignoraremos siempre a nosotros mismos 57 . 
Es evidente que quien se sirve de una cosa determinada se distingue de ella y a ella se sobrepone. Así por ejemplo, no sólo me distingo de la estilográfica con la cual estoy escribiendo, sino que lo que yo soy en mí mismo es
                                                 55 Cf. Summa Theologiae I, q 75, a 7, ad 2: “[…] differentia specifica ultima est nobilísima, inquantum est maxime determinata”. 56 Alcibíades , 128 d. 57 Alcibíades , 129 b.
cosa muy distinta de esta mano mía que conduce a la estilográfica sobre el papel. El hombre posee en virtud de lo que es “una razón y la mano que es el órgano de los órganos”; pero la mano y el cuerpo que integra, constituyen la parte instrumental del compuesto que el hombre es, subordinada y dirigida por la que es principal y dirigente: el alma racional . Si bien “conviene a la esencia del alma estar unida a un cuerpo 58 ”, apto para servir de órgano al sentido, a la acción y a la expresión del alma; ésta es el principio y el fin de la vida del cuerpo. El alma racional es lo que es por ella misma; el cuerpo es por el alma que lo anima. El alma racional vale por sí misma; el cuerpo vale por el alma y es perfeccionado por ella. La unión del alma con el cuerpo se realiza en vista del alma, para su exclusivo beneficio y para su plenitud existencial; y por ello es que “el ser del compuesto todo entero es igualmente el ser del alma59 ” (S. Tomás: Ibidem): un solo y único ser. Y por esta razón también el alma es más ella misma, su pura esencia, en el acto de comprender ; aquí opera como un principio separado del cuerpo e impasible frente a las pasiones que sufre por su unión con el cuerpo. De tal modo que si bien el hombre es realmente una sustancia compuesta de alma y cuerpo, esta unión necesaria no anula ni compromete siquiera el pleno valor espiritual del alma, a menos que ella no sea lo que debe ser y se degrade hasta ser humillada y arrastrada por su inferior. Estas consideraciones previas nos permitirán interpretar adecuadamente la parte decisiva del diálogo entre Sócrates y Alcibíades que escucharemos a continuación: 
SÓCRATES . – ¿Pero estamos conformes en que el alma manda al cuerpo? ALCIBÍADES . – Lo estamos. SÓCRATES . – ¿El cuerpo se manda a sí mismo? ALCIBÍADES . – No, ciertamente. SÓCRATES . – Porque hemos dicho que el cuerpo es el que obedece. ALCIBÍADES . – Sí. SÓCRATES . – Luego no es lo que buscamos. ALCIBÍADES . – Así parece. SÓCRATES . – ¿Es el compuesto el que manda al cuerpo? ¿Y este compuesto es el hombre? ALCIBÍADES . –Podrá suceder. SÓCRATES . – Puesto que ni el cuerpo ni el compuesto del alma y cuerpo son el hombre, es preciso de toda necesidad, o que el hombre no sea absolutamente nada, o que el alma sola sea el hombre.
                                                 58 Cf. Summa Theologiae I, q 76, a 1, ad 6: “[…] secundum se convenit animae corpori uniri”.  59 Cf. Summa Theologiae I, q 76, a 1, ad 5: “[…] illud esse quod est totius compositi, est etiam ipsius animae”.
ALCIBÍADES . – Seguramente 60 . 
El alma sola es el hombre en el sentido con que Aristóteles dice que una cosa es, sobre todo, lo principal en ella. El alma sola es el hombre si tenemos presente que es un principio espiritual que es y vale por sí mismo; y que si tiene necesidad de un cuerpo para sentir y obrar y expresarse, la sensación, el movimiento y la voz tocados por la inmaterialidad de la inteligencia y de la voluntad se convierten en síntomas del espíritu; anulan su opaca corporeidad para revestirse de la luminosidad, la dignidad y la gracia de la presencia dominadora del espíritu. 
SÓCRATES . – Dijimos antes que era preciso, en primer lugar, conocer la esencia de las cosas generalmente hablando; y en lugar de esta genérica esencia, nos hemos detenido a examinar la esencia de una cosa particular y quizá esto baste, porque no podremos encontrar en nosotros nada que sea más que nuestra alma 61 . 
El que nos manda conocernos a nosotros mismo, nos manda conocer el alma; y, en primer término, aquella parte superior donde se mira a sí misma como en un cristal puro e intacto: aquella actividad suya que la manifiesta como un alma que entiende y que ama. 
SÓCRATES . - Mi querido Alcibíades [...] el alma para verse ¿no debe mirarse en el alma misma y en esa parte donde reside toda su virtud que es la sabiduría, o en cualquier otra cosa a la que esta parte del alma se parezca en cierta manera? [...] En esa parte del alma, verdaderamente divina, es donde tiene que mirarse y contemplar allí todo lo divino, es decir, Dios y la Sabiduría, para conocerse a sí mismo perfectamente 62 . 
Conocer a Dios y a la Sabiduría quiere decir conocer las esencias, las formas y los tipos fijos e inmutables; y en ellos vislumbrar la Esencia de las esencias, la Forma de las formas, el Modelos de los modelos. Sin este conocimiento de Dios por imperfecto que sea y sin el conocimiento del alma, no se puede juzgar adecuadamente lo que está en nosotros, ni tampoco las cosas relativas a lo que nos pertenece. Estos conocimientos están ligados entre sí y en dependencia jerárquica; un solo y mismo arte se ocupa esencialmente de ellos. El término de toda medida es, pues, Dios y la Sabiduría del alma que se conoce a sí misma. De donde deriva el sentido de la proporción ; la verdad acerca de cualquier orden de cosas es siempre asunto de proporción. “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y aquí te buscaba yo; y deforme como era, me                                                  60 Alcibíades , 130, a -b-c. 61 Alcibíades , 130 d. 62 Alcibíades , 133 b – c
arrojaba sobre estas cosas hermosas que tú has creado. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Teníanme lejos de Ti aquellas cosas, que si no estuvieran en Ti, no serían 63 ”  Finalmente quien no conoce las cosas que están en Él o que se le relacionan desde fuera, porque no conoce lo que Dios es y lo que es el alma, tampoco conocerá las que pertenecen a otros. 
SÓCRATES . – No conociendo las cosas que pertenecen a los demás no pueden conocerse las del Estado [...] Y si no sabe lo que hace ¿es posible que no cometa faltas? 64 
Si ese hombre que padece la peor y más vergonzosa de las ignorancias, interviene en los negocios de la República, provocará los mayores males y comprometerá decisivamente la suerte de su Patria. El primer deber de Alcibíades es alcanzar la virtud a través del conocimiento de sí mismo. Sócrates espera que persevere en este propósito pero teme con fundados temores, que los ejemplos que dominan en la República, terminen por apartarle y perderlo definitivamente.              
                                                 63 SAN AGUSTÍN , Confesiones X, 27, 38. 64 Alcibíades , 133 e – 134 a.