martes, 3 de octubre de 2017

Impacto a nivel mundial y significado de la Correctio filialis

Impacto a nivel mundial y significado de la Correctio filialis

La corrección filial que han dirigido al papa Francisco más de 60 estudiosos católicos y pastores de la Iglesia ha tenido un impacto extraordinario en todo el mundo. No ha faltado quien ha tratado de minimizar la iniciativa afirmando que el número de firmantes «es reducido y marginal».


Pero si la iniciativa es irrelevante, ¿cómo es que las repercusiones han sido tan amplias en todos los medios de los cinco continentes, incluidos los de países como Rusia y China? Una búsqueda en Google News, recuerda Steve Skojec en Onepeterfive ha dado como resultado más de 5.000 noticias, en tanto que el sitio www.correctiofilialis.org ha registrado más de 100.000 visitas en  48 horas.
La adhesión a través de dicho sitio sigue abierta, aunque sólo serán visibles algunas firmas. Hay que reconocer que el motivo de semejante eco a escala mundial es uno solo: se puede hacer como si la verdad no existiera, se la puede proscribir, pero cuando se la manifiesta con claridad tiene una fuerza intrínseca y está destinada a difundirse. El mayor enemigo de la verdad no es el error, sino la ambigüedad. La difusión de los errores y herejías en la Iglesia no se debe a la fuerza de dichos errores, sino al silencio culpable de quienes deberían defender con el rostro descubierto la verdad del Evangelio.
La verdad proclamada por la corrección filial es que el papa Francisco, mediante una larga serie de palabras, actos y omisiones, «ha apoyado, directa o indirectamente, y propagado dentro de la Iglesia (con un grado de conciencia que no buscamos juzgar, tanto por oficio público como por acto privado las siguientes proposiciones falsas y heréticas»; al menos son siete. Los firmantes insisten respetuosamente para que el Papa «rechace públicamente estas proposiciones, realizando así el mandato de Nuestro Señor Jesucristo dado a San Pedro y a través de él a todos sus sucesores hasta el fin del mundo: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cundo hayas vuelto, confirma a tus hermanos”».
Hasta el momento no habido ninguna respuesta a la corrección, sólo torpes tentativas de descalificar o dividir a los firmantes, concentrando los tiros sobre algunos de los más conocidos, como el expresidente del Instituto para las Obras de Religión Ettore Gotti Tedeschi. En realidad, como declaró el propio Gotti Tedeschi en una entrevista concedida a Marco Tosatti el 24 de septiembre, los autores de la Correctio han realizado un acto de amor a la Iglesia y al Papado.
Tanto Gotti Tedeschi como otro ilustre firmante, el escritor alemán Martin Mosebach, fueron aplaudidos el pasado 14 de septiembre en el Angelicum por un público constituido por más de 400 sacerdotes y laicos, entre ellos tres cardenales y varios obispos, con motivo del encuentro conmemorativo del décimo aniversario del motu proprio Summorum Pontificum. Otros dos firmantes, los profesores Claudio Pierantoni y Anna Silva, expresaron las mismas ideas de la Correctio en un encuentro sobre el tema “Fare chiarezza” (aclarar las cosas), convocado el 23 de abril por la Nuova Bussola Quotidiana, con el apoyo de otros purpurados, entre ellos el difunto cardenal Carlo Caffarra.
Muchos otros firmantes del documento ejercen o han ejercido cargos destacados en instituciones eclesiásticas. Otros son eminentes catedráticos. Si al interior del mundo católico los autores de la Correctio estuvieran aislados, su documento no habría tenido el eco que ha tenido.
La Correctio filialis no es sino la punta de un inmenso iceberg de descontento por la desorientación que impera actualmente en la Iglesia. Unos 900.000 firmantes de todo el mundo dirigieron en 2015 una súplica filial al papa Francisco, y una declaración de fidelidad a la enseñanza inmutable de la Iglesia en relación con el matrimonio presentada en 2016 por 80 personalidades católicas reunió 35.000 firmas. Hace un año, cuatro cardenales expresaron sus dudas sobre la exhortación Amoris laetitia.
Mientras tanto, escándalos económicos y morales socavan el pontificado de Francisco. El vaticanista estadounidense John Allen, que no se puede considerar inclinado al tradicionalismo, puso de relieve en Crux el pasado 25 de septiembre lo difícil que se ha vuelto mantener su postura en estos días. Entre las acusaciones más ridículas a los firmantes del documento está la de ser «lefebvrianos», porque entre las firmas aparece la del obispo Bernard Fellay, superior de la Fraternidad San Pío X.
La adhesión de monseñor Fellay a un documento de este género es un acto histórico que aclara sin sombra de equívocos la postura de la Fraternidad con respecto al nuevo pontificado. Pero «lefebvrismo» es un vocablo que para los progresistas cumple la misma función que la palabra «fascismo» para los comunistas en los años setenta: desacreditar al adversario sin discutir las razones. La presencia de monseñor Fellay es, no obstante, tranquilizadora para todos los firmantes de la Correctio. ¿Quién va a imaginar que el Papa no vaya a tener con ellos la misma comprensión y benevolencia que ha manifestado en los últimos dos años a la Fraternidad San Pío X?
Bruno Forte, arzobispo de Chieti y ex secretario especial del Sínodo de los obispos sobre la familia, ha declarado que la Correctio supone «una actitud prejuiciosa y cerrada hacia el espíritu del Concilio Vaticano II, tan profundamente encarnado por el papa Francisco» (Avvenire, 26 de septiembre de 2017). El espíritu del Concilio Vaticano II, encarnado por el papa Francisco, escribe a su vez monseñor Giuseppe Lorizio, en el mismo diario de la Conferencia Episcopal Italiana, consiste en la primacía de la pastoral sobre la teología, o sea, en la subordinación de la ley natural a la experiencia de vida porque –explica– «la pastoral comprende e incluye la teología», y no viceversa. Monseñor Lorizio enseña teología en la misma facultad de la Universidad Laterana de la cual era decano monseñor Brunero Gherardini, fallecido el pasado 22 de septiembre, en vísperas de la Correctio, que no pudo firmar debido a su precaria salud.
El gran exponente de la escuela teológica romana mostró en sus últimos libros las desgraciadas consecuencias a las que nos lleva la primacía de la pastoral proclamada por el Concilio Vaticano II y propagada por sus hermeneutas ultraprogresistas, entre ellos el propio Forte y el improvisado teólogo Massimo Faggioli que, junto con Alberto Melloni, se están distinguiendo por sus inconsistentes ataques a la Correctio. Monseñor Forte añadió en Avvenire que l documento no pueden adherirse «quienes son fieles al sucesor de San Pedro, en el cual reconocen al pastor que dio el Señor a la Iglesia como guía para la comunión universal. La fidelidad siempre se dirige al Dios viviente, que actualmente habla en la Iglesia a través del Papa».
Por tanto, hemos llegado al extremo de calificar al papa Francisco de «Dios viviente», olvidando que la Iglesia está fundada sobre Jesucristo, y que el Papa es su representante en la tierra, no el divino propietario. El Papa no es, como ha escrito acertadamente Antonio Socci, un «segundo Jesús» (Libero, 24 de septiembre de 2017), sino el 266º sucesor de San Pedro. Su misión no consiste en cambiar ni mejorar las palabras de Nuestro Señor, sino en custodiarlas y transmitirlas del modo más fiel posible. En caso contrario, los católicos tienen el deber de amonestarlo filialmente, imitando el ejemplo de lo que hizo san Pablo con San Pedro, el príncipe de los Apóstoles (Gál. II, 11).
Algunos se han sorprendido de que los cardenales Walter Brandmüller y Raymond Leo Burke no hayan firmado el documento, ignorando, como destaca Rorate Coeli, que la Correctio de los sesenta firmantes tiene un carácter puramente teológico, mientras que la de los cardenales, cuando se realice, tendrá una autoridad y alcance muy diferentes, incluso en el plano canónico. La corrección del prójimo, prevista en el Evangelio y en el Código de Derecho Canónico vigente, en su artículo 212 párr. 3, puede expresarse de diversas maneras. «Este principio de corrección fraterna en la Iglesia –declaró recientemente monseñor Atanasius Schneider en una entrevista concedida a Maike Hickson– ha regido en todos los tiempos, incluso con relación al Papa, y por tanto debería ser igual de válido hoy en día. Desgraciadamente, en nuestros tiempos, todo el que se atreve a decir la verdad –aunque lo haga manteniendo el respeto a los pastores de la Iglesia– es tildado de enemigo de la unidad, como le pasó a San Pablo, que afirmó: “¿Me he hecho enemigo vuestro por deciros la verdad?” (Gál. 4,16)».
Roberto de Mattei
(Traducido por J.E.F)