Homilía de Navidad (1964) (Repost) –
P. Leonardo Castellani
La
maravilla de Navidad no es que Dios se haya hecho Niño – aunque eso nos
enternece – sino que se haya hecho hombre: ése es el misterio. Tal como aparece
aquí, es un Niño, no puede hacer daño a nadie, es débil y amable: “apareció la
benignidad y la humanidad de Dios – dice San Pablo; “tanto amó Dios al mundo
que le dio a su Hijo Unigénito, no para que juzgue sino para que salve al
mundo” – dice San Juan. “Dios podía salvar a los hombres de varias maneras;
pero en ninguna tanto como ésta podía mostrar su amor a los hombres” – dice
Santo Tomás.
Un poeta griego dijo que estar enamorado y tener
seso, eso no puede ser, anoser en Dios. Pero aquí parecería que Dios también
cayó en la volteada, pues nos amó con locura, dice San Pablo: “propter
nimiam caritatem suam qua dilexit no” – o sea, por la caridad loca
con que nos amó (Ef.2,4). Ese es el misterio.
Cuando nace, ya es un hombre santo; se verifican en
él todas las Bienaventuranzas que más tarde había de enseñar Él, como paradigma
de la santidad; incluso la bienaventuranza de la persecución, a cargo del Rey
Herodes: es manso y sumiso a todos, no sólo al Emperador de Roma sino a los
posaderos de Belén; es pobre repobre; llora, es puro de corazón, y es
pacificador como cantaron los ángeles. Todo lo que va a seguir hasta la Cruz se
deriva desto; y del estado del mundo cuando nació, el mundo caído, Israel
decaído. Si un sabio de Atenas o Roma hubiese estado allí con los Pastores, le
hubiese dicho: “Linda nación has venido a escoger para nacer: esta nación es
una historia viva de la decadencia. Hay algunos individuos buenos; pero la
nación como nación es una ignominia”. El Niño Dios hubiese contestado: “Lo que
me interesa son los individuos: por esos dos que están a mi lado, yo hubiese
nacido; y por el mismo Rey Herodes solo, hubiese muerto en la Cruz” -. Eso
parece un poco de locura. El pueblo no se engaña con sus pesebres y sus
crucifijos: en esas dos imágenes está indicado un amor incomprensible.
Los antiguos no comprendían el amor de Dios:
nosotros tampoco por supuesto, pero sabemos que existe. Los judíos comprendían
el temor de Dios; los griegos comprendían sólo el agradecimiento – y el temor –
a los dioses de la mitología, los cuales se amancebaban con los hombres y
mujeres mortales, no por amor sino por liviandad. Y los filósofos griegos no
creían posible el amor de Dios; por lo menos Aristóteles. Dios está demasiado
alto: el amor pide igualdad. Tenían un refrán que decía: “El amor
busca iguales”, “amor pares invenit”, al cual San
Agustín agregó dos palabras volviéndolo cristiano: “aut facit”, ¡o los hace!
“El amor busca iguales o los hace”. Así Dios comenzó por igualarse a los
hombres haciéndose hombre “nacido de mujer, nacido bajo la Ley”,
y después trató de igualarnos con Él, levantándonos al amor divino por medio de
la gracia, hasta llevarnos a la unión perfecta con la Deidad; pues “seremos
semejantes a Él porque Le veremos tal cual es” dice el Evangelista
del Amor (I Jn.3,2). Pero desde el instante del Bautismo comienza en el hombre
ese proceso de asimilación a Dios; cuya continuación está en nuestras manos y
también puede fracasar; y eso es tremendo. Porque ese amor es inmenso, perderlo
para siempre es tremendo. El Infierno no es más que un amor perdido, rechazado.
Por eso dice un villancico español:
“Si
dese temblar de Dios
Yo
también la causa fui
¡Mi
Dios! ¿qué será de mí
Cuando
yo tiemble y no Vos?
En fin, hoy no hay que acordarse del Infierno,
aunque Herodes, que es el Infierno, anda cerca. “Gloria a Dios en lo alto y paz
en la tierra a los hombres de fe” – que ése es el cántico de los ángeles: “tées
eudokías”: no dice “de buena voluntad” sino de buena doctrina, de fe: “paz
a los bienaventurados” (Lc.1,14): ésa es la palabra.
Para el amor se precisan dos. El Hijo de Dios se
preparó un amor para cuando naciera, el amor más común, más barato y más
seguro, una madre – una familia; también un padre postizo; al cual Dios Padre,
que lo nombró su representante, le dio corazón de Padre. El amor de Dios es
difícil, hay que empezarlo por lo más fácil, que es el amor de familia; porque
e agradecimiento es más fácil y el temor a Dios todavía más, pero el amor de
Dios es como subir al Aconcagua pasando antes por todos los faldeos. Y así hizo
Cristo, acogiendo en sí todos los amores humanos, - contra lo que dice dél el
“el negro gordo”, o sea nuestro poeta Pedro B. Palacios, Almafuerte:
“Corazón
cuyo amor intangible
Sin
ningún otro amor se dilata,
Cual
se estrellan y esfuerzan flexibles
Sin
lograr abatir la muralla,
Ya
tenemos, ya febles, ya locos,
Bramando
y silbando los vientos que pasan.
La
invasora legión de cariños
Que a
la vida real nos amarra
No
logró reducirlo, siquiera,
Ni al
sacro materno dogal de la patria.
Ni
arrancó la mujer a sus labios
Nada
más que un feliz epigrama
Y a
sus pies en la Cruz, su madre olvidada…
Jesús
de Galilea
Para
mí no eres Dios,
Eres
sólo una idea
De la
que corro en pos…
Esto es poesía de negro gordo. Almafuerte no era
negro, era blanco y flaco, pero como decía Ramón Doll: “hay negros de todos
colores”. (Una vez Ramón Doll estaba hablando de un individuo y lo nombraba a
cada momento; “El gallego ese”. Y le dijeron: “¡Qué gallego! Si ése no nació en
Galicia, nació en la Boca”. Y él retrucó: “¿Y qué tiene que ver? Hay gallegos
de todas las nacionalidades”).
Contra lo que cree el negro blanco, Cristo acogió en
su corazón todos los amores. ¿Y el amor carnal? Saltó ese amor, porque no lo
necesitaba para llegar a la caridad, pero se guardó muy bien de condenarlo o
denigrarlo, como hicieron y hacen después de él mucho filósofos y herejes. El
amor carnal existe ¡cómo! Y se convierte o bien en caridad o bien en calamidad.
Ese es su destino. Por suerte casi siempre o la mayoría de las veces se
convierte en caridad, o sea, en amistad conyugal, que dice Aristóteles es la
más firme de todas las amistades (la mayoría de las veces creo yo; no sé bien
cómo anda el mundo). Cristo no podía atarse a la amistad conyugal, a una mujer,
un hogar, unos hijos, porque tenía algo difícil que hacer y poco tiempo para
hacerlo; pero algunas mujeres o alguna mujer tuvo hacia él no sólo amistad
filial sino amistad conyugal –. Y él con una mujer se portó como un caballero
andante – como Don Quijote con Dulcinea – si no es irreverencia.
Así que “tanto amó Dios al mundo”, con una caridad
de chiflado, que le dio su Hijo Unigénito para que salvara al mundo – con el
Amor rectificado y santificado.
Leonardo
Castellani – “Domingueras Prédicas” Ed. Jauja. Págs.
317-322
Nacionalismo Católico San Juan Bautista