El aspecto exterior: ¿es el reflejo del alma? Por Nicolás Márquez
Ojos caídos, rostro en trance, pelo
grasoso, ademanes vulgares, vestimenta prostibularia, tatuaje procaz y
siliconas prestas a competir con la pensadora Lía Crucet, fueron las
notas distintivas de la exhibición parlamentaria de la última semana.
Quiérase o no, la foto que ilustra estas líneas no es la de una sudorosa
murguera zapateando coreografía en algún carnaval de La Salada, sino el
de una Diputada del supuestamente Honorable Congreso la Nación
Argentina. Y la susodicha no es otra que Victoria Donda, impudorosa
dirigente que suele cacarear su voz chillona (que nos recuerda al
personaje “Catita” de Niní Marshall) por los pasillos más sórdidos y
descalificados de la partidocracia estable, siempre repitiendo
vulgarismos demagógicos cuando no reivindicando el homicidio montonero,
en el que otrora participaron sus violentos progenitores.
Lo cierto es que la bulliciosa Diputada a
lo largo de su pestilente militancia ha logrado reunir todos los
condimentos faciales, gestuales y estéticos propios no del legislador
disciplinado sino del disipado juerguista. Su porte resulta más cercano
al de una maloliente fumona clandestina antes que a la de una ascética
funcionaria de Estado. En suma, a Donda se la percibe más próxima a la
braguetera de wiskería portuaria antes que a una cultora del derecho
parlamentario.
Sin embargo, la tenebrosa apariencia que la aludida ostenta no nos confirmaría per se
que efectivamente ella participa en el plano personal de una vida
conforme los inimaginables hábitos que su talante sugiere. Pero su falta
de estilo sí nos indicaría que esta escotada bolchevique de burdel se
siente gozosa al exteriorizar una presencia estampillada por la
ramplonería y la trasnoche.
Pero
en el supuesto caso de que en su vida personal Donda sea una benemérita
dama y no todo aquello que ella misma insinúa ser, lo que sí queda en
evidencia es que la congresista se presenta ante la opinión pública de
ese desaliñado modo con la pretensión de congraciarse con un determinado
perfil de votante (el progre-populista), el cual sí se siente
consustanciado e identificado con este empaque emparentado con el vicio,
el lupanar, la vagancia y el enfieste.
Y no podría haber mayor caldo de
cultivo. La propensión a la insana relajación psico-física constituye un
éxodo en el que abrevan los espíritus débiles para no tener que
enfrentar la realidad, y es precisamente en este mercado signado por la
licencia y la pereza en donde la progredumbre electoralista hace
estragos. Desde hace varias décadas que la tónica del izquierdismo
moderno ostenta una indispuesta tendencia al utopismo no ya como
finalidad revolucionaria sino como escapismo de coyuntura (y las
adicciones facilitan en mucho la construcción de la fantasía y la
evasiva), placebo que cumple no otra función que el de ser un refugio
artificial para almas atormentadas e infértiles ¿Qué es sino progresismo
(racional o emocional) el desprecio por la armonía, la incomodidad ante
el orden, la aversión por la higiene, el desentendimiento por la
responsabilidad o el rechazo a la excelencia?
Que cada uno haga de su vida lo que le
plazca es un principio que debería respetarse a pie juntillas y desde
estas líneas abogamos porque se siga respetando: pero no deja de causar
una sana y legítima repugnancia que elementos humanos de tan
impresentable y roñoso perfil como el de la Diputada en cuestión, no
sólo cobren de los contribuyentes por legislar leyes que luego
interfieren en la comunidad política, sino que encima ocupen las bancas
de referencia no por designio de alguna injusticia astronómica sino del
voto popular, ante lo cual más que nunca cobra fuerza aquella máxima que
en su tiempo supo anotar el novelista Victor Hugo:
“Entre un gobernante que hace el mal y un pueblo que lo consiente, existe cierta solidaridad vergonzosa”
Y el votante argentino ha demostrado repetidas veces ser extremadamente solidario.