LITERATURA ANTINICENA. Continuación
Orígenes.
La escuela de Alejandría llegó a su
apogeo bajo el sucesor de Clemente, Orígenes, doctor y sabio eminente de
la Iglesia antigua, hombre de conducta intachable y de erudición
enciclopédica, uno de los pensadores más originales de lodos los
tiempos. Gracias al interés particular que le dedicó el historiador
Eusebio, poseemos más datos biográficos de su persona que de ningún otro
teólogo anterior. Eusebio consagra a Orígenes una gran parte del libro
sexto de su Historia eclesiástica. De no haberse perdido, las cartas de
Orígenes, que pasaban del centenar, habrían sido la mejor fuente de
información para conocer su personalidad. Afortunadamente, Eusebio, que
las recogió, las utiliza ampliamente en el bosquejo biográfico de
Orígenes. Estaríamos aún mejor informados si hubiera llegado
íntegramente hasta nosotros la apología que compuso en defensa de
Orígenes el presbítero Pánfilo de Cesárea. Comprendía cinco libros, a
los que Eusebio añadió uno más. Se conserva solamente el libro I en una
traducción latina de Rufino, que no ofrece muchas garantías. Por el
contrario, tenemos el Discurso de despedida que compuso Gregorio el
Taumaturgo al abandonar la escuela de Orígenes, documento importante
tanto para la vida personal de Orígenes como para su método de
enseñanza. Finalmente, Jerónimo menciona a Orígenes en su De viris
illustribus (54,62) y en una de sus cartas (Epist. 33); Focio lo hace
también en su Bibl. Cod. 118.
Según estas fuentes, Orígenes no era un
convertido del paganismo; era el hijo mayor de una familia cristiana
numerosa.
Nació probablemente en Alejandría el año 185 o hacia ese año.
Su padre, que se llamaba Leónidas, procuró darle una educación esmerada,
instruyéndole en las Escrituras y en las ciencias profanas; murió
mártir durante la persecución de Severo (año 202). Si su madre no
hubiese escondido sus vestidos, el joven Orígenes, en su ardiente deseo
del martirio, habría seguido la suerte de su padre. El Estado confiscó
su patrimonio y él tuvo que dedicarse a la enseñanza para ganar su
sustento y el de su familia. La famosa escuela de catecúmenos de
Alejandría se había disuelto a raíz de la huida de Clemente. El obispo
Demetrio confió entonces su dirección a Orígenes, que contaba a la sazón
dieciocho años de edad; había de ocupar este puesto durante mucho
tiempo. Atrajo a un gran número de discípulos por la calidad de su
enseñanza, pero también, como lo hace notar Eusebio, por el ejemplo de
su vida: “Tal como hablaba, vivía; y tal como vivía, hablaba. A esto se
debió principalmente el que, con la ayuda del poder divino, moviera a
innumerables discípulos a emular su ejemplo” (Hist. eccl. 6, 3,7).
Eusebio describe con viveza el ascetismo practicado por este Adamantius,
“hombre de acero,” como él le llama:
Perseveró durante muchos años en este
género de vida el más filosófico, ora ejercitándose en el ayuno, ora
cercenando algunas de las horas debidas al descanso, que tomaba, no
echado en una cama, sino sobre el duro suelo. Ante todo pensaba que se
debían observar fielmente aquellas palabras del Señor en el Evangelio
con que nos recomienda no tener dos vestidos, ni llevar sandalias, ni
pasar el tiempo preocupándonos por el futuro (Hist. eccl. 6,3,9-10).
Sabemos de la misma fuente que por este
tiempo (202-3), mientras enseñaba en Alejandría, Orígenes se castró a sí
mismo, interpretando en un sentido demasiado literal a Mateo 19.12
(ibid. 6,8,1-3).
Su carrera de profesor se puede dividir
en dos partes. Durante la primera, que va del año 203 al 231, Orígenes
dirigió la escuela de Alejandría y su prestigio fue siempre en aumento.
Tuvo discípulos que provenían incluso de los círculos heréticos y de las
escuelas paganas de filosofía. Al principio daba cursos preparatorios
de dialéctica, física, matemáticas, geometría y astronomía, así como de
filosofía griega y teología especulativa. Como esta carga le resultara
demasiado pesada, encargó a su discípulo Heraclas los cursos
preparatorios, reservándose la formación de los estudiantes más
adelantados en filosofía, teología y especialmente en Sagrada Escritura.
Este horario tan cargado no le impidió asistir a las lecciones de
Ammonio Saccas, el célebre fundador del neoplatonismo. La influencia de
éste se echa de ver en la cosmología y filosofía de Orígenes, así como
también en su método.
Orígenes interrumpió sus lecciones en
Alejandría para hacer varios viajes. Hacia el año 212 fue a Roma,
“porque deseaba ver la antiquísima Iglesia de los romanos” (Eusebio,
o.c. 6,14,10). Esto sucedía durante el pontificado de Ceferino; se
encontró allí con el más renombrado teólogo de la época, el presbítero
romano Hipólito. Poco antes del año 215 le hallamos en Arabia, adonde
había ido a instruir al gobernador romano, a petición suya. En otra
ocasión fue a Antioquía, invitado por la madre del emperador Alejandro
Severo, Julio Mamea, que deseaba oírle. Cuando Caracalla saqueó la
ciudad de Alejandría y mandó cerrar las escuelas y persiguió a los
maestros, Orígenes decidió marchar a Palestina, hacia el año 216. Los
obispos de Cesárea, Jerusalén y otras ciudades palestinenses le rogaron
que predicara sermones y explicara las Escrituras a sus respectivas
comunidades; él lo hizo, a pesar de que no era sacerdote. Su obispo,
Demetrio de Alejandría, protestó y censuró a la jerarquía palestinense
por permitir que un seglar predicara en presencia de obispos, cosa nunca
oída, según él. Aunque los obispos de Palestina lo negaron. Orígenes
obedeció la orden estricta de su superior de volver inmediatamente a
Alejandría. Para evitar que se repitieran en lo futuro dificultades
parecidas, el obispo Alejandro de Jerusalén y Teoctisto de Cesárea
ordenaron a Orígenes de sacerdote quince años más tarde, cuando pasó por
Cesárea camino de Grecia, adonde se dirigía, por mandato de su obispo, a
refutar a algunos herejes. Esto no hizo sino empeorar la situación,
porque Demetrio alegó esta vez que, según la legislación canónica,
Orígenes no podía ser admitido al sacerdocio por haberse castrado.
Quizás Eusebio esté en lo cierto cuando dice que “Demetrio se dejó
vencer por la fragilidad humana al ver cómo Orígenes iba de éxito en
éxito, siendo considerado por todos como hombre de prestigio y célebre
por su fama” (Hist. eccl. 6,8,4). Sea de ello lo que fuere, el hecho es
que Demetrio convocó un sínodo que excomulgó a Orígenes de la Iglesia de
Alejandría. Otro sínodo, el año 231, le depuso del sacerdocio. Después
de la muerte de Demetrio (232), volvió a Alejandría; pero su sucesor,
Heraclas, antiguo colega de Orígenes, renovó la excomunión.
Orígenes partió para Cesárea de
Palestina, y empezó así el segundo período de su vida. El obispo de
Cesárea hizo caso omiso de la censura de su colega de Alejandría e
invitó a Orígenes a fundar una nueva escuela de teología en Cesárea.
Orígenes la dirigió por más de veinte años. Fue allí donde Gregorio el
Taumaturgo pronunció su Discurso de despedida, al abandonar el círculo
de Orígenes. Según este valioso documento, seguía en Cesárea
prácticamente el mismo sistema de enseñanza que en Alejandría. Después
de una exhortación a la filosofía, a modo de introducción, venía el
curso preliminar que adiestraba a los estudiantes para la educación
científica mediante un ejercicio mental constante. El curso científico
comprendía la lógica y la dialéctica, las ciencias naturales, la
geometría y la astronomía, y al fin, la ética y la teología. El curso de
ética no se reducía a una discusión racional de los problemas morales,
sino que daba toda una filosofía de la vida. Gregorio nos dice que
Orígenes hacía leer a sus discípulos todas las obras de los antiguos
filósofos, a excepción de los que negaban la existencia de Dios y la
providencia divina.
.Hacia el año 244 volvió a Arabia, donde
logró curar de su monarquianismo al obispo Berilo de Bostra (Eusebio,
Hist. eccl. 3,33). Durante la persecución de Decio debió de sufrir
graves tormentos, porque Eusebio dice:
Las numerosas cartas que dejó escritas
este hombre describen con verdad y exactitud los sufrimientos que
padeció por la palabra de Cristo: cadenas y torturas, tormentos en el
cuerpo, tormentos por el hierro, tormentos en las lobregueces del
calabozo; cómo tuvo, durante cuatro días, sus pies metidos en el cepo
hasta el cuarto agujero; cómo soportó con firmeza de corazón las
amenazas de fuego y todo lo demás que le infligieron sus enemigos; cómo
acabó todo aquello, no queriendo el juez de ninguna manera sentenciarle a
muerte; y qué sentencias dejó, llenas de utilidad, para los que
necesitan consuelo (o.c. 6,39,5).
Murió en Tiro el año 253, a la edad de sesenta y nueve años, quebrantada su salud a causa de estos sufrimientos.
Después de su muerte, al igual que en
vida, Orígenes siguió siendo un signo de contradicción. Difícilmente
podría hallarse otro hombre que haya tenido tantos amigos o tantos
enemigos. Es verdad que incurrió en algunos errores, como veremos; pero
no se puede poner en duda que siempre quiso ser un cristiano creyente y
ortodoxo. Al comienzo de su principal obra teológoca dice él mismo: “No
se ha de aceptar como verdad más que aquello que en nada difiera de la
tradición eclesiástica y apostólica (De princ. praef. 2). El se esforzó
en seguir esta norma y al final de su vida la selló con su sangre.
Si comparamos sus ideas con las de
Clemente de Alejandría, parece a primera vista que no comparte la alta
estima que éste sentía por la filosofía griega. Jamás se encuentra en
sus escritos la frase que era familiar a Clemente: la filosofía griega
condujo hacia Cristo. En carta dirigida a Gregorio (el mismo que
pronunció aquel cálido discurso de despedida en su honor), Orígenes
exhorta a su antiguo discípulo a continuar en el estudio de las Sagradas
Escrituras y a considerar la filosofía griega solamente como una
asignatura preparatoria: “Ruégote que tomes de la filosofía griega
aquellas cosas que puedan ser conocimientos comunes o educación
preparatoria para el cristianismo, y de la geometría y astronomía lo que
pueda ser útil para la exposición de la Sagrada Escritura, a fin de que
lo que los discípulos de los filósofos dicen de la geometría, y música,
y gramática, y retórica, y astronomía, a saber, que son siervas de la
filosofía, podamos decirlo nosotros de la filosofía misma en relación
con el cristianismo” (13,1). Así, pues, Orígenes recalca más que
Clemente la importancia de la Sagrada Escritura. Sin embargo, Orígenes
cometió el error de dejar que la filosofía de Platón influyera en su
teología más de lo que él mismo sospechaba. Esta influencia le llevó a
errores dogmáticos graves, especialmente a la doctrina de la
preexistencia del alma humana. Otro escollo de su sistema fue la
interpretación alegórica. No es verdad que él viera en este método sólo
un medio para eliminar el Antiguo Testamento, por el cual, al contrario,
sentía la mayor estima. Es verdad, empero, que con este método
introdujo en la exégesis un subjetivismo peligroso, que lleva a la
arbitrariedad y al error. Por eso, sus doctrinas fueron pronto objeto de
discusión. Las disputas conocidas con el nombre de “Controversias
origenistas” se recrudecieron especialmente hacia los años 300, 400 y
550. En la primera, sus adversarios fueron Metodio de Filipos y Pedro de
Alejandría. Le defendió a Orígenes Pánfilo de Cesárea. La controversia
se mantuvo dentro de los límites del campo literario y no provocó
ninguna intervención eclesiástica oficial. La contienda fue más seria
hacia el 400, cuando su doctrina fue atacada por Epifanio de Salamis y
Teófilo, patriarca de Alejandría. Epifanio le condenó en un sínodo
celebrado cerca de Constantinopla, y el papa Anastasio en una carta
pascual. Finalmente, el emperador Justiniano I, en el concilio de
Constantinopla de 543, logró que se aceptara un documento que contenía
quince anatemas contra algunas de las doctrinas de Orígenes y que fue
luego firmado por el papa Vigilio (537-55) y por todos los patriarcas
(ES 203-211).
1. Sus Escritos.
Las controversias origenistas fueron la
causa de que haya desaparecido la mayor parte de la producción literaria
del gran alejandrino. Lo que queda se ha conservado, principalmente, no
en el texto griego original, sino en traducciones latinas. También se
ha perdido la lista completa de sus obras, que Eusebio añadió a la
biografía de su amigo y maestro Pánfilo. Según Jerónimo (Adv. Ruf.
2,22), que se sirvió de esa lista, el número de los tratados llegaba a
dos mil. Epifanio (Haer. 64, 63) calcula en seis mil sus escritos.
Conocemos solamente el título de ochocientos, por la lista que da
Jerónimo en su carta a Paula (Epist. 33). Orígenes no habría tenido
medios para publicar un número tan enorme de obras sin el apoyo de unos
amigos adinerados. Esta ayuda le vino principalmente de Ambrosio, a
quien había convertido de la herejía valentiniana; en la sala de
conferencias puso éste a disposición de Orígenes siete o más
estenógrafos, lo que le permitió dedicarse de lleno a sus actividades
literarias:
A partir de este momento, Orígenes empezó
a componer sus Comentarios a las divinas Escrituras; le instaba a ello
Ambrosio, no sólo alentándole con sus constantes exhortaciones, sino
también proveyéndole liberalmente de cuanto necesitaba. En efecto,
cuando dictaba, tenía a su disposición más de siete estenógrafos, que se
iban relevando a horas fijas, y otros tantos copistas, y además
muchachas expertas en caligrafía. Para todo lo cual Ambrosio
proporcionaba generosamente los medios necesarios (Eusebio, Hist. eccl.
6,23,1-2).
1. Crítica textual.
La mayor parte de la producción literaria
de Orígenes está consagrada a la Biblia, pudiendo ser justamente
llamado el fundador de la ciencia escriturística. Sus Exaplas (o sea una
Biblia séxtuple) constituyen el primer intento para establecer un texto
crítico del Antiguo Testamento. Fue una tarea inmensa, a la cual
Orígenes dedicó su vida entera. Dispuso en seis columnas paralelas el
texto hebreo del Antiguo Testamento en caracteres hebraicos; el texto
hebreo en caracteres griegos con el fin de determinar la pronunciación;
la traducción griega de Aquila, judío contemporáneo de Adriano; la
traducción griega de Símmaco, judío del tiempo de Septimio Severo; la
traducción griega de los Setenta y, finalmente, la del judío Teodocio
(hacia el 180). La obra crítica de Orígenes consistía en hacer en la
quinta columna, en la de los Setenta, ciertos signos que indicaban su
relación con el original hebreo. Así, el obelo ( ¸ ) significaba
adiciones; el asterisco (*) designaba lagunas, que debían colmarse con
el texto de alguna de las otras versiones, generalmente con la de
Teodocio. Según Eusebio, Orígenes publicó también una edición que
contenía solamente las cuatro versiones griegas, las Tétraplas,
probablemente para los escritos que carecían de original hebreo. En la
sección de las Exaplas dedicada a los salmos añadió tres versiones más,
con un total de nueve columnas, convirtiéndose así en Ennéaplas. De esta
obra colosal no quedan más que pequeños fragmentos. Según parece, la
obra no fue nunca copiada en su totalidad; durante siglos permaneció a
disposición de los eruditos en la biblioteca de Cesárea. Jerónimo la
consultó allí, y observa que éste fue el único ejemplar que vio en su
vida (Commentarioli in Ps., ed. Morin 5). La quinta columna, que
contenía el texto de los Setenta, fue reproducida muchas veces. Se
conserva una traducción siríaca casi completa, que data del siglo VI.
Sería, sin embargo, equivocado suponer, como ha hecho alguno, que ésta
fuera la única parte de la obra de Orígenes que fue reproducida. El
sabio italiano Giovanni Mercati descubrió en un palimpsesto de la
biblioteca Ambrosiana de Milán fragmentos de una transcripción de las
Exaplas que contienen los salmos, pero en los que falta precisamente el
texto de la quinta, columna. Dos hojas de pergamino halladas en la
Sinagoga Vieja de El Cairo, y que se conservan en la biblioteca de
Cambridge (Inglaterra), contienen el texto de las Exaplas del salmo 22.
Se conservan, además, algunos extractos en unos manuscritos griegos del
Antiguo Testamento y en las obras de algunos Santos Padres.
2. Obras exegéticas.
Orígenes es el primer exégeta científico
de la Iglesia católica. Escribió sobre todos los libros del Antiguo y
Nuevo Testamento, y en tres formas diferentes: escolios, que son
explicaciones breves de pasajes difíciles; homilías y comentarios.
1. Escolios (s????a, s?µe??se?, excerpta, commaticum genus).
Según San Jerónimo (Epist. 33), Orígenes
escribió escolios sobre el Éxodo, el Levítico, Isaías, los salmos 1-15,
el Eclesiastés y el Evangelio de San Juan. Rufino incluyó algunos
escolios sobre los Números en su traducción de las homilías de Orígenes
sobre este libro (RUFINO, Interpr. hom. Orig. in Num. prol.). Ninguno de
ellos ha llegado íntegro hasta nosotros. La obra que C. Diobouniotis y
A. Harnack editaron como escolios de Orígenes al Apocalipsis de San Juan
no puede ser considerada como tal, pues contiene notas, más o menos
largas, sobre pasajes difíciles del Apocalipsis, tomadas de Clemente de
Alejandría, Ireneo y Orígenes. Se han descubierto algunos fragmentos de
los escolios en las Catenae y en la Philocalia, antología de Orígenes
compilada por San Basilio y San Gregorio Nacianceno.
2. Homilías (?µ???a?, tractayus).
Las homilías son sermones sobre capítulos
o pasajes selectos de la Biblia, que pronunció en reuniones litúrgicas.
Según Sócrates (Hist. eccl. 5,22), predicaba todos los miércoles y
viernes; pero el biógrafo de Orígenes, Pánfilo, dice que lo hacía casi
todos los días. No es, pues, extraño que haya dejado sermones sobre casi
todos los libros de la Escritura. A pesar de ello, sólo veinte sermones
sobre Jeremías y uno sobre 1 Samuel 28,3-25 (la pitonisa de Endor) se
conservan en griego. Recientemente se han encontrado también algunos
fragmentos griegos de la conclusión de la trigésima quinta homilía sobre
Lucas y las veinticinco homilías sobre Mateo. Traducidas al latín por
Rufino, quedan dieciséis homilías sobre el Génesis, trece sobre el
Éxodo, dieciséis sobre el Levítico, veintiocho sobre los Números,
veintiséis sobre Josué, nueve sobre los Jueces y nueve sobre los Salmos.
En la traducción de San Jerónimo tenemos dos sobre el Cantar de los
Cantares, nueve sobre Isaías, catorce sobre Jeremías, catorce sobre
Ezequiel y, especialmente, treinta y nueve sobre el Evangelio de San
Lucas. San Hilario de Poitiers nos ha conservado en latín algunos
fragmentos de las veinte homilías sobre Job; una sobre 1 Sam. 1-2 se
conserva en traducción latina de un autor desconocido. Existen también
algunas porciones de Jeremías, Samuel 1-2, Reyes 1-2, 1 Corintios y
Hebreos. Cabe identificar en las Catenae muchos extractos en latín y en
griego, que se irán publicando a medida que se vaya examinando y
editando este material. A pesar de todo, es muchísimo lo que se ha
perdido. De las 574 homilías sólo han llegado hasta nosotros 20 en el
texto original griego, y hay 388 de las que no tenemos hoy ni siquiera
el texto latino. Con todo, las homilías de que disponemos son de un
valor inestimable, porque nos presentan al autor bajo una nueva luz,
deseoso de sacar de la explicación de la Sagrada Escritura alimento
espiritual para edificación de los fieles y bien de las almas. Estas
obras pertenecen, pues, más bien a la historia de la espiritualidad
cristiana y del misticismo que a la ciencia bíblica. La aportación de
Orígenes en este campo de la espiritualidad fue muy descuidada, hasta
que W. Völker y A. Lieske llamaron la atención sobre sus riquezas
ocultas. El plan, la disposición y la forma externa de estos sermones
son sencillos y sin traza alguna de artificio retórico. Predomina en
ellos el tono de conversación. En las homilías que nos quedan se
descubren huellas de la palabra hablada tal como la recogieron los
estenógrafos.
Conviene mencionar aquí un descubrimiento
reciente. El códice encontrado en Toura el año 1941, que contiene la
Discusión con Heráclides de Orígenes (cf. más adelante p.362-5),
conserva también dos homilías de Orígenes Sobre la Pascua, que se habían
perdido. Desgraciadamente, el texto se halla mutilado y no ha sido
publicado todavía. A juzgar por varios pasajes, publicados recientemente
por Nautin (SCH 36), estas homilías parecen interesantísimas. En la
primera, Orígenes rechaza la etimología popular que prevalecía entonces y
que hacía derivar Pascha de la palabra griega p?s?e??, sufrir —
etimología que adoptaron Ireneo, Tertuliano e Hipólito — . Según
Orígenes, la única explicación correcta de la palabra Pascha es el
hebreo pasar, que corresponde al griego d??ßas??, que significa paso.
Pascua es, pues, el paso de los cristianos de las tinieblas a la luz. O.
Guéraud prepara una edición critica de estas homilías pascuales.
3. Comentarios (t?µ??, volumina).
Si en las homilías Orígenes perseguía la
edificación del pueblo, los comentarios los escribió para dar una
exégesis científica. Hay en ellos una mezcla singular de notas
filológicas, textuales, históricas y etimológicas con observaciones de
carácter teológico y filosófico. Lo que más le interesa al autor no es
el sentido literal, sino el místico, que le es fácil encontrar aplicando
el método alegórico. Aunque esto le indujera a cometer muchos errores
de interpretación, su manera de comprender el sentido íntimo de los
libros de la Escritura pone de manifiesto que poseyó en alto grado el
don de la penetración espiritual, del que carecen muchos escritores
eclesiásticos posteriores. por desgracia, de estos extensos comentarios
queda aún menos que de las homilías. No se ha conservado completo ni uno
solo.
a) Del Comentario sobre San Mateo, que
compuso en Cesárea después del año 244 y que comprendía veinticinco
libros, quedan en griego solamente ocho, a saber, los libros 10-17, que
versan sobre Mateo 13,36 a 22,33. Una traducción anónima aporta algo
más, o sea, el comentario a Mateo 16,13 a 27,65 (Commentariorum in
Matthaeum series).
b) Tenemos también en griego ocho libros
de su Comentario al Evangelio de San Juan, que comprendía al menos
treinta y dos libros y que dedicó a su amigo Ambrosio. Los cuatro
primeros fueron escritos, según toda probabilidad, en Alejandría entre
los años 226 y 229; el quinto, quizás, durante su viaje al Oriente en
230-231; el sexto fue interrumpido por su destierro al año siguiente; y
los restantes los compuso en Cesarea. La obra es de gran importancia
para el estudio de la mística de Orígenes y de su concepto de la vida
interior.
c) Orígenes compuso también un Comentario
a la Epístola a los Romanos en quince libros. Del texto griego original
quedan solamente unos fragmentos en un papiro hallado en Toura, cerca
de El Cairo, en 1941. en la Philocalia, en San Basilio, en las Catenae y
en una Biblia manuscrita que E. v. d. Goltz descubrió en el Monte
Athos. Existe también una traducción latina muy libre de Rufino, que
contiene solamente diez libros y usa como base del comentario no el
texto griego de la epístola, que usó Orígenes, sino una versión latina
diferente. Parece que este comentario fue compuesto antes del de San
Mateo, probablemente antes del año 244.
d) De los numerosos estudios de Orígenes
sobre el Antiguo Testamento sólo nos queda una parte de su Comentario al
Cantar de los Cantares, libros 1-4, en una traducción latina de Rufino,
del año 410. Parece ser que Orígenes escribió los cinco primeros libros
en Atenas, hacia el año 240, mientras que los otros cinco los compuso
más tarde, en Cesárea (Eusebio, Hist. eccl. 6,32,2). San Jerónimo, que
vertió al latín dos homilías sobre el Cantar de los Cantares,
consideraba este comentario como la obra exegética más importante del
gran alejandrino. En el prólogo de su traducción dice: Origenes cum in
caeteris libris omnes vicerit, in Cantico Canticorum ipse se vicit. La
interpretación alegórica de Orígenes ve en Salomón una figura de Cristo.
Mientras en los dos sermones que nos quedan en la traducción de
Jerónimo la Esposa es, sobre todo, la Iglesia, en cambio, a lo largo del
comentario traducido por Rufino, la Esposa de Cristo es el alma
individual de cada cristiano.
4. Comentarios perdidos.
Orígenes compuso asimismo trece libros
sobre el Génesis, cuarenta y seis sobre cuarenta y un salmos, treinta
sobre Isaías, cinco sobre las Lamentaciones, que menciona Eusebio (Hist.
eccl. 6,24,2), veinticinco sobre Ezequiel, veinticinco por lo menos
sobre los profetas menores (mencionados también por Eusebio, ibid.
6,32,2), quince sobre Lucas, cinco sobre la Epístola a los Calatas, tres
sobre la Epístola a los Efesios, además de otros sobre los Filipenses,
los Colosenses, los Tesalonicenses, los Hebreos, Tito y Filemón. De
todas estas obras no quedan más que pequeños fragmentos en las Catenae,
en manuscritos bíblicos y en citas de escritores eclesiásticos
posteriores. De 291 comentarios, 275 se han perdido en griego, y es muy
poco lo que queda en latín. En 1941 se hallaron en Toura fragmentos del
texto griego de un comentario a los libros de los Reyes. Un comentario a
Job, atribuido a Orígenes y del que se conserva una traducción latina
en tres libros, no es auténtico.
3. Los escritos apologéticos.
El tratado apologético más importante de
Orígenes es su tratado Contra Celso en ocho libros (?at? ???s???, Contra
Celsum). Es una refutación del Discurso verídico (?????? ???? que el
filósofo pagano Celso dirigió contra los cristianos hacia el año 178. La
obra de Celso se ha perdido, pero se puede reconstruir casi
completamente con las citas de Orígenes, que forman las tres cuartas
partes del texto de su libro. Celso se proponía convertir a los
cristianos al paganismo haciéndoles avergonzarse de su propia religión.
No se hace eco de las calumnias del vulgo. El había estudiado el asunto,
había leído la Biblia y gran número de libros cristianos. Conoce la
diferencia que existe entre las sectas gnósticas y el cuerpo principal
de la Iglesia. Es un adversario lleno de recursos, que da muestras de
gran habilidad y a quien no se le escapa nada de lo que pueda decirse
contra la fe. La ataca primeramente desde el punto de vista de los
judíos en un diálogo en el que un judío formula sus objeciones contra
Jesucristo. Se adelanta luego Celso y dirige por su cuenta un ataque
general contra las creencias judías y cristianas. Se burla de la idea
del Mesías, y ve en Jesús un impostor y un mago. Como filósofo
platónico, afirma la neta superioridad del culto y de la filosofía de
los griegos. Somete el Evangelio a una crítica severa, especialmente en
todo lo que atañe a la resurrección de Cristo; y afirma que fueron los
Apóstoles y sus sucesores los que inventaron esta superstición. No
rechaza todo lo que enseña el cristianismo. Aprueba, por ejemplo, su
moral y la doctrina del Logos. No tiene inconveniente en que el
cristianismo siga existiendo, pero bajo la condición de que los
cristianos renuncien a su aislamiento político y religioso y se sometan a
la religión común de Roma. Lo que más le preocupa es ver que los
cristianos crean un cisma en el Estado, debilitando el imperio con la
división. Por eso concluye exhortando a los cristianos “a ayudar al rey y
a colaborar con él en el mantenimiento de la justicia, a combatir por
él y, si él lo exige, a luchar a sus órdenes, a aceptar cargos de
responsabilidad en el gobierno del país, si es preciso, para el
mantenimiento de las leyes y de la religión” (8,73-75).
Según parece, el Discurso verídico no
hizo mella en aquellos a quienes iba dirigido. Los escritores cristianos
del tiempo de Celso no lo mencionan. Hacia el año 246, Ambrosio, el
amigo de Orígenes, pidió a su maestro que lo refutara, por temor a que
algunas de las afirmaciones capciosas de Celso hicieran daño. Orígenes,
que hasta entonces no había oído hablar nunca de aquella obra ni de su
autor, pensó en un principio que no era ésta la manera mejor de refutar a
Celso:
Cuando testigos falsos dieron testimonio
contra nuestro Señor y Salvador Jesucristo, El guardó silencio; no dio
respuesta alguna a las acusaciones. Estaba persuadido de que su vida
entera y las acciones que había realizado en medio de los judíos eran
una refutación mejor que cualquier respuesta a los falsos testimonios y
que cualquier defensa contra las acusaciones. Y no sé, mi buen Ambrosio,
por qué quisiste que escribiera una réplica a las falsas acusaciones y
cargos que Celso dirige, en su tratado, contra los cristianos y contra
la fe de las Iglesias, como si los hechos no brindaran por sí solos una
refutación evidente, y la doctrina, una respuesta mejor que todos los
escritos, echando por tierra las afirmaciones mentirosas y quitando a
las acusaciones toda credibilidad y fuerza (Contra Cels. prefacio 1).
Yo no sé en qué categoría se ha de
colocar a los que necesitan libros de argumentos escritos en respuesta a
las acusaciones de Celso contra el cristianismo, para no vacilar en su
fe, sino confirmarse en ella. Teniendo, sin embargo, en cuenta, por un
lado, que entre los que se consideran creyentes puede haber algunos que
vacilen en su fe y estén en peligro de perderla debido a los escritos de
Celso, y, por otro lado, que se puede impedir su caída refutando las
aserciones de Celso y exponiendo la verdad, nos ha parecido justo acatar
tus órdenes y dar una respuesta al tratado que nos has mandado. Pero no
creo que nadie, por poco adelantado que esté en el camino de la
filosofía, consentirá que se le llame “Discurso verídico,” como lo
tituló Celso (ibid. 4).
Este libro no ha sido, pues, compuesto
para los que son creyentes convencidos, sino para aquellos que o bien no
han empezado a gustar la fe en Cristo o son, como los llama el Apóstol
(Rom. 14,1), “flacos en la fe” (ibid.6).
Con estas palabras indica Orígenes para
quiénes y por qué razones emprendió esta refutación, cuando contaba más
de sesenta años de edad (Eusebio, Hist. eccl. 6,36,1). Su método
consiste en seguir punto por punto los argumentos de Celso; su respuesta
a algunas críticas no es muy convincente y a veces adolece de estrechez
de miras. No obstante, se acusa a lo largo de toda la obra una
convicción profundamente religiosa y una recia personalidad que sabe
conjugar la fe con la ciencia, de forma que el adversario desaparece
enteramente en la sombra y el lector queda conquistado por el tono digno
y sereno del autor. Celso, a fuerza de verdadero griego, estaba
orgulloso de los resultados obtenidos por la filosofía helénica, “y con
una apariencia de bondad, no reprocha al cristianismo su origen bárbaro.
Por el contrario, alaba la habilidad de los bárbaros en descubrir
doctrinas. Pero añade que los griegos son más capaces que nadie para
juzgar, establecer y poner en práctica los hallazgos de las naciones
bárbaras” (Cont. Cels. 1,2). Orígenes contesta en la forma siguiente:
(El Evangelio) tiene un género de
demostración propio, más divino que el de los griegos, que se funda en
la dialéctica. Y a este método más divino le llama el Apóstol
“manifestación del espíritu y del poder”: del “espíritu,” por las
profecías, suficientes por sí solas para producir la fe en los que las
leen, especialmente en las cosas que se refieren a Cristo, y “del
poder,” por los signos y milagros que han sido obrados, que se pueden
probar de varias maneras, y especialmente por las huellas que se
conservan aún en aquellos que ordenan sus vidas según los preceptos del
Evangelio (ibid.)
La divinidad de Cristo es evidente, no
sólo por los milagros que obró (2,48) y por las profecías que en El se
cumplieron (1,50), sino también por el poder del Espíritu Santo, que
opera en los cristianos:
Quedan aún entre los cristianos vestigios
de aquel Espíritu Santo que apareció en forma de paloma. Arrojan a los
espíritus malignos, realizan muchas curaciones, predicen ciertos
sucesos, según la voluntad del Logos. Y aunque Celso, o el Judío, a
quien introduce en su diálogo, se burlen de lo que voy a decir, lo diré,
sin embargo: muchos se han convertido al cristianismo, por decirlo así,
contra su voluntad; cierto espíritu transformó sus almas, haciéndoles
pasar del odio contra esta doctrina a una disposición de ánimo dispuesto
a morir en su defensa (1,46).
La fe en Cristo y la doctrina cristiana presuponen la gracia:
La palabra de Dios (1 Cor. 2,4) declara
que la predicación, por verdadera que sea en sí misma y muy digna de ser
creída, no basta tocar el corazón humano; es necesario que el
predicador haya recibido cierto poder de Dios y que la gracia florezca
en sus palabras. Esta gracia, que poseen los que hablan eficazmente, les
viene de Dios. Dice el profeta en el salmo 67: “A los que evangelizan,
el Señor dará una palabra muy poderosa.” Aun concediendo que entre los
griegos se encuentren las mismas doctrinas que en nuestras Escrituras,
les faltaría, sin embargo, ese poder de atraer y disponer las almas de
los hombres a seguirlas (6,2).
Merece notarse particularmente la
respuesta de Orígenes a Celso sobre la actitud que hay que tomar
respecto al poder civil. Por estar la estructura del Imperio romano
íntimamente ligada con la religión pagana, los cristianos se
mantuvieron, como es natural, muy reservados en todo lo que era de tipo
político. Mientras Celso hace hincapié en la ley y en la autoridad del
poder secular, Orígenes insiste en que no se puede exigir obediencia a
sus preceptos más que cuando no están en contradicción con la ley
divina. Celso se presenta como un patriota ferviente, mientras que
Orígenes da la impresión de un cosmopolita, para quien la historia de
las naciones y de los imperios es la historia de la humanidad gobernada
por Dios. En sus respuestas a Celso sobre estas materias, Orígenes acusa
la influencia de Platón, para quien el objetivo del Estado no es el
aumento de su propio poder, sino la expansión de la cultura y de la
civilización.
Por esta razón, Orígenes rehúsa buscar el favor de las autoridades civiles:
Celso observa: “¿Qué mal hay en
procurarse el favor de los gobernantes de la tierra, entre otros, de los
príncipes y reyes humanos? Ellos, en efecto, obtuvieron su dignidad a
través de los dioses” (8,63).
Sólo existe Uno cuya gracia debemos
granjearnos y cuya clemencia debemos implorar — el Dios que está por
encima de todos, cuyo favor se alcanza practicando la piedad y las demás
virtudes —. Y si Celso quiere que busquemos el favor de otros después
de haber conseguido el del Dios que está por encima de todos, que piense
que, así como la sombra sigue en sus movimientos al cuerpo que la
proyecta, de una manera semejante, cuando tenemos el favor de Dios,
tenemos también asegurada la buena voluntad de todos los ángeles, almas y
espíritus que gozan de la amistad de Dios (8,64).
Debemos despreciar el favor de los reyes y
de los hombres, si es que no podemos conseguirlo más que por medio de
homicidios, libertinaje o actos de crueldad, o si exige de nosotros
actos de impiedad para con Dios, o de servilismo y adulación: tales
cosas son indignas de hombres valerosos y magnánimos, que a las demás
virtudes quieren juntar la más grande de todas, la firmeza. Sin embargo,
cuando no nos obliga a hacer algo que sea contrario a la ley y a la
palabra de Dios, no somos tan locos como para excitar contra nosotros la
ira del rey y del príncipe, atrayendo sobre nosotros injurias, torturas
o hasta la misma muerte. Hemos leído: “Todos habéis de estar sometidos a
las autoridades superiores, que no hay autoridad sino por Dios, y las
que hay, por Dios han sido ordenadas, de suerte que quien resiste a la
autoridad resiste a la disposición de Dios (Rom. 13,1-2)” (8,65).
El tratado Contra Celso es una fuente
importante para la historia de la religión. Vemos en él, como en un
espejo, la lucha entre el paganismo y el cristianismo. Aumenta el valor
de esta apología, la más grande apología de la Iglesia primitiva, el
hecho de tener en ella frente a frente a dos hombres de gran cultura,
que representan a los dos mundos. La obra se granjeó la admiración de
los sabios de los primeros tiempos cristianos. Eusebio, por ejemplo,
opinaba que en ella estaban va respondidas de antemano todas las
herejías de los siglos venideros; tan contundente le parecía la
refutación de Orígenes (Adv. Hierocl. 1). Hay en esto, sin duda, una
exageración; con todo, esta obra de Orígenes queda como un monumento de
su erudición.
4. Escritos dogmáticos.
1. El Peri-Archon (?e?? a????, De frincipiis).
La obra más importante de Orígenes es su
De principiis. Es el primer sistema de teología cristiana y el primer
manual de dogma. Como tal, destaca majestuosa, en su aislamiento, en
toda la historia de la Iglesia primitiva. La escribió en Alejandría
entre los años 220 y 230. Todo lo que queda del texto griego son unos
fragmentos en la Philocalia y en dos edictos del emperador Justiniano I.
En cambio, la conservamos íntegra en la traducción libre de Rufino,
quien se metió indudablemente con ella, suprimiendo en una parte y en
otra pasajes discutibles. A una traducción literal hecha por San
Jerónimo le cupo la misma suerte que al original.
La obra comprende cuatro libros, cuyo
contenido puede resumirse bajo estos títulos: Dios, Mundo, Libertad,
Revelación. El título, “fundamentos” o “principios,” revela el objetivo
de toda la obra. Orígenes se propuso en esta obra estudiar las doctrinas
fundamentales de la fe cristiana. Lo dice claramente la introducción
que precede al libro primero. La fuente de la verdad religiosa es la
enseñanza de Cristo y de sus Apóstoles (t? ?????µa). El prefacio y la
obra empiezan con estas palabras:
Los que creen y están convencidos de que
la gracia y la verdad han venido por Jesucristo, y que Jesucristo es la
verdad misma, según su propia afirmación: “Yo soy la verdad” (Io. 14,6),
no buscan la ciencia de la verdad y de la felicidad más que en las
palabras mismas y en la doctrina de Cristo. Y por las palabras de Cristo
no entendemos solamente las que El pronunció como hombre en su vida
mortal, porque, ya antes, Cristo, el Verbo de Dios, estaba en Moisés y
en los profetas. Porque sin el Verbo de Dios, ¿cómo habrían podido
profetizar a Cristo? Y de no ser porque nos hemos propuesto mantener
este tratado dentro de los límites de la brevedad, no nos seria difícil
demostrar por las divinas Escrituras, en prueba de nuestra aserción,
cómo Moisés y los profetas hablaron e hicieron todo lo que hicieron
porque estaban llenos del Espíritu de Cristo… Por otra parte, estas
palabras de San Pablo indican que Cristo, después de su ascensión a los
cielos, habló por boca de sus Apóstoles: “¿Buscáis experimentar que en
mí habla Cristo?” (2 Cor. 13,3).
Mas como entre los que hacen profesión de
creer en Cristo hay muchas divergencias, no solamente en detalles
insignificantes, sino también en materias sumamente importantes, …
parece necesario establecer sobre todos esos puntos una regla de fe fija
y precisa antes de abordar el examen de las demás cuestiones… Mas como
la enseñanza eclesiástica, transmitida en sucesión ordenada desde los
Apóstoles, se conserva y perdura en las iglesias hasta el presente, no
se deben recibir como artículo de fe más que aquellas verdades que no se
apartan en nada de la tradición eclesiástica y apostólica (prefacio
1-2).
Orígenes da a entender aquí claramente
que las fuentes de Doctrina cristiana son la Escritura y la tradición, y
señala la existencia de una regla de fe, que contiene la enseñanza
fundamental de los Apóstoles. Estos, sin embargo, no dieron argumentos
en apoyo de estas verdades ni explicaron las relaciones recíprocas que
existen entre ellas. Además, queda un gran número de cuestiones sin
respuesta a propósito del origen del alma humana, de los ángeles, de
Satanás, etc. Ahí está la misión de la sagrada teología:
Conviene saber que los santos Apóstoles,
al predicar la fe de Cristo, manifestaron clarísimamente aquellos puntos
que creyeron necesarios a todos los creyentes, incluso a aquellos que
parecían menos diligentes en la investigación de la ciencia divina;
dejando la tarea de indagar las razones de esas afirmaciones a aquellos
que merecieron los dones superiores del Espíritu, sobre todo a los que,
por medio del mismo Espíritu Santo, obtuvieron el don de lenguas, de
sabiduría y de ciencia. En cuanto a los demás, se contentaron con
afirmar el hecho, sin explicar el porqué, ni el cómo, ni el origen, sin
duda para que, andando el tiempo, los amigos apasionados del estudio y
de la sabiduría tuvieran en qué ejercitar su ingenio con provecho — me
refiero a aquellas personas que se preparan para ser dignos receptáculos
de la sabiduría (prefacio 3).
En este párrafo Orígenes distingue los
dos elementos de toda teología, tradición y progreso, teología positiva y
teología especulativa. La doctrina cristiana, lejos de ser estéril y
estar anquilosada, está en continuo desarrollo y sigue las leyes
naturales del crecimiento y de la vida:
Aquel que de todo esto quiere hacer un
cuerpo de doctrina, de modo que de cada punto particular se pueda
indagar lo que hay de verdad por medio de afirmaciones claras e
innegables, y formar, como hemos dicho, un cuerpo de doctrina con
analogías y afirmaciones, ya se encuentren en las Sagradas Escrituras,
ya se deduzcan como consecuencias por vía de raciocinio, debe tomar como
base estos principios y fundamentos, según este precepto: “Iluminaos
con la luz de la ciencia” (Os. 10,12, prefacio 10).
Una vez descrita la tarea de la teología
en general y de su obra en particular, Orígenes expone en los cuatro
libros una teología, una cosmología, una antropología y una teleología.
1. El primer libro trata del mundo
sobrenatural, de la unidad y espiritualidad de Dios, de la jerarquía de
las tres divinas personas y de sus respectivas relaciones con la vida
creada: el Padre actúa sobre todos los seres; el Verbo, sobre los seres
racionales o almas; el Espíritu Santo, sobre los seres que son a la vez
racionales y santificados. Siguen luego discusiones sobre el origen, la
esencia y la caída de los ángeles.
2. El segundo libro se ocupa del mundo
material, la creación del hombre como consecuencia de la defección de
los ángeles, del hombre considerado como espíritu que ha caído de su
primer estado y ha sido encerrado en un cuerpo material del pecado de
Adán y de la redención por medio del Logos encarnado, de la doctrina de
la resurrección, del juicio universal y de la vida futura.
3. La unión del cuerpo y del alma da a
ésta oportunidades de lucha y de victoria. En este combate, las personas
cuentan con la ayuda de los ángeles y son obstaculizados por los
demonios, pero conservan su libertad. De esta manera, al examinar la
extensión de la libertad y de la responsabilidad, el libro tercero
presenta un esbozo de teología moral.
4. El libro cuarto resume las enseñanzas
fundamentales con algunas adiciones; trata también de la Sagrada
Escritura corno fuente de fe, de su inspiración y de sus tres sentidos:
El método que a mí me parece que se debe
seguir en el estudio de las Sagradas Escrituras y en la investigación de
su sentido es el que se deduce de las mismas Escrituras. En los
Proverbios de Salomón hallamos esta regla respecto de las doctrinas
divinas de la Escritura: “Y tú preséntalas de tres maneras, en consejo y
ciencia, para replicar palabras de verdad a los que te las proponen”
(Prov. 22,20-21). Por consiguiente, las ideas de la Sagrada Escritura se
deben copiar en el alma de tres maneras: el simple se edifica, por
decirlo así, con la carne de la Escritura — éste es el nombre que damos
al sentido natural —; el que ha avanzado algo, con el alma, como si
dijéramos. Por lo que hace al hombre perfecto… (se edifica) con la ley
espiritual, que contiene una sombra de los bienes venideros. Al igual
que el ser humano, la Escritura, que ha sido ordenada por Dios para
comunicar la salvación a la humanidad, se compone también de cuerpo,
alma y espíritu (4,1,11).
Esta primera síntesis de la doctrina
eclesiástica ha ejercido una poderosa influencia en el desarrollo del
pensamiento cristiano. No debe sorprendernos que, como primer ensayo,
adolezca de defectos, tanto en la forma como en el fondo. Cae en
repeticiones y no hay la debida conexión entre las partes. El autor no
tiene nunca prisa en llegar a término. De paso va tocando todas las
cuestiones que le parecen importantes. Por eso la composición del libro
resulta demasiado floja para el gusto moderno. Sin embargo, no sería
justo comparar esta obra con tratados científicos de teología de épocas
posteriores o con nuestros modernos manuales de dogma. Su principal
defecto, como veremos más adelante, es la influencia predominante de la
filosofía platónica. Para ser justos con el autor, hemos de tener en
cuenta el número de dificultades que tuvo que salvar en este primer
ensayo de síntesis, para coordinar los diversos elementos del depósito
de la fe y vaciarlos en el molde de un sistema completo. Se comprende,
pues, sin dificultad que para la solución de muchos problemas recurriera
a la filosofía griega. El haber fundado sus especulaciones en pasajes
de la Escritura interpretados alegóricamente está indicando que, incluso
en estas teorías filosóficas, no quería apartarse de la verdad bíblica
ni de la enseñanza de la Iglesia. A pesar de sus deficiencias, el De
principiis señala una época en la historia del cristianismo.
2. La disputa con Heráclides.
Entre los papiros hallados en Toura,
cerca de El Cairo, en 1941, hay un códice de fines del siglo VI que
contiene el texto de la disputa entre Orígenes y Heráclides.
Independientemente de este título, bastarían el vocabulario, el estilo y
la doctrina para probar que se trata de una obra de Orígenes. No es un
diálogo literario, sino la relación completa de una disputa real, hecho
único, como lo hace notar A. D. Nock, no ya solamente entré los escritos
de Orígenes, sino en toda la literatura cristiana primitiva y en la
literatura antigua en general antes de San Agustín. Las opiniones de
Heráclides sobre la cuestión trinitaria habían llenado de inquietud a
sus hermanos en el episcopado. Llamaron, pues, a Orígenes para enderezar
la situación. La reunión, que no tuvo carácter oficial ni judicial, se
desarrolló en una iglesia de Arabia, en presencia de los obispos y del
pueblo, hacia el año 245. Orígenes parece estar en plena posesión de su
autoridad como doctor. No era la primera vez que tenía una conferencia
de esta clase. Tenemos noticias de entrevistas que celebró con Berilo y
con el valentiniano Cándido. Los taquígrafos transcribieron exactamente
el debate. El estilo tiene toda la viveza de una conversación real, lo
que habla en favor de la fidelidad de la transcripción.
En la introducción se dice que los
obispos allí presentes hicieron averiguaciones sobre la fe del obispo
Heráclides, hasta que él mismo confesó delante de todos cuáles eran sus
creencias. Después que cada uno hubo hecho sus observaciones y
preguntas, tomó la palabra Orígenes. Aquí es donde empieza la relación.
La primera parte tiene tres subdivisiones: Orígenes interroga a
Heráclides; desarrolla luego sus propias ideas sobre las relaciones
entre el Padre y el Hijo; finalmente, indica con suma delicadeza la
actitud que hay que tomar en estas cuestiones doctrinales tan difíciles.
El interrogatorio de Heráclides da a entender que se le tenía como
sospechoso de modalismo. La segunda parte consiste en preguntas
formuladas por otros asistentes y respuestas de Orígenes.
Se ve que a Heráclides no le gustaba la
fórmula de Orígenes “dos dioses” (d?? ?e??) como la única manera de
expresar claramente la distinción entre el Padre y el Hijo. Implicaba un
peligro demasiado grave de politeísmo. En la discusión, Orígenes hace
esta observación: “Ya que nuestros hermanos se escandalizan al oír que
hay dos dioses, este asunto merece ser tratado con delicadeza.” Recurre
luego a la Escritura para demostrar en qué sentido dos pueden ser uno.
Adán y Eva eran dos; sin embargo, formaban una sola carne (Gen. 2,24).
Cita luego a San Pablo, quien, hablando de la unión del hombre justo con
Dios, dice: “El que se allega al Señor se hace un espíritu con El” (1
Cor. 6,17). Finalmente, invoca como testigo al mismo Cristo, porque
dijo: “Yo y mi Padre somos uno.” En el primer ejemplo había unidad de
“carne”; en el segundo, de “espíritu”; en el tercero, de “divinidad.”
“Nuestro Señor y Salvador — observa Orígenes —, en su relación con el
Padre y Dios del universo, no es una sola carne, ni tampoco un solo
espíritu, sino algo mucho más elevado que la carne y el espíritu, un
solo Dios.” Esta manera de interpretar las palabras de Cristo, dice,
sirve al teólogo para defender la dualidad de Dios contra el
monarquianismo y la unidad contra la impía doctrina de los judíos que
niega la divinidad de Cristo. Es importante advertir que Orígenes
considera aquí a la divinidad como elemento de unidad entre Cristo y el
Padre. En su Contra Celsum (8,12) aduce el mismo texto de Juan 10,30
como prueba de la unidad que existe entre Cristo y el Padre, pero habla
solamente de “unidad de pensamiento e identidad de voluntad.” El
interrogatorio de Heráclides termina con el siguiente acuerdo:
Orígenes dijo: ¿El Padre es Dios?
Heráclides respondió: Sí.
Orígenes dijo: ¿El Hijo es distinto del Padre?
Heráclides respondió: ¿Cómo podría ser simultáneamente Hijo y Padre?
Orígenes dijo: ¿El Hijo, que es distinto del Padre, es también Dios?
Heráclides respondió: También El es Dios.
Orígenes dijo: ¿De esta manera los dos Dioses forman uno solo?
Heráclides dijo: Sí.
Orígenes dijo: ¿Por consiguiente, afirmamos que hay dos Dioses?
Heráclides respondió: Sí, pero el poder es uno (d??aµ? µ?a est??).
Dicho con otras palabras, la fórmula d??
?e?? ? d??aµ? µ?a es aceptable para ambas partes. Tiene el mismo sentido
que la fórmula que utilizará la teología posterior: Dos personas, pero
una sola naturaleza.
Entre las preguntas que hicieron otros en
la segunda parte de la disputa está la de Dionisio sobre si el alma y
la sangre del hombre son una misma cosa. En su respuesta, Orígenes
distingue entre la sangre física y una sangre del hombre interior
(164,9). Esta última se identifica con el alma. Al morir el justo, esta
alma-sangre se separa del cuerpo y entra en la compañía de Cristo desde
antes de la resurrección.
La última parte de la discusión se
refiere a la inmortalidad del alma. El obispo Felipe es quien plantea la
cuestión. Orígenes responde que el alma, en un sentido, es inmortal, y
en otro sentido mortal; depende enteramente de cuál de las tres
diferentes clases de muerte se trate. Está, en primer lugar, la muerte
al pecado (Rom. 6,2). El que está muerto al pecado vive para Dios. La
segunda es la muerte a Dios (Ez. 18,4). El que está muerto a Dios vive
para el pecado. La tercera es la que se entiende comúnmente con esta
palabra, o sea, la muerte natural. El alma no está sometida a esta
muerte; aun cuando los que viven en pecado la desean, no la pueden
alcanzar (Apoc. 9,6). Pero el alma está sujeta a las dos primeras clases
de muerte, y respecto de ambas se la puede llamar mortal. Sin embargo,
el hombre puede escapar a esta clase de muerte.
3. Sobre la resurrección (?e?? a?ast?se??, De resurrectione).
Escribe Orígenes en De principiis
(2,10,1): “Debemos tratar en primer lugar de la resurrección, para saber
qué es lo que ha de ser objeto de castigo, de descanso o de felicidad.
Ya hemos discutido más extensamente esta cuestión en otros libros que
hemos escrito sobre la resurrección y hemos expuesto nuestros puntos de
vista sobre el particular.” Eusebio menciona dos libros Sobre la
resurrección (Hist. eccl. 6,24,2). La lista de Jerónimo enumera De
resurrectione libros II, pero añade et alios de resurrectione diálogos
II. Parece que más tarde estos tratados fueron combinados en uno. Así se
explicaría por qué habla Jerónimo (Contra Joh. Hier. 25) de un cuarto
libro de Orígenes Sobre la resurrección. El ensayo a que alude Orígenes
en el De principiis debió de escribirlo en Alejandría antes del 230,
quizá mucho antes. De todas estas obras sólo quedan fragmentos en
Pánfilo (Apol. pro Orig. 7), en Metodio de Filipos (De resurr.) y en
Jerónimo (Contra Joh. Hier. 25-26). Sabemos por Metodio que Orígenes
rechazó la identidad material entre el cuerpo resucitado y el cuerpo
humano y sus partes.
4. Escritos misceláneos.
Otra obra que se ha perdido, fuera de
unos pequeños fragmentos, es su Stromateis o Miscelánea, “que compuso,
en diez libros, en la misma ciudad (Alejandría) durante el reinado de
Alejandro, como lo prueban las notas que puso de su puño y letra al
principio de los tomos” (Eusebio, Hist. eccl. 6,24,3). Como lo indica el
título, y según se dijo acerca de la obra homónima de Clemente de
Alejandría, se discuten los temas más variados sin seguir un orden
particular. Esto coincide con la observación de Jerónimo (Epist. 70,4)
de que en este estudio Orígenes comparó la doctrina cristiana con la
enseñanza de los antiguos filósofos, Platón, Aristóteles, Numenio y
Cornuto.
5. Escritos de carácter práctico.
1. Sobre la oración (De oratione)
El tratado De oratione es una verdadera
joya entre las obras de Orígenes. Lo compuso, hacia el 233-234, a
instancias de su amigo Ambrosio y de Taciana, su esposa o hermana. El
texto se ha conservado en un códice de Cambridge, del siglo XIV (Codex
Cantabrig Colleg. S. Trinitatis B. 8. 10 saec. XIV). Un códice de París,
del siglo XV, contiene también un fragmento.
El tratado comprende dos partes. La
primera (c.3-17) trata de la oración en general, y la segunda (c.18-30)
del “Padre nuestro” en particular. En un apéndice (c.31-33), que viene a
completar la primera parte, se habla de la actitud del cuerpo y del
alma, de los gestos, del lucrar y de la orientación de la oración, y,
finalmente, de sus diferentes clases. Al final, Orígenes ruega a
Ambrosio y a Taciana que se contenten, por el momento, con este escrito
hasta que les pueda ofrecer algo mejor, más hermoso y más preciso. No
parece que Orígenes haya tenido nunca la posibilidad de cumplir esta
promesa.
Este tratado revela, mejor que ningún
otro, la profundidad y el fervor de la vida religiosa de Orígenes.
Algunos de los conceptos fundamentales que recalca en esta obra son de
gran valor para analizar su sistema teológico.
Es el estudio científico más antiguo que poseemos sobre la oración cristiana.
La introducción se abre con la afirmación
de que lo que es imposible a la naturaleza humana es posible con la
gracia de Dios y con la asistencia de Cristo y del Espíritu Santo. Este
es el caso de la oración. Después de discutir el nombre y el significado
de la palabra bíblica euche (e???) y proseuche (p??se???) (c.3-4), el
autor responde a una pregunta de Ambrosio sobre el uso y la necesidad de
la petición. Los que se oponen a ella dicen que Dios conoce nuestras
necesidades sin que le pidamos nada. Además es absurdo pedir nada a
Dios, puesto que todo lo tiene predestinado. A esto responde Orígenes
señalando el libre albedrío que Dios ha dado a todas las personas que
las ha coordinado con su plan eterno. Hay pasajes en la Escritura que
prueban que el alma se eleva y recibe una visión de la belleza y
majestad divinas. El comercio constante con Dios produce como efecto la
santificación de toda la existencia del hombre. Por consiguiente, la
utilidad y la conveniencia de la oración consisten en que nos permite
unirnos (??a??a???a?) al espíritu del Señor, que llena el cielo y la
tierra. No pretende influir en Dios, sino hacernos participar de su vida
y ponernos en comunicación con el cielo. El mejor ejemplo nos lo da
Cristo, nuestro Sumo Sacerdote. El ofrece nuestro homenaje juntamente
con el de los ángeles y el de los fieles difuntos, especialmente el de
los ángeles custodios, que presentan nuestras invocaciones a Dios. La
oración fortifica el alma contra las tentaciones y aleja los malos
espíritus. Por esto deberíamos dedicar a la oración determinadas horas
del día. Más aún, nuestra vida entera debería ser una oración. A los que
desean una vida espiritual en Cristo, el autor aconseja no pedir en su
conversación con Dios cosas fútiles y terrenas, sino tienes elevados y
celestiales. Comentando 1 Tim. 2,1, aduce ejemplos de la Escritura para
las cuatro clases de la oración: petición (d??s??), adoración
(p??se???), súplica (??te???) y acción de gracias (e??a??st?a). Hablando
de la adoración, observa que debería dirigirse únicamente a Dios Padre,
jamás a un ser creado, ni siquiera a Cristo. El mismo Cristo nos enseñó
a adorar al Padre. Deberíamos orar en el nombre de Jesús. Deberíamos
adorar al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; pero únicamente el
Padre tiene derecho a nuestra adoración. Para justificar esta opinión
singular, Orígenes dice que, si se quiere orar correctamente, no se debe
rogar a quien ora él mismo. El que rehusó ser llamado “bueno” porque
sólo Dios tiene derecho a llamarse así, ciertamente habría rehusado que
se le adorara. Y si Cristo llama a los cristianos hermanos suyos, con
esto da a entender claramente que desea que ellos adoren al Padre, no a
El, que es su hermano: “Roguemos, pues, a Dios por mediación de El,
diciendo todos las mismas cosas sin divisiones en el modo de rezar. ¿No
es verdad que estamos divididos, si es que unos ruegan al Padre, otros
al Hijo? La gente sencilla, que ilógica e inconsideradamente ruega al
Hijo, bien sea con el Padre o sin el Padre, comete un pecado de
ignorancia” (16,1). En esta teoría, Orígenes no ha tenido seguidores.
Probablemente le fue sugerida por un concepto subordinacionista del
Logos y por un monoteísmo exagerado.
La segunda parte consiste en un
comentario al “Padre nuestro,” el más antiguo que conocemos. Después de
una introducción, en la que examina las diferencias entre el texto de
Mateo y el de Lucas, y la recta manera de hablar con Dios, nos ofrece
una magnífica interpretación de la invocación inicial “Padre nuestro,
que estás en los cielos.” Orígenes hace notar que el Antiguo Testamento
no conoce el nombre de “Padre” refiriéndose a Dios, en el sentido
cristiano de una adopción firme e indefectible. Solamente los que han
recibido el espíritu de adopción y prueban con sus obras que son hijos e
imágenes de Dios, pueden recitar esta plegaría auténticamente. Nuestra
vida entera debería decir: “Padre nuestro, que estás en los cielos,”
porque nuestra conducta debería ser celestial y no mundana.
El consejo que da en la primera parte del
tratado, de no pedir cosas temporales, sino bienes sobrenaturales,
explica su manera de interpretar la cuarta petición: “Puesto que algunos
piensan que aquí se nos manda pedir el pan de nuestro cuerpo, conviene
refutar su error y proponer la verdad sobre el pan de cada día. Habría
que responderles con esta pregunta: ¿Cómo es posible que el que nos
manda pedir cosas celestiales y grandes, olvidándose, según vosotros, de
sus propias enseñanzas, mande pedir al Padre cosas terrenas y
mezquinas?” (27,1). Hace derivar la palabra ?p???s??? (Mt. 6,11; Lc.
11,3) de ??s?a, substancia, y considera ??t?? ep???s??? como un alimento
celeste que nutre la substancia del alma, haciéndola fuerte y vigorosa.
Este alimento es el Logos, que se llama a sí mismo “el pan de vida.”
Hablando de las actitudes durante la
oración, Orígenes dice que todo acto de adoración debe dirigirse hacia
el este, para indicar de esta manera que el alma está orientada hacia la
aurora de la verdadera luz, el sol de justicia y de salvación, Cristo
(32).
A lo largo de todo el tratado, Orígenes
insiste en las disposiciones previas del alma. Los efectos de la oración
dependen de la preparación interior. En primer lugar, no puede haber
auténtica adoración si no se declara la guerra al pecado a fin de
purificar el corazón. En segundo lugar, esta lucha contra todo lo que
mancilla el alma está íntimamente ligada a un esfuerzo constante por
librar el espíritu de los afectos desordenados, a una lucha contra todas
las pasiones (p???). Comentando Mateo 5,22, Orígenes declara que no
podrán conversar con Dios más que aquellos que se hayan reconciliado
enteramente con sus hermanos. En tercer lugar debemos rechazar todas las
impresiones y pensamientos que vengan a perturbarnos, tanto si
provienen del mundo que nos rodea como si tienen origen en nosotros
mismos. Sólo después de un desprendimiento así es posible acercarse al
Omnipotente. Cuanto mejor preparada esté el alma, tanto más rápidamente
escuchará Dios sus peticiones y tanto más aprovechará el alma en su
coloquio con El. Sin embargo, aun después de todos estos preparativos,
la oración sigue siendo un don del Espíritu Santo, que ora dentro de
nosotros y nos guía en la oración.
Las ideas de este tratado han ejercido
una influencia duradera en la historia de la espiritualidad. Los
escritos de Orígenes fueron leídos por los primeros monjes de Egipto, y
su influencia se advierte en las reglas monásticas más antiguas,
especialmente en su manera de tratar de la oración y de la compunción.