Orígenes. La escuela de Alejandría llegó a su apogeo bajo el sucesor de Clemente, Orígenes, doctor y sabio eminente de la Iglesia antigua, hombre de conducta intachable y de erudición enciclopédica, uno de los pensadores más originales de lodos los tiempos. Gracias al interés particular que le dedicó el historiador Eusebio, poseemos más datos biográficos de su persona que de ningún otro teólogo anterior. Eusebio consagra a Orígenes una gran parte del libro sexto de su Historia eclesiástica. De no haberse perdido, las cartas de Orígenes, que pasaban del centenar, habrían sido la mejor fuente de información para conocer su personalidad. Afortunadamente, Eusebio, que las recogió, las utiliza ampliamente en el bosquejo biográfico de Orígenes. Estaríamos aún mejor informados si hubiera llegado íntegramente hasta nosotros la apología que compuso en defensa de Orígenes el presbítero Pánfilo de Cesárea. Comprendía cinco libros, a los que Eusebio añadió uno más. Se conserva solamente el libro I en una traducción latina de Rufino, que no ofrece muchas garantías. Por el contrario, tenemos el Discurso de despedida que compuso Gregorio el Taumaturgo al abandonar la escuela de Orígenes, documento importante tanto para la vida personal de Orígenes como para su método de enseñanza. Finalmente, Jerónimo menciona a Orígenes en su De viris illustribus (54,62) y en una de sus cartas (Epist. 33); Focio lo hace también en su Bibl. Cod. 118. Según estas fuentes, Orígenes no era un convertido del paganismo; era el hijo mayor de una familia cristiana numerosa. 


Nació probablemente en Alejandría el año 185 o hacia ese año. Su padre, que se llamaba Leónidas, procuró darle una educación esmerada, instruyéndole en las Escrituras y en las ciencias profanas; murió mártir durante la persecución de Severo (año 202). Si su madre no hubiese escondido sus vestidos, el joven Orígenes, en su ardiente deseo del martirio, habría seguido la suerte de su padre. El Estado confiscó su patrimonio y él tuvo que dedicarse a la enseñanza para ganar su sustento y el de su familia. La famosa escuela de catecúmenos de Alejandría se había disuelto a raíz de la huida de Clemente. El obispo Demetrio confió entonces su dirección a Orígenes, que contaba a la sazón dieciocho años de edad; había de ocupar este puesto durante mucho tiempo. Atrajo a un gran número de discípulos por la calidad de su enseñanza, pero también, como lo hace notar Eusebio, por el ejemplo de su vida: “Tal como hablaba, vivía; y tal como vivía, hablaba. A esto se debió principalmente el que, con la ayuda del poder divino, moviera a innumerables discípulos a emular su ejemplo” (Hist. eccl. 6, 3,7). Eusebio describe con viveza el ascetismo practicado por este Adamantius, “hombre de acero,” como él le llama: Perseveró durante muchos años en este género de vida el más filosófico, ora ejercitándose en el ayuno, ora cercenando algunas de las horas debidas al descanso, que tomaba, no echado en una cama, sino sobre el duro suelo. Ante todo pensaba que se debían observar fielmente aquellas palabras del Señor en el Evangelio con que nos recomienda no tener dos vestidos, ni llevar sandalias, ni pasar el tiempo preocupándonos por el futuro (Hist. eccl. 6,3,9-10). Sabemos de la misma fuente que por este tiempo (202-3), mientras enseñaba en Alejandría, Orígenes se castró a sí mismo, interpretando en un sentido demasiado literal a Mateo 19.12 (ibid. 6,8,1-3). Su carrera de profesor se puede dividir en dos partes. Durante la primera, que va del año 203 al 231, Orígenes dirigió la escuela de Alejandría y su prestigio fue siempre en aumento. Tuvo discípulos que provenían incluso de los círculos heréticos y de las escuelas paganas de filosofía. Al principio daba cursos preparatorios de dialéctica, física, matemáticas, geometría y astronomía, así como de filosofía griega y teología especulativa. Como esta carga le resultara demasiado pesada, encargó a su discípulo Heraclas los cursos preparatorios, reservándose la formación de los estudiantes más adelantados en filosofía, teología y especialmente en Sagrada Escritura. Este horario tan cargado no le impidió asistir a las lecciones de Ammonio Saccas, el célebre fundador del neoplatonismo. La influencia de éste se echa de ver en la cosmología y filosofía de Orígenes, así como también en su método. Orígenes interrumpió sus lecciones en Alejandría para hacer varios viajes. Hacia el año 212 fue a Roma, “porque deseaba ver la antiquísima Iglesia de los romanos” (Eusebio, o.c. 6,14,10). Esto sucedía durante el pontificado de Ceferino; se encontró allí con el más renombrado teólogo de la época, el presbítero romano Hipólito. Poco antes del año 215 le hallamos en Arabia, adonde había ido a instruir al gobernador romano, a petición suya. En otra ocasión fue a Antioquía, invitado por la madre del emperador Alejandro Severo, Julio Mamea, que deseaba oírle. Cuando Caracalla saqueó la ciudad de Alejandría y mandó cerrar las escuelas y persiguió a los maestros, Orígenes decidió marchar a Palestina, hacia el año 216. Los obispos de Cesárea, Jerusalén y otras ciudades palestinenses le rogaron que predicara sermones y explicara las Escrituras a sus respectivas comunidades; él lo hizo, a pesar de que no era sacerdote. Su obispo, Demetrio de Alejandría, protestó y censuró a la jerarquía palestinense por permitir que un seglar predicara en presencia de obispos, cosa nunca oída, según él. Aunque los obispos de Palestina lo negaron. Orígenes obedeció la orden estricta de su superior de volver inmediatamente a Alejandría. Para evitar que se repitieran en lo futuro dificultades parecidas, el obispo Alejandro de Jerusalén y Teoctisto de Cesárea ordenaron a Orígenes de sacerdote quince años más tarde, cuando pasó por Cesárea camino de Grecia, adonde se dirigía, por mandato de su obispo, a refutar a algunos herejes. Esto no hizo sino empeorar la situación, porque Demetrio alegó esta vez que, según la legislación canónica, Orígenes no podía ser admitido al sacerdocio por haberse castrado. Quizás Eusebio esté en lo cierto cuando dice que “Demetrio se dejó vencer por la fragilidad humana al ver cómo Orígenes iba de éxito en éxito, siendo considerado por todos como hombre de prestigio y célebre por su fama” (Hist. eccl. 6,8,4). Sea de ello lo que fuere, el hecho es que Demetrio convocó un sínodo que excomulgó a Orígenes de la Iglesia de Alejandría. Otro sínodo, el año 231, le depuso del sacerdocio. Después de la muerte de Demetrio (232), volvió a Alejandría; pero su sucesor, Heraclas, antiguo colega de Orígenes, renovó la excomunión. Orígenes partió para Cesárea de Palestina, y empezó así el segundo período de su vida. El obispo de Cesárea hizo caso omiso de la censura de su colega de Alejandría e invitó a Orígenes a fundar una nueva escuela de teología en Cesárea. Orígenes la dirigió por más de veinte años. Fue allí donde Gregorio el Taumaturgo pronunció su Discurso de despedida, al abandonar el círculo de Orígenes. Según este valioso documento, seguía en Cesárea prácticamente el mismo sistema de enseñanza que en Alejandría. Después de una exhortación a la filosofía, a modo de introducción, venía el curso preliminar que adiestraba a los estudiantes para la educación científica mediante un ejercicio mental constante. El curso científico comprendía la lógica y la dialéctica, las ciencias naturales, la geometría y la astronomía, y al fin, la ética y la teología. El curso de ética no se reducía a una discusión racional de los problemas morales, sino que daba toda una filosofía de la vida. Gregorio nos dice que Orígenes hacía leer a sus discípulos todas las obras de los antiguos filósofos, a excepción de los que negaban la existencia de Dios y la providencia divina. .Hacia el año 244 volvió a Arabia, donde logró curar de su monarquianismo al obispo Berilo de Bostra (Eusebio, Hist. eccl. 3,33). Durante la persecución de Decio debió de sufrir graves tormentos, porque Eusebio dice: Las numerosas cartas que dejó escritas este hombre describen con verdad y exactitud los sufrimientos que padeció por la palabra de Cristo: cadenas y torturas, tormentos en el cuerpo, tormentos por el hierro, tormentos en las lobregueces del calabozo; cómo tuvo, durante cuatro días, sus pies metidos en el cepo hasta el cuarto agujero; cómo soportó con firmeza de corazón las amenazas de fuego y todo lo demás que le infligieron sus enemigos; cómo acabó todo aquello, no queriendo el juez de ninguna manera sentenciarle a muerte; y qué sentencias dejó, llenas de utilidad, para los que necesitan consuelo (o.c. 6,39,5). Murió en Tiro el año 253, a la edad de sesenta y nueve años, quebrantada su salud a causa de estos sufrimientos. Después de su muerte, al igual que en vida, Orígenes siguió siendo un signo de contradicción. Difícilmente podría hallarse otro hombre que haya tenido tantos amigos o tantos enemigos. Es verdad que incurrió en algunos errores, como veremos; pero no se puede poner en duda que siempre quiso ser un cristiano creyente y ortodoxo. Al comienzo de su principal obra teológoca dice él mismo: “No se ha de aceptar como verdad más que aquello que en nada difiera de la tradición eclesiástica y apostólica (De princ. praef. 2). El se esforzó en seguir esta norma y al final de su vida la selló con su sangre. Si comparamos sus ideas con las de Clemente de Alejandría, parece a primera vista que no comparte la alta estima que éste sentía por la filosofía griega. Jamás se encuentra en sus escritos la frase que era familiar a Clemente: la filosofía griega condujo hacia Cristo. En carta dirigida a Gregorio (el mismo que pronunció aquel cálido discurso de despedida en su honor), Orígenes exhorta a su antiguo discípulo a continuar en el estudio de las Sagradas Escrituras y a considerar la filosofía griega solamente como una asignatura preparatoria: “Ruégote que tomes de la filosofía griega aquellas cosas que puedan ser conocimientos comunes o educación preparatoria para el cristianismo, y de la geometría y astronomía lo que pueda ser útil para la exposición de la Sagrada Escritura, a fin de que lo que los discípulos de los filósofos dicen de la geometría, y música, y gramática, y retórica, y astronomía, a saber, que son siervas de la filosofía, podamos decirlo nosotros de la filosofía misma en relación con el cristianismo” (13,1). Así, pues, Orígenes recalca más que Clemente la importancia de la Sagrada Escritura. Sin embargo, Orígenes cometió el error de dejar que la filosofía de Platón influyera en su teología más de lo que él mismo sospechaba. Esta influencia le llevó a errores dogmáticos graves, especialmente a la doctrina de la preexistencia del alma humana. Otro escollo de su sistema fue la interpretación alegórica. No es verdad que él viera en este método sólo un medio para eliminar el Antiguo Testamento, por el cual, al contrario, sentía la mayor estima. Es verdad, empero, que con este método introdujo en la exégesis un subjetivismo peligroso, que lleva a la arbitrariedad y al error. Por eso, sus doctrinas fueron pronto objeto de discusión. Las disputas conocidas con el nombre de “Controversias origenistas” se recrudecieron especialmente hacia los años 300, 400 y 550. En la primera, sus adversarios fueron Metodio de Filipos y Pedro de Alejandría. Le defendió a Orígenes Pánfilo de Cesárea. La controversia se mantuvo dentro de los límites del campo literario y no provocó ninguna intervención eclesiástica oficial. La contienda fue más seria hacia el 400, cuando su doctrina fue atacada por Epifanio de Salamis y Teófilo, patriarca de Alejandría. Epifanio le condenó en un sínodo celebrado cerca de Constantinopla, y el papa Anastasio en una carta pascual. Finalmente, el emperador Justiniano I, en el concilio de Constantinopla de 543, logró que se aceptara un documento que contenía quince anatemas contra algunas de las doctrinas de Orígenes y que fue luego firmado por el papa Vigilio (537-55) y por todos los patriarcas (ES 203-211). 1. Sus Escritos. Las controversias origenistas fueron la causa de que haya desaparecido la mayor parte de la producción literaria del gran alejandrino. Lo que queda se ha conservado, principalmente, no en el texto griego original, sino en traducciones latinas. También se ha perdido la lista completa de sus obras, que Eusebio añadió a la biografía de su amigo y maestro Pánfilo. Según Jerónimo (Adv. Ruf. 2,22), que se sirvió de esa lista, el número de los tratados llegaba a dos mil. Epifanio (Haer. 64, 63) calcula en seis mil sus escritos. Conocemos solamente el título de ochocientos, por la lista que da Jerónimo en su carta a Paula (Epist. 33). Orígenes no habría tenido medios para publicar un número tan enorme de obras sin el apoyo de unos amigos adinerados. Esta ayuda le vino principalmente de Ambrosio, a quien había convertido de la herejía valentiniana; en la sala de conferencias puso éste a disposición de Orígenes siete o más estenógrafos, lo que le permitió dedicarse de lleno a sus actividades literarias: A partir de este momento, Orígenes empezó a componer sus Comentarios a las divinas Escrituras; le instaba a ello Ambrosio, no sólo alentándole con sus constantes exhortaciones, sino también proveyéndole liberalmente de cuanto necesitaba. En efecto, cuando dictaba, tenía a su disposición más de siete estenógrafos, que se iban relevando a horas fijas, y otros tantos copistas, y además muchachas expertas en caligrafía. Para todo lo cual Ambrosio proporcionaba generosamente los medios necesarios (Eusebio, Hist. eccl. 6,23,1-2). 1. Crítica textual. La mayor parte de la producción literaria de Orígenes está consagrada a la Biblia, pudiendo ser justamente llamado el fundador de la ciencia escriturística. Sus Exaplas (o sea una Biblia séxtuple) constituyen el primer intento para establecer un texto crítico del Antiguo Testamento. Fue una tarea inmensa, a la cual Orígenes dedicó su vida entera. Dispuso en seis columnas paralelas el texto hebreo del Antiguo Testamento en caracteres hebraicos; el texto hebreo en caracteres griegos con el fin de determinar la pronunciación; la traducción griega de Aquila, judío contemporáneo de Adriano; la traducción griega de Símmaco, judío del tiempo de Septimio Severo; la traducción griega de los Setenta y, finalmente, la del judío Teodocio (hacia el 180). La obra crítica de Orígenes consistía en hacer en la quinta columna, en la de los Setenta, ciertos signos que indicaban su relación con el original hebreo. Así, el obelo ( ¸ ) significaba adiciones; el asterisco (*) designaba lagunas, que debían colmarse con el texto de alguna de las otras versiones, generalmente con la de Teodocio. Según Eusebio, Orígenes publicó también una edición que contenía solamente las cuatro versiones griegas, las Tétraplas, probablemente para los escritos que carecían de original hebreo. En la sección de las Exaplas dedicada a los salmos añadió tres versiones más, con un total de nueve columnas, convirtiéndose así en Ennéaplas. De esta obra colosal no quedan más que pequeños fragmentos. Según parece, la obra no fue nunca copiada en su totalidad; durante siglos permaneció a disposición de los eruditos en la biblioteca de Cesárea. Jerónimo la consultó allí, y observa que éste fue el único ejemplar que vio en su vida (Commentarioli in Ps., ed. Morin 5). La quinta columna, que contenía el texto de los Setenta, fue reproducida muchas veces. Se conserva una traducción siríaca casi completa, que data del siglo VI. Sería, sin embargo, equivocado suponer, como ha hecho alguno, que ésta fuera la única parte de la obra de Orígenes que fue reproducida. El sabio italiano Giovanni Mercati descubrió en un palimpsesto de la biblioteca Ambrosiana de Milán fragmentos de una transcripción de las Exaplas que contienen los salmos, pero en los que falta precisamente el texto de la quinta, columna. Dos hojas de pergamino halladas en la Sinagoga Vieja de El Cairo, y que se conservan en la biblioteca de Cambridge (Inglaterra), contienen el texto de las Exaplas del salmo 22. Se conservan, además, algunos extractos en unos manuscritos griegos del Antiguo Testamento y en las obras de algunos Santos Padres. 2. Obras exegéticas. Orígenes es el primer exégeta científico de la Iglesia católica. Escribió sobre todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, y en tres formas diferentes: escolios, que son explicaciones breves de pasajes difíciles; homilías y comentarios. 1. Escolios (s????a, s?µe??se?, excerpta, commaticum genus). Según San Jerónimo (Epist. 33), Orígenes escribió escolios sobre el Éxodo, el Levítico, Isaías, los salmos 1-15, el Eclesiastés y el Evangelio de San Juan. Rufino incluyó algunos escolios sobre los Números en su traducción de las homilías de Orígenes sobre este libro (RUFINO, Interpr. hom. Orig. in Num. prol.). Ninguno de ellos ha llegado íntegro hasta nosotros. La obra que C. Diobouniotis y A. Harnack editaron como escolios de Orígenes al Apocalipsis de San Juan no puede ser considerada como tal, pues contiene notas, más o menos largas, sobre pasajes difíciles del Apocalipsis, tomadas de Clemente de Alejandría, Ireneo y Orígenes. Se han descubierto algunos fragmentos de los escolios en las Catenae y en la Philocalia, antología de Orígenes compilada por San Basilio y San Gregorio Nacianceno. 2. Homilías (?µ???a?, tractayus). Las homilías son sermones sobre capítulos o pasajes selectos de la Biblia, que pronunció en reuniones litúrgicas. Según Sócrates (Hist. eccl. 5,22), predicaba todos los miércoles y viernes; pero el biógrafo de Orígenes, Pánfilo, dice que lo hacía casi todos los días. No es, pues, extraño que haya dejado sermones sobre casi todos los libros de la Escritura. A pesar de ello, sólo veinte sermones sobre Jeremías y uno sobre 1 Samuel 28,3-25 (la pitonisa de Endor) se conservan en griego. Recientemente se han encontrado también algunos fragmentos griegos de la conclusión de la trigésima quinta homilía sobre Lucas y las veinticinco homilías sobre Mateo. Traducidas al latín por Rufino, quedan dieciséis homilías sobre el Génesis, trece sobre el Éxodo, dieciséis sobre el Levítico, veintiocho sobre los Números, veintiséis sobre Josué, nueve sobre los Jueces y nueve sobre los Salmos. En la traducción de San Jerónimo tenemos dos sobre el Cantar de los Cantares, nueve sobre Isaías, catorce sobre Jeremías, catorce sobre Ezequiel y, especialmente, treinta y nueve sobre el Evangelio de San Lucas. San Hilario de Poitiers nos ha conservado en latín algunos fragmentos de las veinte homilías sobre Job; una sobre 1 Sam. 1-2 se conserva en traducción latina de un autor desconocido. Existen también algunas porciones de Jeremías, Samuel 1-2, Reyes 1-2, 1 Corintios y Hebreos. Cabe identificar en las Catenae muchos extractos en latín y en griego, que se irán publicando a medida que se vaya examinando y editando este material. A pesar de todo, es muchísimo lo que se ha perdido. De las 574 homilías sólo han llegado hasta nosotros 20 en el texto original griego, y hay 388 de las que no tenemos hoy ni siquiera el texto latino. Con todo, las homilías de que disponemos son de un valor inestimable, porque nos presentan al autor bajo una nueva luz, deseoso de sacar de la explicación de la Sagrada Escritura alimento espiritual para edificación de los fieles y bien de las almas. Estas obras pertenecen, pues, más bien a la historia de la espiritualidad cristiana y del misticismo que a la ciencia bíblica. La aportación de Orígenes en este campo de la espiritualidad fue muy descuidada, hasta que W. Völker y A. Lieske llamaron la atención sobre sus riquezas ocultas. El plan, la disposición y la forma externa de estos sermones son sencillos y sin traza alguna de artificio retórico. Predomina en ellos el tono de conversación. En las homilías que nos quedan se descubren huellas de la palabra hablada tal como la recogieron los estenógrafos. Conviene mencionar aquí un descubrimiento reciente. El códice encontrado en Toura el año 1941, que contiene la Discusión con Heráclides de Orígenes (cf. más adelante p.362-5), conserva también dos homilías de Orígenes Sobre la Pascua, que se habían perdido. Desgraciadamente, el texto se halla mutilado y no ha sido publicado todavía. A juzgar por varios pasajes, publicados recientemente por Nautin (SCH 36), estas homilías parecen interesantísimas. En la primera, Orígenes rechaza la etimología popular que prevalecía entonces y que hacía derivar Pascha de la palabra griega p?s?e??, sufrir — etimología que adoptaron Ireneo, Tertuliano e Hipólito — . Según Orígenes, la única explicación correcta de la palabra Pascha es el hebreo pasar, que corresponde al griego d??ßas??, que significa paso. Pascua es, pues, el paso de los cristianos de las tinieblas a la luz. O. Guéraud prepara una edición critica de estas homilías pascuales. 3. Comentarios (t?µ??, volumina). Si en las homilías Orígenes perseguía la edificación del pueblo, los comentarios los escribió para dar una exégesis científica. Hay en ellos una mezcla singular de notas filológicas, textuales, históricas y etimológicas con observaciones de carácter teológico y filosófico. Lo que más le interesa al autor no es el sentido literal, sino el místico, que le es fácil encontrar aplicando el método alegórico. Aunque esto le indujera a cometer muchos errores de interpretación, su manera de comprender el sentido íntimo de los libros de la Escritura pone de manifiesto que poseyó en alto grado el don de la penetración espiritual, del que carecen muchos escritores eclesiásticos posteriores. por desgracia, de estos extensos comentarios queda aún menos que de las homilías. No se ha conservado completo ni uno solo. a) Del Comentario sobre San Mateo, que compuso en Cesárea después del año 244 y que comprendía veinticinco libros, quedan en griego solamente ocho, a saber, los libros 10-17, que versan sobre Mateo 13,36 a 22,33. Una traducción anónima aporta algo más, o sea, el comentario a Mateo 16,13 a 27,65 (Commentariorum in Matthaeum series). b) Tenemos también en griego ocho libros de su Comentario al Evangelio de San Juan, que comprendía al menos treinta y dos libros y que dedicó a su amigo Ambrosio. Los cuatro primeros fueron escritos, según toda probabilidad, en Alejandría entre los años 226 y 229; el quinto, quizás, durante su viaje al Oriente en 230-231; el sexto fue interrumpido por su destierro al año siguiente; y los restantes los compuso en Cesarea. La obra es de gran importancia para el estudio de la mística de Orígenes y de su concepto de la vida interior. c) Orígenes compuso también un Comentario a la Epístola a los Romanos en quince libros. Del texto griego original quedan solamente unos fragmentos en un papiro hallado en Toura, cerca de El Cairo, en 1941. en la Philocalia, en San Basilio, en las Catenae y en una Biblia manuscrita que E. v. d. Goltz descubrió en el Monte Athos. Existe también una traducción latina muy libre de Rufino, que contiene solamente diez libros y usa como base del comentario no el texto griego de la epístola, que usó Orígenes, sino una versión latina diferente. Parece que este comentario fue compuesto antes del de San Mateo, probablemente antes del año 244. d) De los numerosos estudios de Orígenes sobre el Antiguo Testamento sólo nos queda una parte de su Comentario al Cantar de los Cantares, libros 1-4, en una traducción latina de Rufino, del año 410. Parece ser que Orígenes escribió los cinco primeros libros en Atenas, hacia el año 240, mientras que los otros cinco los compuso más tarde, en Cesárea (Eusebio, Hist. eccl. 6,32,2). San Jerónimo, que vertió al latín dos homilías sobre el Cantar de los Cantares, consideraba este comentario como la obra exegética más importante del gran alejandrino. En el prólogo de su traducción dice: Origenes cum in caeteris libris omnes vicerit, in Cantico Canticorum ipse se vicit. La interpretación alegórica de Orígenes ve en Salomón una figura de Cristo. Mientras en los dos sermones que nos quedan en la traducción de Jerónimo la Esposa es, sobre todo, la Iglesia, en cambio, a lo largo del comentario traducido por Rufino, la Esposa de Cristo es el alma individual de cada cristiano. 4. Comentarios perdidos. Orígenes compuso asimismo trece libros sobre el Génesis, cuarenta y seis sobre cuarenta y un salmos, treinta sobre Isaías, cinco sobre las Lamentaciones, que menciona Eusebio (Hist. eccl. 6,24,2), veinticinco sobre Ezequiel, veinticinco por lo menos sobre los profetas menores (mencionados también por Eusebio, ibid. 6,32,2), quince sobre Lucas, cinco sobre la Epístola a los Calatas, tres sobre la Epístola a los Efesios, además de otros sobre los Filipenses, los Colosenses, los Tesalonicenses, los Hebreos, Tito y Filemón. De todas estas obras no quedan más que pequeños fragmentos en las Catenae, en manuscritos bíblicos y en citas de escritores eclesiásticos posteriores. De 291 comentarios, 275 se han perdido en griego, y es muy poco lo que queda en latín. En 1941 se hallaron en Toura fragmentos del texto griego de un comentario a los libros de los Reyes. Un comentario a Job, atribuido a Orígenes y del que se conserva una traducción latina en tres libros, no es auténtico. 3. Los escritos apologéticos. El tratado apologético más importante de Orígenes es su tratado Contra Celso en ocho libros (?at? ???s???, Contra Celsum). Es una refutación del Discurso verídico (?????? ???? que el filósofo pagano Celso dirigió contra los cristianos hacia el año 178. La obra de Celso se ha perdido, pero se puede reconstruir casi completamente con las citas de Orígenes, que forman las tres cuartas partes del texto de su libro. Celso se proponía convertir a los cristianos al paganismo haciéndoles avergonzarse de su propia religión. No se hace eco de las calumnias del vulgo. El había estudiado el asunto, había leído la Biblia y gran número de libros cristianos. Conoce la diferencia que existe entre las sectas gnósticas y el cuerpo principal de la Iglesia. Es un adversario lleno de recursos, que da muestras de gran habilidad y a quien no se le escapa nada de lo que pueda decirse contra la fe. La ataca primeramente desde el punto de vista de los judíos en un diálogo en el que un judío formula sus objeciones contra Jesucristo. Se adelanta luego Celso y dirige por su cuenta un ataque general contra las creencias judías y cristianas. Se burla de la idea del Mesías, y ve en Jesús un impostor y un mago. Como filósofo platónico, afirma la neta superioridad del culto y de la filosofía de los griegos. Somete el Evangelio a una crítica severa, especialmente en todo lo que atañe a la resurrección de Cristo; y afirma que fueron los Apóstoles y sus sucesores los que inventaron esta superstición. No rechaza todo lo que enseña el cristianismo. Aprueba, por ejemplo, su moral y la doctrina del Logos. No tiene inconveniente en que el cristianismo siga existiendo, pero bajo la condición de que los cristianos renuncien a su aislamiento político y religioso y se sometan a la religión común de Roma. Lo que más le preocupa es ver que los cristianos crean un cisma en el Estado, debilitando el imperio con la división. Por eso concluye exhortando a los cristianos “a ayudar al rey y a colaborar con él en el mantenimiento de la justicia, a combatir por él y, si él lo exige, a luchar a sus órdenes, a aceptar cargos de responsabilidad en el gobierno del país, si es preciso, para el mantenimiento de las leyes y de la religión” (8,73-75). Según parece, el Discurso verídico no hizo mella en aquellos a quienes iba dirigido. Los escritores cristianos del tiempo de Celso no lo mencionan. Hacia el año 246, Ambrosio, el amigo de Orígenes, pidió a su maestro que lo refutara, por temor a que algunas de las afirmaciones capciosas de Celso hicieran daño. Orígenes, que hasta entonces no había oído hablar nunca de aquella obra ni de su autor, pensó en un principio que no era ésta la manera mejor de refutar a Celso: Cuando testigos falsos dieron testimonio contra nuestro Señor y Salvador Jesucristo, El guardó silencio; no dio respuesta alguna a las acusaciones. Estaba persuadido de que su vida entera y las acciones que había realizado en medio de los judíos eran una refutación mejor que cualquier respuesta a los falsos testimonios y que cualquier defensa contra las acusaciones. Y no sé, mi buen Ambrosio, por qué quisiste que escribiera una réplica a las falsas acusaciones y cargos que Celso dirige, en su tratado, contra los cristianos y contra la fe de las Iglesias, como si los hechos no brindaran por sí solos una refutación evidente, y la doctrina, una respuesta mejor que todos los escritos, echando por tierra las afirmaciones mentirosas y quitando a las acusaciones toda credibilidad y fuerza (Contra Cels. prefacio 1). Yo no sé en qué categoría se ha de colocar a los que necesitan libros de argumentos escritos en respuesta a las acusaciones de Celso contra el cristianismo, para no vacilar en su fe, sino confirmarse en ella. Teniendo, sin embargo, en cuenta, por un lado, que entre los que se consideran creyentes puede haber algunos que vacilen en su fe y estén en peligro de perderla debido a los escritos de Celso, y, por otro lado, que se puede impedir su caída refutando las aserciones de Celso y exponiendo la verdad, nos ha parecido justo acatar tus órdenes y dar una respuesta al tratado que nos has mandado. Pero no creo que nadie, por poco adelantado que esté en el camino de la filosofía, consentirá que se le llame “Discurso verídico,” como lo tituló Celso (ibid. 4). Este libro no ha sido, pues, compuesto para los que son creyentes convencidos, sino para aquellos que o bien no han empezado a gustar la fe en Cristo o son, como los llama el Apóstol (Rom. 14,1), “flacos en la fe” (ibid.6). Con estas palabras indica Orígenes para quiénes y por qué razones emprendió esta refutación, cuando contaba más de sesenta años de edad (Eusebio, Hist. eccl. 6,36,1). Su método consiste en seguir punto por punto los argumentos de Celso; su respuesta a algunas críticas no es muy convincente y a veces adolece de estrechez de miras. No obstante, se acusa a lo largo de toda la obra una convicción profundamente religiosa y una recia personalidad que sabe conjugar la fe con la ciencia, de forma que el adversario desaparece enteramente en la sombra y el lector queda conquistado por el tono digno y sereno del autor. Celso, a fuerza de verdadero griego, estaba orgulloso de los resultados obtenidos por la filosofía helénica, “y con una apariencia de bondad, no reprocha al cristianismo su origen bárbaro. Por el contrario, alaba la habilidad de los bárbaros en descubrir doctrinas. Pero añade que los griegos son más capaces que nadie para juzgar, establecer y poner en práctica los hallazgos de las naciones bárbaras” (Cont. Cels. 1,2). Orígenes contesta en la forma siguiente: (El Evangelio) tiene un género de demostración propio, más divino que el de los griegos, que se funda en la dialéctica. Y a este método más divino le llama el Apóstol “manifestación del espíritu y del poder”: del “espíritu,” por las profecías, suficientes por sí solas para producir la fe en los que las leen, especialmente en las cosas que se refieren a Cristo, y “del poder,” por los signos y milagros que han sido obrados, que se pueden probar de varias maneras, y especialmente por las huellas que se conservan aún en aquellos que ordenan sus vidas según los preceptos del Evangelio (ibid.) La divinidad de Cristo es evidente, no sólo por los milagros que obró (2,48) y por las profecías que en El se cumplieron (1,50), sino también por el poder del Espíritu Santo, que opera en los cristianos: Quedan aún entre los cristianos vestigios de aquel Espíritu Santo que apareció en forma de paloma. Arrojan a los espíritus malignos, realizan muchas curaciones, predicen ciertos sucesos, según la voluntad del Logos. Y aunque Celso, o el Judío, a quien introduce en su diálogo, se burlen de lo que voy a decir, lo diré, sin embargo: muchos se han convertido al cristianismo, por decirlo así, contra su voluntad; cierto espíritu transformó sus almas, haciéndoles pasar del odio contra esta doctrina a una disposición de ánimo dispuesto a morir en su defensa (1,46). La fe en Cristo y la doctrina cristiana presuponen la gracia: La palabra de Dios (1 Cor. 2,4) declara que la predicación, por verdadera que sea en sí misma y muy digna de ser creída, no basta tocar el corazón humano; es necesario que el predicador haya recibido cierto poder de Dios y que la gracia florezca en sus palabras. Esta gracia, que poseen los que hablan eficazmente, les viene de Dios. Dice el profeta en el salmo 67: “A los que evangelizan, el Señor dará una palabra muy poderosa.” Aun concediendo que entre los griegos se encuentren las mismas doctrinas que en nuestras Escrituras, les faltaría, sin embargo, ese poder de atraer y disponer las almas de los hombres a seguirlas (6,2). Merece notarse particularmente la respuesta de Orígenes a Celso sobre la actitud que hay que tomar respecto al poder civil. Por estar la estructura del Imperio romano íntimamente ligada con la religión pagana, los cristianos se mantuvieron, como es natural, muy reservados en todo lo que era de tipo político. Mientras Celso hace hincapié en la ley y en la autoridad del poder secular, Orígenes insiste en que no se puede exigir obediencia a sus preceptos más que cuando no están en contradicción con la ley divina. Celso se presenta como un patriota ferviente, mientras que Orígenes da la impresión de un cosmopolita, para quien la historia de las naciones y de los imperios es la historia de la humanidad gobernada por Dios. En sus respuestas a Celso sobre estas materias, Orígenes acusa la influencia de Platón, para quien el objetivo del Estado no es el aumento de su propio poder, sino la expansión de la cultura y de la civilización. Por esta razón, Orígenes rehúsa buscar el favor de las autoridades civiles: Celso observa: “¿Qué mal hay en procurarse el favor de los gobernantes de la tierra, entre otros, de los príncipes y reyes humanos? Ellos, en efecto, obtuvieron su dignidad a través de los dioses” (8,63). Sólo existe Uno cuya gracia debemos granjearnos y cuya clemencia debemos implorar — el Dios que está por encima de todos, cuyo favor se alcanza practicando la piedad y las demás virtudes —. Y si Celso quiere que busquemos el favor de otros después de haber conseguido el del Dios que está por encima de todos, que piense que, así como la sombra sigue en sus movimientos al cuerpo que la proyecta, de una manera semejante, cuando tenemos el favor de Dios, tenemos también asegurada la buena voluntad de todos los ángeles, almas y espíritus que gozan de la amistad de Dios (8,64). Debemos despreciar el favor de los reyes y de los hombres, si es que no podemos conseguirlo más que por medio de homicidios, libertinaje o actos de crueldad, o si exige de nosotros actos de impiedad para con Dios, o de servilismo y adulación: tales cosas son indignas de hombres valerosos y magnánimos, que a las demás virtudes quieren juntar la más grande de todas, la firmeza. Sin embargo, cuando no nos obliga a hacer algo que sea contrario a la ley y a la palabra de Dios, no somos tan locos como para excitar contra nosotros la ira del rey y del príncipe, atrayendo sobre nosotros injurias, torturas o hasta la misma muerte. Hemos leído: “Todos habéis de estar sometidos a las autoridades superiores, que no hay autoridad sino por Dios, y las que hay, por Dios han sido ordenadas, de suerte que quien resiste a la autoridad resiste a la disposición de Dios (Rom. 13,1-2)” (8,65). El tratado Contra Celso es una fuente importante para la historia de la religión. Vemos en él, como en un espejo, la lucha entre el paganismo y el cristianismo. Aumenta el valor de esta apología, la más grande apología de la Iglesia primitiva, el hecho de tener en ella frente a frente a dos hombres de gran cultura, que representan a los dos mundos. La obra se granjeó la admiración de los sabios de los primeros tiempos cristianos. Eusebio, por ejemplo, opinaba que en ella estaban va respondidas de antemano todas las herejías de los siglos venideros; tan contundente le parecía la refutación de Orígenes (Adv. Hierocl. 1). Hay en esto, sin duda, una exageración; con todo, esta obra de Orígenes queda como un monumento de su erudición. 4. Escritos dogmáticos. 1. El Peri-Archon (?e?? a????, De frincipiis). La obra más importante de Orígenes es su De principiis. Es el primer sistema de teología cristiana y el primer manual de dogma. Como tal, destaca majestuosa, en su aislamiento, en toda la historia de la Iglesia primitiva. La escribió en Alejandría entre los años 220 y 230. Todo lo que queda del texto griego son unos fragmentos en la Philocalia y en dos edictos del emperador Justiniano I. En cambio, la conservamos íntegra en la traducción libre de Rufino, quien se metió indudablemente con ella, suprimiendo en una parte y en otra pasajes discutibles. A una traducción literal hecha por San Jerónimo le cupo la misma suerte que al original. La obra comprende cuatro libros, cuyo contenido puede resumirse bajo estos títulos: Dios, Mundo, Libertad, Revelación. El título, “fundamentos” o “principios,” revela el objetivo de toda la obra. Orígenes se propuso en esta obra estudiar las doctrinas fundamentales de la fe cristiana. Lo dice claramente la introducción que precede al libro primero. La fuente de la verdad religiosa es la enseñanza de Cristo y de sus Apóstoles (t? ?????µa). El prefacio y la obra empiezan con estas palabras: Los que creen y están convencidos de que la gracia y la verdad han venido por Jesucristo, y que Jesucristo es la verdad misma, según su propia afirmación: “Yo soy la verdad” (Io. 14,6), no buscan la ciencia de la verdad y de la felicidad más que en las palabras mismas y en la doctrina de Cristo. Y por las palabras de Cristo no entendemos solamente las que El pronunció como hombre en su vida mortal, porque, ya antes, Cristo, el Verbo de Dios, estaba en Moisés y en los profetas. Porque sin el Verbo de Dios, ¿cómo habrían podido profetizar a Cristo? Y de no ser porque nos hemos propuesto mantener este tratado dentro de los límites de la brevedad, no nos seria difícil demostrar por las divinas Escrituras, en prueba de nuestra aserción, cómo Moisés y los profetas hablaron e hicieron todo lo que hicieron porque estaban llenos del Espíritu de Cristo… Por otra parte, estas palabras de San Pablo indican que Cristo, después de su ascensión a los cielos, habló por boca de sus Apóstoles: “¿Buscáis experimentar que en mí habla Cristo?” (2 Cor. 13,3). Mas como entre los que hacen profesión de creer en Cristo hay muchas divergencias, no solamente en detalles insignificantes, sino también en materias sumamente importantes, … parece necesario establecer sobre todos esos puntos una regla de fe fija y precisa antes de abordar el examen de las demás cuestiones… Mas como la enseñanza eclesiástica, transmitida en sucesión ordenada desde los Apóstoles, se conserva y perdura en las iglesias hasta el presente, no se deben recibir como artículo de fe más que aquellas verdades que no se apartan en nada de la tradición eclesiástica y apostólica (prefacio 1-2). Orígenes da a entender aquí claramente que las fuentes de Doctrina cristiana son la Escritura y la tradición, y señala la existencia de una regla de fe, que contiene la enseñanza fundamental de los Apóstoles. Estos, sin embargo, no dieron argumentos en apoyo de estas verdades ni explicaron las relaciones recíprocas que existen entre ellas. Además, queda un gran número de cuestiones sin respuesta a propósito del origen del alma humana, de los ángeles, de Satanás, etc. Ahí está la misión de la sagrada teología: Conviene saber que los santos Apóstoles, al predicar la fe de Cristo, manifestaron clarísimamente aquellos puntos que creyeron necesarios a todos los creyentes, incluso a aquellos que parecían menos diligentes en la investigación de la ciencia divina; dejando la tarea de indagar las razones de esas afirmaciones a aquellos que merecieron los dones superiores del Espíritu, sobre todo a los que, por medio del mismo Espíritu Santo, obtuvieron el don de lenguas, de sabiduría y de ciencia. En cuanto a los demás, se contentaron con afirmar el hecho, sin explicar el porqué, ni el cómo, ni el origen, sin duda para que, andando el tiempo, los amigos apasionados del estudio y de la sabiduría tuvieran en qué ejercitar su ingenio con provecho — me refiero a aquellas personas que se preparan para ser dignos receptáculos de la sabiduría (prefacio 3). En este párrafo Orígenes distingue los dos elementos de toda teología, tradición y progreso, teología positiva y teología especulativa. La doctrina cristiana, lejos de ser estéril y estar anquilosada, está en continuo desarrollo y sigue las leyes naturales del crecimiento y de la vida: Aquel que de todo esto quiere hacer un cuerpo de doctrina, de modo que de cada punto particular se pueda indagar lo que hay de verdad por medio de afirmaciones claras e innegables, y formar, como hemos dicho, un cuerpo de doctrina con analogías y afirmaciones, ya se encuentren en las Sagradas Escrituras, ya se deduzcan como consecuencias por vía de raciocinio, debe tomar como base estos principios y fundamentos, según este precepto: “Iluminaos con la luz de la ciencia” (Os. 10,12, prefacio 10). Una vez descrita la tarea de la teología en general y de su obra en particular, Orígenes expone en los cuatro libros una teología, una cosmología, una antropología y una teleología. 1. El primer libro trata del mundo sobrenatural, de la unidad y espiritualidad de Dios, de la jerarquía de las tres divinas personas y de sus respectivas relaciones con la vida creada: el Padre actúa sobre todos los seres; el Verbo, sobre los seres racionales o almas; el Espíritu Santo, sobre los seres que son a la vez racionales y santificados. Siguen luego discusiones sobre el origen, la esencia y la caída de los ángeles. 2. El segundo libro se ocupa del mundo material, la creación del hombre como consecuencia de la defección de los ángeles, del hombre considerado como espíritu que ha caído de su primer estado y ha sido encerrado en un cuerpo material del pecado de Adán y de la redención por medio del Logos encarnado, de la doctrina de la resurrección, del juicio universal y de la vida futura. 3. La unión del cuerpo y del alma da a ésta oportunidades de lucha y de victoria. En este combate, las personas cuentan con la ayuda de los ángeles y son obstaculizados por los demonios, pero conservan su libertad. De esta manera, al examinar la extensión de la libertad y de la responsabilidad, el libro tercero presenta un esbozo de teología moral. 4. El libro cuarto resume las enseñanzas fundamentales con algunas adiciones; trata también de la Sagrada Escritura corno fuente de fe, de su inspiración y de sus tres sentidos: El método que a mí me parece que se debe seguir en el estudio de las Sagradas Escrituras y en la investigación de su sentido es el que se deduce de las mismas Escrituras. En los Proverbios de Salomón hallamos esta regla respecto de las doctrinas divinas de la Escritura: “Y tú preséntalas de tres maneras, en consejo y ciencia, para replicar palabras de verdad a los que te las proponen” (Prov. 22,20-21). Por consiguiente, las ideas de la Sagrada Escritura se deben copiar en el alma de tres maneras: el simple se edifica, por decirlo así, con la carne de la Escritura — éste es el nombre que damos al sentido natural —; el que ha avanzado algo, con el alma, como si dijéramos. Por lo que hace al hombre perfecto… (se edifica) con la ley espiritual, que contiene una sombra de los bienes venideros. Al igual que el ser humano, la Escritura, que ha sido ordenada por Dios para comunicar la salvación a la humanidad, se compone también de cuerpo, alma y espíritu (4,1,11). Esta primera síntesis de la doctrina eclesiástica ha ejercido una poderosa influencia en el desarrollo del pensamiento cristiano. No debe sorprendernos que, como primer ensayo, adolezca de defectos, tanto en la forma como en el fondo. Cae en repeticiones y no hay la debida conexión entre las partes. El autor no tiene nunca prisa en llegar a término. De paso va tocando todas las cuestiones que le parecen importantes. Por eso la composición del libro resulta demasiado floja para el gusto moderno. Sin embargo, no sería justo comparar esta obra con tratados científicos de teología de épocas posteriores o con nuestros modernos manuales de dogma. Su principal defecto, como veremos más adelante, es la influencia predominante de la filosofía platónica. Para ser justos con el autor, hemos de tener en cuenta el número de dificultades que tuvo que salvar en este primer ensayo de síntesis, para coordinar los diversos elementos del depósito de la fe y vaciarlos en el molde de un sistema completo. Se comprende, pues, sin dificultad que para la solución de muchos problemas recurriera a la filosofía griega. El haber fundado sus especulaciones en pasajes de la Escritura interpretados alegóricamente está indicando que, incluso en estas teorías filosóficas, no quería apartarse de la verdad bíblica ni de la enseñanza de la Iglesia. A pesar de sus deficiencias, el De principiis señala una época en la historia del cristianismo. 2. La disputa con Heráclides. Entre los papiros hallados en Toura, cerca de El Cairo, en 1941, hay un códice de fines del siglo VI que contiene el texto de la disputa entre Orígenes y Heráclides. Independientemente de este título, bastarían el vocabulario, el estilo y la doctrina para probar que se trata de una obra de Orígenes. No es un diálogo literario, sino la relación completa de una disputa real, hecho único, como lo hace notar A. D. Nock, no ya solamente entré los escritos de Orígenes, sino en toda la literatura cristiana primitiva y en la literatura antigua en general antes de San Agustín. Las opiniones de Heráclides sobre la cuestión trinitaria habían llenado de inquietud a sus hermanos en el episcopado. Llamaron, pues, a Orígenes para enderezar la situación. La reunión, que no tuvo carácter oficial ni judicial, se desarrolló en una iglesia de Arabia, en presencia de los obispos y del pueblo, hacia el año 245. Orígenes parece estar en plena posesión de su autoridad como doctor. No era la primera vez que tenía una conferencia de esta clase. Tenemos noticias de entrevistas que celebró con Berilo y con el valentiniano Cándido. Los taquígrafos transcribieron exactamente el debate. El estilo tiene toda la viveza de una conversación real, lo que habla en favor de la fidelidad de la transcripción. En la introducción se dice que los obispos allí presentes hicieron averiguaciones sobre la fe del obispo Heráclides, hasta que él mismo confesó delante de todos cuáles eran sus creencias. Después que cada uno hubo hecho sus observaciones y preguntas, tomó la palabra Orígenes. Aquí es donde empieza la relación. La primera parte tiene tres subdivisiones: Orígenes interroga a Heráclides; desarrolla luego sus propias ideas sobre las relaciones entre el Padre y el Hijo; finalmente, indica con suma delicadeza la actitud que hay que tomar en estas cuestiones doctrinales tan difíciles. El interrogatorio de Heráclides da a entender que se le tenía como sospechoso de modalismo. La segunda parte consiste en preguntas formuladas por otros asistentes y respuestas de Orígenes. Se ve que a Heráclides no le gustaba la fórmula de Orígenes “dos dioses” (d?? ?e??) como la única manera de expresar claramente la distinción entre el Padre y el Hijo. Implicaba un peligro demasiado grave de politeísmo. En la discusión, Orígenes hace esta observación: “Ya que nuestros hermanos se escandalizan al oír que hay dos dioses, este asunto merece ser tratado con delicadeza.” Recurre luego a la Escritura para demostrar en qué sentido dos pueden ser uno. Adán y Eva eran dos; sin embargo, formaban una sola carne (Gen. 2,24). Cita luego a San Pablo, quien, hablando de la unión del hombre justo con Dios, dice: “El que se allega al Señor se hace un espíritu con El” (1 Cor. 6,17). Finalmente, invoca como testigo al mismo Cristo, porque dijo: “Yo y mi Padre somos uno.” En el primer ejemplo había unidad de “carne”; en el segundo, de “espíritu”; en el tercero, de “divinidad.” “Nuestro Señor y Salvador — observa Orígenes —, en su relación con el Padre y Dios del universo, no es una sola carne, ni tampoco un solo espíritu, sino algo mucho más elevado que la carne y el espíritu, un solo Dios.” Esta manera de interpretar las palabras de Cristo, dice, sirve al teólogo para defender la dualidad de Dios contra el monarquianismo y la unidad contra la impía doctrina de los judíos que niega la divinidad de Cristo. Es importante advertir que Orígenes considera aquí a la divinidad como elemento de unidad entre Cristo y el Padre. En su Contra Celsum (8,12) aduce el mismo texto de Juan 10,30 como prueba de la unidad que existe entre Cristo y el Padre, pero habla solamente de “unidad de pensamiento e identidad de voluntad.” El interrogatorio de Heráclides termina con el siguiente acuerdo: Orígenes dijo: ¿El Padre es Dios? Heráclides respondió: Sí. Orígenes dijo: ¿El Hijo es distinto del Padre? Heráclides respondió: ¿Cómo podría ser simultáneamente Hijo y Padre? Orígenes dijo: ¿El Hijo, que es distinto del Padre, es también Dios? Heráclides respondió: También El es Dios. Orígenes dijo: ¿De esta manera los dos Dioses forman uno solo? Heráclides dijo: Sí. Orígenes dijo: ¿Por consiguiente, afirmamos que hay dos Dioses? Heráclides respondió: Sí, pero el poder es uno (d??aµ? µ?a est??). Dicho con otras palabras, la fórmula d?? ?e?? ? d??aµ? µ?a es aceptable para ambas partes. Tiene el mismo sentido que la fórmula que utilizará la teología posterior: Dos personas, pero una sola naturaleza. Entre las preguntas que hicieron otros en la segunda parte de la disputa está la de Dionisio sobre si el alma y la sangre del hombre son una misma cosa. En su respuesta, Orígenes distingue entre la sangre física y una sangre del hombre interior (164,9). Esta última se identifica con el alma. Al morir el justo, esta alma-sangre se separa del cuerpo y entra en la compañía de Cristo desde antes de la resurrección. La última parte de la discusión se refiere a la inmortalidad del alma. El obispo Felipe es quien plantea la cuestión. Orígenes responde que el alma, en un sentido, es inmortal, y en otro sentido mortal; depende enteramente de cuál de las tres diferentes clases de muerte se trate. Está, en primer lugar, la muerte al pecado (Rom. 6,2). El que está muerto al pecado vive para Dios. La segunda es la muerte a Dios (Ez. 18,4). El que está muerto a Dios vive para el pecado. La tercera es la que se entiende comúnmente con esta palabra, o sea, la muerte natural. El alma no está sometida a esta muerte; aun cuando los que viven en pecado la desean, no la pueden alcanzar (Apoc. 9,6). Pero el alma está sujeta a las dos primeras clases de muerte, y respecto de ambas se la puede llamar mortal. Sin embargo, el hombre puede escapar a esta clase de muerte. 3. Sobre la resurrección (?e?? a?ast?se??, De resurrectione). Escribe Orígenes en De principiis (2,10,1): “Debemos tratar en primer lugar de la resurrección, para saber qué es lo que ha de ser objeto de castigo, de descanso o de felicidad. Ya hemos discutido más extensamente esta cuestión en otros libros que hemos escrito sobre la resurrección y hemos expuesto nuestros puntos de vista sobre el particular.” Eusebio menciona dos libros Sobre la resurrección (Hist. eccl. 6,24,2). La lista de Jerónimo enumera De resurrectione libros II, pero añade et alios de resurrectione diálogos II. Parece que más tarde estos tratados fueron combinados en uno. Así se explicaría por qué habla Jerónimo (Contra Joh. Hier. 25) de un cuarto libro de Orígenes Sobre la resurrección. El ensayo a que alude Orígenes en el De principiis debió de escribirlo en Alejandría antes del 230, quizá mucho antes. De todas estas obras sólo quedan fragmentos en Pánfilo (Apol. pro Orig. 7), en Metodio de Filipos (De resurr.) y en Jerónimo (Contra Joh. Hier. 25-26). Sabemos por Metodio que Orígenes rechazó la identidad material entre el cuerpo resucitado y el cuerpo humano y sus partes. 4. Escritos misceláneos. Otra obra que se ha perdido, fuera de unos pequeños fragmentos, es su Stromateis o Miscelánea, “que compuso, en diez libros, en la misma ciudad (Alejandría) durante el reinado de Alejandro, como lo prueban las notas que puso de su puño y letra al principio de los tomos” (Eusebio, Hist. eccl. 6,24,3). Como lo indica el título, y según se dijo acerca de la obra homónima de Clemente de Alejandría, se discuten los temas más variados sin seguir un orden particular. Esto coincide con la observación de Jerónimo (Epist. 70,4) de que en este estudio Orígenes comparó la doctrina cristiana con la enseñanza de los antiguos filósofos, Platón, Aristóteles, Numenio y Cornuto. 5. Escritos de carácter práctico. 1. Sobre la oración (De oratione) El tratado De oratione es una verdadera joya entre las obras de Orígenes. Lo compuso, hacia el 233-234, a instancias de su amigo Ambrosio y de Taciana, su esposa o hermana. El texto se ha conservado en un códice de Cambridge, del siglo XIV (Codex Cantabrig Colleg. S. Trinitatis B. 8. 10 saec. XIV). Un códice de París, del siglo XV, contiene también un fragmento. El tratado comprende dos partes. La primera (c.3-17) trata de la oración en general, y la segunda (c.18-30) del “Padre nuestro” en particular. En un apéndice (c.31-33), que viene a completar la primera parte, se habla de la actitud del cuerpo y del alma, de los gestos, del lucrar y de la orientación de la oración, y, finalmente, de sus diferentes clases. Al final, Orígenes ruega a Ambrosio y a Taciana que se contenten, por el momento, con este escrito hasta que les pueda ofrecer algo mejor, más hermoso y más preciso. No parece que Orígenes haya tenido nunca la posibilidad de cumplir esta promesa. Este tratado revela, mejor que ningún otro, la profundidad y el fervor de la vida religiosa de Orígenes. Algunos de los conceptos fundamentales que recalca en esta obra son de gran valor para analizar su sistema teológico. Es el estudio científico más antiguo que poseemos sobre la oración cristiana. La introducción se abre con la afirmación de que lo que es imposible a la naturaleza humana es posible con la gracia de Dios y con la asistencia de Cristo y del Espíritu Santo. Este es el caso de la oración. Después de discutir el nombre y el significado de la palabra bíblica euche (e???) y proseuche (p??se???) (c.3-4), el autor responde a una pregunta de Ambrosio sobre el uso y la necesidad de la petición. Los que se oponen a ella dicen que Dios conoce nuestras necesidades sin que le pidamos nada. Además es absurdo pedir nada a Dios, puesto que todo lo tiene predestinado. A esto responde Orígenes señalando el libre albedrío que Dios ha dado a todas las personas que las ha coordinado con su plan eterno. Hay pasajes en la Escritura que prueban que el alma se eleva y recibe una visión de la belleza y majestad divinas. El comercio constante con Dios produce como efecto la santificación de toda la existencia del hombre. Por consiguiente, la utilidad y la conveniencia de la oración consisten en que nos permite unirnos (??a??a???a?) al espíritu del Señor, que llena el cielo y la tierra. No pretende influir en Dios, sino hacernos participar de su vida y ponernos en comunicación con el cielo. El mejor ejemplo nos lo da Cristo, nuestro Sumo Sacerdote. El ofrece nuestro homenaje juntamente con el de los ángeles y el de los fieles difuntos, especialmente el de los ángeles custodios, que presentan nuestras invocaciones a Dios. La oración fortifica el alma contra las tentaciones y aleja los malos espíritus. Por esto deberíamos dedicar a la oración determinadas horas del día. Más aún, nuestra vida entera debería ser una oración. A los que desean una vida espiritual en Cristo, el autor aconseja no pedir en su conversación con Dios cosas fútiles y terrenas, sino tienes elevados y celestiales. Comentando 1 Tim. 2,1, aduce ejemplos de la Escritura para las cuatro clases de la oración: petición (d??s??), adoración (p??se???), súplica (??te???) y acción de gracias (e??a??st?a). Hablando de la adoración, observa que debería dirigirse únicamente a Dios Padre, jamás a un ser creado, ni siquiera a Cristo. El mismo Cristo nos enseñó a adorar al Padre. Deberíamos orar en el nombre de Jesús. Deberíamos adorar al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; pero únicamente el Padre tiene derecho a nuestra adoración. Para justificar esta opinión singular, Orígenes dice que, si se quiere orar correctamente, no se debe rogar a quien ora él mismo. El que rehusó ser llamado “bueno” porque sólo Dios tiene derecho a llamarse así, ciertamente habría rehusado que se le adorara. Y si Cristo llama a los cristianos hermanos suyos, con esto da a entender claramente que desea que ellos adoren al Padre, no a El, que es su hermano: “Roguemos, pues, a Dios por mediación de El, diciendo todos las mismas cosas sin divisiones en el modo de rezar. ¿No es verdad que estamos divididos, si es que unos ruegan al Padre, otros al Hijo? La gente sencilla, que ilógica e inconsideradamente ruega al Hijo, bien sea con el Padre o sin el Padre, comete un pecado de ignorancia” (16,1). En esta teoría, Orígenes no ha tenido seguidores. Probablemente le fue sugerida por un concepto subordinacionista del Logos y por un monoteísmo exagerado. La segunda parte consiste en un comentario al “Padre nuestro,” el más antiguo que conocemos. Después de una introducción, en la que examina las diferencias entre el texto de Mateo y el de Lucas, y la recta manera de hablar con Dios, nos ofrece una magnífica interpretación de la invocación inicial “Padre nuestro, que estás en los cielos.” Orígenes hace notar que el Antiguo Testamento no conoce el nombre de “Padre” refiriéndose a Dios, en el sentido cristiano de una adopción firme e indefectible. Solamente los que han recibido el espíritu de adopción y prueban con sus obras que son hijos e imágenes de Dios, pueden recitar esta plegaría auténticamente. Nuestra vida entera debería decir: “Padre nuestro, que estás en los cielos,” porque nuestra conducta debería ser celestial y no mundana. El consejo que da en la primera parte del tratado, de no pedir cosas temporales, sino bienes sobrenaturales, explica su manera de interpretar la cuarta petición: “Puesto que algunos piensan que aquí se nos manda pedir el pan de nuestro cuerpo, conviene refutar su error y proponer la verdad sobre el pan de cada día. Habría que responderles con esta pregunta: ¿Cómo es posible que el que nos manda pedir cosas celestiales y grandes, olvidándose, según vosotros, de sus propias enseñanzas, mande pedir al Padre cosas terrenas y mezquinas?” (27,1). Hace derivar la palabra ?p???s??? (Mt. 6,11; Lc. 11,3) de ??s?a, substancia, y considera ??t?? ep???s??? como un alimento celeste que nutre la substancia del alma, haciéndola fuerte y vigorosa. Este alimento es el Logos, que se llama a sí mismo “el pan de vida.” Hablando de las actitudes durante la oración, Orígenes dice que todo acto de adoración debe dirigirse hacia el este, para indicar de esta manera que el alma está orientada hacia la aurora de la verdadera luz, el sol de justicia y de salvación, Cristo (32). A lo largo de todo el tratado, Orígenes insiste en las disposiciones previas del alma. Los efectos de la oración dependen de la preparación interior. En primer lugar, no puede haber auténtica adoración si no se declara la guerra al pecado a fin de purificar el corazón. En segundo lugar, esta lucha contra todo lo que mancilla el alma está íntimamente ligada a un esfuerzo constante por librar el espíritu de los afectos desordenados, a una lucha contra todas las pasiones (p???). Comentando Mateo 5,22, Orígenes declara que no podrán conversar con Dios más que aquellos que se hayan reconciliado enteramente con sus hermanos. En tercer lugar debemos rechazar todas las impresiones y pensamientos que vengan a perturbarnos, tanto si provienen del mundo que nos rodea como si tienen origen en nosotros mismos. Sólo después de un desprendimiento así es posible acercarse al Omnipotente. Cuanto mejor preparada esté el alma, tanto más rápidamente escuchará Dios sus peticiones y tanto más aprovechará el alma en su coloquio con El. Sin embargo, aun después de todos estos preparativos, la oración sigue siendo un don del Espíritu Santo, que ora dentro de nosotros y nos guía en la oración. Las ideas de este tratado han ejercido una influencia duradera en la historia de la espiritualidad. Los escritos de Orígenes fueron leídos por los primeros monjes de Egipto, y su influencia se advierte en las reglas monásticas más antiguas, especialmente en su manera de tratar de la oración y de la compunción.