viernes, 14 de diciembre de 2018

PERÓN: NI NACIONALISTA NI REVISIONISTA, PERONISTA

PERÓN: NI NACIONALISTA NI REVISIONISTA, PERONISTA
(Rtta. a la nota de F. G. Addissi del 26/10/18)


Por Cristián Rodrigo Iturralde

         El día de ayer, en el sitio “Noticias del Congreso Nacional”, el Sr. Federico Gastón Addissi publicó un artículo titulado «Refutación al art. de Iturralde “Perón y el revisionismo”» (1) , abriendo de este modo un debate, que acepto gustosamente.
     Como dato anecdótico y para amenizar, paso a comentar al lector general que conozco a mi circunstancial contendiente hace ya largos años, desde tiempos en que ambos militábamos en la Juventud Federal del “Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas”. Si bien tenemos y hemos tenido nuestras importantes diferencias en torno a asuntos como el precedente, siempre conservamos un trato de respeto y procuraré que así siga. 
        Sin más prolegómenos, pasemos ahora a lo nuestro.
      En el sintético escrito al que hace referencia, procuro probar que lejos de haber sido un promotor de la línea del revisionismo histórico y de Juan Manuel de Rosas, Juan D. Perón fue enemigo de ambos (o de mínima, no suscribió a ninguno) y que si bien por momentos, y tal vez a priori, su relación con éstos podría parecer algo ambigua, una segunda aproximación algo más detenida sobre la cuestión, aclarará el panorama de modo definitivo. 



      Comienzo advirtiendo que Perón recién reivindica a Rosas (figura fundante y esencial del revisionismo histórico) después de 1955, es decir, cuando ya tenía más de 60 años de edad, y por una cuestión meramente estratégica, refiriendo asimismo el hecho de haber denominado a los ferrocarriles (su opera prima nacionalista) con los nombres del procerato liberal -ignorando displicentemente la figura del Restaurador-. Paso seguidamente a referir que los planes de estudio de las instituciones educativas nacionales, que sostenían la línea historiográfica de mayo-caseros, no fueron modificados por Perón, quien en la década 45-55 tuvo el poder absoluto para hacerlo. Aserción que comparte entre otros la historiadora Quattrochi-Woisson, señalando que los revisionistas fueron “relegados a una postura marginal”. ”Perón”, prosigue, “busca tomar distancias con un personaje histórico cuya imagen no le conviene”, agregando que el revisionismo, institucionalmente hablando, “no implicó ninguna actividad de importancia (…) En las publicaciones universitarias de la época peronista, en los casos en que pudieron aparecer, la versión revisionista del pasado apenas si está presente. Si bien hay historiadores revisionistas en la Facultad de Filosofía y Letras (...), su enseñanza no es seguida por ninguna publicación oficial (…); no se registran grandes cambios historiográficos en los manuales escolares del primario o del secundario”. (2)  Ya luego, y para cerrar, apunto que poco y nada hizo Perón para repatriar los restos del insigne pro hombre, habiendo cuenta que este era un reclamo del nacionalismo desde comienzos de la década del 30´, particularmente a través de la "Junta Americana de Homenaje y Repatriación de los Restos de Rosas" , establecida en 1934. 

        No obstante lo referido, y sólo hemos dicho parte, el Sr. Addissi nos pone en aviso que existirían otros hechos concretos y decisivos que nos probarían equivocados. ¿Será así? Comienza el autor queriendo demostrar que Perón fue rosista toda su vida y desde joven. Para ello, cita  una misiva del 26 de noviembre de 1918 donde, entre otros asuntos, se elogia la figura de Rosas. Lo que omite deliberadamente es que tan solo tres años después, en carta a sus padres, elogia a Sarmiento y a Mitre, aprovechando la ocasión para calumniar a don Hipólito Yrigoyen (a quién antes apoyaba). (3) Y ésta última será la línea adoptada en lo sucesivo, llegando a afirmar que aspiraba ser “el Mitre del presente siglo”. Perón, alumno de Levene en la Escuela Superior de Guerra, consideraba la historia mitrista como una “obra maestra”, agregando lo siguiente: “solo ahora comprendo lo que importa tener un Mitre, capaz de darnos en los episodios medulares de nuestra historia, algo que puede ser norma y pauta para los investigadores del futuro”.  (4) Todos conocen  -lo hemos mencionado en distintos trabajos, consignando prolijamente fuentes y fechas-, los distintos elogios que el “líder” prodiga al procerato liberal y aún a hombres como Agustín Pedro Justo (el primer “infame” de la década denostada). Debería resultar curioso que en el plano retórico Rosas recibiera un trato menos favorable que norteamericanos e ingleses, pues por cada encomio al caudillo existen cinco en favor de los sajones y aun de los sionistas. Esta contradicción permanente fue animada por el propio Perón, como demuestra –por si hiciera falta más evidencia- la respuesta que ofrece a su secretario López Rega, cuando éste le señalara que había que uniformar opiniones sobre su participación en la revolución del 30´:



“Si yo dije en una  oportunidad que había estado con la Revolución, y en otra que había estado en contra de ella, la solución no estaba en aunar las versiones, sino en colocar una tercera, que dijera que no estuve ni a favor ni en contra de la Revolución.  Porque siempre hay que tener tres versiones sobre un mismo hecho del  pasado”.



        De modo que queda clara la valoración que cabe otorgarle a las –siempre circunstanciales- palabras y juicios de Perón. En cuanto a su reivindicación de Rosas desde el exilio, resulta claro que cuanto lo mueve a ello es una cuestión meramente utilitaria y estratégica, pues la reivindicación del antiimperialismo del Restaurador lo alineaba –en este punto- con sus aliados del internacionalismo marxista. Además, el gorilismo antirosista acusaba a su régimen de haber constituido “la segunda tiranía”, viendo allí la conveniencia de vestir ese sayo, entendiendo que el enemigo de su enemigo debía ser su amigo. El razonamiento del peronista Marcelo Gullo es el siguiente: «Si mentían con respecto a Perón llamándolo el “segundo tirano sangriento” seguramente también mentían con respecto a Rosas a quien llamaban “el primer tirano sangriento”»  (5) (lo cual a priori podría haber sido cierto, pero este no fue el caso; si bien es claro que serán los “libertadores” los primeros en manchar sus manos con sangre, con los bombardeos primero, y con el fusilamiento de Juan José Valle después). Indudablemente, también influyeron en el cabecilla justicialista algunos de sus allegados de filiación rosista, que en una década no habían logrado sacarle más que algunas migajas en favor de los federales. Por si hicieran falta mas elementos en este sentido, cabe destacar un dato que desconocía y que recordó oportunamente el Dr. Alejandro Olmos Gaona en reciente intervención donde se discutía este asunto, advirtiendo que en la primera edición de “La fuerza es el derecho de las bestias” (1955, Chile), el “Conductor” compara a la Revolución Libertadora y sus “fusiladores” con la Mazorca rosista (comentario luego suprimido en postreras ediciones por sugerencia de “Pepe” Rosa, según consigna Gaona Olmos). 

       No obstante, el A. insistirá en el supuesto apoyo de Perón al revisionismo y a Rosas, recordándonos todo lo que hizo en 10 años: 



«Qué el 20 de noviembre de 1950 se estampó por primera vez el “Día de la Soberanía” (…) el gobierno permitía pegar afiches a favor del Restaurador (…) (El) 20 de noviembre de 1953… la batalla de Obligado fue conmemorada oficialmente por primera vez por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé (…) (En) 1954 se creó la “Organización popular por la repatriación de los restos del General Rosas”, presidida por José María Rosa y Ernesto Palacio». 



       Vayamos por partes.

      Ignoro que querrá referir el autor por “estampar” por primera vez el “Día de la Soberanía”, pues esta fecha era reivindicada con anterioridad a la llegada de Perón al poder (si bien, claro, no oficialmente). No obstante, aún concediendo a aquello algún valor, no se explica entonces por qué se conmemoraba el Centenario del Pronunciamiento de Urquiza y el de la batalla de Caseros y el motivo por el cual el peronismo prohibía, a través del Consejo Nacional de Educación, que se enseñase el apoyo de San Martín a Rosas. Desconozco asimismo que se querrá probar con la cuestión de los “afiches”, pues si algo es claro es que no se hicieron con aval del gobierno y mucho menos fueron financiados por éste, ¿o sí?  Supongo que si aquello fuera condición suficiente para tener a Perón y su gobierno como rosistas, en mayor consideración, entonces, habría que tener a Agustín Pedro Justo y Roberto Marcelino Ortiz, ya que bajo sus mandatos fueron creados el “Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas” (1938), la "Junta Americana de Homenaje y Repatriación de los Restos de Rosas" (1934)  y el Instituto de Estudios Federalistas (en Santa Fe). 

        Más adelante, nos indica el A. que hubo UNA conmemoración en 1953, en Buenos Aires, de la batalla de Obligado. Una conmemoración provincial en diez años (contra decenas en favor de los liberales y a nivel nacional), le parece a Addissi algo digno de encomios, sin caer en cuenta que el mismo dato que cita no hace más que debilitar seriamente su tesis. Lo que no dice, empero, es que en todos los libros de texto a partir de 1950 el nombre del Rosas brilla por su ausencia, y que Tesaire, el Vicepresidente y amigo personal de Perón, prohibió en forma expresa a los afiliados peronistas afiliarse a institutos rosistas. (6) Del mismo modo, en 1954, se prohibió polemizar entre revisionistas y anti revisionistas a los miembros del partido. (7)

Al final, evoca el A. la Comisión Popular Argentina para la Repatriación de los Restos de Rosas, cómo si en si mismo este hecho probara necesariamente algo. El Dr. Alejandro Olmos Gaona conoce de primera fuente el accionar de dicha institución y su relación con Perón: 



“En 1950 se creó la Comisión Popular Argentina para la Repatriación de los Restos de Rosas, que presidió el Dr. David Uriburu, siendo Secretario general de la misma, mi padre. Integraban esa Comisión: el Almirante León Scasso, Carlos Ibarguren, José María Rosa, Ernesto Palacio, Horacio de León Belloc, Enrique Ariotti, entre los que me acuerdo. Realizaron intensas gestiones ante Perón y no consiguieron absolutamente nada. Es más: un amigo de Perón, y que era en ese años Presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano, el Coronel Bartolomé Descalzo, descalificó a Rosas en una publicación oficial, lo que llevó a mi padre a enviarle una carta muy contundente y solicitar un Tribunal de Honor, por las falsedades expuestas en su pronunciamiento. Jamás Descalzo hubiera hecho algo, sin la anuencia de Perón y mucho más cuando presidía una institución oficial”. (8)



       Que Perón no apoyó al revisionismo es un hecho sobradamente demostrado, incluso reconocido por el propio líder justicialista, confesando a Tulio Jacovella (en entrevista realizada en 1973) que el revisionismo histórico no había sido parte de sus planes durante sus gobiernos. (9) Hemos mencionado ya la opinión del peronista Hugo Chumbita: “Si bien en la enseñanza y el aparato de difusión hubo una reformulación hacia los valores del folklore y la cultura popular, el elenco de próceres “oficiales” no fue cuestionado en forma visible (…) Fue después de su derrocamiento cuando Perón manifestó públicamente sus convicciones sobre el debate histórico argentino”. Otro peronista, Fermín Chávez, consultado al respecto de este asunto, en un reportaje en la revista "Crisis" en 1975, respondió: "El grueso de la conducción del peronismo fue liberal, y uno de los temas tabú fue, precisamente, el revisionismo histórico. Existieron intentos aislados de apoyo, porque había algunas personas con cierto grado de poder que podían amparar o cobijar este tipo de cosas; el grueso no... Una vez, por ejemplo, le planteamos el tema a Eva Perón, y ella nos dijo: ―Muchachos, yo estoy de acuerdo con ustedes, pero si planteamos este tema en este momento dividimos al peronismo. ¡Y tenía razón! No hay que olvidar que Perón mismo era un hombre que provenía del Colegio Militar liberal, donde le habían enseñado -como a todo el Ejército Argentino- cuáles eran los próceres del Olimpo oficial"

      José María Rosa reconoce que no recibieron ningún apoyo oficial de parte del peronismo en sus primeros gobiernos y, como señala el Dr. Caponnetto, “los cargos en la Academia Nacional de Historia como los premios y apoyos oficiales a las producciones historiográficas, no recayeron nunca en destinatarios revisionistas, conservándose cuidadosamente todo el ritual de la efemeridografia liberal”. (10) Vicente Sierra, revisionista convertido al peronismo, recrimina a aquellos peronistas que tienen como próceres a los representantes del liberalismo. En una conferencia dictada en 1949, viendo que las cosas permanecían igual, hizo el siguiente señalamiento: ¨La Revolución… no puede apoyarse en los mismos juicios históricos que se apoyaba el régimen liberal derribado (…) el revisionismo es un hecho implícito con la Revolución, aun cuando los propios revolucionarios (….) quieren postergarla (…)”. (11)  En comentario a una obra de Quattrocchi-Woisson, el propio Oscar Sulé –por quién tengo gran respeto-, reconoce el antirosismo de la primera década peronista. (12)

       Desde luego, el “Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas” -de precarios recursos, que sobrevivía a duras penas gracias al aporte de sus miembros- no solo jamás fue auxiliado por el régimen peronista sino que hizo todo lo posible por silenciarlo, primeramente a través del Instituto Sanmartiniano y de la Academia Nacional de Historia. En 1948, a través de la editorial del número 13 de su Revista (p. 3-4), el instituto rosista lamentaba que: “Los hombres de la escuela revisionista no han tenido en este ultimo tiempo donde exponer sus ideas (…) cercados por una inaudita conspiración periodística (….) las actividades de nuestro instituto fueron cuidadosamente silenciadas (…) no faltaron zopencos que infiltrados en el partido gobernante y hasta ocupando altas posiciones rentadas, les hirvieron el juego, introduciendo un confusionismo pernicioso”, advirtiendo seguidamente que las similitudes que algunos creen ver entre rosismo y peronismo “son mas aparentes que reales”. Pero en rigor, Perón ya había adelantado su pensamiento sobre el jefe de la Confederación Argentina, cuando en  diciembre de 1945, ante algunos disturbios de ciertos nacionalistas, calificó a éstos de «sujetos irresponsables que al grito de “Viva Rosas” escudan su indignidad para sembrar la alarma y la confusión en distintos actos cívicos que se desarrollan normalmente (…) no pueden integrar las filas de ninguna fuerza política argentina». (13)

       Ejemplos probatorios del no rosismo o antirosismo de Perón, abundan; como así también del nulo apoyo otorgado al revisionismo histórico. Imposible mencionarlos todos en un solo escrito. Estamos convencidos de que lo referido hasta el momento debería resultar más que suficiente para el esclarecimiento final de esta cuestión. No obstante, el A. insiste, trayéndonos al finalizar su nota las leyes 20.769 y 20.770, que disponían, respectivamente, “la repatriación de los restos del ex gobernador de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas” y la conmemoración oficial del Día de la Soberanía (20 de noviembre). A esto, comencemos advirtiendo que ambas fueron sancionadas en 1974; es decir, Perón tuvo que estar muerto o a punto de morir para hacer algún guiño al Restaurador (la primera ley fue sancionada en septiembre de 1974). Digamos por lo pronto, además, que quién consuma la señalada repatriación fue Carlos Saúl Menem, apenas iniciado su gobierno (1989; Perón no lo gestionó en 10 años). La pregunta que sigue es la siguiente: ¿podremos inferir de ello que Menem era rosista? (recordemos asimismo que éste otorga al Instituto Rosas la categoría de instituto oficial, donando además la vistosa sede que ocupa actualmente). Luego, el 3 de noviembre de 2010 Cristina Fernández de Kirchner declara al “Día de la Soberanía” como feriado nacional. ¿Era Cristina rosista? Por supuesto que no, nos dirán: al igual que el riojano, ésta fue una oportunista y una demagógica. Bien, lo mismo le cabe en justicia a Juan D. Perón. Pero el agravante en éste último es que se consideraba “nacionalista” o “patriota” y que, además, ofreció a través de los años un sinnúmero de pruebas que lo confirman si no como enemigo de Juan Manuel de Rosas y del revisionismo histórico, como alguien al que le fue totalmente indiferente su suerte.  



       El revisionismo histórico jamás fue siquiera un momento en Perón. Lo que hace desde el exilio, como señala el profesor Caponnetto, es “ampliar su plurimorfismo ideólogico”, que nada tenía que ver con el revisionismo histórico argentino originario. Lo que hace es desontologizar su identidad, sumergirlo en marxismo y ponerlo al servicio de su “operativo retorno”. Y para ello, toma “el populismo maniqueo de Rosa, el historicismo de Chávez, el materialismo de Hernández Arregui y de Artesano, el marxismo de Cooke, el clasismo de Ortega Peña y Duhalde y el socialismo nacional de Ramos o de Puiggrós…”. (14) El apoyo irrestricto del marxismo internacional y las guerrillas a su causa, será luego respondida por Perón con públicos encomios y, a su vuelta, entre otras cosas, con la entrega de las universidades nacionales y de sus editoriales (a cargo de Jauretche, Puiggrós y Lupo, publicando bajo su regencia 140.000 títulos marxistas). A estos tergiversadores y seudo revisionistas respondieron en su momento (además de Julio Meinvielle y Jordán Bruno Genta), entre otros, Vicente Sierra (a Puiggrós), Leonardo Castellani (a Abelardo Ramos), De Paoli (a José María Rosa, por su viraje hacia el marxismo), Juan Pablo Oliver (a Fermín Chávez y Ortega Peña-Duhalde) y Zuleta Álvarez (señalando las falencias de la denominada izquierda nacional). Mientras, Arregui, uno de los referentes de esta novedosa línea historiográfica marxista-peronista, pretendía descalificar a los revisionistas llamándolos “intelectuales católicos, tomistas, aristocratizantes, antidemocráticos y anticomunistas”.  (15)

        Resulta interesante reparar en algo que hemos señalado anteriormente -y que señala a su vez Caponnetto, comentando el parecer del historiador Luis Alberto Romero - acerca de la “transfiguración del revisionismo” de fines de la década del 50: «En conjunto –y salvo alguna excepción- puede decirse de ellos (nda: los marxistas-peronistas) que forjaron ”conclusiones esquemáticas y prejuiciosas”, acomodando a veces los hechos del pasado a sus ideas del presente, adecuando sus prédicas a los tópicos del marxismo entonces corrientes, y presentando un Rosas remozado, con caracteres del líder antiimperialista, cuando no desplazando su figura por la de otros caudillos provinciales cuya asimilación al nuevo perfil les resultaba más sencilla». (16) A modo de conclusión, hacemos nuestras las palabras del precitado profesor: “(el revisionismo, con Perón) Fue silenciado y omitido, eso es todo, y no contó con la aprobación de los especialistas en signos de los tiempos, que avizoraban entonces el triunfo de las patrias socialistas. El nuevo revisionismo usurpó el lugar del anterior, se infiltró en sus filas, copió sus hábitos puramente externos, se mimetizó con su público, capitalizó subrepticiamente sus logros y arrebató sus banderas, modificándolas poco a poco. No fue una casualidad ni un hecho fortuito. Fue el programa del marxismo en su faz “nacional y popular”, como lo fue inocularse en la Iglesia, en las Fuerzas Armadas, en la Universidad y en los movimientos nacionalistas (…)”. (17)



       Y en fin, esto es cuanto por el momento puedo responderle al Sr. Addissi y a todos aquellos que pretenden emparentar la gloriosa figura del Restaurador con la de Perón. Sintetizando, pues: Perón nunca fue rosista y jamás apoyó al revisionismo histórico. Sí fue, en cambio, confeso admirador del panteón liberal, primero, y del marxista latinoamericano después. Finalizo con las palabras de don Juan Manuel de Rosas que todo nacionalista debería hacer propias: “no soy de partido alguno sino de la Patria...”.





Cristián Rodrigo Iturralde

5 de diciembre 2018