La temeraria renovación del Tratado entre China y el Vaticano
El acuerdo entre el Estado del Vaticano y la República Popular China se oficializó. La Santa Sede y el criminal gobierno dictatorial comunista de Pequín ratificarán la renovación por otros dos años del acuerdo internacional provisional y secreto firmado en el 2018. La Santa Sede bajo el gobierno del Papa Bergoglio, en su papel de Autoridad espiritual representante de la comunidad cristiana católica a nivel jurídico en las relaciones internacionales, ha sellado así un pacto que, al estar completamente desequilibrado a favor del poder político de Pequín y desprovisto asimétricamente del principio de reciprocidad de los roles soberanos, condensa nubes negras sobre la libertad de fe de los ciudadanos católicos chinos y socava fuertemente la autoridad moral -la moral suasion, se dice en los ambientes diplomáticos- de la Iglesia.
Son dos las críticas que analistas, estudiosos y diplomáticos de la comunidad internacional señalan, de un modo unánimemente transversal, en la temeraria decisión de la Santa Sede de proceder a la puesta en marcha de relaciones diplomáticas con el Estado que durante años detenta la triste primacía de violaciones sistemáticas de los derechos de la persona humana, según los informes del Comité de Derechos Humanos de la ONU. En primer lugar, la acción diplomática de los negociadores de la Santa Sede se caracterizó públicamente por una fuerte connotación ideológica en el curso de las negociaciones. El prejuicio ideológico contra Occidente del Papa Bergoglio a favor de experimentos ideológicos inverosímiles y peligrosos en busca de una «tercera vía» es bien conocido por toda la comunidad internacional: en múltiples ocasiones el Papa argentino no ocultó que nutre una profunda antipatía por el modelo político-institucional de los Estados Unidos y Europa, llegando a afirmar con una ligereza autoreferencial que se pone contento cuando el establishment institucional norteamericano lo critica y a acusar asimismo gravemente a la Unión Europea de no compartir su visión estratégica pro inmigración, que tanto caos social, cultural y político está verdaderamente generando en la sociedad civil.
«Con su tenso discurso contra la prórroga, casi un mensaje mafioso» -es el duro comentario que llega del Vaticano- «Pompeo nos hizo un favor. Ha demostrado que nuestra línea no está condicionada por nadie». Así informa el Corriere della Sera el estado de extrema tensión existente entre el Vaticano y los Estados Unidos.
Las declaraciones temperamentales, incluso rencorosas de los negociadores de la Santa Sede respecto a los comentarios legítimos del Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, contra la renovación del Acuerdo con la República Popular China, desafortunadamente, están ciertamente en consonancia con el carácter del Papa, pero realmente ponen de manifiesto una desconcertante, preocupante falta de conocimiento adecuado del perfil político diplomático de extrema cautela que las Cancillerías de casi todo el mundo adoptaron frente a la estrategia geopolítica agresiva y violenta que el régimen del nuevo emperador chino XiJinping adoptó en las relaciones internacionales
Ocurre, de hecho, que las críticas a la acción política internacional «globalista» del Pontífice Bergoglio, un Papa “post-occidental”, promotor de una geopolítica de 360 grados que coloca en el mismo plano institucional a gobiernos liberales que se inspiran en el primado de los derechos de la persona humana y de la democracia y a criminales regímenes totalitarios o dictatoriales, comunistas y ateos, no provienen únicamente de la diplomacia de los Estados Unidos, sino que de facto se manifiestan en la casi totalidad de las Organizaciones políticas internacionales y de los Estados global players del planeta.
Aquí está, entonces, la segunda criticidad evidente a las tácticas políticas diplomáticas de la Santa Sede bajo el Papa Bergoglio: la grosera ingenuidad en la lectura de los procesos políticos institucionales internacionales no de acuerdo con el riguroso realismo de la protección de la paz, de la seguridad internacional y de la cooperación en el campo de los derechos humanos como lo establece el artículo 1 del Estatuto de la ONU, según utópicas, irrealistas como también ideologizadas claves de lecturas populistas que ignoran por completo las realidades de las prácticas de la actual geopolítica actual.
En la muy reciente reunión in streaming a fines de septiembre entre las autoridades de la UE, la Comisión Europea, la Presidencia del Consejo de la UE y el gobierno de Pekín sobre el estado de las relaciones entre la UE y China, las evaluaciones de los líderes europeos fueron extremadamente escépticas. La Canciller alemana Merkel expresamente declaró que «sobre China no hay que hacerse ilusiones»; la Comisión de la UE expresamente calificó en un documento oficial al régimen chino como un enemy potencial, un enemigo estructural por causa de su modelo de gobierno en abierto contraste con el sistema de derecho y democrático europeo.
El régimen comunista de Xi Jinping, fortalecido por el formidable factor de aglutinación que representa el nacionalismo chino, está llevando a cabo desde hace mucho tiempo llevando gravísimos atentados contra la paz y la seguridad internacional, violando múltiples acuerdos de derecho internacional respecto a la soberanía territorial y marítima de muchos Estados soberanos: en resumen está agrediendo militarmente a Países soberanos según una lógica de expansionismo político que recuerda a los regímenes totalitarios del siglo XX: China pretende extender sus aguas territoriales a todo el Mar de China Meridional, en violación de los acuerdos internacionales del Tratado de Montego Bay, con el fin de dividir de hecho el Océano Pacífico del Océano Índico y hacer del Sudeste Asiático su propio enclave; China amenaza constantemente la soberanía del estado de Taiwán, una república democrática de China, al afirmar que la isla debe pasar a formar parte del territorio de la República Popular China; China viola provocativamente desde hace años el espacio aéreo japonés, afirmando su derecho sobre las Islas Senkaku, en violación de los acuerdos de paz de la Segunda Guerra Mundial y del Tratado de Seguridad entre Estados Unidos y Japón.
Los derechos humanos fundamentales son violados permanentemente por el régimen de Xi Jinping, en nombre de un vuelco axiológico de la relación entre la ley y el derecho, de acuerdo con todas las creencias políticas totalitarias: en el Libro Blanco del 2019 del Partido Comunista Chino se impugna textualmente el principio occidental de la Rule of Law o el sistema del «estado de derecho», según el cual la acción de todo gobierno debe estar en cualquier caso sujeto a la ley que es igual para todos, en favor del principio totalmente chino de la Rule of Law, según el cual el poder del Partido Comunista chino está por encima de la ley y, por tanto, no responde a ella como depositario virtuoso del bien supremo del País.
Como precisamente afirma con lucidez el ex Nuncio Apostólico en los Estados Unidos Monseñor Viganò, si «Bergoglio puede afirmar impunemente que Trump no es cristiano evocando los fantasmas del nazismo y del populismo, ¿cuál es el motivo por el cual el Secretario de Estado norteamericano, con un objetivo más que legítimo de seguridad internacional, no tendría derecho a expresar su juicio sobre la connivencia de la Santa Sede, con relación a la más feroz –y también más poderosa e influyente que nunca- dictadura comunista?»
Esta renovación de la ratificación del Acuerdo entre la Santa Sede y la República Popular China parece surgir bajo los peores auspicios geopolíticos y del derecho internacional: el Papa argentino parece una vez más mostrar total indiferencia con relación al creciente número de fieles y presbíteros que con afligida preocupación denuncian los temores por la libertad de fe en el mundo.
El Cardenal birmano Bo, como presidente de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia, escribió que «el régimen chino dirigido por el todopoderoso Xi Jinping y el PCCh –no por su pueblo– nos debe a todos un pedido de disculpas y un resarcimiento por la devastación que ha causado. Por el bien de nuestra humanidad común, no debemos tener miedo de pedir a este régimen que rinda cuentas. Los cristianos creen, según palabras del apóstol Pablo, que debemos ´alegrarnos con la verdad´, porque, como dice Jesús, ´la verdad os hará libres´.Verdad y libertad son absolutamente los dos pilares sobre los que todas nuestras naciones deben construir cimientos más seguros y sólidos».La verdad y la libertad están absolutamente prohibidas en la China comunista.
El mismo Benedict Rogers, periodista británico y activista por los derechos humanos, fundador de Hong Kong Watch, el principal observatorio sobre la violación de los derechos humanos en la ex colonia británica y profundo conocedor de la realidad política china insiste en que este Acuerdo otorga al Partido Comunista un papel decisivo en el nombramiento de obispos católicos: esta cláusula ha obligado a varios obispos católicos de la Iglesia ”clandestina”, siempre fiel a Roma, a hacerse a un lado en favor de los obispos nombrados por Pequín.
En sí misma una traición total a los miembros del clero que han mostrado, a un gran costo personal, una devoción absoluta a Roma, como en el caso del Obispo Monseñor Vincenzo Guo Xijin, uno de los altos prelados no sometidos al régimen comunista, ya privado de su cargo precisamente por el Papa Bergoglio, y ahora dimisionario, con motivo de la firma del Acuerdo, para no someterse a la prepotencia del régimen criminal de Pekín.
Los antecedentes del Acuerdo ya son perfectamente conocidos en las Cancillerías y entre los diplomáticos que trabajan junto con la inteligencia internacional: el gobierno de Pequín reconoce al Obispo de Roma la soberanía espiritual internacional del Jefe Supremo de la Iglesia: pero a ¿qué precio? Para nombrar obispos y gobernar la Iglesia católica fiel a Roma, el Papa deberá someter sus resoluciones al filtro de la Conferencia Episcopal de la Iglesia china, organismo institucional y político controlado por el Partido Comunista Chino, a diferencia, naturalmente, de los organismos análogos de naciones. En última instancia, el Papa Bergoglio solo podrá proponer los nombres de sus Obispos y colaboradores que después China podrá rechazar o no. Un pésimo acuerdo, como ya hemos escrito, que abre la herida de la «sinización[1]«, un proceso hábil, así como sutil y astuto al mejor estilo de la diplomacia china, que tiene como objetivo transformar la Iglesia de Cristo y el mensaje evangélico en un instrumento de las necesidades ideológicas del malvado imperio comunista chino.
[1] Atracción de la Iglesia Católica Apostólica Romana hacia la órbita del régimen chino
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