Canonización de dos Papas: San Pío X (3)
Canonización de dos papas: San Pío X (3-3)
Prof. Andrea Greco
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San Pío X y la herejía modernista
San Pío X combatió el modernismo. Como
dijera el Papa Pío XII , el 29 de mayo de 1954, hace 60 años, al
celebrar la canonización de San Pío X en un discurso intenso y firme,
que siguió a la ceremonia de canonización: “Cualquier teoría, como el
Modernismo, que separa la fe y la ciencia, en su fuente y en su objeto,
oponiéndose una a la otra, produce en estas dos áreas vitales de un
cisma, que es tan perniciosa “que un poco es más que la muerte”. (…) Con
mirada vigilante Pío X observó la llegada de esta calamidad espiritual
del mundo moderno, esta amarga desilusión que afectaba sobre todo a las
clases cultas. Se dio cuenta de cómo una fe tan evidente, es decir, una
fe no fundada sobre la revelación de Dios, sino que estén arraigadas en
un terreno puramente humano, atraería a muchos al ateísmo. Así mismo,
reconoció el destino fatal de una ciencia, que contrario a la naturaleza
y en la limitación voluntaria, interceptó el camino a la verdad
absoluta y el Bien, dejando al hombre, privado de Dios y se enfrentan a
la oscuridad invisible en la que se encuentra en todo ser vestirte, sólo
la actitud de la angustia o la arrogancia”[1].
El Papa Pío XII señalaba en
dicho discurso tres puntos fundamentales, distintivos y característicos
del papado de San Pío X:
- El programa de su pontificado anunciado en su primera encíclica (E Supremi de 04 de octubre 1903) declaró como su único objetivo el de “restablecer todas las cosas en Cristo” (Efesios 1:10).
- Pío X se revela como el campeón indomable de la Iglesia y del Santo providencial de nuestros tiempos, la lucha de un gigante en defensa de un tesoro inestimable: la unidad interna de la Iglesia en su fundamento más profundo, la fe.
- Finalmente, señala Pío XII que antes de aplicar a los demás, se puso en práctica en su propia vida a su programa de unificación de todas las cosas en Cristo, como sacerdote, como obispo, como Sumo Pontífice. Un sacerdocio centrado en el misterio eucarístico. “En la profunda visión que él tenía de la Iglesia como una sociedad, Pío X reconoció que era la Sagrada Eucaristía que tenía el poder de alimentar sustancialmente su vida íntima, y para elevarla por encima de todas las demás sociedades humanas. (…) ¡Qué ejemplo tan providencial para el mundo de hoy, donde la sociedad terrena está volviendo más y más un misterio para sí misma, y trata febrilmente de redescubrir su alma! Que se vea, entonces, como modelola Iglesia reunida alrededor de sus altares. Allí, en el sacramento de la Eucaristía la humanidad realmente descubre y reconoce que su pasado, presente y futuro son una unidad en Cristo”.
Restaurar todo en Cristo, recobrar la
unidad eclesial fundada en la fe, y centrada en el misterio eucarístico.
He ahí, según Pío XII, las tres claves del papado de San Pío X.
Los principales documentos para realizar este programa fueron el decreto, Lamentabili Sane Exitu
(1907), en el que se refirió a que “el hecho de que muchos autores
católicos vayan también más allá de los límites marcados por los Padres y
la propia Iglesia es extremadamente lamentable”. La encíclica Pascendi,
también de 1907, donde declaraba que el modernismo era algo más que una
herejía, era la síntesis de todas las herejías, porque en vez de
proclamar un error, abría paso a todos ellos. En 1910 promulgó el motu proprio Sacrorum Antistitum, conocido como «Juramento antimodernista»,
que debía ser pronunciado por cualquiera que quisiera conservar o
acceder a un oficio eclesiástico, incluida la docencia en teología.
Pío X se preocupó de manera especial por
la propaganda que el modernismo hacía en las filas de los que se
formaban en los seminarios. En su encíclica Pieni 1’animo, del
28 de julio de 1906, dice: “Y lo que es muy grave y propio para ganar
nuevas adhesiones al naciente grupo de rebeldes es que, para tales
doctrinas se hace una propaganda más o menos oculta entre los jóvenes
que se preparan para el sacerdocio a la sombra de los seminarios”. Por
ello pondrá especial cuidado en la formación de los futuros sacerdotes.
En la Pascendi[2], San Pío X señala que el modernismo tiene tres causas morales y dos intelectuales o espirituales:
Causas morales
- La soberbia
- La curiosidad
- El orgullo
Causas intelectuales
- La ignorancia negligente
- Aversión a Santo Tomás, a la Tradición y al Magisterio
De la detección de estas causas se derivaránlos remedios que deben proporcionarse.
La herejía modernista después de San Pío X
Como explica el P.
Alfredo Sáenz para algunos autores, tras las medidas tomadas por San
Pío X, el modernismo pasó a ser un capítulo de los libros de historia.
El encanto que la herejía había suscitado en su primera época ya no se
experimentaba, mientras que sus peligros y desviaciones eran ampliamente
conocidos. Por lo demás, la Primera Guerra Mundial cambió el foco de
las preocupaciones. De ahí que no pocos creyeron poder sostener, sin
temor a equivocarse, que el modernismo era un fenómeno superado, no
subsistiendo de él sino el recuerdo de una crisis doctrinal ya
conjurada. Sólo la existencia de los documentos eclesiásticos a que dio
lugar, recordaban aquella crisis.
Pero muchos otros pensaron de diversa
manera, Pío X incluido, quien en modo alguno consideró que el modernismo
había quedado archivado. Todo lo contrario. En la alocución que el 27
de mayo de 1914, pocos meses antes de su muerte, dirigió a los nuevos
cardenales, observó que continuaban propagándose “las ideas de
conciliación de la fe con el espíritu moderno”; a este propósito deploró
“el naufragio” de la nave de la Iglesia, que afectó a
numerosos “navegantes”, dijo, así como a muchos “pilotos”, e incluso a
muchos “capitanes”. ¿Es preciso traducir estas metáforas?, se pregunta Jean Madiran.
Como ha explicado Roberto De Mattei
frente a la condena de la encíclica Pascendi, así como de la carta
apostólica Notre charge apostolique, y de otros documentos, la reacción
de los modernistas fue análoga a la que tuvieron los jansenistas al día
siguiente de la bula Unigenitus, de 1713, donde se condenaban las
proposiciones de Jansenio. En aquel momento, aquellos herejes negaron
reconocerse en las proposiciones censuradas. Algo semejante aconteció
en este caso, cada modernista afirmó que el modernismo, tal como era
reprobado en la encíclica, no los afectaba. “Un testigo de los hechos,
Albert Houtin, preveía que a pesar de las censuras pontificias, los
modernistas no saldrían de la Iglesia, ni siquiera en el caso de que
hubiesen perdido la fe, sino que permanecerían adentro lo más posible
para seguir desde allí propagando sus ideas. Tal debía ser la actitud
del verdadero modernista, según lo señalamos en su momento, y ellos
mismos lo reconocieron. “Hasta hoy –explicaba el padre Buonaiuti– se ha
querido reformar a Roma sin Roma o contra Roma. Hay que reformar a Roma
con Roma, hacer que esa reforma pase a través de las manos de aquellos
que deben ser reformados”. El modernismo se seguía proponiendo, en esta
nueva perspectiva, transformar el catolicismo desde dentro, desde “la
venas de la Iglesia”, como había dicho Pío X, aunque tuviesen que dejar
intacto, en los límites de lo posible, el envoltorio que se les
imponía”[3].
El sacerdote jesuita Malachi Martin en
una novelarelata un episodio que si bien literario, da cuenta de la
continuidad del pensamiento modernista:
“Paul ingresó en el Seminario Menor
de la diócesis de Nueva Orleans en 1972. Durante el primer semestre, él
y sus condiscípulos recibieron la orden oficial de abandonar la sotana y
vestir ropa normal de calle. En su programa de estudios, el dominio del
latín ya no era obligatorio. La mayoría de sus profesores los invitaban
a pensar libremente, sobre lo que antes eran doctrinas sacrosantas y
enseñanzas fundamentales acerca de la existencia de Dios, la divinidad
de Jesucristo, la verdadera presencia de Jesucristo en el santo
sacramento, la autoridad del papa o la gama completa de creencias y
leyes católicas.
Durante las horas de ocio, se
alentaba a los seminaristas a que alternaran con mujeres para
incrementar su experiencia. Al mismo tiempo, a muchos les resultaba
fácil establecer relaciones homosexuales en su propio círculo, ya que se
los aconsejaba que una actitud positiva hacia la homosexualidad los
convertiría en «pastoralmente sensibles».
Un cura de vaqueros y camiseta, a lo
sumo con una estola o un velo sobre los hombros, daba la bienvenida a
los seminaristas y al público en general a las nuevas ceremonias con un
alegre: «¡Buenos días a todos!» Se enseñaba a los seminaristas a dar
ejemplo como hombres libres e hijos de Dios. Podían sentarse o
levantarse a su antojo, pero no arrodillarse. En la liturgia, actuaban
bailarinas profesionales, acompañamiento de guitarras, banjos, guitarras
hawaianas, panderetas y castañuelas.
A lo largo de los meses, Paul vio
cómo las reuniones litúrgicas se convertían en algo parecido a las
«fiestas tribales» de ciertas tribus del Pacífico noroccidental. En
dichas reuniones se admitía cualquier cosa de otras religiones en
igualdad de condiciones.
Los seminaristas como Paul eran
sometidos a una mescolanza espiritual que unía las meditaciones
budistas, el dualismo taoísta, las plegarias sufíes y el psicoanálisis
freudiano.
Paul Gladstone interpretó todo
aquello como contradictorio, hipócrita y, a fin de cuentas, destructivo
para la verdadera fe católica. A su parecer, la mayoría de los católicos
lo aceptaban en un intento de democratización global de la religión
católica; era necesario “adaptarse a los tiempos”.
Si no había “pueblo de Dios”, el sacerdote no podía celebrar válidamente la “Acción de gracias” en “la mesa del cenáculo”.
La Iglesia era llamada ahora
“iglesia conciliar”, es decir, “posconciliar” y era necesario entender
que todo había cambiado. Paul, incapaz de seguir soportando el ambiente
caótico y chabacano de lo que antes había sido un seminario
disciplinado, un buen día por la mañana le comunicó al rector que se
iba:
-No estoy recibiendo nada parecido a
una formación sacerdotal para ofrecer el Santo Sacrificio y perdonar
los pecados -dijo Paul, que tenía fuego en la mirada-. Si permanezco
aquí, acabaré como un espeluznante distribuidor de artilugios inútiles
o, en el mejor de los casos, en un asistente social que no puede
casarse, por el momento.
Atónito y casi sin habla ante tal
rebelión sin precedentes, el rector logró pronunciar algunas palabras
convencionales en defensa de los mandatos del Concilio y hacer una
apelación a la obediencia.
- No sé cómo ser sacerdote -replicó
Paul con una frialdad que congeló el ambiente en la sala-, ni siquiera
sé lo que significa ser sacerdote en una iglesia donde el centro de
atención no es más que una estúpida actitud de un hombre, vacía de
contenidos. Sí; ya lo sé, he oído un montón de veces que esta “Nueva
Iglesia” de ustedes presentará una cara más humana al mundo, menos
rígida, más acogedora y que vendrá una primavera para todos… Pero
permítame que le diga que no estoy dispuesto a predicar al “la comunidad
eclesial” que cuando se junta se “convierte en Iglesia” y en la misma
«forma de Jesucristo». No llego siquiera a comprender esa jerga carente
de significado.
Estupefacto ante una violación tan
flagrante de la disciplina, el rector intentó darle a Gladstone una
dosis de su propia medicina.
Con su descabellado e inoportuno arrebato, le advirtió el rector, Paul ponía en peligro su carrera sacerdotal.
-¿No me he explicado con claridad,
padre rector? -dijo Paul, de camino ya hacia la puerta-. Prefiero ser un
católico seglar que coopera con la Iglesia, a una marioneta en esta
pocilga irreligiosa de mal gusto”[4].
Pío X, Papa Santo
Pidamos finalmente a
este gran Pontífice la gracia de, como decía Manrique, “avivar el seso y
despertar”. Que nos dela claridad que él tuvo de procurar siempre
instaurar todo en Cristo, mantener la unidad eclesial fundada en la fe, y
centrar nuestra vida cristiana en el misterio del Santo Sacrificio de
la Eucaristía. Que nos de la gracia de poder pertenecer siempre fieles
al Papa que ha de reinar y no defeccionará en la Fe y en las costumbres,
a la Iglesia que será una pequeña grey y que, según la promesa de
Cristo, conservará la Fe a pesar de que en el mundo sea muy poca al
momento de la segunda venida de Nuestro Señor.
¡Que el Señor nos encuentre unidos en la fe verdadera!
Prof. Andrea Greco
[1]Discursos y Mensajes de radio de Su Santidad Pío XII , XVI, el año
decimosexto de mi Pontificado 2 de marzo de 1954 – 01 de marzo 1955, p.
31-37, en: www.vatican.va[2]Pascendi, n. 41-42.
[3]Alfredo Sáenz, Op. Cit. p. 306-307.
[4]Fragmento del libro The Windswept House (traducido como “El último Papa”) del jesuita Malachi Martin; íntimo colaborador de San Juan XXIII y del cardenal Bea (desde 1958 a 1964), y exorcista en Roma y New York.