Cultura y civilización católicas
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El
ideal de la Contra-Revolución es, pues, restaurar y promover la cultura
y la civilización católicas. Esta temática no estaría suficientemente
enunciada, si no contuviese una definición de lo que entendemos por
“cultura católica” y “civilización católica”. Sabemos que los términos
“civilización” y “cultura” son usados en muchos sentidos diversos. Claro
está que aquí no pretendemos tomar posición en una cuestión de
terminología. Y que nos limitamos a usar esos vocablos como rótulos de
precisión relativa para mencionar ciertas realidades, más preocupados en
dar la verdadera idea de esas realidades, que en discutir sobre los
términos.
Un alma en estado de gracia está en posesión, en grado
mayor o menor, de todas las virtudes. Iluminada por la fe, dispone de
los elementos para formar la única visión verdadera del universo.
El
elemento fundamental de la cultura católica es la visión del universo
elaborada según la doctrina de la Iglesia. Esa cultura comprende no sólo
la instrucción, es decir, la posesión de los datos informativos
necesarios para tal elaboración, sino también un análisis y una
coordinación de esos datos conforme a la doctrina católica. Ella no se
ciñe al campo teológico, o filosófico, o científico, sino que abarca
todo el saber humano, se refleja en el arte e implica la afirmación de
valores que impregnan todos los aspectos de la existencia.
Civilización
católica es la estructuración de todas las relaciones humanas, de todas
las instituciones humanas y del propio Estado, según la doctrina de la
Iglesia.
Carácter sacral de la civilización católica
Está
implícito que tal orden de cosas es fundamentalmente sacras, y que
comporta el reconocimiento de todos los poderes de la Santa Iglesia y
particularmente del Sumo Pontífice: poder directo sobre las cosas
espirituales, poder indirecto sobre las cosas temporales, en cuanto se
refieren a la salvación de las almas.
Realmente, el fin de la
sociedad y del Estado es la vida virtuosa en común. Ahora bien, las
virtudes que el hombre está llamado a practicar son las virtudes
cristianas, y de éstas la primera es el amor a Dios. La sociedad y el
Estado tienen, pues, un fin sacras (cfr. Santo Tomás, “De regimine
Principum”, I, 14-15).
Por cierto, es a la Iglesia a quien
pertenecen los medios propios para promover la salvación de las almas.
Pero la sociedad y el Estado tienen medios instrumentales para el mismo
fin, es decir, medios que, movidos por un agente más alto, producen un
efecto superior a sí mismos.
Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra‒Revolución, Cap. VII (Puede bajar gratuitamente el libro)