miércoles, 23 de julio de 2014

LA IGLESIA ACTUAL HA PERDIDO E NORTE DE A FE EN CRISTO

LA IGLESIA ACTUAL HA PERDIDO E NORTE DE A FE EN CRISTO

cristo
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«En el lecho, entre sueños, por la noche, busqué al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré» (Ct, 3, 1).
La Iglesia actual sólo tiene olor a humanidad porque no busca a Cristo, que es Su Esposo, sino a los hombres, sus pensamientos, sus decisiones, sus obras. Quien busca lo humano, no busca lo divino; quien se para en los amores humanos, no puede encontrar el Amor Divino.
La vida espiritual es un camino de fe, de esperanza y de caridad. Son las tres virtudes teologales, que el alma debe practicar, para transformarse en aquello que quiere Dios para ella.
En el corazón, el alma ama a Dios; pero lo busca en la fe, que es oscura para ella. El entendimiento del hombre no puede comprender el amor de Dios, los Misterios Divinos, Sus Caminos. Y, por eso, el gran dolor que las almas, que aman a Dios, deben soportar es esa fe oscura, esa tiniebla del entendimiento, que produce que el alma espere en Dios, pero sin comprender el camino, sin saber la Voluntad de Dios.
La fe es oscura para el entendimiento humano: la fe da oscuridad al alma, ciega la razón. Y sólo así el alma es capaz de poseer la inteligencia divina, que el amor de Dios da, y puede obrar aquello que Dios le pide en su vida humana.
La fe ciega el entendimiento del hombre, y hace caminar al hombre buscando a Dios por Dios, por ser Dios, por una intención divina, por un motivo sobrenatural, no por lo que da Dios, no por sus dones. Se le busca por amor, pero no se le encuentra. El alma debe salir de todos sus caminos humanos, de todos sus planteamientos humanos, sus inteligencias, sus saberes, filosofías, para poder poseer la Mente de Dios, para poder comprender a Dios.
Cuanto más unida está el alma a Jesús, más el alma tiene que soportar la oscuridad de su entendimiento humano. Cuanto más se ama a Jesús menos se conoce humanamente a Jesús. El verdadero amor a Jesús da una inteligencia al alma que no es de este mundo.
En el principio de la vida espiritual, la razón del hombre se suele imponer al hombre, y éste busca una razón para mantenerse en la fe, para vivir de fe. La razón le ayuda a creer. Pero cuanto más el alma se va adentrando en esa vida, en esa unión con Cristo, más va dejando las razones y aprende a creer sin el apoyo de la razón, sin buscar una razón que avale su fe.
Toda la fuerza en la vida espiritual está en el amor de Dios, que es dado al corazón. El corazón se hace fuerte en el amor divino porque no encuentra un impedimento en la razón, un obstáculo, una seguridad a la cual el alma se ajusta, se apoya, se acomoda en su fe. Los hombres suelen caer en la vida espiritual por sus entendimientos: no comprenden lo que Dios quiere, lo que Dios les pide, y fallan. Cuando el hombre aprende a vivir su vida espiritual sin esperar en su entendimiento, entonces se hace fuerte en la fe. Y no hay una razón humana que le pueda desviar de su amor a Dios. Sólo espera en Dios sin esperar en los hombres.
Se ama a Dios con el corazón, no con el entendimiento. La luz que trae la fe exige la oscuridad de la luz racional, que el hombre tiene en su razón. No se vive de razones siguiendo a Cristo, haciendo el apostolado que el hombre quiere. Se vive de un amor que ciega al alma, que no le hace comprender ni el camino que Dios le pone ni Su Voluntad.
El alma busca a Dios, pero en el dolor, en la oscuridad de su mente: «¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?» (Jn 20, 15a). María buscaba a Jesús en su amor, pero no lo veía, no podía contemplarlo con sus ojos humanos, no podía entender dónde estaba: «Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: Señor, si le has llevad tú, dime dónde le has puesto, y yo lo tomaré» (v. 15b). Para poder comprender a Dios, Sus Palabras, su Camino, Su Vida, es necesario sufrir la oscuridad en el alma. Es necesario que la razón viva una tiniebla y que el alma, esperando, no encuentre lo que busca. Es necesario la purificación del alma.
El alma, en su amor, busca a Dios; pero ni lo encuentra ni sabe el camino para hallarlo. Dios está ahí, pero el alma está como dando vueltas a Dios sin verlo, sin sentir Su Presencia, sin saber cómo hay que amarlo.
Para que un alma busque a Dios por amor tiene que entregarle su voluntad humana, su libertad. Cuanto más se entregue esa voluntad, más unida está el alma con Dios y más sufre el alma esta oscuridad. El camino hacia Dios es siempre la Cruz de la voluntad: se ama a Dios crucificando la propia voluntad humana, negándola, humillándola.
Se vive esperando la Voluntad de Dios: que Dios manifieste su Querer. No se vive buscando un querer humano. Y hasta que el alma no recibe la inteligencia divina para poder obrar, el alma sólo sigue buscando a Dios, por amor, pero con dolor. Y ese dolor le impide obrar algo humano, porque el alma ha dado su voluntad a Dios. En la unión con Dios, el alma ya no obra lo que ella quiere: sólo espera, en el sufrimiento, en el despojo de los humano, la Voluntad de Dios. Por eso, es difícil ser santos, porque implica una esperanza que hace que el alma no obre nada para lo humano.
La santidad no está en hacer obras humanas, en hacer apostolados que gustan a los hombres; no está en moverse mucho en lo humano, sino en no hacer nada para los hombres. Hay que saber lo que Dios quiere que se obre: y eso es un dolor para el alma y una enseñanza para ella. Aprende, el alma, a discernir pensamientos y voluntades, que parecen que son buenos, pero que son sólo humanos. Aprende a quitar todo aquello que no viene de Dios y, entonces, el alma está capacitada, está disponible, para recibir la luz del amor, la inteligencia divina, con la cual entiende lo que antes no entendía con su razón humana, que le hace obrar lo divino, lo santo, en su vida humana.
La gran crisis de la Iglesia es que se ha puesto la razón por encima de la fe: sólo se vive de ideas, de lenguajes humanos, de interpretaciones del dogma, del Evangelio; pero ya no se vive de amor. El hombre ha perdido la fe, porque no busca a Dios por amor, sino por una idea humana, por un interés humano, por una gloria mundana. Está en la Iglesia, haciendo apostolados, que no sirven, que no dan la Voluntad de Dios, que no agradan a Dios. Las almas buscan a Dios pero con sus razones, no con la fe, no con el corazón. Con la razón se anula la fe. Es más importante lo que el hombre piensa que lo que Dios ha Revelado. Por eso, hoy día hay tanto misticismo falso en la Iglesia, tanta falsa profecía, tanta teología y tantos teólogos que sólo viven de sus razones, pero no pueden dar la fe. Son hombres que lo quieren entender todo, lo quieren medir todo. No saben caminar en fe, con la oscuridad de sus entendimientos. Cuando el hombre quiere entender, ya no tiene fe. Siempre va a caer, va a errar, va a pecar en la vida espiritual.
Por eso, aquella Jerarquía que se dedica en la Iglesia a resolver todo lo humano, a que brillen los derechos humanos, a que no haya injusticias sociales, a que todos tengan un pan, un trabajo, una salud, etc., es la propia del demonio: son hombres sin fe, que viven de sus razones, de sus legalismos, de sus leyes canónicas, de sus interpretaciones para todo, pero que no saben buscar a Dios por amor. No saben lo que es el amor divino. No saben amar, sólo saben pensar. Lo interpretan todo de miles de formas: siempre tienen un lenguaje humano del amor. Siempre ponen su idea de lo que es el amor. Pero no saben obrar el amor, porque no saben esperar la Voluntad de Dios, ya que sólo viven midiendo a Dios, lo espiritual, lo sagrado, lo santo, con sus entendimientos humanos.
Quien no vive de fe no se crucifica con Cristo en la Cruz: no vive expiando sus pecados. No vive en el dolor de una vida en que sólo importa el amor de Dios. No interesan otros amores. Si el amor humano no se purifica, no se acrisola en el fuego del amor divino, entonces las almas no viven haciendo la Voluntad de Dios, sino sus voluntades humanas. Y llaman a esas obras humanas como Voluntad de Dios porque las ven, con sus entendimientos, como buenas, como perfectas.
Una vida de penitencia hace esperar al ama la Voluntad de Dios y, por tanto, el alma no elige nada que venga de su razón humana. El alma no da importancia a ningún pensamiento del hombre, a ningún deseo humano, a ningún proyecto que hay en el mundo.
Si cae la vida de penitencia, entonces el hombre es lo que importa y todo es construir un nuevo orden mundial, un nuevo gobierno, una nueva iglesia.
Ante una Jerarquía que ha puesto por encima de la ley de la Gracia, la ley canónica; ante unos sacerdotes, Obispos y Cardenales que sólo son capaces de hablar al hombre y de guiarlo hacia lo humano; ante unos hombres de Iglesia que sólo quieren gobernar las almas con ideales humanos, con estructuras políticas, con economías subversivas, las almas tienen que buscar a Dios sin el pensamiento de toda esa Jerarquía.
La Iglesia es la Jerarquía que ama a Dios, que busca a Dios por ser Dios; pero la Iglesia no es la Jerarquía que ama al hombre y que busca sólo al hombre y habla de las cosas de Dios. Las almas pertenecen a la Iglesia donde la Jerarquía busca a Cristo, se une a Cristo entregándole sus voluntades humanas; pero las almas no pertenecen a una iglesia en donde la Jerarquía hace un protestantismo y un comunismo de la doctrina de Cristo. Y, por eso, las almas tienen que aprender a estar en la Iglesia sin seguir a la Jerarquía que no es de Cristo.
Cada alma tiene que buscar a Dios por amor, en la oscuridad del entendimiento. Y, por tanto, el alma no puede obedecer a una Jerarquía que habla como los demonios, que da planteamientos humanos de lo que es la vida eclesial. Cuanto más la Jerarquía quiera dar a entender, con sus palabras, sus lenguajes, sus filosofías, los misterios divinos, más es una Jerarquía sin fe. Es una Jerarquía que tergiversa el Evangelio y la Tradición Divina y todo lo que la Iglesia ha enseñado durante siglos.
La Jerarquía está en la Iglesia para obedecer a Cristo. Y eso significa estar en la Iglesia con un dolor, con un sufrimiento espiritual, con una vida de penitencia, de expiación, porque el Camino, que es Cristo, es oscuro, es sin apoyarse en la razón humana, es sólo siguiendo las huellas ensangrentadas de Cristo. Es un Camino muy difícil. Y, por eso, ser Iglesia, hacer Iglesia, es muy difícil. Porque los hombres siempre miran atrás, siempre buscan lo humano, siempre se acomodan a todos sus pensamientos humanos. Y dejan a Cristo, dejan esa unión con Cristo que les produce oscuridad en sus entendimientos, y prefieren el agrado del mundo, sus alegrías, sus fiestas, sus obras.
Cuanto más una Jerarquía obre para el mundo y para los hombres, dándoles aquello que ellos quieren escuchar y ver, más esa Jerarquía se opone a Cristo y a Su Iglesia.
Estamos en una Iglesia que no es la de Cristo porque la Jerarquía, que la gobierna, no está unida a Cristo: busca a Cristo por intereses humanos; pero no es capaz de buscarlo por amor. No es capaz de hablar la verdad, de guiar en la verdad, de poner el camino que salva y santifica. Es una Jerarquía que manda salir al mundo y estar en los problemas de los hombres. Y no sabe enseñar el verdadero amor al prójimo que sólo se puede obrar practicando todas las virtudes, estando en Gracia y haciendo una vida de penitencia y de abnegación.
Como la Jerarquía de la Iglesia ha perdido el norte de la verdad, el alma no puede seguirla ni obedecerla. Porque la verdad es Cristo, no es lo que piensan los hombres, no lo que hablan ni lo que obran.
Se está en la Iglesia para convertir las almas a Dios, para sacarlas del mundo, del demonio y de sus propias vidas. Y ese es el verdadero proselitismo. Y aquel que no está en la Iglesia para convertir, como es Francisco y toda la Jerarquía que lo apoya, hay que dejarlos a un lado como personas non gratas, como hombres que sólo lideran una nueva sociedad dentro del Vaticano, que no es la de Cristo. Y que sólo hacen eso por la sed de gloria humana que buscan en sus vidas. Y hay que saber enfrentarse a ellos para no quedar cogidos en su palabrería barata y blasfema. Son muy pocos los que llaman a las cosas por su nombre. Todos se dejan envolver por los sentimientos humanos, por sus palabras, por su lenguaje bello y estúpido.
Aquella Jerarquía que no llame al pan, pan y al vivo, vino, no es de la Iglesia Católica. Son lobos, usurpadores, que sólo están en Ella para condenar almas con la palabra, el gesto hermoso.