LA IGLESIA ACTUAL HA PERDIDO E NORTE DE A FE EN CRISTO
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«En el lecho, entre sueños, por la noche, busqué al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré» (Ct, 3, 1).
La
Iglesia actual sólo tiene olor a humanidad porque no busca a Cristo,
que es Su Esposo, sino a los hombres, sus pensamientos, sus decisiones,
sus obras. Quien busca lo humano, no busca lo divino; quien se para en
los amores humanos, no puede encontrar el Amor Divino.
La
vida espiritual es un camino de fe, de esperanza y de caridad. Son las
tres virtudes teologales, que el alma debe practicar, para transformarse
en aquello que quiere Dios para ella.
En
el corazón, el alma ama a Dios; pero lo busca en la fe, que es oscura
para ella. El entendimiento del hombre no puede comprender el amor de
Dios, los Misterios Divinos, Sus Caminos. Y, por eso, el gran dolor que
las almas, que aman a Dios, deben soportar es esa fe oscura, esa
tiniebla del entendimiento, que produce que el alma espere en Dios, pero
sin comprender el camino, sin saber la Voluntad de Dios.
La
fe es oscura para el entendimiento humano: la fe da oscuridad al alma,
ciega la razón. Y sólo así el alma es capaz de poseer la inteligencia
divina, que el amor de Dios da, y puede obrar aquello que Dios le pide
en su vida humana.
La
fe ciega el entendimiento del hombre, y hace caminar al hombre buscando
a Dios por Dios, por ser Dios, por una intención divina, por un motivo
sobrenatural, no por lo que da Dios, no por sus dones. Se le busca por
amor, pero no se le encuentra. El alma debe salir de todos sus caminos
humanos, de todos sus planteamientos humanos, sus inteligencias, sus
saberes, filosofías, para poder poseer la Mente de Dios, para poder
comprender a Dios.
Cuanto
más unida está el alma a Jesús, más el alma tiene que soportar la
oscuridad de su entendimiento humano. Cuanto más se ama a Jesús menos se
conoce humanamente a Jesús. El verdadero amor a Jesús da una
inteligencia al alma que no es de este mundo.
En
el principio de la vida espiritual, la razón del hombre se suele
imponer al hombre, y éste busca una razón para mantenerse en la fe, para
vivir de fe. La razón le ayuda a creer. Pero cuanto más el alma se va
adentrando en esa vida, en esa unión con Cristo, más va dejando las
razones y aprende a creer sin el apoyo de la razón, sin buscar una razón
que avale su fe.
Toda
la fuerza en la vida espiritual está en el amor de Dios, que es dado al
corazón. El corazón se hace fuerte en el amor divino porque no
encuentra un impedimento en la razón, un obstáculo, una seguridad a la
cual el alma se ajusta, se apoya, se acomoda en su fe. Los hombres
suelen caer en la vida espiritual por sus entendimientos: no comprenden
lo que Dios quiere, lo que Dios les pide, y fallan. Cuando el hombre
aprende a vivir su vida espiritual sin esperar en su entendimiento,
entonces se hace fuerte en la fe. Y no hay una razón humana que le pueda
desviar de su amor a Dios. Sólo espera en Dios sin esperar en los
hombres.
Se
ama a Dios con el corazón, no con el entendimiento. La luz que trae la
fe exige la oscuridad de la luz racional, que el hombre tiene en su
razón. No se vive de razones siguiendo a Cristo, haciendo el apostolado
que el hombre quiere. Se vive de un amor que ciega al alma, que no le
hace comprender ni el camino que Dios le pone ni Su Voluntad.
El alma busca a Dios, pero en el dolor, en la oscuridad de su mente: «¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?»
(Jn 20, 15a). María buscaba a Jesús en su amor, pero no lo veía, no
podía contemplarlo con sus ojos humanos, no podía entender dónde estaba:
«Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: Señor, si le has llevad tú, dime dónde le has puesto, y yo lo tomaré»
(v. 15b). Para poder comprender a Dios, Sus Palabras, su Camino, Su
Vida, es necesario sufrir la oscuridad en el alma. Es necesario que la
razón viva una tiniebla y que el alma, esperando, no encuentre lo que
busca. Es necesario la purificación del alma.
El
alma, en su amor, busca a Dios; pero ni lo encuentra ni sabe el camino
para hallarlo. Dios está ahí, pero el alma está como dando vueltas a
Dios sin verlo, sin sentir Su Presencia, sin saber cómo hay que amarlo.
Para
que un alma busque a Dios por amor tiene que entregarle su voluntad
humana, su libertad. Cuanto más se entregue esa voluntad, más unida está
el alma con Dios y más sufre el alma esta oscuridad. El camino hacia
Dios es siempre la Cruz de la voluntad: se ama a Dios crucificando la
propia voluntad humana, negándola, humillándola.
Se
vive esperando la Voluntad de Dios: que Dios manifieste su Querer. No
se vive buscando un querer humano. Y hasta que el alma no recibe la
inteligencia divina para poder obrar, el alma sólo sigue buscando a
Dios, por amor, pero con dolor. Y ese dolor le impide obrar algo humano,
porque el alma ha dado su voluntad a Dios. En la unión con Dios, el
alma ya no obra lo que ella quiere: sólo espera, en el sufrimiento, en
el despojo de los humano, la Voluntad de Dios. Por eso, es difícil ser
santos, porque implica una esperanza que hace que el alma no obre nada
para lo humano.
La
santidad no está en hacer obras humanas, en hacer apostolados que
gustan a los hombres; no está en moverse mucho en lo humano, sino en no
hacer nada para los hombres. Hay que saber lo que Dios quiere que se
obre: y eso es un dolor para el alma y una enseñanza para ella. Aprende,
el alma, a discernir pensamientos y voluntades, que parecen que son
buenos, pero que son sólo humanos. Aprende a quitar todo aquello que no
viene de Dios y, entonces, el alma está capacitada, está disponible,
para recibir la luz del amor, la inteligencia divina, con la cual
entiende lo que antes no entendía con su razón humana, que le hace
obrar lo divino, lo santo, en su vida humana.
La
gran crisis de la Iglesia es que se ha puesto la razón por encima de la
fe: sólo se vive de ideas, de lenguajes humanos, de interpretaciones
del dogma, del Evangelio; pero ya no se vive de amor. El hombre ha
perdido la fe, porque no busca a Dios por amor, sino por una idea
humana, por un interés humano, por una gloria mundana. Está en la
Iglesia, haciendo apostolados, que no sirven, que no dan la Voluntad de
Dios, que no agradan a Dios. Las almas buscan a Dios pero con sus
razones, no con la fe, no con el corazón. Con la razón se anula la fe.
Es más importante lo que el hombre piensa que lo que Dios ha Revelado.
Por eso, hoy día hay tanto misticismo falso en la Iglesia, tanta falsa
profecía, tanta teología y tantos teólogos que sólo viven de sus
razones, pero no pueden dar la fe. Son hombres que lo quieren entender
todo, lo quieren medir todo. No saben caminar en fe, con la oscuridad de
sus entendimientos. Cuando el hombre quiere entender, ya no tiene fe.
Siempre va a caer, va a errar, va a pecar en la vida espiritual.
Por
eso, aquella Jerarquía que se dedica en la Iglesia a resolver todo lo
humano, a que brillen los derechos humanos, a que no haya injusticias
sociales, a que todos tengan un pan, un trabajo, una salud, etc., es la
propia del demonio: son hombres sin fe, que viven de sus razones, de sus
legalismos, de sus leyes canónicas, de sus interpretaciones para todo,
pero que no saben buscar a Dios por amor. No saben lo que es el amor
divino. No saben amar, sólo saben pensar. Lo interpretan todo de miles
de formas: siempre tienen un lenguaje humano del amor. Siempre ponen su
idea de lo que es el amor. Pero no saben obrar el amor, porque no saben
esperar la Voluntad de Dios, ya que sólo viven midiendo a Dios, lo
espiritual, lo sagrado, lo santo, con sus entendimientos humanos.
Quien
no vive de fe no se crucifica con Cristo en la Cruz: no vive expiando
sus pecados. No vive en el dolor de una vida en que sólo importa el amor
de Dios. No interesan otros amores. Si el amor humano no se purifica,
no se acrisola en el fuego del amor divino, entonces las almas no viven
haciendo la Voluntad de Dios, sino sus voluntades humanas. Y llaman a
esas obras humanas como Voluntad de Dios porque las ven, con sus
entendimientos, como buenas, como perfectas.
Una
vida de penitencia hace esperar al ama la Voluntad de Dios y, por
tanto, el alma no elige nada que venga de su razón humana. El alma no da
importancia a ningún pensamiento del hombre, a ningún deseo humano, a
ningún proyecto que hay en el mundo.
Si
cae la vida de penitencia, entonces el hombre es lo que importa y todo
es construir un nuevo orden mundial, un nuevo gobierno, una nueva
iglesia.
Ante
una Jerarquía que ha puesto por encima de la ley de la Gracia, la ley
canónica; ante unos sacerdotes, Obispos y Cardenales que sólo son
capaces de hablar al hombre y de guiarlo hacia lo humano; ante unos
hombres de Iglesia que sólo quieren gobernar las almas con ideales
humanos, con estructuras políticas, con economías subversivas, las almas
tienen que buscar a Dios sin el pensamiento de toda esa Jerarquía.
La
Iglesia es la Jerarquía que ama a Dios, que busca a Dios por ser Dios;
pero la Iglesia no es la Jerarquía que ama al hombre y que busca sólo al
hombre y habla de las cosas de Dios. Las almas pertenecen a la Iglesia
donde la Jerarquía busca a Cristo, se une a Cristo entregándole sus
voluntades humanas; pero las almas no pertenecen a una iglesia en donde
la Jerarquía hace un protestantismo y un comunismo de la doctrina de
Cristo. Y, por eso, las almas tienen que aprender a estar en la Iglesia
sin seguir a la Jerarquía que no es de Cristo.
Cada
alma tiene que buscar a Dios por amor, en la oscuridad del
entendimiento. Y, por tanto, el alma no puede obedecer a una Jerarquía
que habla como los demonios, que da planteamientos humanos de lo que es
la vida eclesial. Cuanto más la Jerarquía quiera dar a entender, con sus
palabras, sus lenguajes, sus filosofías, los misterios divinos, más es
una Jerarquía sin fe. Es una Jerarquía que tergiversa el Evangelio y la
Tradición Divina y todo lo que la Iglesia ha enseñado durante siglos.
La
Jerarquía está en la Iglesia para obedecer a Cristo. Y eso significa
estar en la Iglesia con un dolor, con un sufrimiento espiritual, con una
vida de penitencia, de expiación, porque el Camino, que es Cristo, es
oscuro, es sin apoyarse en la razón humana, es sólo siguiendo las
huellas ensangrentadas de Cristo. Es un Camino muy difícil. Y, por eso,
ser Iglesia, hacer Iglesia, es muy difícil. Porque los hombres siempre
miran atrás, siempre buscan lo humano, siempre se acomodan a todos sus
pensamientos humanos. Y dejan a Cristo, dejan esa unión con Cristo que
les produce oscuridad en sus entendimientos, y prefieren el agrado del
mundo, sus alegrías, sus fiestas, sus obras.
Cuanto
más una Jerarquía obre para el mundo y para los hombres, dándoles
aquello que ellos quieren escuchar y ver, más esa Jerarquía se opone a
Cristo y a Su Iglesia.
Estamos
en una Iglesia que no es la de Cristo porque la Jerarquía, que la
gobierna, no está unida a Cristo: busca a Cristo por intereses humanos;
pero no es capaz de buscarlo por amor. No es capaz de hablar la verdad,
de guiar en la verdad, de poner el camino que salva y santifica. Es una
Jerarquía que manda salir al mundo y estar en los problemas de los
hombres. Y no sabe enseñar el verdadero amor al prójimo que sólo se
puede obrar practicando todas las virtudes, estando en Gracia y haciendo
una vida de penitencia y de abnegación.
Como
la Jerarquía de la Iglesia ha perdido el norte de la verdad, el alma no
puede seguirla ni obedecerla. Porque la verdad es Cristo, no es lo que
piensan los hombres, no lo que hablan ni lo que obran.
Se
está en la Iglesia para convertir las almas a Dios, para sacarlas del
mundo, del demonio y de sus propias vidas. Y ese es el verdadero
proselitismo. Y aquel que no está en la Iglesia para convertir, como es
Francisco y toda la Jerarquía que lo apoya, hay que dejarlos a un lado
como personas non gratas, como hombres que sólo lideran una nueva
sociedad dentro del Vaticano, que no es la de Cristo. Y que sólo hacen
eso por la sed de gloria humana que buscan en sus vidas. Y hay que saber
enfrentarse a ellos para no quedar cogidos en su palabrería barata y
blasfema. Son muy pocos los que llaman a las cosas por su nombre. Todos
se dejan envolver por los sentimientos humanos, por sus palabras, por su
lenguaje bello y estúpido.
Aquella
Jerarquía que no llame al pan, pan y al vivo, vino, no es de la Iglesia
Católica. Son lobos, usurpadores, que sólo están en Ella para condenar
almas con la palabra, el gesto hermoso.