SANTIAGO Y EL ECUMENISMO
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Santiago Matamoros, al frente de los nuestros |
si duermes, rey don Rodrigo,
despierta por cortesía
y verás tus malos hados,
tu peor postrimería,
y verás tus gentes muertas
y tu batalla rompida,
y tus villas y ciudades
destruidas en un día,
¿qué versos merecerían hoy aquellos obispos desertores que, como el
francés Michel Dubost, presidente del Consejo para las Relaciones
Interreligiosas, saludan a los muslimes
con ocasión de una de sus fiestas religiosas señalando que «los
trágicos acontecimientos de Nigeria, de África Central, de Siria, de
Irak, e incluso quizás más aquellos de Gaza conturban profundamente a
todos los ciudadanos de nuestro país», pues «estas tragedias implican a
menudo a los musulmanes, y aquellas personas excluidas, heridas,
asesinadas, desplazadas, exiliadas, son mayoritariamente musulmanas»?
Es sabida, por cuestiones atinentes a la psicología del pecado, la
facilidad del tránsito de un vicio al suyo más contiguo, y de éste al
consecuente, en una cadena más férrea e inflexible que las que sujetan a
los prisioneros luego vendibles como esclavos. Qui facit peccatum, servus est.
En el caso que nos ocupa, y habida cuenta de que son éstos precisamente
los días de una ofensiva sanguinaria del Islam -armado
¿paradójicamente? por Occidente- con el saldo de millares de víctimas
cristianas en Medio Oriente y norte de África y la desaparición abrupta
de comunidades cristianas milenarias, salutaciones como las del
obispillo ilustran el vergonzante paso del irenismo en auge -y de ya
tan prolongado como fatigoso cultivo- al más descarado de los
cinismos, única nota de audacia que parece informar a esta clerecía
digna de asco. Mujeres embarazadas condenadas a lapidación por el delito
de confesar a Cristo; iglesias detonadas en el momento de la Misa, con
sacerdote y fieles en su interior; hogares cristianos bombardeados sin
piedad: he aquí las víctimas "mayoritariamente musulmanas" de nuestro
distraído prelado, que por desgracia no está solo en sus desvaríos.
Como muestra del grado que puede alcanzar el delirio iconoclasta de
estas bestias, basten las imágenes de la reciente voladura de la tumba
de Jonás en Mosul, muy próxima a la localización histórica de aquella
ciudad de Nínive en la que el profeta predicara la necesidad de la
penitencia. El odio y la represalia contra toda forma de representación
de lo sagrado hizo posible la ruina de este lugar, del que no se tuvo en
cuenta ni siquiera la riqueza arqueológica (tres mil años de
antigüedad) al momento de cumplir su sentencia.
Nunca más actuales aquellas palabras de Manuel II Paleólogo citadas por
Benedicto XVI en su discurso en Ratisbona en setiembre de 2006,
hipócritamente cuestionadas por toda la hez intra y extra-eclesial:
«muéstrame aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás
solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por
medio de la espada la fe que él predicaba». Esto lo dijo un emperador
bizantino poco proclive a bizantinismos pacifistas: Tolstoi hubiera
resultado anacrónico y risible en aquella sazón, dadas las evidencias.
Muchos recurren al previsible y cómodo expediente de que "el recurso a
la violencia no es el más usual entre los musulmanes", y es obvio que no
lo sea: en ninguna latitud preponderan temperamentos agresivos -lo que,
de suyo, impide concluir que los mahometanos sean en general
violentos-, y la civilización islámica también conoció fases de
repliegue y de ablandamiento en su ardor conquistador. Lo imposible de
escatimar es la lección del mismísimo Corán, cuando dice, entre otras
lindezas, que «si encontráis a los infieles combatidlos hasta que hayáis
matado a un gran número» (XXVII, 4); «si la suerte de las armas permite
que alguno caiga en tus manos, aterroriza con suplicios a los que lo
sigan» (VII, 59); «no tengas escrúpulos con aquellos de quienes temes el
fraude. Trátalos como ellos te traten» (VII, 60); «transcurridos los
meses sagrados, matad a los idólatras en dondequiera que los halléis,
hacedlos prisioneros, sitiad sus ciudades, tendedles embocadas por todas
partes» (IX, 5). El Corán -puede certificarlo cualquiera que se haya
asomado a sus suras- es un libro que rezuma cólera casi a cada
vuelta de página, y la carnicería que despliegan sus seguidores no es
atribuible, como suponen cándidamente los papanatas, a las malas
interpretaciones que aquéllos hacen del mismo.
Precisa -por contraste- el abismo que media entre las concepciones
cristiana y musulmana de la guerra, ese retoño espiritual de la causa de
Santiago, Antonio Rivera Ramírez (el "Ángel del Alcázar de Toledo"),
que arengaba a los suyos con aquel célebre: camaradas, tirad, pero tirad sin odio.