Siete mil trescientos cinco días
Hace
siete mil trescientos cinco días la Argentina sufría el atentado
terrorista más cruento y demoledor de su historia. Prefiero decir siete
mil trescientos cinco días para recordar el atentado contra la AMIA y no
veinte años porque contar en años jamás dará- ni para este atentado ni
para ningún otro- una idea certera del dolor y la injusticia sufrida,
porque para los que perdieron a alguien en un atentado, o quedaron
heridos o mutilados como consecuencia del mismo, el sufrimiento se
repite en cortísimos y opresivos lapsos de tiempo.
Ese día murieron ochenta y cinco seres humanos. Esos ochenta y cinco
muertos eran, en su fe, en su ascendencia o por su opción, tan
argentinos como cualquiera de nosotros, ya que eran, al igual que la
inmensa mayoría de los argentinos, hijos o nietos de esos que, al decir
de una política argentina, “eran los muertos de hambre que bajaron de
los barcos”, Pero que, muertos de hambre o no, habían elegido esta
tierra para afincarse, trabajar y educar a sus hijos.
¿Qué es la AMIA?. Si este fuera un País en serio no sería otra cosa
que una asociación mutual que reúne a argentinos de ascendencia judía.
Sería, ni más ni menos, lo mismo que cualquier asociación mutual, sea
esta italiana, española o de cualquier otro grupo de argentinos unidos
por lazos étnicos o nacionales. Pero, hace veinte años la AMIA es el
símbolo cruel del último y peor atentado que ha sufrido la República
Argentina, y es también una muestra de la inoperancia, la poca vergüenza
y la impunidad que parecen ser moneda corriente en quienes han
gobernado o gobiernan nuestra Patria; pero, y sobre esto es menester
reflexionar, ¿alguien pensó que podía ser diferente?.
Prefiero no recordar los pasos de farsa que daba la justicia
argentina después del atentado ni las lavativas de manos a las que hemos
asistido sea cual fuese el gobierno presente -o ausente, si lo
prefieren- que se ocupaba del asunto en sus tiempos, ya que no en sus
formas. Pero llegados a hoy, es también una muestra del cinismo de un
gobierno que alega “sentir mucha bronca” por el atentado y sin embargo
no ha hesitado en componer con los autores intelectuales del mismo
-probablemente los ejecutores ya estén muertos- un memorándum que nos
avergüenza, memorándum al que la obsecuencia o el odio, claro que el
odio, esto también hay que decirlo, hizo que el Congreso de la Nación le
diera el carácter de ley.
AMIA es y léanlo bien y repítanselo hasta el infinito porque el paso
del tiempo juega para que se logre el objetivo más doloroso que es que
el olvido nos gane, el último atentado soportado por la República
Argentina. No se ha atentado contra otro país, la bomba fue en nuestro
territorio y nuestros son los muertos. Que a lo largo de estos años la
sede de las agresiones haya cambiado de La Habana a Teherán o Caracas
podría ser hasta meramente anecdótico, pero que el gobierno de la
República ponga todo su esfuerzo en lograr un acuerdo con los que
consiguieron los explosivos y pagaron la logística no es ridículo, es
criminal. Que se rasguen las vestiduras y se tiren cenizas en la cabeza
mientras callan sobre las extravagancias violentas de algunos de sus
dirigentes que no pueden ocultar su antisemitismo es solo añadir al
dolor, la burla.
Hace siete mil trescientos cinco días que las almas de ochenta y
cinco seres humanos vagan en tinieblas sin la paz que da la justicia,
siete mil trescientos cinco días que sus familiares y amigos desesperan
de que la justicia alguna vez les tienda su mano. Pero también sabemos
que siete mil trescientos cinco días de impunidad es demasiado para que
se nos siga mintiendo.