viernes, 18 de julio de 2014

Siete mil trescientos cinco días

Siete mil trescientos cinco días

julio 18, 2014
Por
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Jose Luis Milia
Hace siete mil trescientos cinco días la Argentina sufría el atentado terrorista más cruento y demoledor de su historia. Prefiero decir siete mil trescientos cinco días para recordar el atentado contra la AMIA y no veinte años porque contar en años jamás dará- ni para este atentado ni para ningún otro- una idea certera del dolor y la injusticia sufrida, porque para los que perdieron a alguien en un atentado, o quedaron heridos o mutilados como consecuencia del mismo, el sufrimiento se repite en cortísimos y opresivos lapsos de tiempo.
Ese día murieron ochenta y cinco seres humanos. Esos ochenta y cinco muertos eran, en su fe, en su ascendencia o por su opción, tan argentinos como cualquiera de nosotros, ya que eran, al igual que la inmensa mayoría de los argentinos, hijos o nietos de esos que, al decir de una política argentina, “eran los muertos de hambre que bajaron de los barcos”, Pero que, muertos de hambre o no, habían elegido esta tierra para afincarse, trabajar y educar a sus hijos.
¿Qué es la AMIA?. Si este fuera un País en serio no sería otra cosa que una asociación mutual que reúne a argentinos de ascendencia judía. Sería, ni más ni menos, lo mismo que cualquier asociación mutual, sea esta italiana, española o de cualquier otro grupo de argentinos unidos por lazos étnicos o nacionales. Pero, hace veinte años la AMIA es el símbolo cruel del último y peor atentado que ha sufrido la República Argentina, y es también una muestra de la inoperancia, la poca vergüenza y la impunidad que parecen ser moneda corriente en quienes han gobernado o gobiernan nuestra Patria; pero, y sobre esto es menester reflexionar, ¿alguien pensó que podía ser diferente?.
Prefiero no recordar los pasos de farsa que daba la justicia argentina después del atentado ni las lavativas de manos a las que hemos asistido sea cual fuese el gobierno presente -o ausente, si lo prefieren- que se ocupaba del asunto en sus tiempos, ya que no en sus formas. Pero llegados a hoy, es también una muestra del cinismo de un gobierno que alega “sentir mucha bronca” por el atentado y sin embargo no ha hesitado en componer con los autores intelectuales del mismo -probablemente los ejecutores ya estén muertos- un memorándum que nos avergüenza, memorándum al que la obsecuencia o el odio, claro que el odio, esto también hay que decirlo, hizo que el Congreso de la Nación le diera el carácter de ley.
AMIA es y léanlo bien y repítanselo hasta el infinito porque el paso del tiempo juega para que se logre el objetivo más doloroso que es que el olvido nos gane, el último atentado soportado por la República Argentina. No se ha atentado contra otro país, la bomba fue en nuestro territorio y nuestros son los muertos. Que a lo largo de estos años la sede de las agresiones haya cambiado de La Habana a Teherán o Caracas podría ser hasta meramente anecdótico, pero que el gobierno de la República ponga todo su esfuerzo en lograr un acuerdo con los que consiguieron los explosivos y pagaron la logística no es ridículo, es criminal. Que se rasguen las vestiduras y se tiren cenizas en la cabeza mientras callan sobre las extravagancias violentas de algunos de sus dirigentes que no pueden ocultar su antisemitismo es solo añadir al dolor, la burla.
Hace siete mil trescientos cinco días que las almas de ochenta y cinco seres humanos vagan en tinieblas sin la paz que da la justicia, siete mil trescientos cinco días que sus familiares y amigos desesperan de que la justicia alguna vez les tienda su mano. Pero también sabemos que siete mil trescientos cinco días de impunidad es demasiado para que se nos siga mintiendo.