“Eje” Obama-Francisco:
Cuba, prestidigitación y confusión
Es
sumamente doloroso decirlo, pero la bota con la cual Castro continúa
aplastando a los cubanos de la isla, tiene ahora un altísimo aval.
Lamentablemente,
con relación a Cuba y América latina, dichos, hechos y gestos de
Francisco van favoreciendo la opresión del pueblo cubano y la
izquierdización del continente; bajo los referidos aspectos, estaríamos
en presencia de un pontificado marcado por la confusión y hasta por el
caos, con preocupantes consecuencias para el futuro político, social y
cristiano de las Américas.
Por Armando F. Valladares. Miami, Florida, 04 de enero de 2015
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Cuba, mi patria natal, acaba de completar 56 años de martirio bajo una
nefasta revolución comunista. Delante de ese drama gigantesco, y de ese
trágico aniversario, sobre la faz de la tierra no se oyeron casi voces
de indignación ante una situación que clama a los cielos. Muchos
gobiernos que año tras año rasgan sus vestiduras en la ONU para condenar
el llamado “embargo externo” estadounidense, enviaron mensajes de
saludo a los tiranos castristas y ni siquiera dijeron media palabra
sobre el implacable “embargo interno” del régimen contra 12 millones de
habitantes de la isla-cárcel.
Estamos en presencia de uno de los mayores ejemplos de prestidigitación
publicitaria de la Historia: un régimen que durante décadas fue la
punta de lanza de sangrientas revoluciones en América latina y África, y
que hoy continúa tendiendo cordones umbilicales ideológicos en las tres
Américas, de una merecida imagen de agresor pasó a tener la más mendaz
imagen de víctima.
Son innumerables los casos de ayuda internacional al régimen cubano,
que han permitido y permiten su supervivencia. Después del gigantesco
respaldo económico de la Unión Soviética, hasta su derrumbe; de
Venezuela chavista, hasta su actual desintegración; y del Brasil
lulista-dilmista, ahora con las arcas más vacías, surge en las Américas
el inesperado “eje” Obama – Francisco. Un sui generis “eje”
político-espiritual que, independientemente de las intenciones de tan
altos personeros, pasará a abastecer con ríos de dinero y de prestigio
publicitario al aparato represivo del régimen.
El 19 de diciembre, dos días después que en Roma, Washington y La
Habana se anunciara simultáneamente el restablecimiento de las
relaciones diplomáticas entre el gobierno estadounidense y la dictadura
cubana, una embarcación de la Guardia Costera castrista, presumiblemente
en aguas internacionales, comenzó a embestir contra una lancha en la
cual huían de Cuba 32 personas, incluyendo siete mujeres y dos niños,
hasta hundir la frágil embarcación. Esos cubanos simplemente buscaban la
libertad e intentaban romper el ignominioso “embargo interno” que la
tiranía castrista impone a sus habitantes.
Masiel González Castellano, una sobreviviente, esposa de Leosbel Díaz
Beoto, quien murió ahogado, narró por teléfono posteriormente:
“Estábamos gritando, pedíamos auxilio, que nos ayudaran porque la lancha
se estaba hundiendo. Pero ellos no hacían caso. Lo que hacían era ir
para arriba de la lancha. Unas personas se tiraban al agua y otros nos
quedamos ahí y la lancha se iba hundiendo”. “Ellos sabían que habían
niños pero seguían para arriba de nosotros. No les importaba”. Fue una
acción brutal por parte de un régimen que se siente con las espaldas
cubiertas por poderosos aliados. El criminal hecho, que tanto
comprometía al régimen castrista, habría merecido un clamor mundial de
repudio, pero casi no fue destacado por la prensa internacional, por los
gobiernos occidentales, por organizaciones defensoras de los “derechos
humanos” y, ¡oh dolor! por eclesiásticos que deberían imitar al Buen
Pastor, dispuestos a dar la vida por sus ovejas.
El 31 de diciembre pp., en La Habana, coincidiendo con los 56 años de
revolución, se desató una ola represiva contra opositores que intentaban
simplemente reunirse en la Plaza de la Revolución, lo que ilustra, como
si hubiera alguna duda, las reales disposiciones del régimen.
En los Estados Unidos, diversos especialistas han mostrado de manera
documentada cómo el acercamiento casi incondicional del gobierno
estadounidense favorece al régimen cubano y perjudica la causa de la
libertad en la isla, cuyos habitantes quedarán todavía más a merced de
los tiranos; y han criticado duramente, en consecuencia, al presidente
Obama (cf. “Cuban dissidents blast Obama’s betrayal”, Marc A. Thiessen,
Washington Post, Dic. 29, 2014; “Obama le da al régimen de Castro en
Cuba un rescate inmerecido”, Editorial en español e inglés, Washington
Post, Dic. 17, 2014).
No obstante, pocos analistas señalan el aspecto más grave y trágico de
ese acuerdo: la responsabilidad que cabe a su artífice y mediador más
eminente, el pontífice Francisco. El 17 de diciembre pp., el propio día
del anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas, Francisco,
junto con reafirmar su papel mediador, saludó la liberación de “algunos
detenidos”, sin siquiera insinuar que en Cuba el sistema comunista
mantiene subyugados no a “algunos” sino a 12 millones de cubanos. Es
sumamente doloroso decirlo, pero la bota con la cual Castro continúa
aplastando a mis hermanos de la isla, tiene ahora un altísimo aval.
Es preciso recordar que del lado castrista, los “detenidos” eran en
realidad espías cubanos procesados y condenados por la Justicia
estadounidense por complicidad en el asesinato de los jóvenes de
Hermanos al Rescate y por planes para introducir explosivos en Miami
para realizar actos terroristas. Por tal motivo, el cabecilla de los
“detenidos” castristas tenía dos condenas de por vida.
No es la primera vez que Francisco, independientemente de sus
intenciones, adopta actitudes que objetivamente favorecen a las
izquierdas continentales, políticas y eclesiásticas. Por ejemplo, se
realizó en Roma, del 27 al 29 de octubre pp., el Encuentro Mundial de
Movimientos Populares que reunió a 100 líderes revolucionarios del mundo
entero, incluyendo conocidos agitadores profesionales
latinoamericanos, y que contó con la presencia del propio Francisco. Es
como si se hubiese realizado una especie de "beatificación"
publicitaria, en vida, de esas actuantes figuras revolucionarias de
inspiración marxista, sui generis "beatos" de una "iglesia al revés",
contraria a la doctrina social de la Iglesia defendida por antecesores
de Francisco (cf. "El Papa saluda y bendice", L’Osservatore Romano, Oct.
28, 2014; “Francisco, ‘beatificación’ publicitaria de revolucionarios y
‘vendaval’ social”, Destaque Internacional, Nov. 02, 2014).
Tuve ocasión de comentar otros hechos en el mismo sentido, cuando
Francisco revocó la “suspensión a divinis” del sacerdote nicaragüense
Miguel D’Escoto Brockmann, de la tristemente célebre orden de Maryknoll,
ex canciller sandinista y una de las figuras más pro-castristas de la
teología de la liberación. El sacerdote D’Escoto había sido sancionado
por el Vaticano en 1984, por su participación en la persecución a los
católicos nicaragüenses durante el primer gobierno sandinista (cf.
“Francisco, procastristas y confusión”, Armando Valladares, Agosto 06,
2014).
Lamentablemente, con relación a Cuba y América latina, esos dichos,
hechos y gestos del pontífice Francisco van favoreciendo directa o
indirectamente la opresión del pueblo cubano y la izquierdización del
continente. Queda flotando en el aire la sensación de que, bajo los
referidos aspectos, estaríamos en presencia de un pontificado marcado
por la confusión y hasta por el caos, con preocupantes consecuencias
para el futuro político, social y cristiano de las Américas.
En cuanto católico y en cuanto ex preso político cubano, que pasó 22
años en las mazmorras castristas, y vio su fe fortalecida al oír los
gritos de los jóvenes católicos que morían en el "paredón" gritando
"¡Viva Cristo Rey, abajo el comunismo!", debo manifestar las
perplejidades, angustias y dramas interiores que suscitan los hechos
arriba narrados. Se trata de una situación de las más dolorosas que
pueden existir, porque dicen respecto a los vínculos con la Santa Sede.
No obstante, como ya he tenido ocasión de manifestar, la fe de los
católicos debe quedar intacta y hasta fortalecida ante estos dilemas,
porque en materias políticas y diplomáticas ni siquiera los papas están
asistidos por la infalibilidad. Y no existe para los católicos la
obligación de aceptar esos dichos y hechos, en la medida en que
discrepen de la línea tradicionalmente adoptada por la Iglesia con
relación al comunismo.