LA MUERTE DEL PECADOR, ES PORQUE SE MERECE POR SUS PECADOS
«Tomó
Cristo los pecados en Su Cuerpo sobre el leño, para que nosotros, por
Su Muerte, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la Justicia» (S. Cirilo de Jerusalén – R 831).
Dios, por el pecado original de Adán, estuvo justamente ofendido contra toda la humanidad. Y, por eso, dijo: «Maldita, Adán, la tierra a causa tuya» (Gn 3, 17). Una maldición divina que sólo se puede quitar con una bendición divina.
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Los hombres no pueden solucionar el problema del pecado, que Adán obró en toda la Creación:
«Si
alguno afirma que este pecado de Adán (…) se quita por las fuerzas de
la naturaleza o por otro remedio que por el mérito del solo Mediador,
Nuestro Señor Jesucristo, que nos reconcilió con Dios con Su Sangre (…)
sea anatema» (D 790).
No
por las obras humanas, científicas, técnicas; no por el progreso del
hombre, no por la evolución de los seres vivos se quita el mal en el
mundo.
Sólo
Cristo sabe el camino para quitar esa maldición. El camino es el de la
Cruz, por el cual todo hombre, si quiere salvarse, tiene que caminar.
Pero es necesario creer en Cristo.
Bergoglio, antes de usurpar el trono de Pedro, negaba que Cristo fuera el Salvador:
«es
bueno que le preguntemos a Jesús: ¿Sois Vos, Señor, nuestro único
Salvador o debemos esperar a otros? Lo que pasa es que vivimos
situaciones de pobreza, de falta de trabajo…, o estas enfermedades que
nos afectan masivamente, la gripe, el dengue…, y que pegan más duro por
la falta de justicia. Todo esto nos lleva a que le preguntemos al Señor:
“Señor, ¿estás de verdad en medio de tu pueblo? ¿Es verdad que caminas
con tu pueblo?» (Buenos Aires, 7 de agosto de 2009).
Bergoglio
niega el dogma de la Redención, por el cual la maldición de Dios sobre
la creación sólo se arregla con la muerte de Cristo. Bergoglio pone el
esfuerzo humano para arreglar esa maldición.
Y,
claro, tiene que preguntarse si Jesús es el Salvador o no, porque hay
gente que muere de hambre, que no tiene trabajo, etc… Su duda es,
claramente, su falta de fe en Jesús, en la doctrina de Cristo.
Bergoglio
está en la Iglesia para hacer su comunismo, torciendo todo el
Evangelio. Jesús hace milagros para que la gente vea que Él es el
Mesías. Bergoglio, como no cree en los milagros, tergiversa las palabras
del Evangelio y pone su atención en los hombres. ¿Quién es Jesús? ¿El
que hace milagros? No; el que está en la gente.
Él pone la salvación en los mismos hombres, en sus obras, que es su falso misticismo, es decir, su panteísmo y su panenteísmo:
«En
el rostro de esa gente ya se vislumbra la respuesta a la pregunta de
¿quién es Jesús? “A Jesús lo vemos en el rostro de la gente que lo
quiere y que da testimonio de que Él es el que la ha confortado y
salvado”. A Jesús “lo encontramos de un modo especial” en el rostro de
“los pobres, afligidos y enfermos (…), de nuestros hermanos queridos que
nos dan testimonio de fe, de paciencia en el sufrimiento y de constante
lucha para seguir viviendo (…) Cuando nos animamos a mirar bien a fondo
el rostro de los que sufren se produce un milagro: aparece el Rostro de
Jesús. (…) pero los rostros hay que verlos de cerca, estando con los
otros» (Ib).
A Jesús lo vemos en los demás, no lo vemos en Él mismo, porque todos están en Jesús: esto es el panenteísmo.
Para
ver a Jesús, hay que ver los rostros de los demás, pero hay que
encontrarse con ellos, correr hacia ellos, porque en ellos está Jesús:
esto es el panteísmo. Todo es Jesús, todo es Dios, todo significa, lleva
lo divino y hacia lo divino.
Su
falso misticismo, que son estas dos ideas, está en todas sus homilías y
escritos. De aquí le nace su falsa misericordia hacia los hombres y su
falsa compasión hacia las vidas y los sufrimientos de todos los hombres.
Bergoglio
sólo está vendiendo su idea: su falso cristo con su falsa iglesia. Y,
por tanto, él se esfuerza en dar una doctrina que no tiene nada que ver
con la fe católica. Siempre mira a una fe común: la que incluya a todas
las religiones y a todas las mentes de los hombres:
«Espero
que la cooperación interreligiosa y ecuménica demuestre que los hombres
y las mujeres no tienen que renunciar a su identidad, ya sea étnica o
religiosa, para vivir en armonía con sus hermanos y hermanas» (Encuentro interreligioso y ecuménico – 13 de enero del 2015).
Bergoglio
no quiere convertir a nadie porque no existe la Verdad absoluta. Y, por
tanto, no existe la religión verdadera ni la Iglesia que posee la
Verdad Absoluta.
Todos
con su identidad religiosa para vivir en armonía con los hombres: no
tienen que renunciar a su identidad = quédate en tus pecados y vive
pecando, que así te salvarás, irás al cielo.
Esta
armonía es su unidad en la diversidad. Hacer un uno con muchas mentes
humanas, con muchas ideas distintas, encontradas, diversas. Es la
concepción de la evolución, de la gradualidad del pensamiento humano, de
las ideas humanas.
Pero
hay que saber hacer ese uno en la diversidad, porque hay ideas que
destrozan esa armonía. Hay ideas que los hombres tienen que quitarlas
para entrar en la armonía de la gradualidad. Hay que elaborar una nueva
doctrina y un nuevo credo, leyes y reglas para que la gente vaya
evolucionando en sus ideas y no se queden atascados en lo que impide la
fraternidad, en sus religiones, dogmatismos y fundamentalismos.
«Hay
un tipo de rechazo que nos afecta a todos, que nos lleva a no ver al
prójimo como a un hermano al que acoger, sino a dejarlo fuera de nuestro
horizonte personal de vida, a transformarlo más bien en un adversario,
en un súbdito al que dominar. Esa es la mentalidad que genera la cultura
del descarte que no respeta nada ni a nadie: desde los animales a los
seres humanos, e incluso al mismo Dios. De ahí nace la humanidad herida y
continuamente dividida por tensiones y conflictos de todo tipo». (Discurso a los miembros del colegio diplomático – 12 de enero del 2015)
Bergoglio
anula el pecado original. Por lo tanto, tiene que buscar una idea, en
su mente, para resolver el problema de la creación. Esa idea es la
fraternidad: el amor al prójimo. El otro es siempre un hermano. Al no
ver al otro como a un hermano, viene la cultura del descarte, y que hace
que toda la creación sea lo que vemos: no hay respeto por nadie, ni
siquiera por los animales.
Si no tienes la idea de que el otro es un hermano para ti, entonces lo conviertes en tu adversario.
Bergoglio está anulando la ley de Dios en la naturaleza humana, anula el pecado, que todo hombre tiene que dominar:
«¿No
es verdad que si obraras bien, andarías erguido, mientras que si, no
obras bien, estará el pecado a la puerta? Cesa, que él siente apego a
ti, y tú debes dominarle a él» (Gn 4, 7).
Para
no dominar al hombre, para no esclavizar a los hombres, para no ser un
dictador, para gobernar en la Voluntad de Dios, para no hacer la guerra,
el hombre tiene que dominar su pecado. No tiene que tener la idea de la
fraternidad.
Bergoglio está hablando de su ley de la gradualidad.
Está la idea primera: todos somos hermanos. No existe la maldición del pecado original. Todos somos hijos de Dios.
Como
hay personas que rechazan esta idea, entonces se construye una sociedad
de rechazo al hombre, en el que el otro es considerado un adversario.
Los
que conciben su vida desde la fe católica, desde un dogma, desde una
Revelación Divina, desde una Ley Eterna, entonces están rechazando a los
hombres que pecan contra Dios. Ya no tienen la idea primera: la
hermandad. Siguen la ley de Dios.
Si
blasfemas contra Dios, no puedes ser mi hermano. Si vives pecando, no
puede ser mi hermano. Si tu idea de la vida es ser homosexual, entonces
no puedes ser mi hermano. Si tu fe es ser judío o musulmán o budista u
ortodoxo, entonces no puedes ser mi hermano. Tengo que separarte, tengo
que dividir.
Jesús
viene a poner una espada: la verdad revelada divide a los hombres,
nunca los une, porque los hombres están divididos, en su naturaleza
humana, a casusa del pecado original. El Bautismo quita el pecado
original, pero no la división que produce en la naturaleza humana ese
pecado. Y que ahí queda hasta la muerte del cuerpo.
«No
penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz
sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre, y a la
hija de su madre, y los enemigos del hombre serán los de su casa» (Mt 10, 34-35).
Si
los enemigos del hombre son sus propios hermanos carnales y su propia
familia, entonces en la sociedad no pueden existir hermanos, amigos,
fraternidades por una idea humana. ¡Es imposible! La verdad divina
siempre divide.
Pero Bergoglio está en su idea de la fraternidad:
«a
la dimensión personal del rechazo, se une inevitablemente la dimensión
social: una cultura que rechaza al otro, que destruye los vínculos más
íntimos y auténticos, acaba por deshacer y disgregar toda la sociedad y
generar violencia y muerte. Lo podemos comprobar lamentablemente en
numerosos acontecimientos diarios, entre los cuales la trágica masacre
que ha tenido lugar en París estos últimos días. Los otros «ya no se ven
como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la
humanidad, sino como objetos». Y el ser humano libre se convierte en
esclavo, ya sea de las modas, del poder, del dinero, incluso a veces de
formas tergiversadas de religión» (Discurso a los miembros del colegio diplomático – 12 de enero del 2015).
¿Es el asesinato de doce personas en la oficina de redacción de la revista “Charlie Hebdo”, cometido por dos musulmanes, una masacre?
No; no lo es.
Es una Justicia Divina:
«El que guarda la Ley, a sí mismo se guarda; el que menosprecia sus caminos morirá» (Prov 19, 16).
Es la Palabra de Dios, que nunca miente y que siempre da la verdad de lo que pasa en el mundo.
Toda esa gente de Charlie Hebdo
son blasfemos de la ley divina: trabajan en contra de los mandamientos
de la ley de Dios. Blasfeman contra Dios, vomitan, calumnian al prójimo y
sólo se obedecen a sí mismos. Están menospreciando los caminos de
salvación para el alma, que Dios ha puesto en Su Ley. ¡Tienen que morir!
Esa
gente que murió fue por sus pecados. Asesinada por sus pecados. Y no
por otra cosa. ¡Qué difícil de entender es esto, aun para los mismos
católicos!
«Muchos caen al filo de la espada, pero muchos más cayeron por la lengua»
(Ecl 28, 22). El pecado de toda esa gente es de lengua. Y, con ella,
blasfeman contra Dios y contra todo el mundo. Tienen conforme a su
pecado: la blasfemia de morir a manos de unos blasfemos.
Vives obrando tu pecado, tu ofensa a Dios todo el santo día, entonces tienes sobre tu cabeza la espada de la Justicia Divina: «el impío morirá por su iniquidad» (Ez 33, 8).
«No
os engañéis; de Dios nadie se burla. Lo que el hombre sembrare, eso
cosechará. Quien sembrare en su carne, de la carne cosechará la
corrupción; pero quien siembre en el espíritu, del Espíritu cosechará la
vida eterna» (Gal 6,7).
Los de Charlie Hebdo
viven sembrando en su carne: sus pensamientos humanos les llevan a
obrar una blasfemia constante contra Dios. Siembran los vientos de sus
blasfemias; tienen que recoger tempestades, guerras, muertes:
«Porque sembraron viento, y torbellino segarán» (Os 8, 7).
Ante el pecado de toda esta gente, el Señor manda tremendos castigos.
Un castigo son los musulmanes: una religión que fue creada para matar a los hombres:
«Muéstrame
también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas
malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la
espada la fe que predicaba» (texto del emperador Manuel II citado por el Papa Benedicto XVI)
El Papa traía este texto para poner de relieve la relación que existe entre fe y razón y, por tanto, «la convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios» (Ib). No se puede convertir a las personas a través de la violencia, de la muerte. Eso es algo irracional.
Pero, «para
la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad
no está vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de
la racionabilidad» (Ib). Y, por lo tanto, «si (Dios) quisiera, el hombre debería practicar incluso la idolatría» (Ib).
Los
dos musulmanes, que mataron a toda esa gente, lo hicieron movidos por
su pecado. No por una idea fundamentalista; no por una idea rigorista
que les ciega para ver al otro como hermano.
Los
musulmanes matan por su fe, que es contraria a la Palabra de Dios. Es
una idea en contra de la Verdad Divina. Ellos no dominan el pecado que
les acecha, sino que lo han puesto como ley en su fe musulmana. Tienen
que cumplir esa ley para ser musulmanes. Ellos caen en la
irracionalidad, pero eso a ellos les trae sin cuidado.
Cuando
el pecado de soberbia oscurece totalmente a la persona, entonces ésta,
en su orgullo, obra esa soberbia y tiene que matar a los infieles. Y
esto no es ser fundamentalista, sino un hombre pecador que sigue su
pecado, que obra su pecado de soberbia en su orgullo. Y que lo quiere
obrar.
De nada se hace, como quiere Bergoglio, que los hombres quiten estas ideas fundamentalistas para vivir en armonía:
«Ante
esta injusta agresión, que afecta también a los cristianos y a otros
grupos étnicos de la Región –los yazidíes, por ejemplo–, es necesaria
una respuesta unánime que, en el marco del derecho internacional, impida
que se propague la violencia, reestablezca la concordia y sane las
profundas heridas que han provocado los incesantes conflictos» (Discurso a los miembros del colegio diplomático – 12 de enero del 2015).
Esto es una utopía en Bergoglio.
Es
imposible que la violencia no se propague, porque existe el pecado en
todos los hombres. Caines hay muchos. Y no se puede matar a Caín:
«Si alguien matare a Caín, será éste siete veces vengado» (Gn 4, 15).
Querer
construir una cultura del encuentro en donde no exista la cultura del
descarte es una somera tontería de este personaje y de aquellos que lo
siguen.
Existe
Caín, existen los musulmanes que matan, existen hombres que matan
porque no dominan el pecado que les acecha. ¡Y eso es todo!
No
se trata de poner unas leyes, ni unas reglas, ni hacer declaraciones ni
salir a la calle para unirse a las víctimas del atropello y así crear
un ambiente de armonía en que todos quieren la paz y la concordia.
¡Todo eso es perder el tiempo!
¡Todo
está en que cada hombre luche por quitar su pecado! Pero como los
gobernantes se pasan su gobierno poniendo leyes en contra de la ley de
Dios, entonces ahora se quiere, con palabras bellas, con declaraciones
en contra de los fundamentalistas, resolver lo que no se puede resolver
con obras ni con ideas humanas.
Hay que luchar en contra del pecado, que es lo que nadie hace: ni en la Iglesia ni en el mundo. Nadie cree en el pecado. Nadie.
Es Cristo el que quita el pecado del mundo, no las leyes de los hombres.
Tuvo que venir Cristo para, con Su Pasión, satisfacer verdaderamente a Su Padre.
Cristo es el que quita los pecados del mundo, la maldición que tiene toda la Creación:
«He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29).
Cristo es el que justifica al hombre, con Su Gracia:
«Con mayor razón, pues, justificados ahora por Su Sangre, seremos por Él salvos de la Ira» (Rom 5, 9).
Jesús nos salva de la Ira del Padre, de la maldición en la cual toda la Creación permanece actualmente:
«Pues
sabemos que la Creación entera gime y siente dolores de parto, y no
sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del
Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción,
por la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza es como hemos
sido salvados» (Rom 8, 23-24a).
Pero
nos salva en esperanza; es decir, que Jesús, con Su Sangre, con la
Gracia que da en el Bautismo, no salva a todos los hombres, no lleva a
todos los hombres al cielo.
Cada
hombre tiene que esperar en Dios para salvarse. Cada hombre tiene que
merecer su salvación. Cada hombre tiene que luchar por quitar su pecado,
tiene que dominarlo.
Practicar
la virtud de la esperanza significa vivir deseando lo divino, lo
celestial. Vivir buscando el Reino de Dios. Y quien no haga eso, no
puede salvarse, porque la salvación es en esperanza: en fe, esperanza y
caridad.
Hay
que creer en la doctrina que Jesús enseñó a Sus Apóstoles; es decir,
hay que poseer la fe católica, no una fe común, no una fe universal. Hay
que pertenecer a la Iglesia Católica, a la verdadera, no a otra iglesia
o religión o un sucedáneo de iglesia católica.
Hay que esperar en la gracia de Dios para poder obrar, en la vida humana, lo divino, es decir, la Voluntad de Dios.
Hay amar con el fuego del Espíritu, para realizar aquella verdad que libera al hombre de toda esclavitud.
Si
se niega el pecado original, entonces hay que negar la Justicia de
Dios. Y, por lo tanto, la obra de la Redención que Cristo hizo para
satisfacer la ofensa que el pecado hizo a Dios.
Y, entonces, quedan tres cosas:
Una doctrina masónica: la fraternidad;
Una
doctrina protestante: Dios no imputa el pecado: la fe fiducial; la
falsa misericordia en la que todo el mundo se va al cielo;
Una doctrina comunista: el hombre se hace salvador de vidas humanas, de proyectos sociales, de obras de globalización mundial.
Como
tú, en tu vida privada, rechazas al otro, entonces se levanta una
cultura en que se rechaza, en que se destruye los vínculos más íntimos y
auténticos: los del hombre.
Y
nadie ha comprendido que el que peca destruye los vínculos más íntimos
entre Dios y el hombre: la Ley Eterna. Esa destrucción es una ofensa a
Dios que exige Justicia, no ternuritas.
Nadie
comprende, ni siquiera los católicos, que si vives en tu pecado, tienes
una justicia de Dios. Y que esa justicia, Dios la obra a través del
demonio. Y el demonio está en las almas que viven para pecar, que no
dominan sus pecados, y que las usa para hacer daño a los demás hombres y
matarlos, para llevarlos al infierno.
Por tanto, ¿qué es Bergoglio? Un castigo divino para toda la Iglesia.
Este
hombre vive en sus pecados, ha hecho vida su fe masónica, su fe
protestante y su fe comunista. Y es lo que obra usurpando la Silla de
Pedro. Guía a los que le obedecen a un nuevo concepto de cristo y de la
iglesia, que es el mismo que el mundo construye y quiere: un nuevo
gobierno mundial en que no haya ideas dogmáticas ni fundamentalistas,
porque eso va en contra de la ley de la gradualidad: hay que evolucionar
en el pensamiento humano. No hay que quedarse en ideas fijas, en
dogmas, en ideas irracionales, fundamentalistas. Hay que ir hacia la
idea de la fraternidad, que es una idea armónica en la que todo el mundo
vive y deja vivir.
Esta
es la idea base de la nueva iglesia mundial. Este es el principio. Y
sobre este eje, todo lo demás: la cultura del encuentro, el diálogo, las
leyes que impidan vivir el dogma y los fundamentalismos; las leyes que
vayan en contra de la ley natural, de la ley divina, de la ley de la
gracia, porque todo eso es no comprender la idea base: la hermandad de
todos los hombres.
Nadie ha comprendido que las muertes de “Charlie Hebdo”
son porque se lo merecían en sus pecados. Esa es la justicia: dar a
cada uno lo que se merece. Ese es el orden divino, la armonía divina en
toda la creación, que Adán suprimió.
No
es un atentado contra la libertad de pensamiento. Es la obra de la
Justicia de Dios, porque unos y otros han atentado contra los
mandamientos de Dios.
Ahora
se busca una armonía para gente estúpida e idiota; es decir, para
personas que han hecho del pecado de soberbia y del orgullo su gobierno,
su enseñanza, el camino para que los demás lo recorran.
Y
la gente apoya toda esa estupidez; y no tiene la valentía de dar
testimonio de la Verdad, porque a nadie le interesa la verdad. Todos
viven en las locuras de sus ideas humanas, dando culto a sus obras y
vidas humanas.


