LO QUE NOS RECUERDAN LOS HECHOS DE PARÍS
El triste
suceso acaecido el día de la fecha en la ciudad de París, pone nuevamente sobre el tapete el muy complejo tema de las relaciones entre Occidente y el Islam.
Está claro que nos referimos al ataque perpetrado por creyentes musulmanes
contra la redacción de la publicación Charlie
Hebdo, que acabó con el lamentable saldo de 12 muertos y otros tantos heridos.
PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER ARTICULO
Lo que el presidente galo Francois Hollande no vaciló en calificar como “atentado”, se había anunciado como amenaza en numerosas ocasiones, a raíz de una serie de caricaturas satíricas relativas a Mahoma y al Islam, aparecidas sucesivamente en la revista durante los últimos meses, y que terminaron por desatar la represalia con las consecuencias tan trágicas que hoy se pueden observar.
La
primera y más inmediata conclusión que sugiere el episodio tiene que ver con la
patente dificultad que engendra, para una sociedad que se autodefine como
diversa y pluralista, la convivencia en su seno con una comunidad de las
características del Islam, esencialmente dogmática y excluyente, lanzada ahora
a la conquista progresiva del continente europeo, cuyos índices demográficos de
población musulmana son cada vez más altos. De ahí que, por bien intencionadas
que sean las tentativas de diálogo
interreligioso, la realidad es que no parecen ser fructíferas, en orden a
alcanzar un modus vivendi que
garantice un mínimo de paz social, entendida esta como ausencia de conflictos
civiles.
Ahora
bien, es preciso ir más a fondo en la comprensión de la problemática de marras,
y para ello hay que detenerse en la consideración del actual estado de la sociedad occidental, que ya no es posible seguir denominando con el nombre
de “Cristiandad”. Lo que llamamos “Occidente”, en efecto, no es más que el
residuo, la triste versión secularizada de lo que en algún momento fue conocido
con aquel título glorioso, mal que les pese a los hijos de la Revolución.
Entre
las declaraciones a los medios de prensa que se hicieron públicas durante la
jornada, nos ha llamado especialmente la atención una de ellas, por cuanto
refleja lo que precisamente queremos señalar. El personaje en cuestión,
haciendo profesión de ateísmo, afirmaba que en Francia la religión era vista
simplemente como una “filosofía”, una “idea”, y que por ello se podía hacer de
Mahoma una caricatura como se podía hacerla “de Carlos Marx” (sic); en
definitiva, Mahoma era un personaje sagrado, pero solo para los musulmanes…
No seremos
nosotros, ciertamente, los encargados de reivindicar la figura del Profeta,
pero sí creemos que los dislates proferidos por este tipo de
pseudo-intelectualidad son dignos de atención, en la medida en que permiten
comenzar a entender el fenómeno de la avasalladora expansión musulmana en Europa, que no parece encontrar nada mejor
que ofrecer como resistencia que la religión de la libertad y el relativismo, o
lo que es lo mismo, de la democracia
moderna. La pena que causa oír en boca de los más altos mandatarios del
mundo, ante el hecho consumado, las lamentaciones que invocan como valor
supremo el de la “libertad de expresión”
(“La libertad es más fuerte que la
barbarie”, ha dicho el mismo Hollande, por ej.), nos recuerda el “pensamiento débil” de que hablara el
filósofo Gianni Váttimo para
referirse a la post-modernidad, desertora de los valores absolutos que dieron nacimiento
a nuestra civilización. Es precisamente este pensamiento débil el que opera
como caldo de cultivo para el avance en terreno propio de un mundo
tradicionalmente adversario del occidente cristiano.
Ante
la explosión de las invasiones bárbaras en el siglo V, el escritor Salviano de Marsella sugirió la original
interpretación que veía en los saqueos de las distintas tribus el castigo
divino debido al pecado de los cristianos. En este sentido, no es aventurado
afirmar que el azote islámico constituye la recompensa, por lo menos natural, a
la apostasía de Occidente. Europa, en
particular, no parece darse cuenta de ello, con todo, y nada indica que en el
futuro lo advierta, sumergida en la inmanencia del materialismo imperante.
El
trágico desenlace de las sátiras de la revista en cuestión nos recuerda, de una
forma impensada, lo que hemos olvidado quizá, a fuerza de tolerar toda clase de
blasfemias e injurias contra nuestras propias realidades sagradas, a saber, la
verdad de que toda libertad debe reconocer sus límites en valores más elevados.
Quiera Dios que esta amarga experiencia nos lo enseñe.
Publicado por
ANC