Día de la Hispanidad: la leyenda dorada del orgullo español
Laureano
Benítez Grande-Caballero.- ¡Día de la Hispanidad! Como cada año, cuando
llega esta fecha patriótica tendremos que soportar que los traidores y
felones, que las patuleas antiespañolas nos digan que no hay nada que
celebrar en esta fiesta señalada, porque solo conmemora el genocidio de
los pueblos indígenas por conquistadores explotadores y asesinos.
Independentistas protestan contra el 12 de Octubre en Mataró
Ya conocemos de sobra esta falsaria interpretación del 12 de octubre,
pero, en estos momentos críticos para nuestra Patria a causa de la
amenaza independentista, estas proclamas hispanófobas segregan una
ponzoña mucho más peligrosa, pues contribuyen a intensificar la amenaza
separatista que padece España. En consecuencia, la defensa de la Patria
demanda más que nunca que los españoles proclamemos con orgullo los
valores de nuestra gloriosa historia nacional en una catarsis colectiva,
para convertir el día de la Hispanidad en nuestra «Diada», nuestro
«Aberri Eguna», nuestro «Día del orgullo español».
La Hispanidad como genocidio…ya estamos otra vez con ese tópico, la
joya de la corona de nuestra leyenda negra, junto con el holocausto de
la Inquisición —consistente en menos de 3.000 ejecutados en 400 años de
trayectoria, según coinciden en aseverar todos los investigadores que se
han tomado la molestia de estudiar las actas inquisitoriales. En unos
meses del año 36, los milicianos luciferinos ejecutaron a más
católicos—.
La ideología progre que ha arrasado España desde la funesta
Transición se ha nutrido en gran medida de clichés hispanófobos, de
flagrantes tergiversaciones de nuestra historia, de la mentirosa
negritud que ha derramado sobre nuestra refulgente trayectoria histórica
una catarata de falsedades, un verdadero «Himalaya» de mentiras, como
dijo Julián Besteiro a sus correligionarios socialistas poco antes del
36, acusándoles de magnificar la represión posterior al golpe de estado
izquierdista del 34. Y aquí tenemos otro espúreo mito de nuestra leyenda
negra: la represión franquista.
El
Parlamento de Navarra, en manos de los anexionistas vascos y de la
extrema izquierda, ha aprobado cambiar el Día de la Hispanidad que se
celebra el 12 de Octubre por el del Día de la Resistencia Indígena.
Frente a estos «Himalayas» de mentiras, de falsedades, de mitos, es
preciso afirmar nuestra «leyenda dorada», anatematizada por la progresía
roja en la enseñanza y los medios de comunicación, que ha convertido
nuestras hazañas en genocidios, nuestras epopeyas en holocaustos,
nuestra tradición áurea en siniestra y negra leyenda, que esta caterva
de impresentables hispanófobos e indepes ha contribuido a incrementar.
Esta leyenda contra la hispanidad ―surgida en los países protestantes
de Europa a comienzos del XVI― es un conjunto de estereotipos negativos
sobre España, a través de los cuales se vertebra una descalificación
global de la Hispanidad, pues en ellos se nos acusa de habernos mostrado
históricamente como un pueblo cruel, intolerante, oscurantista,
ignorante, atrasado y vago.
Manuel Álvarez Fernández explica esta leyenda diciendo que consiste
en «la cuidadosa distorsión de la historia de un pueblo, realizada por
sus enemigos, para mejor combatirle. Y una distorsión lo más monstruosa
posible, a fin de lograr el objetivo marcado: la descalificación moral
de ese pueblo, cuya supremacía hay que combatir por todos los medios».
Es decir, que la misma existencia de esta leyenda demuestra nuestra
supremacía, nuestra hegemonía, la existencia de aquel tiempo en el que
éramos invencibles, pues con ella nuestros adversarios pretendían
resarcirse de sus derrotas en los campos de batalla.
¿Qué se esconde tras esta hispanofobia de los neocomunistas
puño-en-alto? Pues, evidentemente, un deseo de vengarse de España por
haberles derrotado en la Cruzada de Liberación: nuestra bandera nacional
fue su mortaja, y en nuestros «¡Viva España!», y «¡Arriba España!» sus
desquiciadas mentes oyen el responso fúnebre que les oficiamos durante
40 años. Por eso odian a nuestro Ejército, a la Legión, a nuestro himno,
a nuestras tradiciones. Si a eso le añadimos que estas hordas son el
correveidile de Soros y compañía, pues la Hispanidad se hunde en el más
negro de los abismos mundialistas.Día de la Hispanidad: la leyenda
dorada del orgullo español.
En lo que respecta al descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, no
se puede negar que provocó una tremenda catástrofe demográfica, pero
ésta no se debió a una «solución final» dictada por ningún «Mengele»
español, ya que su factor determinante fue la propagación de epidemias
por parte de los españoles ―especialmente la viruela y el sarampión―,
enfermedades infecciosas que provocaron entre un 75 y un 95% de la
mortandad indígena.
En
cuanto a la salvaje explotación de los indígenas, es cierto que la
sufrieron las poblaciones autóctonas, pero los países o imperios que no
incurrieran en esta práctica que tiren la primera piedra, y eso no es
óbice para que estén orgullosos de su historia y proclamen su
patriotismo urbi et orbe.
Y como también los catalanitas hablan de genocidios, pues habría que
recordarles que tienen por héroes «raciales» a sus famosos almogávares
de la Edad Media, ―nombre que en su origen árabe significa «el que
provoca algaradas», es decir «arrebatos»… vamos, masacres, genocidios y
cosas así—. Fueron el terror de las estepas, salvajes protagonistas del
genocidio conocido como «venganza catalana», acaecida en 1303, cuando
reaccionaron con una crueldad legendaria al asesinato por parte de los
bizantinos de su líder Roger de Flor y 100 almogávares de la gran
Compañía Catalana, hasta el punto de que saquearon toda Grecia al feroz
grito de «¡Despierta Fierro!». Como serían de atroces sus «razzias»
vengadoras que en algunos países balcánicos se asusta a los niños con la
figura del «Katalán», un guerrero gigante sediento de sangre. Todavía
hoy los griegos, cuando quiere maldecir a alguien, le dicen: «Así te
alcance la venganza de los catalanes». Venganza que no es sino la
versión pantumaca de la celebérrima «Noche toledana».
El primer ministro sueco Olof Palme pidiendo dinero hucha en mano en ‘apoyo a los terroristas de ETA.
También habría que recordarles a estos apóstoles del indigenismo que
en aquellos tiempos del imperio español no había aún ONGs, y nadie
hablaba de derechos humanos, excepto el españolísimo Fray Bartolomé de
las Casas, llamado el «Procurador o protector universal de todos los
indios de las Indias», que escribió memorables defensas de los indios:
«¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible
servidumbre a estos indios? […] ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y
fatigados, sin darles de comer y curarlos en sus enfermedades, que de
los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor
decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día?». Isabel la
Católica llegó a prohibir, en sus Leyes de Indias, los abusos sobre los
indígenas, incluso las sacas de esclavos, prohibidas por un Real Decreto
de 1530, cuatro siglos antes de su abolición definitiva. —Por cierto,
los catalanes fueron de los últimos en sumarse a la prohibición de la
trata de negros—.
Si los progres bolivarianos del puño-en-alto quieren denunciar
genocidios para quedar bien ante la humanidad, más les valdría denunciar
el ignominioso ejemplo de genocidio de algunos países elogiados por su
civilización y su democracia, los cuales tuvieron lugar en un tiempo
donde ya existían los derechos humanos y las ONGs.
Ahí tenemos el siniestro caso de la maravillosa y moderna Suecia,
paradigma de socialdemocracia —aún recuerdo al hipócrita primer ministro
Olof Palme pasando la hucha por las calles para conseguir dinero contra
Franco con el fin de protestar contra la condena a muerte de unos
terroristas—. Pues en este país tan deslumbrante se esterilizó a 230.000
personas entre 1935 y 1996 «en el marco de un programa basado en
teorías eugénicas» y por razones de «higiene social y racial», orientado
a preservar la «pureza de la raza nórdica». Lapones, gitanos,
poblaciones de raza mixta… ninguna minoría escapó a este horror. Eso sí
que era una «solución final» —por cierto, los suecos no pudieron
disimular sus simpatías por el nazismo—.
También animo a estos giliprogres antiespañoles a investigar el
espantoso genocidio que se perpetró en el Congo cuando era colonia de la
Bélgica del rey Leopoldo II, fundador y único propietario del Estado
Libre del Congo, corrupto y salvaje explotador de los indígenas que se
hizo con una enorme fortuna explotando el caucho y los diamantes de ese
territorio africano, para lo cual no dudó en masacrar a la población
nativa como si fuese mano de obra esclava, hasta el punto de que la
carnicería afectó a la mitad de la población, unos 10 millones de
personas. Una campaña de investigación que estremeció a Europa destapó
el increíble horror de este genocidio, donde destacó el hecho de que los
encargados de las concesiones exigían a los soldados nativos que les
llevaran las manos cortadas de aquellos a quienes habían asesinado, para
asegurarse de que no habían desperdiciado cartuchos.
Pero los muchos ejemplos de genocidios que se podrían citar quedan
eclipsados por la apocalíptica hecatombe producida por los regímenes
comunistas. Sin salir de la Rusia estalinista, durante La Gran Purga
entre 1937 a 1939 se contabilizaron 8,5 millones de detenciones, más de
un millón de ejecutados, y más de dos millones de muertos en los campos
de internamiento.
Anteriormente a esta Gran Purga había tenido lugar el dantesco
apocalipsis del «Holodomor», nombre bajo el cual se conoce la
devastadora hambruna que asoló Ucrania durante los años 1932-1933, que
causó la muerte de entre 1,5 y 10 millones de personas, horror que según
muchos historiadores fue provocado intencionadamente por Stalin el
exterminador, que pretendía acabar con el nacionalismo ucraniano
colectivizando despóticamente las tierras de los campesinos.
La China maoísta, por su parte, es responsable de 65 millones de muertos.
Ya lo decía Jean François Revel: «El club con más socios del mundo es
el de los enemigos de los genocidios pasados. Solo tiene el mismo
número de miembros el club de los amigos de los genocidios en curso».
Chapeau, maestro.