miércoles, 11 de octubre de 2017
Declaraciones
el matrimonio puede considerarse superior a los demás sacramentos,
porque simboliza algo tan grande como «la unión de Cristo con la Iglesia o la unión de la
naturaleza divina con la humana»”; cuando en rigor, Alejandro de Hales incurrió
en el error de considerar que el matrimonio no confiere la gracia santificante,
siendo sólo superior en cuanto signo pero inferior en tanto vehículo de la
gracia. Bergoglio, en la nota a pie de página 167, remite a la Glossa in quatuor libros sententiarum Petri Lombardi,
4, 26, 2 (Quaracchi 1957, 446). Pero exactamente una página antes de la
invocada obra –la 445‒ Alejandro de Hales dice: “Non confert gratiam gratum
facientem, etiam digne suscipienti, et propter hoc
ordinatur post alia sacramenta, tamquam illud, quod
est minoris efficatiae in disponendo ad gratiam, licet sit maius
in significando”. Peor referencia no podía haber
hallado para probar la superioridad sacramental del matrimonio. El panorama se
complicaría aún más, si de la Glossa
del de Hales nos fuéramos a sus Quaestiones disputatae antequam esset
frater. Pero nos supera el punto.
4) Por último, para los que se fastidian por este
cotejo de citas, párrafos, notas a pie de página o interlineados; o para los
que, con todo derecho afirman que no tienen porqué andar rastrillando peritajes
de académicas exigencias, queremos preguntarles retóricamente qué tiene que ver
–ya no con la moral tomista, sino con el más elemental aprendizaje catequístico‒
la defensa de la familia cristiana con el constante mal ejemplo dado por
Francisco, al recibir, sin el más mínimo pedido de enmienda o de reprobación
pública, y aún muchas veces festivamente, a la variopinta fauna de concubinos,
amancebados, adúlteros, degenerados, invertidos y corruptos morales de la peor
especie.
Debe ser ésta la gestión pontificia que, en tal
sentido, ha batido el escandaloso record de personajes inmundos de todo jaez,
recibidos, lo reiteramos, no sólo sin salvedades, restricciones o condenas,
sino muchas veces con aire jubiloso, cómplice y contemporizador. Todavía nos
dura la indignación – acaso por poner un solo ejemplo rescatado del olvido‒
ante el apoyo público que, en agosto de 2015, Bergoglio le prodigó a Francesca
Pardi, autora de literatura infantil explícitamente favorable a la
contranatura. Escándalo de la niñez y justificación del homosexualismo; peor
síntesis imposible.
Más allá de necesarias exégesis, de correcciones
filiales siempre bienvenidas, de dudas con fundamento y hasta de desobediencias
fundadas en dolorosas causas, urge rescatar a la familia cristiana del
magisterio deletéreo de Francisco. Lo que puesto bajo la forma de una didáctica
disyuntiva sería equivalente a decir: Familia Cristiana o Amoris Laetitia.
Para ayudarnos en tan difícil propósito, imaginemos
el instante inicial de la Sagrada Familia,
arquetipo de todo hogar católico. María sola frente al Angel. Varona sin
dobleces, de una sola pieza, de un perenne fiat. El Niño en ciernes y a
la vez eterno. El Paráclito que aletea. Y José, que no necesitó ningún período
de discernimiento para que al final, un obispo felón y un párroco manirroto
moralmente le dijeran que podía separarse de su prometida y rehacer su vida. Su
vida ya estaba rehecha con la paternidad de la Vida. Sólo necesitó
soñar, en la doble acepción del vocablo. “Y estando José pensando en abandonar en secreto a María, he aquí que el
Ángel del Señor le apareció en sueños, diciendo: «José, hijo de David, no temas
recibir a María tu mujer, porque su concepción es del Espíritu Santo»” (San Mateo,
1, 20):
Le pesaban los brazos más que nunca esa noche,
de acarrear la madera, de dar forma a aquel leño,
fatigado de troncos y virutas filosas
el cuerpo le pedía la horizontal del sueño.
Sumaba otro cansancio que no da el martilleo
ni el buril contra el cedro o el listón de cerezo,
limaduras del alma cuando duda y vacila
reclamando el sosiego del tálamo o el rezo.
A solas con la pena de sospechar amando
‒amando la pureza del ser indubitable‒
lo vio dormir inquieto la luna nazarena
propicia para un ángel que en el silencio hable.
Lo llamó por su nombre, agregando el linaje
por remembrar promesas como el vino a la Vid,
por disiparle el miedo, el pálpito escondido:
Nada temas José, hijo leal
de David.
Lo que guarda tu esposa no
es obra de la carne,
ni de los terrenales y
humanos himeneos,
es el Verbo anunciado desde
todos los siglos,
nacerá entre pastores,
sonarán jubileos.
Alégrate en las nupcias
anunciadas al alba,
selladas con el “hágase tu
palabra en mi vida”.
Y al mentar al misterio, calló el ángel doblando
en señal de alabanza su ballesta bruñida.
Llegada la vigilia y con ella la lumbre
al corazón contrito como al del justo Job,
se hizo lirio el cayado y una rosa el recelo,
su paz era una escala que revivió a Jacob.
Danos José la gracia de saber que la Esposa
no es la adúltera oscura de quien la quiere infiel,
no es la merecedora del epíteto duro
sino esa tierra fértil “que mana leche y miel”.
Cuida Santo Patriarca al Niño y la Señora,
de los lobos bramando en negras ventoleras,
cúidanos el pesebre, el sagrario y la misa,
quede todo en tus manos augustas, carpinteras.