martes, 12 de junio de 2018
Los judíos y el aborto - E. Michael Jones
Autor
: E. Michael Jones
Traductor:
Luis Alvarez Primo
Traducción
autorizada por el autor.
Nota introductoria del Traductor
Bernard Nathanson (1926-2011), médico ginecólogo y obstetra
estadounidense
de origen judío, es uno de los dos
revolucionarios judíos protagonistas de
la historia que relata el Dr E. Michael Jones
en uno de los capítulos de su
eminente obra El Espíritu Revolucionario de los Judíos y su Impacto en
la
Historia Mundial. Como parte de la
revolución sexual de fines de los años 1960, Nathanson no sólo lideró la
revolución abortista que culminó en la derogación de todas las
restricciones al
aborto en los EE. UU—con la perversa influencia que esto comportó para
el resto
del mundo. Además fue el responsable de la ejecución directa y personal
de
5.000 abortos y de otros 60.000 realizados en su clínica abortista en
la ciudad de Nueva
York, integrada por 35 médicos, 85
enfermeras y 10 quirófanos. Cuando a fines de los años 1970 y
principios de los 80
Nathanson tomó conciencia de la
magnitud de su crimen, agobiado por la culpa se convirtió al catolicismo
y se
entregó no sólo a la defensa de la vida
humana inocente sino también a la denuncia de la naturaleza
intrínsecamente política y falsaria del movimiento abortista mundial.
* Sin
ese liderazgo revolucionario típicamente judío, ni la revolución
abortista ni
el matrimonio homosexual años más tarde,
podrían haber tenido éxito, según la propia manifestación de sus
protagonistas.
Las citas se encuentran en el original en
inglés y serán entregadas a quien lo solicite.
luis.alvarezprimo@gmail.com
* Conferencia grabada bajo el
título “Reflexiones de un ex abortista
y ex ateo”, dada en la 13th World
Conference on Faith, Life and Family, Irvine California,CA, 1994 de Human Life
International)
Los judíos y el aborto
En 1967 el ginecólogo y obstetra judío
Bernard Nathanson fue invitado a una comida de agasajo en la cual el tema
dominante fue James Joyce. Durante la comida, Nathanson conoció a otro judío
revolucionario de nombre Lawrence Lader. Lader había sido un protegido, y según
algunos, el amante de Margaret Sanger, la diva del movimiento eugenésico en los
Estados Unidos, quien había fallecido no hacía mucho. Lader habló de Joyce,
pero a Nathanson le interesó el hecho de que Lader había escrito un libro sobre
el aborto, tema mucho más fascinante para Nathanson que las novelas de los
apóstatas irlandeses.
Nathanson define a Lader políticamente más
que con referencia a su etnia. Lader se involucró en la política revolucionaria
de Nueva York cuando comenzó a trabajar para el representante legislativo Vito
Marcantonio, hombre a quien se sindicaba con vínculos con el Partido Comunista,
el cual estaba integrado en su mayoría por judíos de Nueva York. Lader se había
divorciado de su mujer y se había convertido en escritor independiente
(vocación que pudo financiar con dinero heredado de su padre) y activista de
las políticas sexuales de Margaret Sanger, poco después de su regreso de la
Segunda Guerra Mundial. Desde el momento en que conoció a Lader, Nathanson vio
en él “una revolución en estado de ebullición” y en consecuencia sintió en su
interior “una creciente excitación”.
Nathanson consideró que él mismo
despertaba a su propio fervor revolucionario de un modo natural— él hace
referencia a un “mecanismo mendeliano”--
porque también él era judío. “La Revolución”, según Nathanson, era otra
palabra para decir “jutzpah”: “Descubro mi propia rebeldía honestamente. Como
médico dudo que esta cualidad se transfiera por algún mecanismo mendeliano
conocido. Pero mi padre la tenía en abundancia, excepto que en su generación y
en la comunidad en que fue criado, la llamaban jutzpah **”.
**(N.del T: palabra hebrea
jutzpah significa: descaro,
atrevimiento, audacia,insolencia, cinismo.
Dado que Nathanson considera que
“cualquier autor sobre el aborto debe someterse a una disección religiosa”, nos
cuenta sobre su sus años de escolaridad en la ciudad de Nueva York. Concurrió a “un cotizado colegio privado
en el
que virtualmente el 100 % de los
estudiantes eran judíos” y fue alumno en el Colegio Hebreo, donde desarrolló un
sentimiento de aversión por el Talmud.
La instrucción religiosa por aquella época
consistía en una agotadora rutina de indigeribles pasajes de la Escritura
Hebrea, una memorización absurda de oraciones hebreas para una innumerable
diversidad de ocasiones y petulantes lecciones autorreferenciales sobre la raza
elegida de los judíos. Las tareas vinculadas al sionismo y las campañas para
reunir fondos dejaban pocas energías para la instrucción en la lengua hebrea o
para las degradantes excursiones a las regiones arcanas de la fe.
La
experiencia de Nathanson en la Escuela Hebrea lo confirmó en su aversión al
Talmud como compendio de opiniones sin sentido que los rabinos imponían a los
judíos a fin de mantenerlos bajo su control. En esto, él no difería de los
judíos revolucionarios de Rusia durante el período Maslic desde 1860 a 1880,
cuando el Iluminismo alemán destruyó la alianza de los judíos con el Talmud y
creó el vacío que luego fue llenado con la política revolucionaria mesiánica a
la que se convirtieron los judíos.
Una
vez que la religión quedó desacreditada a los ojos de Nathanson, él ya no tuvo
otra guía en su vida que sus propias pasiones. Durante su paso por la facultad
de medicina tuvo una relación que llevó a un embarazo, que él pagó para que se
abortara. La madre del niño le informó a Nathanson con posterioridad que “ella
había regateado el precio en una suma de u$d 350 antes del procedimiento”. Ella
le devolvió un sobrante de u$d 150” y
desapareció de su vida. La experiencia de procurar el aborto de su propio hijo
endureció a Nathanson, haciendo que se volviera cínico respecto de lo que la
gente consideraba sagrado—“el matrimonio ahora le parecía un absurdo”— lo cual
lo impulsó por la pendiente de la política revolucionaria.
Nathanson arribó a la revolución por vía
de la sexualidad, pero también por vía de su profesión de ginecólogo y
obstetra, para la cual él se consideró
destinado por influencia de su padre, quien era médico ginecólogo. La
ginecología, unida a su pasión revolucionaria en la Nueva York de los años '60
equivalían a aborto. Después de matar a su propio hijo, Nathanson se sintió más
dispuesto a obrar según sus propia y “natural” propensión judía a la
revolución. También estuvo más inclinado a actuar en línea con las sugerencias
de otros revolucionarios judíos. Nathanson se convirtió en un cruzado a favor
del aborto al mismo tiempo que la imagen y las ideas de Wilhelm Reich eran tapa
de la revista New York Times. Pronto cualquier obstetra/ginecólogo que se
rehusara a admitir la práctica del aborto sería considerado “un pequeño y
odioso farsante”. El resentimiento engendraba en Nathanson el deseo de cambiar
las leyes a fin de que las mismas se ajustaran a su propia conducta:
Supongo que enfurecido por mi propia
impotencia para ayudar a mis pacientes y, en particular, indignado ante la
escandalosa inequidad de condiciones para acceder al aborto, comenzó a gestarse
en mí una idea: la necesidad de cambiar las leyes. No había tiempo para el lujo
de contemplar la moralidad teórica del aborto o la sensatez de la libertad de
elección. Simplemente, algo debía hacerse.
Dado que Nathanson consideraba el aborto
como un acto revolucionario y que él mismo se consideraba un revolucionario por
el hecho de ser judío, se convirtió según sus propias palabras, en “un alistado
en la Revolución”. En esto, Nathanson se veía influido por el judío de la
localidad de Hibbing, Minnesota, Bob Dylan, quien también había procurado un
aborto a su novia pocos años antes. Más aún, Nathanson hace uso de las melodías
de una canción de Bob Dylan -- “the times they were a changin”— (los tiempos
están cambiando) para describir al año 1967 como el annus mirabilis de la
revolución, durante el cual él se vinculó a Lader para iniciar la campaña para
la “abolición total e irrestricta del aborto”. Yo era un cómplice tan
entusiasta y colaborador como el mejor al que un movimiento revolucionario tan
profundo como este podía aspirar. Larry y yo y otros dedicaríamos cientos de
horas de nuestro tiempo libre a esta causa en los años por venir.
Apasionadamente deseaba comprometerme de un modo radical en una causa así. Esto
sucedió en 1967. El país estaba siendo sacudido por las convulsiones de la
guerra de Vietnam, y los desafíos a la autoridad estaban a la orden del día,
especialmente en el orden intelectual en los caldos de cultivo del Noreste.
Aunque yo tenía 40 años, creo que secretamente deseaba ser parte de aquel
movimiento juvenil que arrasaba el país exigiendo justicia, prometiendo el
cambio, “exaltando” el amor. De manera que mi indignación, mi naturaleza
rebelde y mi innegable impulso a “unirme a los chicos” se combinaron para
precipitarme en la arena pública.
El movimiento a favor del aborto era parte
de la revolución sexual. Sin embargo, la revolución del aborto, era única en su
peculiaridad. Coincidía con el ascenso de los judíos de los Estados Unidos a su
prominencia cultural tras su ruptura del Código (ético) de Producción
(cinematográfica) en Hollywood y la
Guerra de los Seis Días Árabe -Israelí, cuando en la élite WASP
(blanco-anglosajón-protestante) del Departamento de Estado (del Gobierno de los
EE.UU.) arraigó la opinión de que Israel era un activo estratégico para los
Estados Unidos en su búsqueda de asegurar el aprovisionamiento de petróleo en
Medio Oriente. El movimiento a favor del aborto adquirió la misma configuración
que la revolución en Europa en los tiempos en que Felipe II de España se
enfrentó con Isabel de Inglaterra en su disputa por la hegemonía religiosa
durante la Contrarreforma. Al igual que la campaña de Isabel de Inglaterra para
expulsar a los españoles de Holanda, la campaña para derogar las leyes sobre el
aborto en el Estado de Nueva York fue en gran parte el resultado de una alianza
de protestantes y judíos en guerra contra los católicos.
La lista de agrupaciones que participaron
en junio de 1970 en una reunión de la National Association for the Repeal of
Abortion Laws (Asociación Nacional para la Derogación de las Leyes contrarias
al Aborto) más tarde conocida como NARAL o National Abortion Rights Actions
League (Liga para la Acción a favor del Derecho al Aborto) así lo demuestra.
NARAL siempre operó para “enrolar al clero protestante y judío” a fin de
proveer un contrapeso moral a los católicos.
Carlos Marx sostuvo que la revolución
sería conducida por la vanguardia del proletariado, que él identificaba con el
Partido Comunista. Pero excomunistas como David Horowitz consideran que la
“vanguardia” real de Marx eran los judíos, quienes han estado involucrados en
todos los movimientos revolucionarios desde la caída del Templo. Aunque los
protestantes se involucraron en el movimiento a favor del aborto, los judíos
constituyeron su vanguardia, tal como fueron la vanguardia del bolchevismo en
Rusia y de la pornografía en los Estados Unidos. El movimiento para derogar las
leyes contrarias al aborto en Nueva York fue esencialmente un movimiento judío
que se consideraba a sí mismo una fuerza revolucionaria en lucha contra el oscurantismo
cristiano en general y contra la Iglesia Católica en particular. El movimiento
a favor del aborto no estaba integrado exclusivamente por judíos, pero no
podría haber sobrevivido ni tenido éxito sin el liderazgo judío. El movimiento
por los derechos a favor del aborto fue una operación revolucionaria típica y
fundamentalmente judía, que movilizó una coalición de judíos y protestantes
judaizantes, que los Estados Unidos heredó de las guerras anticatólicas de
Inglaterra en el siglo XVI.
La configuración étnica del movimiento a
favor del aborto no fue mera coincidencia. El étnicamente ambiguo Lader era a
Lenin lo que Nathanson a Trotsky. Juntos llevaron adelante la cruzada contra
los católicos. Poco después de reunirse con Nathanson, Lader explicó su
estrategia para conseguir la legalización del aborto mediante el ataque a los
católicos. Las fuerzas pro aborto debían “hacer salir al ruedo a la jerarquía
católica donde se la pudiera atacar. Ese es el verdadero enemigo. El principal
y más grande obstáculo a la paz y a la decencia en la historia”. Nathanson,
quien entonces estaba muy lejos de ser
un amigo de la Iglesia, se sorprendió por la vehemencia y la envergadura
cósmica del ataque de Lader.
Lader no dejó de hablar del tema durante
el viaje a casa. Su argumentación fue una espeluznante y generalizada
imputación sobre la venenosa influencia del catolicismo en los asuntos
seculares desde su origen hasta antes de ayer. Yo estaba lejos de ser un
admirador del papel que la Iglesia desempeña en la crónica mundial, pero la
insistencia e intransigencia de su discurso me hizo pensar en los Protocolos de
los Sabios de Sión. Se me ocurrió que si uno sustituía católico por judío (en
la prédica de Lader), la misma hubiera resultado el discurso más antisemita que
se pudiera imaginar.
Lader sabía que “toda revolución debía
tener un villano”. Históricamente, esos villanos eran los católicos, excepto en
Rusia, donde el zar era ortodoxo, el jefe de un estado oficialmente cristiano.
“Realmente, no interesa si se trata de un rey, un dictador, o un zar, pero
tiene que ser alguien, una persona, contra la cual rebelarse. Será más fácil
para la gente a quien queremos persuadir de esta manera. En los Estados Unidos,
dijo Lader a Nathanson, el villano no serían los católicos en general, quienes
podían dividirse en progresistas y conservadores, sino la jerarquía católica,
grupo más reducido sobre el cual se podía hacer foco en el ataque, y con un
grado suficiente de anonimato o desconocimiento, de manera que, sin necesidad
de mencionar nombres, todos tendrían una idea de quién hablábamos”.
Inicialmente, la estrategia dejó perplejo a Nathanson, pero pronto le vio el
sentido cuando recordó que “así fue como Trotsky y sus seguidores habitualmente
se referían a los estalinistas”.
Cuando Lader incorporó a Betty Friedan a
NARAL (la Liga para la Acción a favor del Derecho al Aborto), ésta aportó
consigo las tácticas comunistas aprendidas durante su militancia en el partido.
Generar la opinión publica de que las mujeres, independientemente de su etnia,
apoyaban el aborto, fue una “táctica brillante” que se correspondía con la
táctica comunista del “Frente Popular” de tres décadas atrás y ponía de
manifiesto la ascendencia revolucionaria del movimiento a favor del aborto.
El nuevo frente popular incluía
protestantes y judíos, con mujeres como elementos de utilería provistos para
las manifestaciones públicas televisadas, en las cuales se atacaba a médicos y
a hospitales identificados como objetivos porque eran católicos. Una de las
primeras víctimas fue el obstetra y ginecólogo Hugh Barber. Nathanson lo eligió
como objetivo a atacar porque “era un católico práctico que había resistido con
firmeza el aumento de los criterios psiquiátricos que se proponían para
orientar la acción de su departamento. Según Nathanson, “no ha habido… ningún
cambio social tan radical en la historia de los Estados Unidos ni tan potente
en la vida de las familias norteamericanas, o tan dependiente de un sesgo
antirreligioso, para tener éxito, como el movimiento pro aborto”.
A fines de los años 1970, cuando Nathanson
escribió Aborting America (Abortando los Estados Unidos ), “se sintió
avergonzado del uso de la estratagema anticatólica”. Nathanson implicó a los
judíos en esa “estratagema anticatólica” al llamarla “Shandeh fah yidden”
(“escándalo de los judíos”). Como admitiendo la naturaleza étnica de la
confrontación, Nathanson se convirtió al catolicismo unos años más tarde,
después de convertirse a una posición pro vida. El uso del fanatismo
anticatólico con el fin de promover el aborto comportaba mucho más que “la
reencarnación del macartismo en su peor expresión”, era un arma finamente
calibrada, con un propósito y un diseño plenamente deliberados”.
Lader dividió a los católicos en dos
facciones, progresistas y conservadores y utilizó a los primeros para
desacreditar a los segundos. Los “'modernos' católicos a lo Kennedy”, quienes
“ya usaban la anticoncepción”, podían ser intimidados, sin mucho esfuerzo, para
que adoptaran una posición “pro derecho a decidir”. Entonces, el escenario
quedaba montado para el uso del anticatolicismo como instrumento político y
para la manipulación de los mismos católicos, dividiéndolos y provocando el
enfrentamiento entre ellos”. NARAL (la Liga pro aborto de Lader y Nathanson)
aportaría a los medios de comunicación “encuestas de opinión y estadísticas de
investigación ficticias, para hacer creer que los católicos norteamericanos
abandonaban masivamente las enseñanzas morales de la Iglesia y los dictados de
su conciencia católica”.
Sin embargo, el arma de relaciones
públicas más importante fue “la identificación de la filiación religiosa de
cada figura pública (usualmente católicos) mientras que “estudiadamente” los
medios se abstenían de realizar cualquier identificación religiosa o étnica de
los personajes públicos proabortistas.
“Las creencias religiosas del propio Lader “nunca se discutían ni se
mencionaban” pero él sí identificó efectivamente a Malcolm Wilson,
vicegobernador del Estado de Nueva York en 1970 “como un católico que se oponía
con firmeza al aborto”. “Ni yo ni el miembro de la Asamblea Legislativa, Albert
Blumenthal”, continuó Nathanson, “fuimos jamás identificados como judíos, ni el
gobernador Nelson Rockefeller fue reconocido como protestante” aún cuando el
movimiento a favor del aborto estaba integrado mayoritariamente por judíos y
“desde el comienzo de la revolución abortista, la Iglesia Católica y sus
representantes asumieron un papel coonsiderable en la oposición”.
Dada la parcialidad liberal de los medios,
“era fácil describir a la Iglesia como una institución insensible, autoritaria
y belicista, con lo cual, establecer cualquier tipo de vinculación con ella o
con cualquiera de las causas que ella sostiene era pasar a ser
insoportablemente reaccionario, fascista e ignorante”. Nathanson piensa que los
católicos deberían haber denunciado esa intolerancia religiosa en el corazón de
esa doble vara; también deberían haber explicado que el campo proabortista era
mayoritariamente judío, y que por lo tanto, era ajeno al interés nacional
estadounidense porque:
En la mentalidad del común, los Estados
Unidos protestantes son propiamente los Estados Unidos, y si la oposición
protestante se hubiera organizado y se hubiera manifestado desde el principio,
el permisivismo abortista se habría percibido, de alguna manera, como
antiestadounidense, el producto malsano de un conjunto de cuadros
revolucionarios judíos desorbitados de la ciudad de Nueva York.
Por el contrario, no hubo ninguna
respuesta católica a la “campaña groseramente anticatólica”. Los católicos se
concentraron en explicar cómo el feto es un ser humano, como si la otra parte
no lo supiera perfectamente. “No había ninguna organización católica
equivalente a la Liga Antidifamación de la B’nai B’rith o la NAACP (Asociación
para la promoción de la gente de color)”. La Iglesia Católica “se limitó
decentemente (aunque con frutos desastrosos) al tema del aborto”. Al no
identificar a los enemigos étnicos, los católicos perdieron la guerra.
Los medios de comunicación no tenían
ningún escrúpulo en ese sentido y se afanaban por comprometerse en flagrantes
violaciones de sus propios códigos, imputando el delito racial que ellos
acababan de establecer. La “megaprensa” (término de Nathanson) colaboraba
porque estaba controlada por judíos y protestantes proabortistas, quienes
alentaban a los católicos liberales como la periodista Anna Quindlen del New
York Times, deseosa de ascender en una profesión competitiva. “Los medios” dice
Nathanson, ignoraron con gran disimulo la intolerancia y el fanatismo
cuidadosamente elaborados que nosotros vendíamos. Muchos en los medios eran
jóvenes graduados católicos liberales, del tipo que habíamos tenido éxito en
separar del rebaño fiel, quienes no iban a poner en riesgo sus posiciones
adquiridas en la intelligentsia mediática, incomodando a los liberales con algo
tan grosero como una imputación de prejuicios. Los prejuicios eran el mal
absoluto cuando hacían referencia a los judíos o a los negros, no si se los
dirigía contra los católicos. Pero si nuestras denuncias hubieran tenido un
contenido antisemita o contra los negros, habría estallado un estrepitoso coro
de aullidos en los medios—tan fuerte como para haber destruido la Liga para la
Acción a favor del Derecho al Aborto.
La estrategia de la Liga para la Acción a
favor del Derecho al Aborto (NARAL) fue un claro despliegue de jutzpah. “Pues
como simple jutzpah no tuvo parangón moderno”. Nathanson llama al “affair
Robert Byrn” “la campaña anticatólica
más irresponsable, cruda e intolerante que NARAL jamás montara”. Byrn, un
profesor de Derecho en la Universidad de Fordham, caracterizado por el New York
Times “ como “un hombre soltero católico romano de cuarenta años de edad”, se
presentó ante el juez Lester Holtzman para solicitar que se lo declarara
custodia de los niños no nacidos amenazados por el aborto. Fiel a la
característica duplicidad de su doble vara, el New York Times “no caracterizó
al juez Holtzman como un judío casado”. Cuando Byrd interpuso un recurso de
amparo contra los abortos en los hospitales municipales de Nueva York, el
Procurador del Estado, Louis Lefkowitz, decidió oponerse a Byrn, pero nada se
dijo del status étnico o religioso de Lefkowitz. Cuando Nancy Stearns, abogada
del Centro para la Defensa de los Derechos Constitucionales, trató de lograr
que se exigiera a Byrn una fianza de u$s 40.000 por cada mujer a la que se
obligara a completar el embarazo hasta el nacimiento del niño, el corresponsal
del New York Times , James Brody, cuya identidad étnica quedó oculta en el
misterio, “no escribió que Stearns era una judía soltera”. Dado que el New York
Times es el diario nacional de referencia para el resto de la prensa escrita,
esa doble vara se repitió a lo largo y a lo ancho del país. En Filadelfia, el
Philadelphia Inquirer se refirió reiteradamente a Martin Mullen, como un
católico romano “archiconservador”, pero nunca caracterizó al gobernador Milton
Schapp, la contraparte de Muellen en la guerra en torno al aborto en
Pensilvania, como un judío pro aborto. Nathanson destaca que el canadiense
Henry Morgenthaler usó su paso por un campo de concentración de Hitler con el
objeto de justificar su rol de líder como proveedor de la práctica del aborto
en Canadá. Las clínicas de Morgenthaler violaban las leyes canadienses y, sin
embargo, “Morgenthaler...es venerado por la mega prensa canadiense” aún cuando
él “es tan devoto del maligno anticatolicismo como el exorcista estadounidense,
Lawrence Lader”.
En 1967, aproximadamente en la misma
época que Bernard Nathanson conoció a
Lawrence Lader y ambos fundaban la Liga por el Derecho al Aborto (NARAL), el
aborto se legalizó en California. El gobernador Ronald Reagan firmó la primera
ley que permitió el aborto en los Estados Unidos, pero el proyecto de ley fue
escrito y presentado por Anthony Beilenson, el representante legislativo judío
por Beverly Hills. Las dimensiones étnicas de la batalla en torno al aborto
fueron, si acaso, mucho más encarnizadas en California que en Nueva York. Como
en Nueva York, la batalla sobre el aborto separó los campos con una demarcación
étnica claramente definida. Como en Nueva York, los judíos en general
promovieron el aborto y los católicos se opusieron. Desde el momento en que el
aborto se legalizó en 1967, la batalla en torno al aborto en California fue una
batalla entre católicos y judíos, tal como treinta años antes los católicos y
los judíos se enfrentaron en una batalla
en torno a la cuestión de la pornografía y
la obscenidad en la industria del cine en California.
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Nacionalismo Católico San Juan Bautista