miércoles, 27 de junio de 2018

Macri, como Sampaoli. Por Vicente Massot




Macri, como Sampaoli. Por Vicente Massot

La crisis que sobrelleva el país es de final incierto. No en razón de que, a esta altura, nadie se anima a sostener que la apreciación del tipo de cambio —53 % desde finales de diciembre a la fecha— tocará a su fin como consecuencia de los cambios obrados en el gabinete nacional y en el Banco Central. La devaluación del peso es sólo uno de los aspectos salientes —quizá el de mayor calado— de este terremoto en el cual nos ha metido, en buena medida, la incompetencia del gobierno. Lo incierto de la situación que atravesamos tiene su base en la desconfianza que suscita la administración macrista en los mercados, los empresarios y la gente del común. La crisis es de credibilidad. Y sería injusto, y erróneo al propio tiempo, suponer que con cargar sobre las espaldas de Federico Sturzenegger, Francisco Cabrera y Juan José Aranguren la responsabilidad de las malandanzas, las cosas volverán a su quicio y comenzará un relanzamiento de Cambiemos de cara a los comicios del año próximo. 

Las decisiones que acaba de tomar el presidente de la Nación no hacen más que trasparentar sus limitaciones y poner al descubierto que no tiene un diagnóstico de la situación en la que se halla metido. Decide prescindir de tres funcionarios —desgastados, es verdad— sin darse cuenta de que la erosión que ha producido la crisis presente en el desempeño de
los ministros y secretarios de Estado no se circunscribe a unos pocos sino a la totalidad del elenco gobernante, incluido —claro está— el propio Macri. Aquí no trastabilló, en medio de un panorama despejado y con un horizonte diáfano a la vista, una determinada persona a la que debió pedírsele la renuncia por razones de fuerza mayor. Se trata de un tembladeral que requiere tratamiento de shock.

Supongamos que fuese pertinente oxigenar el gabinete, cosa que siempre es necesario en un momento como éste. En tal caso, antes que los que se fueron en los últimos días deberían haber dado un paso al costado los responsables principales de cuanto fracasó de manera rotunda: el gradualismo. Sin embargo, en ningún momento se le cruzó por la cabeza al presidente desprenderse de Marcos Peña, Mario Quintana y José Lopetegui. Las dudas que levanta entre los expertos económicos y en el popolo grosso, por igual, la forma de decidir las políticas públicas que tiene el macrismo nacen, mucho más, de la inutilidad del jefe de ministros y de sus dos comisarios políticos, que de cualquier otra cosa.

Pero Macri va a morir preso de sus caprichos respecto de cómo manejar el Estado. Temeroso de quedar en las manos de un todopoderoso ministro de Economía, insiste en apelar a un remedio peor que la enfermedad: poner en cabeza de ocho funcionarios lo que el más elemental sentido común indica que debe ser potestad de uno solo. Se le acababa de presentar una oportunidad para dotar de racionalidad al ajuste que irremediablemente debe producir y de ofrecer una señal de austeridad ante la opinión pública. Cortar por lo sano y pasar de los veinte ministerios a menos de la mitad no hubiera tenido costos mayores en medio de la corrida cambiaria. No obstante, el presidente no se dio por enterado y sólo planea meter mano en cuatro o cinco reparticiones intrascendentes: Turismo, Medioambiente, Cultura, etc.

Macri no es un experto en términos macroeconómicos, de historia sabe poco y sus lecturas no pasan de lo intrascendente. Lo expresado no tendría nada de malo si acreditase una confianza ciega en sí mismo, fuese intuitivo por naturaleza y acertase en la decisión, sin depender de las encuestas hasta para respirar. Desgraciadamente, adolece de esas tres virtudes y, por lo tanto, desconfiado y amigo de no delegar, sólo acepta opinión de aquellos a los cuales por distintas razones les reconoce musculatura intelectual: Jaime Durán Barba y Marcos Peña.

Luis Caputo y Nicolás Dujovne han pasado a ser las dos nuevas estrellas en su firmamento. Como lo fueron, a su manera, Federico Sturzenegger y Juan José Aranguren, cuyo compromiso resultó —tanto en el Central como en el tema tarifario— vertebrar políticas en consonancia con las preferencias presidenciales. El primer mandatario ha optado por reemplazarlos echando mano a caras conocidas antes que abrirle el camino a una figura de primer nivel venida de afuera. Entre otros motivos, porque sabe que nadie medianamente serio aceptaría formar parte de un gobierno sujeto a los dictados y pareceres del trío atrincherado en la Jefatura de Gabinete.

Claramente, Mauricio Macri no es Fernando De la Rúa; aunque, por momentos, se le parece. No hace nada si no es con base en lo políticamente correcto y después de leer cuanto indican los relevamientos que le acercan sus colaboradores más cercanos. Por eso ha transformado la fórmula de prueba y error en una suerte de instrumento central de su administración. Convicciones tiene pocas y se podría decir que entran en la categoría que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman calificó de líquidas. En eso se parecen, como dos gotas de agua, el director técnico de la selección argentina de fútbol, Jorge Sampaoli, y el presidente de la Nación. Repiten recetas fallidas y, en lugar de modificarlas de cuajo, optan por los paños tibios y el maquillaje.

¿Cómo sigue la película? En términos económicos, la movida inicial del nuevo titular del Banco Central en punto a las Lebacs, parece acertada. Si a ello se le agrega que Luis Caputo tendrá pronto a su disposición U$ 15000 MM y que su designación ha sido recibida con beneplácito por los mercados, el margen de maniobra del que adolecía la semana pasada su sucesor, a él se le ha abierto de manera considerable. Entendámonos: el gobierno ha recuperado espacio para moverse y detenido la hemorragia, aunque no se sabe por cuánto tiempo. Dependerá de la decisión del presidente de dejar atrás sus devaneos gradualistas. Porque lo que tiene por delante es un ajuste mayor, el cual —guste o disguste— traerá aparejadas, como consecuencia inevitable, inflación, caída de la actividad económica, del salario real y del empleo. Si esto pareciera desmedido, habrá que agregarle las alzas en las tarifas de los servicios públicos que han quedado retrasados luego de la devaluación.

En resumidas cuentas, desde ahora y hasta fin de año —en el caso de pecar de optimistas— la administración de Cambiemos sumará, a las demás asignaturas pendientes, la obligación de darle a la sociedad malas noticias. No hay intervención quirúrgica delicada que pueda evitar la sangre y el dolor postoperatorio, así como es imposible ajustar sin algún costo social. Macri parece no haberlo entendido o bien sigue escuchando cantos de sirena insensatos, que ya le han costado muy caro.

En resumidas cuentas, desde ahora y hasta fin de año —en el caso de pecar de optimistas— la administración de Cambiemos sumará, a las demás asignaturas pendientes, la obligación de darle a la sociedad malas noticias. No hay intervención quirúrgica delicada que pueda evitar la sangre y el dolor postoperatorio, así como es imposible ajustar sin algún costo social. Macri parece no haberlo entendido o bien sigue escuchando cantos de sirena insensatos, que ya le han costado muy caro.

Roguemos que Sampaoli acierte con los cambios y el equipo argentino responda. No resultará fácil pero, por supuesto, no es imposible. Cuando menos, el humor social —si la Argentina ganase— mejoraría. Perder y volver sin nada en la fase inicial del campeonato representaría un balde de agua fría para un pueblo futbolero.