martes, 11 de diciembre de 2018

CUANDO LOS OBISPOS ERAN OBISPOS

CUANDO LOS OBISPOS ERAN OBISPOS



Nos hemos acostumbrado, culpablemente, a aceptar con toda naturalidad la actitud complaciente con el mal y el lenguaje ambiguo o directamente herético de los Obispos de hoy, incluyendo al propio Papa, modelo y promotor de esos vicios. Esta aceptación nos va haciendo connaturales con una idea de lo que es la Iglesia que es como una peste mortífera que pone en riesgo la salvación de nuestras almas. Por eso,  me parece muy saludable transcribir el discurso del Arzobispo Hervée de Reims, con el cual abrió el Concilio de sus Obispos vecinos realizado por él en Trosli, diócesis de Soissons en el año 909, comienzo del siglo X, llamado "el siglo de hierro" por el gran historiador Rohrbacher (René Francois) autor de la monumental "Historia Universal de la Iglesia Católica", un clásico editado a mediados del siglo XIX que goza de inmensa autoridad.  Llamó al siglo X "el siglo de hierro", por la pavorosa crisis que padecía la Cristiandad en esos tiempos. De ese libro tomo el discurso que traduzco del francés:



"Es necesario, dijo a lo Obispos Mons. Hervée, que por vuestro consejos y vuestra autoridad, prestéis un pronto socorro a la religión cristiana que parece caer por una pendiente hacia su ruina. El mundo entero está librado al espíritu maligno y no podemos continuar desconociendo los flagelos con que Dios nos golpea por su cólera. Vemos todos los años tierras estériles y vosotros sabéis qué destrozos hace todos los años la mortalidad; las ciudades son saqueadas, los monasterios destruidos  o saqueados y los campos reducidos a la soledad. Podemos decir que la espada vengadora ha penetrado hasta el alma; no nos abochornemos de reconocer que son nuestros pecados, y los del pueblo que debemos guiar, que atraen sobre nosotros estos crueles flagelos. La voz de nuestras iniquidades se ha hecho oír hasta en el Cielo; la fornicación, el adulterio, el sacrilegio y el homicidio han inundado la faz de la tierra. Despreciando las leyes divinas y humanas y los mandatos de los obispos, cada uno vive hoy según el placer de sus pasiones, el más poderoso oprime al más débil y los más grandes devoran a los más pequeños. En una palabra, todo el orden de la Iglesia está confundido y destruido.

"Y para no excusarnos nosotros mismos, nosotros que somos honrados con el Episcopado, ¿que no podrá reprochársenos? ¡Ay!, nosotros llevamos el glorioso nombre de Obispos y no cumplimos con nuestros deberes. Nosotros, por nuestro silencio dejamos que nuestro rebaño se pierda y se desvíe. Cuán terrible será la cuenta que deberemos rendir, cuando el último día, todos los pastores comparezcan en la presencia del Pastor eterno, para entregarle el fruto de nuestro talento, es decir, el aumento del rebaño que Él ha confiado a nuestros cuidados, y las gavillas de la cosecha que nos mandó recoger!. ¡Cuál será nuestro confusión!  Nos dan aquí la calidad de "pastores" y allí aparecemos sin un rebaño que podamos presentar!

"...Pero el peso de cual están cargados los Obispos es todavía más grande, porque deberán rendir cuentas al tribunal de Dios por la conducta de los gobernantes" (Op.cit. Paris, 1870, Tomo V, pags. 420/1).

Este fue el discurso de un Obispo entre tantos que hubo en el siglo X, "siglo de hierro", durante el cual la Iglesia había sufrido las invasiones de los bárbaros, el relajamiento del clero y la apostasía de muchos, y de todos esos males, hasta de los malos gobiernos, los Obispos eran culpables. De esa culpa el Arzobispo Hervée no se consideraba exento, pero se lamentaba amargamente y se esforzaba en repararla, como vemos por sus palabras terribles.

Sin embargo, en el siglo XXI, siglo de la homosexualidad, del comunismo, del amor libre, de la herejía triunfante, de los crímenes más horrendos, del enfriamiento y falsificación de casi todas las formas de piedad católica, de las injusticias más atroces, de los Presidentes que presentan a sus concubinas como "primeras damas", los Obispos no parecen sentir contrición alguna, ni tampoco el más mínimo deseo de enmendarse para combatir firmemente esos males. Saben que sus rebaños están abandonados y confundidos y que ellos son la causa principal de esos males, pero viven en la más descansada indiferencia.

En el "siglo de hierro", además de esos delitos que le merecieron ese nombre, había también muchos obispos y reyes santos; los Papas jamás defeccionaron de la Fe y en medio de los crímenes y pecados, fermentaba una levadura de santidad: la nueva Orden religiosa de Cluny de la cual salieron innumerables santos que fue fundada y dip comienzo al resurgimiento católico más maravilloso de todos los tiempos: la Edad Media de los siglos XI, XII y XIII.

Para colmo de nuestro oprobio, siendo nuestro siglo mucho peor que el X de tal manera que podría llamarse "el siglo podrido", sin dejar de ser de hierro por su crueldad, si hay algún buen Obispo, es destituido o se calla cobardemente; en la Santa Sede reina el espíritu de la herejía modernista-progresista; los gobiernos están todos en manos de la masonería anticristiana pero los Obispos están con ellos en las mejores relaciones; los pueblos están sumidos en la ignorancia y en el error; los "buenos" no son tan buenos como para arriesgarse en una lucha peligrosa contra el mal ni tan humildes como para aceptar ser dirigidos por otros mejores. Y las "clases cultas" están entregadas al error, el placer y el robo.

¿De dónde sino directamente de Dios y por vía milagrosa puede surgir un renacimiento como el de los siglos XI, XII y XIII? Pidamos a la Reina del Cielo y Madre de Misericordia ese milagro.

Cosme Beccar Varela