Algunas propuestas para contener al Leviatán.
Por Alberto Benegas Lynch (h)
De un tiempo a esta parte se ha rebajado la idea de la democracia a una mera cuestión numérica.
Nada más ilustrativo que lo que he citado antes del eminente
constitucionalista Juan González Calderón, quien sostuvo que los
demócratas de los números ni de números entienden pues se basan en las
siguientes dos ecuaciones falsas: 50%+1%=100% y 50%-1%=0%. En un
contexto análogo, este absurdo conduce a mantener que adhieren a la
democracia las parodias electorales de los ayatollah, Gadafi, Hitler,
Stroessner, Castro, Allende y Maduro de nuestro planeta.
Esta visión suicida para las libertades individuales remite principalmente a Rousseau, Fitche y Hegel. El primero subrayaba en El contrato social que había que dar rienda suelta a la voluntad general “para que el pueblo no se equivoque nunca”, el segundo en su Mensaje al pueblo alemán aseguró que “El Estado es el poder superior más allá de cualquier reclamo”, y el tercero enfatizaba en La filosofía de la historia que “El Estado es la Idea Divina como existe en la tierra”.
Las advertencias de los mencionados
desvíos vienen de largo. Es importante detenerse en estos antecedentes
con la debida atención a los efectos de tomar nota de las advertencias
para no repetir errores garrafales. Tucídides en Historia de las Guerras del Peloponeso nos dice que Pericles al honrar a los muertos en aquellas guerras afirmó: “Nuestro
régimen político es la democracia y se llama así por los derechos que
reconoce a todos los ciudadanos. Todos somos iguales ante la ley”. Cicerón en Tratado de la República concluye
que “El imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombre
solo y esta tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más
terrible que esa fiera que toma la forma y nombre del pueblo”. James
Madison en Los papeles federalistas condenó severamente la constitución de las facciones: “Por
una facción entiendo un número de ciudadanos, sean mayoría o minoría, a
los que guía el impulso, pasión o los intereses comunes en dirección al
conculcamiento de los derechos de otros ciudadanos”. Benjamin Constant en Curso de política constitucional apunta
que “los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda
autoridad social o política y toda autoridad que viole esos derechos se
hace ilegítima […] la voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo
lo que es injusto”.
Más contemporáneamente Bertrand de Jouvenel en su ensayo titulado “Order vs. Organization” confirma que “La
soberanía del pueblo no es, pues, más que una ficción y es una ficción
que a la larga no puede ser más que destructora de las libertades
individuales”, Giovanni Sartori en Teoría de la democracia explica:
“El argumento es de que cuando la democracia se asimila a la regla de
la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte a un sector del
demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el
gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se
corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de la
mayoría y la minoría. Debido precisamente a que el gobierno de la
mayoría está limitado, todo el pueblo (todos los que tienen derecho al
voto) está siempre incluido en ese demos”. Gotttfried Dietze en American Political Dilemma: from Limited to Unlimited Democracy opina que “La democracia que supuestamente debe promover la libertad, se ha convertido en un desafío para la libertad”. Por último, Friedrich Hayek nos dice en el tercer tomo de Derecho, legislación y libertad que
“Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía
libre a la ilimitado voluntad de la mayoría no estoy dispuesto a
llamarme demócrata».
En algunas constituciones como la estadounidense y la original argentina no se menciona la democracia al efecto de subrayar la guía que iluminan los principios republicanos que
son cinco: la alternancia en el poder, la división de poderes, la
igualdad ante la ley, la responsabilidad de los actos de gobierno ante
los gobernados y la publicidad y transparencia de las disposiciones
gubernamentales ante los habitantes. Como hemos apuntado, no han sido pocos los autores que han temido la degradación de la democracia,
incluso algunos la han visto como incompatible con el capitalismo. En
este sentido Hayek en su conferencia “Economic Freedom and
Representative Government” (reproducida en New Studies in Philosophy, Politics, Economics and the History of Ideas)
alude a la idea corrupta de democracia en contraposición al concepto
original: “Coincido con Joseph Schumpeter, quien hace treinta años dijo
(en Capitalismo, socialismo y democracia) que había un conflicto
irreconciliable entre democracia y capitalismo; omitió sin embargo decir
que el conflicto no se presenta entre la democracia como tal sino en
aquella peculiar forma de organización democrática que parecería que ahora se acepta como la única forma posible de democracia, la cual produce una expansión progresiva del control gubernamental”.
Como ha dicho en 1788 el antes mencionado James Madison, el padre de la Constitución estadounidense, “dondequiera que resida el poder del gobierno, existe el peligro de opresión”.
En esta instancia del proceso de evolución cultural solo hay la
alternativa entre democracia o dictadura, el asunto clave estriba en
diferenciar claramente lo uno de lo otro para lo cual es menester cuidar
con especial atención los límites del poder para que la democracia no
se transforme en dictadura con la bendición de los votos. Esta es la
preocupación y ocupación de pensadores como Clase G. Ryan en Democracy and the Ethical Life, donde subraya que “la palabra democracia es simultáneamente la expresión más usada y abusada en el discurso político moderno».
He aquí el problema medular de
nuestra época. El asunto es cómo se resuelve o, por lo menos se mitiga.
Naturalmente los abusos de poder hacen que las autonomías individuales
se contraigan a riesgo de desaparecer en un mundo donde surge una nueva
esclavitud, resulta imperioso establecer nuevos y más estrictos límites a las atribuciones a los aparatos estatales.
Muy variadas han sido las propuestas para contener al Leviatán.
Por nuestra parte hemos sugerido algunas que es del caso reiterar
resumidamente a los efectos de promover el debate en torno a su
aplicación. Si por alguna razón el lector estima que las propuestas que
ahora pasamos a formular no se ajustan a su criterio, sugiero que
proponga otras pero lo que no es permisible es que nos quedemos con los
brazos cruzados esperando una hecatombe a través del entierro de la
democracia y, lo que es peor, en nombre de la democracia. Es urgente
ejercitar las neuronas y la imaginación si deseamos evitar que lo que
viene sucediendo se agrave hasta un punto que pueda resultar tardía la
reacción.
En primer lugar, el Poder Legislativo.
En este caso es de interés tomar los ejemplos de lo adoptado en algunos
estados en EEUU en los que los legisladores trabajan tiempo parcial y
con un plazo establecido para sesionar pasado el cual deben ocuparse de
sus faenas personales para que no se excedan en el ímpetu legislativo. A
esto debería agregarse una sustancial reducción en el número de
diputados que representarían a jurisdicciones poblacionales mayores y
también la limitación para que represente a las provincias o los estados
miembros un solo senador, en ambos casos con la expresa prohibición de
contar con más de un secretario/a por congresista. También debiera
puntualizarse que la razón de ser del Congreso estriba principalmente en
la aprobación del presupuesto anual y la fijación de cargas impositivas
y las leyes indispensables para resguardar los derechos individuales,
en un contexto donde queda excluida la posibilidad de contraer deuda
externa y la imposibilidad de manipular la moneda debido a la supresión
de la banca central.
En cuanto al Poder Judicial,
resulta de gran fertilidad el abrir todos los canales posibles para que
puedan operar árbitros privados sin ninguna limitación al efecto de
promover un sistema en el que el derecho resulte en un proceso
competitivo de descubrimiento a espaldas de toda ingeniería social y
diseño para acercarse a los mecanismos del common law. Esto en un
sistema de cárceles privadas en las que los delincuentes paguen sus
confinamientos y financien el resarcimiento a las víctimas de sus
tropelías.
Respecto al Poder Ejecutivo es del caso recurrir a lo dicho por Montesquieu que a los espíritus aplastados, incrustados y asfixiados por el statu quo les resultará inconcebible: en El espíritu de las leyes escribe
que “El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia”. Esto
que fue adoptado por las repúblicas de Venecia y Florencia de antaño
puede sonar estrafalario, pero está en línea con lo consignado por Karl
Popper cuando critica la postura de Platón referente a su figura del
“filósofo rey” en cuyo contexto le atribuye especial significación a los
marcos institucionales y no a los hombres que circunstancialmente
ocupan cargos políticos y concluye Popper que solo instituciones libres
permiten que “los gobiernos hagan el menor daño posible” (en La sociedad abierta y sus enemigos).
Es precisamente en este sentido es que en vista de la imposibilidad de
acercarse e influir en determinados candidatos los incentivos se vuelcan
al establecimiento de protecciones a la vida, libertad y propiedad ya
que cualquiera puede ser el gobernante. Esto también minimiza aquello de
la necesidad de pastosos “líderes” y, como queda dicho, pone el acento
en las instituciones.
En momentos de escribir estas
líneas seguimos en pleno coronavirus en cuya situación, como ya hemos
puntualizado en otras columnas, no parece percibirse que una cosa es la
eventual circunstancia gubernamental que aconseja momentáneos
aislamientos al efecto de evitar contagios con la debida precaución de
tomar en cuenta el delicado balance costo-beneficio del caso y otra bien
distinta es el embate de aparatos estatales prostituyendo la moneda e
interfiriendo en los precios y otros desmanes que acentuarán
notablemente la angustia y los graves problemas que nos envuelven. Como
hemos puntualizado antes, debe estarse muy precavido de no caer en la
pesadilla orwelliana y el consiguiente agravamiento de la prostitución
del concepto de democracia como pretexto para un combate al virus de
marras y sustituirlo por el otro virus mortal (y no en sentido
figurado) cual es el virus del estatismo.
Por último, con la idea de mitigar
los problemas que genera el estatismo hay quienes con el mejor de los
propósitos sugieren recortes a los ingresos de los políticos en
funciones, pero es del caso insistir en que, igual que con la jardinería, las podas hacen que el crecimiento se produzca con mayor vigor.
El asunto crucial es eliminar funciones incompatibles con un sistema
republicano al efecto de aliviar cargas tributarias insoportables,
deudas públicas colosales, regulaciones asfixiantes y aberrantes
manipulaciones monetarias, todo para alimentar a un Leviatán de
dimensiones astronómicas.
Finalmente recordemos que Herbert Spencer en las últimas líneas de El hombre versus el Estado nos
dice: “La gran superstición política del pasado era el derecho divino
de los reyes. La gran superstición política del presente es el derecho
divino de los parlamentos”.
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