Cuba, una bofetada a la civilización y todavía mandan “médicos”. Por Alberto Benegas Lynch (h)
El alfabetismo no consiste solo en saber leer y escribir; radica antes que nada en la libertad de pensamiento y de acción.
Fidel Castro, en su discurso en las escalinatas de la Facultad de
Derecho (¡nada menos!) de la Universidad de Buenos Aires el 26 de mayo
de 2003, aclaró qué es lo que significa para su régimen la educación en
cuanto a la colonización de las mentes a través del comunismo: “Una
revolución educacional bien profunda” (sic). En cuanto a la salud, es
suficiente consultar los múltiples escritos de la neorocirujana cubana
Hilda Molina para percatarse de las pocilgas que son los hospitales y
solo mantenido un reducto para los miembros de la banda gobernante y
extranjeros amigos a los efectos de adornar la vidriera.
Antes he escrito sobre este
bochorno, pero se hace necesario reiterar la ofensa para la civilización
de la existencia de este ejemplo de barbarie que lamentablemente no es
el único caso, lo cual no calma el bochorno. Lo primero es decir que el
contragolpe contra Batista estaba plenamente justificado puesto que ese
déspota había provocado un golpe a las instituciones libres de Cuba.
Como también he consignado antes, esto va para todos aquellos que
sostienen que todo contragolpe es injustificado aunque se lleve a cabo
frente a dictaduras, electas o ajenas a los procesos electorales. Si
esto fuera cierto habría que condenar, por ejemplo, todas las
revoluciones independentistas del sigo XIX en América del Sur contra los
atropellos de la corona española y, en el siglo anterior, la
estadounidense contra los abusos de Jorge III y tantos otros casos de
tiranías insoportables, incluso la lucha aliada contra Hitler.
Por supuesto lo que no se
justifica es haber trocado al déspota por una tiranía horrorosa en base a
promesas falsas y patrañas de diverso calibre. Recordemos que en la revista cubana Bohemia,
el 26 de julio de 1957 se publicó “el Manifiesto de la Sierra” que
consistía en las declaraciones de Fidel Castro, quien prometió restaurar
la Constitución de 1940, convocar a elecciones libres, democráticas y
multipartidarias en seis meses y total libertad de prensa. También el 13
de enero de 1959, en declaraciones a la prensa local e internacional,
manifestó Fidel Castro: “Se que están preocupados de si somos
comunistas. Quiero que quede bien claro, no somos comunistas”.
Como he escrito antes en mi artículo titulado “Mi primo, el Che” (en todas las familias se cuecen habas, pero en este caso se trata de un criminal que ejecutó múltiples masacres), Cuba,
a pesar de las barrabasadas inauditas de Batista, debido a la inercia
de otras épocas, era la nación de mayor ingreso per cápita de
Latinoamérica, era sobresaliente en el mundo de las industrias del
azúcar, refinerías de petróleo, cerveceras, plantas de minerales,
destilerías de alcohol, licores de prestigio internacional; tenía
televisores, radios y refrigeradores en relación a la población igual
que en Estados Unidos, líneas férreas de gran confort y extensión,
hospitales, universidades, teatros y periódicos de gran nivel,
asociaciones científicas y culturales de renombre, fábricas de acero,
alimentos, turbinas, porcelanas y textiles. Todo antes de que el Che
fuera ministro de industria, período en el que el desmantelamiento fue
escandaloso. La divisa cubana se cotizaba a la par del dólar, antes que
el Che fuera presidente de la banca central.
Fidel Castro no solo es responsable
por la ruina económico-social de Cuba sino que torturó sistemáticamente
a opositores, lo cual fue continuado por su hermano y el títere a cargo
hasta el momento de escribir estas líneas. Es que la soberbia de los megalómanos es infinita.
Piensan que pueden fabricar “el hombre nuevo” que sin duda si existiera
sería un monstruo. Son unos hipócritas que habitualmente viven en el
lujo consecuencia de la expropiación al fruto del trabajo ajeno y se
arrogan la facultad de dictaminar cómo deben vivir los súbditos. La
revista Forbes publica que Fidel Castro figura entre los hombres más ricos del planeta.
Bernard-Henri Lévy en su obra Barbarism with a Human Face concluye, con conocimiento de causa puesto que fue marxista en su juventud, que “Aplícase marxismo en cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al final”. Por su parte, El libro negro de comunismo. Crímenes, terror y represión de Séphane Courtois, Nicolas Werth, Jean-Louis Pané, Andrzej Packowski, Karol Bartosek y Jean-Louis Margolin consigna los asesinatos de cien millones de personas desde 1917 a 1997 por los regímenes comunistas de
la Unión Soviética, China, Vietnam, Corea del Norte, Camboya, Europa
Oriental, África y Cuba, es decir, en promedio, por lo que le quepa a
cada uno, a razón de más de un millón de masacrados por año durante 80
años.
Lo más fértil es prestar debida
atención a la tradición de pensamiento liberal cuyo aspecto medular
consiste nada más y nada menos que en el respeto irrestricto a los
proyectos de vida de otros y no jugar a la omnipotencia que
indefectiblemente termina en un desastre superlativo.
Es un insulto a la inteligencia que en aquellos contextos autoritarios se declame que el arrancarle recursos a unos para entregárselos a otros es una muestra de “solidaridad”, lo cual además constituye un agravio a esa noción y a la misma idea de caridad donde nunca está presente el uso de la fuerza.
Todo comienza con la trasnochada idea de la “redistribución de ingresos” realizada
por los aparatos estatales en contraposición con la distribución que
libre y voluntariamente llevan a cabo cotidianamente la gente a través
de sus compras y abstenciones de comprar. Este redireccionamiento de los
siempre escasos recursos se traduce en despilfarro, lo cual termina en
una reducción de salarios e ingresos en términos reales. A su vez, esta
manipulación proviene de la idea de que lo conveniente para la sociedad
es el igualitarismo sin percatarse que la guillotina horizontal destruye
incentivos básicos al tiempo que desarticula la cooperación social y la
división del trabajo.
En el principio de la revolución cubana hubo quienes se ilusionaron, pero a
esta altura del partido solo la apoyan quienes tienen espíritu
terrorista, acompañados por snobs de la peor calaña que se ensañan con
el sufrimiento ajeno. Es el rostro más oscuro y tenebroso de las bazofias humanas.
Solo durante el año pasado se han
detenido a casi dos mil personas, la mayoría perteneciente a las Damas
de Blanco. Como el sistema comunista no es capaz de producir nada
eficientemente (¡ni azúcar!), Cuba primero se financiaba con el producto
del saqueo en gran escala a los súbditos y los recursos naturales de la
URSS y luego con parte de lo obtenido por el petróleo venezolano y las
privaciones de ese pueblo. Ahora que el precio del oro negro se ha
desplomando y el chavismo está agonizando, los sátrapas cubanos se
encuentran en mayores dificultades pero confían en la imbecilidad de
vecinos del continente que acepten su penetración al efecto de ser
retribuidos con apoyos varios de otros energúmenos en el poder especial, aunque no exclusivamente por el payaso del Orinoco que habla con los pajaritos.
Todas las personas con algún sentido de dignidad se entristecen frente a esta infamia porque no
olvidan los alaridos de dolor de los presos atestados en mazmorras y
las miserias espantosas por las que atraviesan los cubanos
cotidianamente, en cuyo contexto aparecen turistas que disfrutan
playas y otros privilegios como contrapartida de sus financiaciones a
los carceleros.
Conozco de cerca aquellas bazofias
norteamericanas (más bien antinorteamericanas) que dan la espalda a la
extraordinaria tradición de libertad de su propio pueblo y se creen con
cierta gracia al alabar al ex barbudo de la isla cubana diciendo que
admiran la igualdad que impera y el amor que prima en el pueblo,
mientras se alimentan, se visten y se atienden en Estados Unidos.
También están los llamados empresarios sedientos de hacer negocios con el aparato estatal sin importarles el sufrimiento y el padecimiento ajeno que
se multiplica cada vez que los mandones reciben financiamiento. Y, por
último, los tilingos de siempre que apoyan movimientos socialistas
mientras tienen a buen resguardo sus cuentas bancarias en lugares
civilizados.
Sin duda que siguen los idiotas
útiles que hacen de carne de cañón, que festejan ruidosamente todos los
zarpazos del Leviatán aunque, en definitiva, son perjudicados por el
sistema que apoyan y algunos autodenominados cristianos que traicionan
abiertamente los mandamientos de no robar y no codiciar los bienes
ajenos sin entender en lo más mínimo los pilares de la sociedad abierta,
de la responsabilidad individual, el respeto recíproco ni la caridad
que, como queda dicho, para que sea tal, siempre es realizada con
recursos propios y de modo voluntario.
Invito a los lectores a que
meditemos juntos con detenimiento sobre lo que escriben Carlos Alberto
Montaner, Armando Valladares y el testimonio de Huber Matos, entre
otros. Lo de nuestros hermanos de Cuba no es un tema simplemente de
solidaridad hacia sus padecimientos y para con las vidas de tantos
exiliados que lo han perdido todo en su tierra natal, sino que es en
interés propio puesto que todos estamos interesados en la vigencia de
libertad.
Como hemos puntualizado, es
inconcebible pero cierto que la isla-cárcel cubana se ha mantenido por
más de sesenta años bajo las garras y fauces criminales de los sátrapas
castristas. Este clima bochornoso y nauseabundo parte el corazón de
cualquier persona normal, pero todavía hay cretinos que alaban el
régimen totalitario, organizaciones internacionales que aceptan que
las integren representaciones de los antedichos asesinos seriales en el
contexto de los balseros que cruzan el mar en busca de libertad,
asumiendo los tremendos riesgos de los fusileros de la isla, los
tiburones o el naufragio.
Como es sabido, desde que los
aborígenes descubrieron la expedición de Colón se asentaron en la isla
los españoles imponiendo su esquema colonial hasta la trifulca del siglo
XVIII con los británicos que en su carácter de victoriosos se les
entregó a cambio de Cuba la península de La Florida, etapa en la que
España reforzó el envío de tropas y redobló su cerrado mercantilismo
hasta el episodio del Maine por el que la metrópoli perdió la susodicha
base de operaciones y luego de la breve ocupación estadounidense Cuba se
independizó, en términos muy generales con la idea básicamente liberal
(aunque con desvíos mayores o menores según la época) que había esbozado
con anterioridad el por entonces muerto José Martí, un admirador de
Estados Unidos y residente durante largos períodos en ese país donde
escribió: “Estoy, por fin, en un país donde todos aparecen como amos de
sí mismos. Uno puede respirar libremente, aquí la libertad es el
fundamento, el escudo y la esencia de la vida”. Por su parte, Hugh
Thomas en sesuda obra titulada Cuba. La lucha por la libertad señala
que después de la independencia “gracias a la ayuda norteamericana […]
La Habana era aún una ciudad española, pero a punto de adoptar el estilo
norteamericano”.
¿Y qué me cuentan, estimados lectores, de la gentuza que jamás contribuyó a la libertad de nadie (siempre fue free-rider del
trabajo de otros) y dice que adquirir activos en Cuba puede ser “una
excelente oportunidad de un jugoso arbitraje” para cuando caiga la
tiranía comunista? Frente a situaciones críticas siempre se pone al
descubierto quién es quién, como ha sentenciado Warren Buffett: “Cuando
la marea baja se descubre quienes nadaban desnudos”.
Hoy en medio de la pandemia
resultan más escalofriantes que nunca los datos y las informaciones que
llegan de Cuba donde la miseria, el hambre, la escasez de medicamentos
elementales, la ausencia de higiene básica y las muertes hacen que cualquier persona normal quede espantada frente a este tétrico cuadro de situación.
Y todavía tienen la desfachatez de enviar cubanos -supuestos médicos- a
la Argentina y a Uruguay (en este último caso el gobierno tuvo la
prudencia y la dignidad de rechazarlos).
Los
liberales herederos de las Cortes de Cádiz que integraban la llamada
Generación del 98 en España -puesta en primer plano a raíz de la
antedicha guerra por Cuba- se oponían tenazmente a todo autoritarismo,
movimiento que puede decirse representaba bien Miguel de Unamuno, quien
resumió su pensamiento al escribir: “El socialismo, última
transformación de los sistemas absolutistas, subordina la sociedad al
Estado, sacrifica la libertad a la igualdad”. Por contraste, consigna que “el liberalismo es la fórmula suprema del alma del hombre”.
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