domingo, 26 de abril de 2020

NOSOTROS, LOS MARCIANOS (CRISTIAN RODRIGO ITURRALDE)

Nosotros, los marcianos (Cristian Rodrigo Iturralde)

         

Desconozco si seré el único que lo ha notado, pero me ha llamado poderosamente la atención últimamente la cantidad de personas interesadas en la geología interplanetaria. Parece ser un gremio algo hermético, puesto que no responden preguntas a neófitos o curiosos. 


Aunque me dicen que para ingresar en la cofradía solo hay que conseguirse uno de esos trajes espaciales y no hacer demasiadas preguntas. Según me han dicho, el signo de interrogación es considerado como símbolo de rapante insensibilidad, y por ello no lo utilizan ni permiten su empleo en sus selectas tenidas. 
            Pero como sea, lo cierto es que en un primer momento pensé que se trataba de alguna nueva moda o tendencia púber, puesto que es en esta etapa de la vida donde suele emerger con mayor energía la soberbia y el desdén por la evidencia y los datos que contrarían las convicciones propias. Además, son los jóvenes quienes gustan de estrafalarios atuendos. 
       Pero mi estimación fue incorrecta, me equivoqué: los astronautas son legión, y una temible. Se encuentran debajo de cada baldosa o monitor y se elevan como saltamontes, apuntando a la yugular del desprevenido. Los hay de todo rango etáreo, color y medida y parecen haber ya copado toda la parada. Todo es muy raro en estos días. Personas que hasta ayer luchaban por la libertad de expresión, hoy parecen más ocupadas en cercenarla, y los cristianos de misa diaria temen más a un virus que a la no salvación de su alma, mientras progresistas alaban la labor del Ejército y los libertinos y libertarios celebran su propia reclusión forzada… 
          …El género de ficción distópica ha quedado minúsculo y obsoleto ante este nuevo escenario y la gente ya se refiere a nosotros como ´marcianos´. 
            Pero no todo es malo y feo aquí: no seamos alarmistas, conspiracionistas o negacionistas (lo que sea que ello signifique). A fin de cuentas, pareciera que finalmente la sociedad -antes ocupada solo en defender los derechos de los ornitorrincos del Mar Caspio- ha evolucionado (en tiempo record) y tiene ahora consciencia del valor de toda vida, incluida la humana. Lo cual, lógicamente, es algo que debería reconfortar, puesto que hasta ayer nomás, nadie lloraba a los millones de bebes asesinados, a los muertos por tuberculosis en Camboya y ni siquiera al pobre desgraciado que caminaba campechanamente por calle Corrientes y le cayó una sartén en la cabeza. 
          Enhorabuena. Al parecer el mundo ha entrado en razón en este 2020: toda vida vale (salvo, claro, que el difunto hubiera tenido la mala suerte de morir a causa de enfermedades menos contagiosas o de menor prensa que el Covid-19. Aquí el status cambia).
         Lo que si en verdad no comprendo es por qué los astronautas nos odian tanto a los marcianos. No somos sus enemigos. Nuestras intenciones son nobles (como las que Uds. aducen), y también tenemos padres, abuelos y amigos, y por el momento no pensamos linchar a ninguno. Si, es cierto que cada tanto se nos escapa alguna preguntilla y que nos atrevemos a pensar más allá del relato oficial, pero nadie es perfecto, amigo.
        Ahora bien, no soy quien para meterme con la fantasía de nadie –máxime en tiempos donde percepción mata realidad-, pero mal haría en no advertirles una o dos cosas, aunque se enojen. 
1. Pueden vestirse de Batman –hasta esa libertad les dejamos-, pero créanme: cuando se despierten, Michelle Pfeiffer va a seguir siendo la novia del vecino y el índice de mortalidad por mordidas de ficus enojosos seguirá siendo mayor que el de Covid-19.
 2. Vestirse de murciélago o de Apollo XIII, sacarse una foto y publicarla en Facebook no los hace más sensibles o mejores personas que otros con mayor aprecio por la estética o el sentido común (como nuestros marcianos correligionarios Trump, Bolsonaro, México, Chile, Uruguay, Israel, Cuba, etc.). Consejo: amplíen su guardarropa.
3. No. Su atuendo no ayuda a la gente a estar mejor sino a enfermarla de pánico. Por enésima vez: Recaudos, sí. Histeria, no.
4. Y che, dale… no sean botones. Larguen el teléfono y dejen de filmar y denunciar al tipo que sacó a su perro más de cinco minutos y estornudó. Ni él ni su perro son terroristas bacteriológicos. 
          Por último y para ya terminar estas líneas que te he dedicado, déjenme adelantartes como termina el cuento… Todos vamos a morir en algún momento. Pero pueden elegir como morir vestido. Nosotros, los marcianos, elegimos hacerlo  con los pantalones y las botas puestas, de cara a Dios.
Saludos de un marciano que busca tranquilizar a la población (Dios mediante, con mejor suerte que los mass media).
C.R.I.