BIENVENIDOS AL APOCALIPSIS
Bajo la cúpula del trueno: acaba la vida, y empieza la supervivencia
Por Laureano Benítez Grande-Caballero.-
Después de muchas semanas de investigación sobre el coronavirus ―porque, como dice una amiga mía, «no quiero morir idiota»; tras haber elaborado vídeos y artículos sobre el tema de la pandemia, recabando montañas de documentación más o menos científica para mis investigaciones, confieso que mi punto de partida para emprenderlas fue la simple constatación de un hecho evidentísimo, que no necesita hipótesis alambicadas, ni experimentos espectaculares, ni pruebas científicas, ni conspiranoias a lo Newtral: basta asomarse a la ventana y contemplar el desolador paisaje urbano de las calles abandonadas; basta bajar a la calle con la mascarilla y los guantes puestos para entender que estamos ante una amenazadora guerra biológica, ante un escenario dantesco que va incluso más allá de Orwell, de La Divina Comedia: damas y caballeros, bienvenidos al Apocalipsis.
Después de muchas semanas de investigación sobre el coronavirus ―porque, como dice una amiga mía, «no quiero morir idiota»; tras haber elaborado vídeos y artículos sobre el tema de la pandemia, recabando montañas de documentación más o menos científica para mis investigaciones, confieso que mi punto de partida para emprenderlas fue la simple constatación de un hecho evidentísimo, que no necesita hipótesis alambicadas, ni experimentos espectaculares, ni pruebas científicas, ni conspiranoias a lo Newtral: basta asomarse a la ventana y contemplar el desolador paisaje urbano de las calles abandonadas; basta bajar a la calle con la mascarilla y los guantes puestos para entender que estamos ante una amenazadora guerra biológica, ante un escenario dantesco que va incluso más allá de Orwell, de La Divina Comedia: damas y caballeros, bienvenidos al Apocalipsis.
Ya estamos bajo la cúpula del Trueno, como en la película de Mad Max,
que, por cierto, a pesar de realizarse en 1979, estaba ambientada en
Australia en el año 2021, coincidencia de fecha que se hace asombrosa si
tenemos en cuenta que el film se desarrolla en un escenario
apocalíptico de caos y desorden muy parecido al actual. Porque esta
pandemia de falsa bandera ha logrado convertir la distopía en macabra
realidad.
Observen, damas y caballeros, y no me digan que no parece de
ciencia-ficción que la policía entre en templos católicos suspendiendo
las misas, a pesar de que ninguna ordenanza las prohíbe… No, no es el
mundo de Mad Max, ni hay en esta escenas replicantes de Blade Runner,
sino fuerzas de seguridad que okupan templos: no, no es una pesadilla,
españolito, ni estás en el cine, sino en san Fernando de Henares,
Granada…
Observen un dron de seguridad que encuentra a un hombre en una playa
solitaria. Enseguida, las fuerzas de seguridad van a prenderle, pero
resulta que ese señor es un policía municipal que había ido allí a un
asunto oficial, y que se había permitido un relax de unos minutos para
descansar y tomar el sol. Sucedió en Italia: qué consuelo saber que no
somos los únicos, ¿verdad?
Pero en España tenemos algo parecido, cuando un helicóptero descubre a
un buzo, y las fuerzas de seguridad proceden a sacarle del mar. Y,
¿saben aquél que diu de dos policías dando una paliza a dos mujeres ―que
parecen musulmanas― en Gerona, mientras las señoras gritan y se
defienden con los bolsos?
¿Y la historia del hombre al que ponen una multa sideral por comprar
cervezas en una gasolinera porque al parecer eso está prohibido,
mientras siguen abiertos los estancos, con la salvedad de que el tabaco
es malísimo para esos pulmones que puede machacar el COVID-19?
Y, ¿no han visto aquella escenita donde persiguen a un cicloturista
implacablemente, como se persigue a quien acaba de robar un banco? ¿Y
aquél que diu que amonestaron a un abuelito por ir a la calle con su
nieto de la mano? Y, ¿qué me dicen de esos sacerdotes paulistas que
celebraban la eucaristía en la azotea de su residencia con un altavoz
para que los vecinos pudieran seguirla, y fueron desalojados por la
fuerza, pasando un día en dependencias policiales? ¿Y saben aquella
historia en la que la policía denuncia a dos personas que iban al
entierro de su padre?
¿Y qué opinan del hecho de que una enfermedad que puede matar a dos
personas de cada cien, que casi no produce síntomas en el 80% de las
personas que la padecen, tenga al mundo encerrado en sus casas, como si
fueran prisiones? ¿Qué les parece que se pueda ir en el transporte
público, a comprar a las tiendas ―donde, además de ser lugares cerrados,
hay bastante proximidad entre las personas―, y, sin embargo, no se
pueda ir a pasear a la calle, donde los transeúntes guardamos
generalmente una gran distancia con otros viandantes? Si las personas
asintomáticas somos las más frecuentes ―en el caso de estar
contagiados―, ¿qué problema hay de que podamos contagiar en un bar a
gente que muy posiblemente también será asintomática, cuando en las
cafeterías guardamos habitualmente una considerable distancia con otros
clientes? ¿Por qué los tertulianos de la telebasura se codean sin
problemas en sus platós, y se impide el culto religioso en templos
enormes con muy pocos fieles? ¿Vale la pena llevar a una población al
borde de la locura y a un país a la más absoluta ruina porque en nuestra
estancia en la calle podamos contagiar a alguna persona de riesgo? ¿No
sería los más lógico aislar a esas personas, en vez de a la inmensa
mayoría de sanos?Por un posible estornudo en una cafetería, ¿llevaremos a
España a la bancarrota turística?
Y tantas y tantas escenas como éstas, contempladas con satisfacción
por los balconettis, esa caterva de energúmenos que se chivan de la
gente que ven por la calle, de las misas que se ofician en sus barrios,
que señalan con el dedo a quien ven en la vía pública, sin saber de
dónde vienen y a dónde van. Son los balconestasis, aspirantes a espías,
delatores que jalean esas escenas de abuso de poder mientras bailan
congas en sus balcones, organizan barbacoas en sus terrazas, y se lo
pasan en grande aplaudiendo a rabiar, tan felices como están de llevar
interminables semanas encerrados en sus prisiones domiciliarias.
Repito que todo esto es real, que no es ninguna pesadilla ni están
rodando una película apocalíptica de ésas… Como también es real que,
mientras los ancianos fallecen solos en cualquier fría morgue, mientras
la gente no encuentra los cadáveres de sus familiares fallecidos,
mientras somos el primer país del mundo en fallecimientos por habitante,
mientras no hay mascarillas o las que tenemos son defectuosas, mientras
España se sume en el peor agujero negro de su historia, mientras vamos a
las cartillas de racionamiento, al hambre a la venezolana, a la ruina
más absoluta, los politicastros puestos en el poder por la élite
globalista no se bajan los sueldos, no sueltan ni un euro para
donaciones, censuran los medios de comunicación alternativos y las redes
sociales, aprueban leyes por decretazos, quitan la justicia a los
jueces para pasarla a fiscales obedientes a la Delgado, usan a la
Guardia Civil para minimizar la crítica al Gobierno, machacan a los
autónomos…
Repito, damas y caballeros, que todo esto está pasando en Mad Expaña, que no estamos viendo ninguna película.
El rebaño cruelmente lobotomizado a través de los medios de
comunicación cree que cuando pase este horror la vida volverá a la
normalidad, los pájaros seguirán cantando, las terrazas cerveceras
volverán a llenarse, nuestros equipos volverán a meter goles, y nos
enfrascaremos en la apoteosis de Netflix por las noches… Y seguirán
pasando nubes por el cielo, y vendrán lluvias, y es hasta posible que
haya elecciones ―muy, muy dudoso que vuelva a haber plebiscitos en
España―… Y es posible que incluso cantemos bajo la ducha y en nuestros
vehículos aquello de «La vida sigue iguaaaal».
Pero es tiempo de abrir los ojos, de no engañarnos, pues nada volverá
a ser igual, y el mundo pospandemia será muy distinto al que conocimos
antes de la prisión domiciliaria a que nos está sometiendo el
mundialismo… Será muy diferente, mucho peor, mucho más tétrico, mucho
más satánico, una enorme bola de estiércol preparada para que los
escarabajos de Lucifer la arrastren hasta las barrancas del Averno.
¿Saben aquél que diu?: un hombre está de madrugada en una carretera
solitaria, bajo una lluvia torrencial, calado hasta los huesos, mirando a
su coche, al que se le acaba de pinchar una rueda, sin que lleve una de
repuesto. Alicaído y descorazonado, dice: «Ahora no puedo cambiar de
canal: esto es la realidad». Sí, españolitos de paguita y terracita: Mad
Expaña será una realidad de la que no podréis escapar, y viviremos bajo
la Cúpula del Trueno.
Damas y caballeros: acaba la vida, y empieza la supervivencia.
Visto en Alerta Digital