domingo, 26 de abril de 2020

BIENVENIDOS AL APOCALIPSIS

BIENVENIDOS AL APOCALIPSIS

Bajo la cúpula del trueno: acaba la vida, y empieza la supervivencia

Por Laureano Benítez Grande-Caballero.-
Después de muchas semanas de investigación sobre el coronavirus ―porque, como dice una amiga mía, «no quiero morir idiota»; tras haber elaborado vídeos y artículos sobre el tema de la pandemia, recabando montañas de documentación más o menos científica para mis investigaciones, confieso que mi punto de partida para emprenderlas fue la simple constatación de un hecho evidentísimo, que no necesita hipótesis alambicadas, ni experimentos espectaculares, ni pruebas científicas, ni conspiranoias a lo Newtral: basta asomarse a la ventana y contemplar el desolador paisaje urbano de las calles abandonadas; basta bajar a la calle con la mascarilla y los guantes puestos para entender que estamos ante una amenazadora guerra biológica, ante un escenario dantesco que va incluso más allá de Orwell, de La Divina Comedia: damas y caballeros, bienvenidos al Apocalipsis.

Ya estamos bajo la cúpula del Trueno, como en la película de Mad Max, que, por cierto, a pesar de realizarse en 1979, estaba ambientada en Australia en el año 2021, coincidencia de fecha que se hace asombrosa si tenemos en cuenta que el film se desarrolla en un escenario apocalíptico de caos y desorden muy parecido al actual. Porque esta pandemia de falsa bandera ha logrado convertir la distopía en macabra realidad.
Observen, damas y caballeros, y no me digan que no parece de ciencia-ficción que la policía entre en templos católicos suspendiendo las misas, a pesar de que ninguna ordenanza las prohíbe… No, no es el mundo de Mad Max, ni hay en esta escenas replicantes de Blade Runner, sino fuerzas de seguridad que okupan templos: no, no es una pesadilla, españolito, ni estás en el cine, sino en san Fernando de Henares, Granada…
Observen un dron de seguridad que encuentra a un hombre en una playa solitaria. Enseguida, las fuerzas de seguridad van a prenderle, pero resulta que ese señor es un policía municipal que había ido allí a un asunto oficial, y que se había permitido un relax de unos minutos para descansar y tomar el sol. Sucedió en Italia: qué consuelo saber que no somos los únicos, ¿verdad?
Pero en España tenemos algo parecido, cuando un helicóptero descubre a un buzo, y las fuerzas de seguridad proceden a sacarle del mar. Y, ¿saben aquél que diu de dos policías dando una paliza a dos mujeres ―que parecen musulmanas― en Gerona, mientras las señoras gritan y se defienden con los bolsos?
¿Y la historia del hombre al que ponen una multa sideral por comprar cervezas en una gasolinera porque al parecer eso está prohibido, mientras siguen abiertos los estancos, con la salvedad de que el tabaco es malísimo para esos pulmones que puede machacar el COVID-19?
Y, ¿no han visto aquella escenita donde persiguen a un cicloturista implacablemente, como se persigue a quien acaba de robar un banco? ¿Y aquél que diu que amonestaron a un abuelito por ir a la calle con su nieto de la mano? Y, ¿qué me dicen de esos sacerdotes paulistas que celebraban la eucaristía en la azotea de su residencia con un altavoz para que los vecinos pudieran seguirla, y fueron desalojados por la fuerza, pasando un día en dependencias policiales? ¿Y saben aquella historia en la que la policía denuncia a dos personas que iban al entierro de su padre?
¿Y qué opinan del hecho de que una enfermedad que puede matar a dos personas de cada cien, que casi no produce síntomas en el 80% de las personas que la padecen, tenga al mundo encerrado en sus casas, como si fueran prisiones? ¿Qué les parece que se pueda ir en el transporte público, a comprar a las tiendas ―donde, además de ser lugares cerrados, hay bastante proximidad entre las personas―, y, sin embargo, no se pueda ir a pasear a la calle, donde los transeúntes guardamos generalmente una gran distancia con otros viandantes? Si las personas asintomáticas somos las más frecuentes ―en el caso de estar contagiados―, ¿qué problema hay de que podamos contagiar en un bar a gente que muy posiblemente también será asintomática, cuando en las cafeterías guardamos habitualmente una considerable distancia con otros clientes? ¿Por qué los tertulianos de la telebasura se codean sin problemas en sus platós, y se impide el culto religioso en templos enormes con muy pocos fieles? ¿Vale la pena llevar a una población al borde de la locura y a un país a la más absoluta ruina porque en nuestra estancia en la calle podamos contagiar a alguna persona de riesgo? ¿No sería los más lógico aislar a esas personas, en vez de a la inmensa mayoría de sanos?Por un posible estornudo en una cafetería, ¿llevaremos a España a la bancarrota turística?
Y tantas y tantas escenas como éstas, contempladas con satisfacción por los balconettis, esa caterva de energúmenos que se chivan de la gente que ven por la calle, de las misas que se ofician en sus barrios, que señalan con el dedo a quien ven en la vía pública, sin saber de dónde vienen y a dónde van. Son los balconestasis, aspirantes a espías, delatores que jalean esas escenas de abuso de poder mientras bailan congas en sus balcones, organizan barbacoas en sus terrazas, y se lo pasan en grande aplaudiendo a rabiar, tan felices como están de llevar interminables semanas encerrados en sus prisiones domiciliarias.
Repito que todo esto es real, que no es ninguna pesadilla ni están rodando una película apocalíptica de ésas… Como también es real que, mientras los ancianos fallecen solos en cualquier fría morgue, mientras la gente no encuentra los cadáveres de sus familiares fallecidos, mientras somos el primer país del mundo en fallecimientos por habitante, mientras no hay mascarillas o las que tenemos son defectuosas, mientras España se sume en el peor agujero negro de su historia, mientras vamos a las cartillas de racionamiento, al hambre a la venezolana, a la ruina más absoluta, los politicastros puestos en el poder por la élite globalista no se bajan los sueldos, no sueltan ni un euro para donaciones, censuran los medios de comunicación alternativos y las redes sociales, aprueban leyes por decretazos, quitan la justicia a los jueces para pasarla a fiscales obedientes a la Delgado, usan a la Guardia Civil para minimizar la crítica al Gobierno, machacan a los autónomos…
Repito, damas y caballeros, que todo esto está pasando en Mad Expaña, que no estamos viendo ninguna película.
El rebaño cruelmente lobotomizado a través de los medios de comunicación cree que cuando pase este horror la vida volverá a la normalidad, los pájaros seguirán cantando, las terrazas cerveceras volverán a llenarse, nuestros equipos volverán a meter goles, y nos enfrascaremos en la apoteosis de Netflix por las noches… Y seguirán pasando nubes por el cielo, y vendrán lluvias, y es hasta posible que haya elecciones ―muy, muy dudoso que vuelva a haber plebiscitos en España―… Y es posible que incluso cantemos bajo la ducha y en nuestros vehículos aquello de «La vida sigue iguaaaal».
Pero es tiempo de abrir los ojos, de no engañarnos, pues nada volverá a ser igual, y el mundo pospandemia será muy distinto al que conocimos antes de la prisión domiciliaria a que nos está sometiendo el mundialismo… Será muy diferente, mucho peor, mucho más tétrico, mucho más satánico, una enorme bola de estiércol preparada para que los escarabajos de Lucifer la arrastren hasta las barrancas del Averno.
¿Saben aquél que diu?: un hombre está de madrugada en una carretera solitaria, bajo una lluvia torrencial, calado hasta los huesos, mirando a su coche, al que se le acaba de pinchar una rueda, sin que lleve una de repuesto. Alicaído y descorazonado, dice: «Ahora no puedo cambiar de canal: esto es la realidad». Sí, españolitos de paguita y terracita: Mad Expaña será una realidad de la que no podréis escapar, y viviremos bajo la Cúpula del Trueno.
Damas y caballeros: acaba la vida, y empieza la supervivencia.
Visto en Alerta Digital