Sábado 22 de marzo de 2014 | Publicado en edición impresa
Nuestra corresponsal en Italia, Elisabetta Piqué , una de las periodistas mejor informadas del Vaticano, contó el martes en una nota
que durante el largo almuerzo de Francisco y Cristina en Santa
Marta "seguramente hubo lugar para una conversación profunda, íntima,
quizás hasta una confesión". Me intrigó lo de la confesión y me puse a
averiguar. Por suerte, en el Vaticano todavía no sacaron todos los
micrófonos ocultos. Hoy estoy en condiciones de confirmar que,
efectivamente, la señora aprovechó esa intimidad con el Papa, el respeto
y la confianza mutuos, para abrirle su corazón. Un corazón que se
mostró contrito y penitente. Francisco se vio, de pronto, ante un
espíritu compungido, dispuesto a exhibir sus flaquezas , en un extraordinario ejercicio de humildad que él no le conocía. Ella tampoco.
Técnicamente hablando no fue una confesión sacramental.
Podemos hablar, sí, de desahogo, de arrepentimiento. Un torbellino al
que no le faltaron sollozos y golpes en el pecho. El Papa, conocedor,
claro, de almas en pena, se limitó a escuchar. Y yo, respetuoso del
trance que vivió la señora, me limito a transcribir.
" Jorge,
Jorge, llevamos dos horas hablando. Bueno, en realidad casi sólo hablé
yo. Dos horas y me da la impresión de que he perdido el tiempo tratando
de impresionarlo. No le he sido sincera. No sé si es porque estamos en
el Vaticano, porque me desarma su humildad o porque el esguince me hizo
ver que estaba metiendo mucho la pata, pero siento que tengo que
transparentarle mi alma. Ya sabe, me eduqué en un colegio de monjas y de
pronto me vino como una necesidad de confesarle miles de cosas.
Prepárese: voy a decirle lo que nunca le dije a nadie. Y si bien acá no
rige el secreto de confesión, si esto trasciende, de usted se ocupará
Moreno, que para eso se lo puse cerca".
[ Cristina, no se enoje con el Papa; la filtración no es culpa de él, sino de los micrófonos, que los carga el diablo.]
"Desde hace un tiempo me persigue la culpa y cada vez
me cuesta más convivir con ella. Me siento culpable, por ejemplo, de
haber elegido a Boudou.
Lo elegí porque cuando empezamos a quedarnos sin guita me propuso
saquear la caja de la Anses, una gran idea; de hecho, todavía estamos
viviendo de ella. Pero podía saquear la caja -finalmente es plata de los
jubilados, gente que nunca te hace una manifestación o te corta una
calle- sin necesidad de convertir a este tipo en vicepresidente. No me
lo perdono. Teniendo a mi lado a Máximo, no sé cómo pensé en Boudou.
"Otro tema que me persigue es el giro ortodoxo que
hemos dado. Diez años vendiendo una revolución progre para terminar de
rodillas ante el Fondo Monetario; subiendo las tarifas y tratando de que
no aumenten mucho los sueldos; pagándoles a Repsol,
al Club de París, a los buitres, es decir, entregando el alma al diablo
para que nos tiren unos míseros dólares. Yo le criticaba a Néstor su
pragmatismo, y acá me ve, soy la cara del ajuste. Además, la gente no se
chupa el dedo. Ya no puedo seguir con el verso de que se nos cayó el
mundo encima. ¡Lo que se nos cayó es el modelo! Me lo dijo Florencia, mi hija, que sabe mucho de cine: esta película termina mal."
La Presidenta irrumpió en llanto. El Papa aprovechó la
pausa para alcanzarle un vaso de agua y pañuelos de papel. Pero la
catarsis no había terminado.
"Tengo que serle sincera, Jorge: otro gran pecado lo
cometí con usted cuando lo eligieron papa. Pecado de soberbia,
concupiscencia de poder. Me quería morir. Es que Verbitsky me llenó la
cabeza. No ve que todavía lo llamo Jorge, que es como negar que ahora es
Francisco. Me obnubilé, y hasta en las cosas que le regalo muestro la
hilacha. Ahora le traje uno de esos termos de plástico que se venden en
las estaciones de servicio. Soy terrible. No puedo con mi genio, algo
que, me dicen, les pasa a todos los genios.
"Otra cosa: lo de Lázaro Báez.
¿Cree que Dios me va a perdonar que le hayamos dado casi toda la obra
pública de Santa Cruz al principal socio de mi familia? ¿Me va a
perdonar haberle creído a Lázaro cuando me decía que en las bóvedas sólo
guardaba vino? ¿Me perdonará la tragedia de Once, la inseguridad, el
asociarnos con las barras bravas, la multiplicación del narcotráfico,
hacerme la tonta con los muertos de la represión de Maduro? ¿A Dios le
parecerá mal haber comprado a las Madres y Abuelas, digamos, monetizar
la causa de los derechos humanos? ¿Y que no haya llevado al Salón del
Libro de París la biografía de Víctor Hugo Morales? ¿Le parecerá mal mi
lema de ir por todo, cosa de que a los demás no les quede nada? ¿Sabrá
disculpar que mi vestuario no quepa en toda la quinta de Olivos? Dígame,
¿la misericordia de Dios es tan infinita que es capaz de perdonar todo
eso?
"Como verá, Jorge, he reconocido mis faltas. Usted
habrá escuchado a tanta gente arrepentida, pero, ¿cuántas veces a una
presidenta, eh? ¡Y qué presidenta! Muchas veces quise abrirme así, pero
pensaba: sólo voy a hacerlo ante un papa. Ahora espero su palabra. Y
vaya derechito al grano, que para no decirme nada ya lo tengo a Scioli."
Conmovido hasta sus fibras más íntimas, el Papa le
regaló una mirada entre comprensiva y piadosa. Y unas pocas palabras, de
clara raíz evangélica. "Cristina, hija mía, vaya tranquila: por sus
frutos la conocerán.".