El Espíritu Santo no es un titiritero
Desmitificar
tópicos sobre el Papa, por lo general vigentes en el catolicismo
neoconservador, de matriz ultramontana, tiene un coste. Nunca falta la
reacción de alguien, más
o menos dolido, que viene a recordar al desmitificador algunos puntos de
doctrina católica sobre los que pareciera dudar o no tener en
consideración. Cuando uno lee a estos
vengadores anónimos del neoconservadurismo se pregunta qué ideas sobre
la Iglesia y el Papa están implícitas en sus comentarios. Intentaremos analizar
algunas.
1.- El pontificado no es un sacramento.
No
se debe pensar en el pontificado como si fuera el bautismo de un adulto
que
produce un cambio ontológico radical en quien lo recibe, perdonando el
pecado
original y los pecados personales. El pontificado no es como un segundo
bautismo; y si fuera posible hacer esta analogía, habría que recordar
que el
bautismo de adultos no suprime las malas inclinaciones provenientes de
la vida
pasada del converso. Ningún cardenal es perdonado de sus pecados
ni rectificado en sus malas inclinaciones por llegar a ser Papa:
conserva
intactos su temperamento y su carácter; no se altera por ello el
conjunto de virtudes intelectuales y morales, y los vicios que se le
oponen, que conforman su
segunda naturaleza.
En cuanto al sacramento del orden sagrado el Papa
no recibe un cuarto grado del orden, que no existe; no es más que un obispo; y
por este título el Papa es igual al resto de los obispos del mundo.
Igual a los obispos en cuanto al orden, la
superioridad del Papa está en la potestad de jurisdicción. El Papa no recibe un
nuevo sacramento sino un oficio singular: el primado. Es un obispo diocesano
–obispo de Roma- con los poderes primaciales. Tampoco se trata de un oficio no episcopal,
sino del primado de un obispo (con potestad suprema, plena, inmediata y
universal) sobre toda la Iglesia; por ello recibe el nombre de obispo universal
u obispo de toda la Iglesia.
2.- El Espíritu Santo asiste al Papa. Una
verdad que no se puede negar ni poner en duda. Y sin embargo, cabría decir: “¡Oh,
Asistencia!, ¡cuántas tonterías se dicen en tu nombre!”
Para no errar desde el principio, se debe entender
que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia en múltiples formas y no de manera
unívoca. En primer lugar, el Paráclito garantiza una Iglesia indefectible hasta
la Parusía, lo que pone límites al potencial daño que pudieran causarle los
malos papas, pero no imposibilita períodos de decadencia eclesial como la
crisis arriana o el actual desastre postconciliar. También, bajo determinadas
condiciones estrictas, el Espíritu Santo presta al Papa una asistencia infalible que obsta a que se equivoque
en algunos de sus actos: es el carisma ministerial de la infalibilidad, un
singular privilegio del sucesor de Pedro. Por ello pudo decir el cardenal
Guidi, durante las sesiones del Vaticano I: “no se debe decir que el Papa es
infalible, porque no lo es. Lo que hay que decir es que determinados actos del Papa
son infalibles”.
Pero hay una importante cantidad de actos pontificios
que cuentan sólo con una asistencia falible, en la que es posible
encontrar errores,
insuficiencias, olvidos, tensiones, momentos críticos... La mentalidad
ultramontana nubla la inteligencia para captar de modo realista esta
falibilidad pontificia y produce mistificaciones piadosas que Castellani llamaba
fetichismo africano. Cuando los papas se equivocan, o pecan, no lo hacen porque
el Paráclito les niegue su asistencia, sino porque libremente deciden no corresponder
a su acción. Tenemos el ejemplo de los dos ladrones del Evangelio, Dimas y
Gestas para la tradición, ambos asistidos por Cristo en el momento final de sus
vidas. Uno, el buen ladrón, se dejó asistir; el otro, rechazó la ayuda del
Señor. Asimismo, el Espíritu Santo nunca dejó de asistir al Papa Juan XXII y sin embargo se equivocó en un punto de
doctrina. Parafraseando a Newman, ¿acaso el Paráclito
omitió su asistencia divina a san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le
resistió, a San Víctor cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia, a
Liberio cuando excomulgó a Atanasio, a Gregorio XIII cuando hizo acuñar una
medalla en honor de la matanza de la noche de San Bartolomé, a Paulo IV en su
conducta con Isabel (de Inglaterra), a Sixto V cuando bendijo la Armada, o
Urbano VIII cuando persiguió a Galileo? Los ejemplos de Newman son discutibles
en su dimensión histórica, pero lo cierto es que cuando los papas se equivocan,
o pecan, lo hacen a pesar, y en contra, de la asistencia del Espíritu Santo.
3.- El Espíritu Santo respeta la naturaleza de
las causas segundas. Dios gobierna el mundo con su Providencia. A los
hombres concede Dios incluso el poder participar libremente en su providencia
confiándoles la responsabilidad de "someter la tierra y dominarla" (Gn. 1, 26-28).
Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la
obra de la Creación. Se trata de un caso particular del llamado "concurso
divino": en las obras de las criaturas concurren la acción propia de la
causa segunda (la criatura) y la acción de la causa Primera (Dios). Incluso
cuando el Papa define ex cathedra, sin
posibilidad de errar, es condición esencial que sea perfectamente libre en su
acción, lo que está implicado necesariamente en las condiciones requeridas por
el Vaticano I.
En las acciones humanas, el hombre
"concurre" como causa inteligente y libre. Dios sabe perfectamente
que el hombre es una causa segunda y no cambia la naturaleza humana. La
asistencia del Paráclito no hace del Papa un ente carente de libertad, como los
animales que obran por instinto, o los entes inanimados que actúan por el
determinismo de las leyes físicas. La causalidad divina en la asistencia del
Espíritu Santo nunca procede de modo mecánico. Se debe entender que una cosa es
que Dios garantice abundantes gracias de estado al Romano Pontífice y
otra muy distinta es que mute su naturaleza humana privándola de su libertad:
“…fácilmente se comprende que el hombre sea libre bajo la influencia de la
gracia… Su libertad se realiza incluso oponiéndose al movimiento que procede de
Dios. Pero tampoco la gracia eficaz le empuja como que fuera un trozo de madera
o una piedra. En la gracia actual Dios causa la acción del hombre no con causalidad
mecánica, sino de forma que el hombre siga siendo libre. Dios llama al hombre y
el hombre debe responder libremente, sea consintiendo, sea negándose. Dios se
apodera del espíritu humano de forma que sea él mismo quien obra y actúa. Es
dogma de fe que el hombre sigue siendo libre bajo la influencia de la gracia actual”
(Schmaus).
En
conclusión, la asistencia del Paráclito no es
causalidad mecánica que haga del Espíritu Santo una suerte de titiritero
divino, ni implica correspondencia automática a las gracias de estado
de parte del Papa
convertido en una marioneta. Si no se entiende esto, se termina en una
concepción docetista de la Iglesia –por la cual su parte humana no es
real- y en una visión mecanicista de la acción del Paráclito. Todo ello es algo muy alejado
de la realidad que puede producir enormes perplejidades.