El 24 de marzo y la otra parte de la verdad – Por Nicolás Márquez
Tal
como viene sucediendo año tras año, es de esperar para hoy 24 de marzo
(fecha convertida por el régimen en insólito feriado turístico) un
conglomerado de actos y encendidas alocuciones en repudio a las Fuerzas
Armadas por haber tomado el poder del Estado en 1976. En esta velada, al
igual que en las predecesoras, recolectores de votos y figurones de
circunstancia omitirán recordar el apoyo irrestricto que todos los
partidos políticos, personalidades múltiples y diferentes estamentos de
la sociedad civil de todas las ideologías le dieron a la pacífica
sublevación militar que destituyó a Isabelita y su corte de ladrones
impresentables. Motivos para tal consenso no faltaban: antes del mentado
24, en los tres años de gobierno constitucional precedentes, el
terrorismo peronista de la AAA había asesinado a medio millar de
personas; el terrorismo marxista (“jóvenes idealistas”, les llaman
algunos medios) protagonizado por el ERP y Montoneros superaba los 7.000
atentados y los guerrilleros desaparecidos ya ascendían a 900. Cabe
destacar que el 52% de los asesinatos perpetrados por la subversión fue
llevado a cabo en la democracia antecesora a la gestión de facto
naciente en 1976.
La semana previa al cambio de gobierno, diarios antagónicos entre sí
como La Prensa y La Opinión informaban que, desde mayo de 1973, el
terrorismo había causado 1.358 muertes. En ese período, no sólo no se
dictó ninguna condena a un solo terrorista, sino que centenares de ellos
fueron amnistiados durante el lamentable pasaje del vacilante Héctor
Cámpora. Otro dato que tampoco será evocado esta semana, es que entre
1969 y 1979, las bandas terroristas fueron autoras de 21.665 atentados
subversivos (hechos y cantidades ratificados en la sentencia dictada el
9/10/1985 por la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional – Cap. 1. Cuestiones de hecho – Causa 13).
Por entonces, ante la inminencia de un “golpe”, no sólo no hubo ni
una sola voz en contra de la reacción cívico-militar en ciernes, sino
que hasta la clase política promovía ansiosamente el reemplazo y cambio
de gobierno a efectos de desembarazarse de una situación inmanejable. A
modo sintético y ejemplificativo, el 21 de marzo el diario Clarín
informaba: “Los legisladores que asistieron al Parlamento se dedicaron a
retirar sus pertenencias y algunos solicitaron un adelanto de sus
dietas”; el mismo día, el matutino La Razón completaba: “Hay tranquila
resignación en el Congreso frente a los inevitables acontecimientos que
se avecinan”.
El oficialismo, capitaneado por la bataclana Isabelita y el
hechicero José López Rega (este último semanas atrás se había fugado al
exterior), no sólo no brindaba respuesta eficaz a la guerra civil
desatada por el terrorismo marxista, sino que potenciaba el caos con su
manifiesta incompetencia gubernamental. De la oposición nada podía
esperarse, puesto que el jefe de ésta, Ricardo Balbín (a la sazón
presidente de la UCR), efectuó un público y desembozado lavado de manos
el 22 de marzo, alegando: “Hay soluciones, pero yo no las tengo”. Días
atrás (el 27 de febrero), el comité nacional de la UCR publicó la
siguiente declaración destituyente: “El país vive una grave emergencia
nacional… ante la evidente ineptitud del Poder Ejecutivo para gobernar…
Toda la Nación percibe y presiente que se aproxima la definición de un
proceso que por su hondura, vastedad e incomprensible dilación, alcanza
su límite”. Incluso, hasta el mismísimo Partido Comunista, el 12 de
marzo reiteró su propuesta de formación de “un gabinete cívico-militar”.
El senador radical Eduardo Angeloz, con esa imprecisión tan inherente a
su partido de pertenencia arengaba: “Alguien tiene que dar la orden…
alguien tiene que decir basta de sangre en la República Argentina”. Como
si la guerra civil y el desgobierno fueran poco, los números económicos
se desplomaban y la hiperinflación (según informe de FIEL) arrojaba una
proyección anual del 17.000% para 1976. Durante los días previos al 24
de marzo, las declaraciones de personalidades y las notas de los diarios
reflejaban el clima de terror y el desgarrador pedido de cambio de
gobierno. La Opinión publicaba: “Un muerto cada cinco horas, una bomba
cada tres” (19/03/76). El 23, nuevamente el diario socialista La Opinión
titulaba: “Una Argentina inerme ante la matanza”, y agregaba: “Desde el
comienzo de marzo hasta ayer, las bandas extremistas asesinaron a 56
personas”; esa fecha, La Razón redundaba: “Es inminente el final. Todo
está dicho”. Pero la expresión más clara de lo que la clase política
podía dar fue del diputado Molinari: “¿Qué podemos hacer? Yo no tengo
ninguna clase de respuesta”.
En efecto, la hipocresía de los que ahora cuentan la historia oficial
a base de aforismos humanísticos omiten recordar que “la inmensa
mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas
tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese
vergonzoso gobierno de mafiosos”, textuales palabras dirigidas a la
revista alemana “Geo”, en 1978, por el escritor Ernesto Sábato (el mismo
tránsfuga que después presidió la Conadep y prologó el libro Nunca Más
financiado por el inconcluso gobierno de Raúl Alfonsín). Pero nada de
esto será mencionado en este 24 de marzo en los espectáculos estatales,
en donde Hebe de Bonafini (ya sin el asesoramiento del parricida Sergio
Schoklender) desparramará su odio por algún lado; la activista Estela
Carlotto (de quien seguimos esperando tenga la amabilidad de probar su
condición de abuela) hará lo propio con los suyos y muchos otros actos
serán llevados a cabo por nuestros desmemoriados dirigentes que,
sedientos de protagonismo, en nombre de la “memoria” (hemipléjica e
ideologizada) y los “derechos humanos” (de los terroristas) fustigarán
el “golpe” (apoyado por los mismos partidos a los que ellos pertenecen) y
a los “militares genocidas” que actuaron bajo decreto presidencial de
un gobierno constitucional que en 1975 les ordenó intervenir en el campo
de batalla a fin de “aniquilar el accionar de los elementos
subversivos” (Decreto 261-75).
Pero el apoyo generalizado a los militares de los mismos sectores que
hoy repudian a los “genocidas” no se limitó al 24 de marzo. Una vez
constituidas las nuevas autoridades, estos no sólo respaldaron al
flamante gobierno sino que se sumaron al mismo ejerciendo diferentes
cargos en la función pública. Tanto es así que el 25 de marzo de 1979,
el diario La Nación detallaba que de las 1.697 intendencias vigentes en
la gestión del Presidente Jorge Rafael Videla, solo el 10% de ellas eran
comandadas por miembros de las FF.AA.; el 90% restante, estaba
conformado por civiles repartidos del siguiente modo: el 38% de los
intendentes eran personalidades ajenas al ámbito castrense de reconocida
trayectoria en sus respectivas comunas, y el 52% de los municipios era
comandado por los partidos tradicionales en el siguiente orden: la UCR
contaba con 310 intendentes en el país, secundada por el PJ (partido
presuntamente “derrocado”) con 192 intendentes; en tercer lugar se
encontraban los demoprogresistas con 109, el MID con 94, Fuerza
Federalista Popular con 78, los democristianos con 16, el izquierdista
Partido Intransigente con 4 y el socialismo gobernaba la ciudad de Mar
del Plata. En otras áreas gubernamentales, el socialista Américo Ghioldi
se constituía en embajador en Portugal; en Venezuela, el radical Héctor
Hidalgo Solá haría lo propio, Rubén Blanco en el Vaticano y Tomás de
Anchorena en Francia; el demoprogresista Rafael Martínez Raymonda en
Italia, el desarrollista Oscar Camilión en Brasil y el demócrata
mendocino Francisco Moyano en Colombia. Asimismo, el Partido Comunista
emitió proclamas de apoyo al gobierno. Tanto es así que ésta fue la
primera gestión cívico-militar que no prohibió ni declaró ilegal al
polémico partido.
Por supuesto que lo que hoy más molesta a los vendedores de memoria
no ha sido “el golpe” en sí, puesto que el fundador del actual partido
gobernante, Juan Perón, también participó durante su vida de diversos
golpes de Estado (como ser en el de 1930 y también en el de 1943, en
donde este ejerció luego el cargo de VicePresidente de la Nación del
gobierno de facto del GOU que apoyó al Eje en la Segunda Guerra
Mundial). Justamente, lo que en verdad molesta a los reescribidores de
historietas es que los militares hayan impedido a la guerrilla liderada
por Mario Firmenich tomar el poder del Estado e instaurar una dictadura
comunista.
Por supuesto que el gobierno militar del Proceso de Reorganización
Nacional cometió errores y horrores en el marco de la guerra civil
desatada por el terrorismo marxista, pero en absoluto estos fueron en la
proporción ni en la dimensión que pretenden endilgarles sus indecorosos
enemigos. Tanto es así que hasta el propio Firmenich en torno al
fenómeno de los “desaparecidos” le confesó y reconoció ante el
periodista Jesús Quinteros (en nota publicada en Página 12, el 17 de
marzo de 1991) que durante la guerra antiterrorista, el margen de error o
daños colaterales fueron mínimos: “Habrá alguno que otro desaparecido
que no tenía nada que ver, pero la inmensa mayoría era militante y la
inmensa mayoría eran montoneros (…) A mí me hubiera molestado muchísimo
que mi muerte fuera utilizada en el sentido de que un pobrecito
dirigente fue llevado a la muerte”.
Como vemos, el saldo de aquella guerra fue demasiado triste como para
que hoy sea usado por los personeros del régimen como fetiche
proselitista y lo que es peor, como negocio rentístico. 8400 muertos
entre caídos y desaparecidos por un lado más 1500 asesinados por la
guerrilla por el otro es el doloroso legado de aquel largo y violento
conflicto interno.
Se va otro 24 de marzo y el actual régimen decadente tendrá la chance
transitoria de reflotar y repetir una vez más su destartalado relato
setentista, no sin el coro servil y funcional de la gelatinosa
“oposición”, sea esta de extracción socialdemócrata o de los imbéciles
alegres del duranbarbismo capitalino. En suma, los mentirosos y sus
aliados involuntarios cuentan en su favor con el aparato de propaganda
que financiamos entre todos, pero los que no compramos ni adherimos a la
historieta oficial, contamos en nuestro favor con el peso de la verdad
histórica confirmada por los hechos objetivos y los documentos que así
los acreditan.
Sabemos además que no hay nadie más apegado a la verdad que Dios
Nuestro Señor. Y si Dios está con nosotros: ¿quién contra nosotros?