EL CORAZON DE CRISTO EL CAMINO
HACIA LA VERDAD
La Iglesia nace en el Calvario, cuando el soldado descubre el Corazón de Cristo:
«Uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34).
Al Cuerpo muerto de Cristo no le rompieron las piernas, sino que se quedó intacto.
El
Cuerpo de Cristo es la Iglesia y, por tanto, es Uno con Su Cabeza, que
es Cristo. No puede ser dividido, roto, porque Jesús es Uno con Su
Cuerpo.
Por eso, el soldado mete su lanza en Su Costado para abrir el camino hacia la Verdad.
Y la Verdad es una sola: Cristo Jesús.
La Verdad sólo se encuentra en el Corazón de Cristo.
No se puede encontrar en la mente de ningún hombre.
Sólo el Amor, que posee ese Corazón, es el Camino hacia la Vida Divina.
Cuando
el agua y la sangre fluyen del Costado de Cristo, la Gracia se da a los
hombres. Comienza un tiempo nuevo para la vida de todos los hombres: el
tiempo de la Gracia.
Y ese tiempo ya no es como los demás tiempos pasados en la historia de la humanidad.
Desde
el pecado de Adán hasta Cristo, el hombre ha estado sin Gracia y sin
Espíritu. Ha vivido en su humanidad, con el deseo de lo divino, pero sin
poder hacer una vida divina en lo suyo humano, en su historia humana.
Pero
con la Gracia, que Cristo da a todo hombre, cada hombre puede obrar lo
divino en su vida humana. Ya no hay excusa. Pero es necesario una cosa:
estar en Gracia.
Jesús
da la Gracia, pero se pierde por el pecado personal de cada hombre. Y
Jesús pone el Sacramento de la Penitencia para recuperar la Gracia
perdida. Ya hay un camino para estar siempre en Gracia y hacer obras
divinas en la Gracia.
Es
fácil permanecer en la Gracia por el Sacramento de la Penitencia, que
es muy poco valorado por los mismos católicos en la Iglesia. Y es el
Sacramento llave para todos los demás. Sin éste, los demás no pueden
realizarse, obrarse como Dios quiere.
Un
alma en pecado, aunque comulgue, se case, sea sacerdote o reciba la
confirmación o el auxilio en su enfermedad, no puede obrar la Gracia en
ninguno de esos Sacramentos. Y tiene un Sacramento sin poderlo vivir,
con un obstáculo que le cierra las puertas del Cielo.
Muchos
se casan por la Iglesia, pero en pecado. Ponen un óbice a la Gracia del
Sacramento del Matrimonio. Y lo mismo el que accede al Orden, o el que
va a comulgar en pecado, o el que quiera vivir un Sacramento pero sin
quitar el pecado de su alma.
Reciben
el Sacramento, pero no la Gracia que porta el Sacramento. Tienen un
Sacramento que no les sirve para llegar al Cielo, sino que se convierte
en Justicia Divina en sus vidas humanas.
Muchos
han recibido los Sacramentos, pero como viven en sus pecados, esos
Sacramentos, esa gracias son para Su Justicia, no para la Misericordia.
La Gracia, con Cristo, es Misericordia y Justicia. Son dos cosas, al mismo tiempo.
Con
Adán, la Gracia era sólo Amor. Su Gracia le llevaba sólo a la Voluntad
de Dios. Perdió esa Gracia y Adán se quedó sin nada, sin camino para el
Cielo, sin camino para amar a Dios, sin camino para conocer la Verdad.
Tuvo el Señor que ponerle un camino sólo de Justicia. Y, en la Justicia,
la Misericordia.
Pero
en Cristo, se da un camino nuevo al hombre. Un camino de Misericordia,
porque se puede perder la Gracia, pero se recupera. Eso no lo tenía
Adán.
Y
un camino de Justicia, porque teniendo un Sacramento, se vive sin
Gracia. Y eso llama a la Justicia de Dios sobre esa alma. Eso ya no es
Misericordia. Adán tenía este camino de Justicia, pero sin poder
recuperar la Gracia. En su vida humana, haciendo el bien humanamente,
Dios le daba la Misericordia.
Pero,
a partir de Cristo, la cosa cambia: quien quiera vivir en pecado,
teniendo un Sacramento, sólo hay Justicia en ese camino. Ya no
Misericordia. Ya las obras buenas humanas no sirven para alcanzar de
Dios Misericordia, como en Adán. Porque Dios ha puesto un camino para
quitar el pecado: el Sacramento de la Penitencia, no las obras buenas
humanas.
Por eso, a muchos católicos, los Sacramentos son para su condenación, no para su salvación.
Esta
Verdad, muchos católicos no la han meditado. Y están en la Iglesia en
sus vidas de mentira, sin hacer valer la Gracia en sus corazones. Por
eso, después, no pueden comprender qué pasa en la Iglesia. No entienden a
Francisco y lo llaman un hombre bueno, santo, justo; cuando es un
asesino de la Gracia.
La
Gracia, vivida en la Misericordia, es decir, si el alma cae en pecado y
se confiesa, entonces el alma encuentra el camino del Amor Divino, que
tenía Adán.
Los
pecados no son impedimento para el Amor de Dios si se confiesan los
pecados, si hay arrepentimiento de los pecados, si se usa el sacramento
de la Penitencia como Cristo lo ha puesto en Su Iglesia.
Pero
los pecados de cada alma son impedimento para el Amor de Dios cuando
las almas ya no lo confiesan, sino que viven en ellos, haciendo del
pecado su vida humana. Y, entonces, esa alma se convierte en un demonio,
en un engendro demoniaco.
Hay
muchos católicos así, dentro de la Iglesia: tienen los sacramentos,
pero viven en sus pecados como si fueran una virtud, un bien, en sus
vidas.
Por
eso, hay tantos sacerdotes que son lobos vestidos de piel de oveja. Y
estos son los anticristos en la Iglesia. Son los que van en contra de
Cristo y de Su Cuerpo, que es la Iglesia.
Hay
muchos anticristos en Roma, actualmente. Sólo miren sus pecados, su
forma de pecar, su forma de vivir a Cristo en la Iglesia. No imitan a
Cristo, sino que ponen su mente humana, su idea humana, por encima de la
Mente de Cristo. Y así hacen su iglesia, a su manera humana, tomando
cosas del Evangelio, de la Tradición, del Magisterio de la Iglesia, pero
anulando la Verdad de todo eso, para sólo manifestar su mentira, su
idea, su propaganda, su negocio en la Iglesia.
La Iglesia no es un pensamiento del hombre, sino la obra de Cristo en la Cruz.
Cristo,
en la Cruz, obró Su Muerte. Este Misterio no se puede comprender con la
razón humana. Obrar la Muerte es dar la Vida a los hombres. Morir
Cristo es hacer vivir al hombre. Sin la muerte de Cristo, el hombre
seguiría muerto. Y, para imitar a Cristo, hay que hacer lo mismo: morir a
todo lo humano, para que así lo humano tenga vida en Dios.
Esto
es lo más difícil de comprender al hombre. Y en esto está sólo la vida
de fe. La Fe no es un conjunto de razones, de leyes, de ideas. La Fe es
una Vida Divina, una Obra Divina, un Pensamiento Divino.
El
hombre que vive en su mente humana no posee la Fe. El hombre tiene que
renunciar a toda su mente humana para que ésta tenga valor para Dios. Si
el hombre no renuncia a su mente humana, Dios no puede guiarle en la
Verdad.
Adán tenía que vivir en su mente humana. Y Dios lo guiaba así, porque le quitó la Fe, la Vida de la Gracia.
Dios puso un camino de Fe a Abraham: «Sal de tu tierra, de tu parentela, de las casa de tu padre, para la tierra que Yo te daré»
(Gn 12,1). Siempre la Fe es un salir de lo humano. Y Dios fue enseñando
a Su Pueblo este camino de fe, sin la Gracia, sin el Espíritu. Se lo
enseñaba en su humanidad, sin exigirle la muerte a lo humano.
Sólo a almas que Dios escogía, le podía exigir todo, como a Abrahán: «Anda, coge a tu hijo, a tu unigénito, a quien tanto amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécemelo allí en holocausto»
(Gn 22, 2). Dios les daba la Gracia para hacer esto: para desprenderse
de todo lo humano por Voluntad de Dios, porque así Dios lo mandaba.
Sólo hay una razón para dejar todo lo humano: la Voluntad Divina. Cumpliendo la Voluntad de Dios nunca se peca.
«Dijo
Yavé a Oseas: Ve, toma por mujer una prostituta y ten hijos de
prostitución, pues que se prostituye la tierra apartándose de Yavé»
(Os 1,2). Dios manda a Oseas obrar una Justicia. Y ese mandamiento no
es un pecado a los ojos de Dios. Y Oseas no pecó buscando una prostituta
y engendrando hijos de ella, porque estaba cumpliendo la Voluntad de
Dios, en la cual nunca hay pecado.
Y este es el Misterio de la Fe: por ley divina no se puede ir en contra del sexto mandamiento: «no adulterarás». Y esa ley está inscrita en el corazón de cada hombre.
Por ley divina, nadie puede matar a otro hombre, no puede ir en contra del quinto mandamiento: «no matarás».
Sólo
por Voluntad de Dios se puede realizar una acción que es un pecado
contra la ley de Dios. Y este es el Misterio de la Fe, que vivió
Abraham, que vivió Oseas, y que Cristo obró en Su Muerte.
Cristo
obra Su Muerte: Su Padre le pide morir en la Cruz. La Voluntad del
Padre es que hay que morir, hay que dejar que los hombres cometan un
pecado. Hay que permitir ese pecado en los hombres.
Pero
el pecado de los hombres no es la obra de Cristo en la Cruz. Cristo va a
la Cruz sólo por Voluntad de Su Padre, no por el pecado de los hombres,
que lo quieren matar.
Cristo va a a la muerte por una sola razón: porque lo quiere Su Padre.
Y el querer del Padre está por encima de toda ley divina. Y aquí comienza el Misterio de la Fe.
La
Fe no es sólo cumplir unos mandamientos, unas leyes, unas normas
litúrgicas, sino que es obrar una Voluntad Divina en cada alma, en cada
hombre.
Los hombres suelen acomodarse a las leyes, a las normas, a las tradiciones, y se olvidan de que la Fe es algo más que todo eso.
Por eso, el Señor decía: «Si tuviereis fe como un granito de mostaza, diríais a este monte: vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible»
(Mt 17, 20). Cuando Dios muestra Su Voluntad, no hay imposibles para
los hombres. Cuando Dios da Su Voluntad, el hombre lo puede todo en
Dios.
Por eso, el hombre tiene que ir hacia este Misterio de la Fe. Y sólo se puede ir en el camino de Cristo: en la Cruz.
Cuanto más un alma en Gracia
comprende que lo humano no sirve para ir al Cielo, entonces más se mete
en el misterio de la Fe. Y Dios puede pedirle cosas como a Abraham y a
Oseas. Dios no da esta Voluntad a cualquier hombre y, menos, a un hombre
que vive en sus pecados. Dios da esta Voluntad a hombres que viven en
Gracia y que son espirituales, que no son carnales, que no son para lo
humano, para lo material de la vida, sino que han sabido desprenderse de
todas las cosas humanas, para ponerse sólo en lo que agrada a Dios.
Vivimos
en un mundo que ha puesto la vida humana por encima de la ley divina. Y
quiere hacer las obras de Abraham y de Oseas, pero sin la Voluntad de
Dios. Esto es a lo que lleva siempre el demonio: a imitar las obras de
Cristo, las obras de Dios. El demonio es maestro en esto desde el
principio de su pecado.
Porque
su pecado consistió en ver las obras de Dios e imitarlas sin Dios, sin
la Voluntad de Dios, sin el consentimiento divino. Y, por eso, lleva a
los hombres hacia el pecado visto como algo bueno, como un valor, como
una verdad en la vida.
Abrahan
y Oseas obraron la Verdad, pero en la Voluntad de Dios. Muchos hombres
obran eso, pero fuera del querer divino. Obran sin fe; es decir, obran
con su inteligencia humana, que la han puesto por encima de la Mente
Divina.
Cristo
vino a hacer la Obra de Su Padre, Su Voluntad. Y esa Obra sólo es
conocida por Cristo, no pos los hombres en la Iglesia. Y, por eso, de
nadie es la Iglesia. Sólo le pertenece a Cristo.
Que
nadie venga a querer cambiar la doctrina de Cristo con su mente humana,
con sus ideas comunistas, marxistas, protestantes, masónicas, que es lo
que da Francisco cada día, que es su predicación.
Y el tiempo de Francisco se termina: «El
reinado en la Casa de Pedro será corto, y pronto Mi amado Papa
Benedicto guiará a los hijos de dios desde su lugar de exilio. Pedro, Mi
Apóstol, el fundador de Mi Iglesia en la Tierra, lo guiará en los
últimos días difíciles, mientras Mi Iglesia lucha por Su Vida» (Viernes Santo, 29 de marzo del 2013).
Francisco
deja el cisma dentro de la Iglesia: un Obispo sin Cristo en su corazón.
Un Obispo para el mundo, sin la Vida de Fe, sin el Amor de Dios, sin la
Verdad del Espíritu. Un hombre que no cree en Dios, no puede conocer lo
que es bueno y lo que es malo. Francisco sólo cree en su dios, que es
su pensamiento humano. Y, por eso, cada día dice sus barbaridades, que
muchos aplauden, que muchos hacen propaganda. Y ya no saben cómo ocultar
algunas cosas, que son tan manifiestas en el hereje de Francisco, sólo
por temor a oponerse a ese hombre, que sólo sabe usar palabras baratas y
blasfemas, pero que no tiene ninguna inteligencia.
Seguís
a un idiota porque teméis su autoridad Y su autoridad es lo más
estúpido que hay en la Iglesia: un poder humano que él mismo se ha dado
en la Iglesia. Ha puesto su gobierno para decirse a sí mismo: aquí estoy
yo; yo soy el que voy a dar de comer a todos los hombres; yo soy el que
voy a solucionar los problemas de todos los hombres; yo y la revolución
de mi estúpida ternura para con los hombres, con mi insulso lenguaje
del corazón; yo con los mocos que se me caen de mi narices cuando hablo
de amor a los hombres, eso es el camino para la iglesia.
Francisco
es un hombre sin ley divina, sin norma de moralidad, con un lenguaje
humano que es su basura ideológica. ¿Y obedecéis a ese subnormal?
Cristo
no ha puesto a Francisco en Su Iglesia. Han sido los hombres. Y estos
van en serio dentro de la Iglesia: van a echar a Cristo de la Iglesia. Y
van a matar a la Iglesia, como hicieron con Cristo. Y quien no quiera
creer, es que vive de ilusiones en la Iglesia.