La Beata Laura Vicuña y el Cardenal Kasper –
Por Christopher Fleming
El jueves 6 marzo tuve la dicha de asistir a
la presentación en Murcia del libro Al Cielo con Calcetines Cortos de Javier
Paredes. El libro es la “secuela” de otro, titulado Santos de Pantalón Corto.
En este librito (se lee en un par de horas) se relatan las vidas de los cuatro
niños santos de la Iglesia, excluyendo a los mártires: Santo Domingo Savio y
los beatos Laura Vicuña y Jacinta y Francisco de Fátima. [1] La historia de la
beata Laura Vicuña, que antes de leer el libro de Don Javier desconocía, me ha
conmovido profundamente, y creo que mis lectores también la apreciarán. Al leer
su biografía, hábilmente narrada por el autor, he tomado conciencia de mi
propia indignidad. ¡Qué tibio soy en comparación con esta niña! ¡Qué poco he
dado al Señor y qué poco he sufrido por amor a Él!
Laura Vicuña nace en Santiago de Chile en
1891. Su padre muere cuando tiene tan sólo dos años y la madre decide cruzar
los Andes hasta Argentina en busca de un futuro mejor. Al encontrarse en una
situación desesperada se junta con un hombre en unión libre, un hombre violento
que intentará abusar de Laura; al ver como sus avances son rechazados le
propinará terribles palizas. La madre manda a sus dos hijas a un colegio de
salesianas en Junín. Ahí Laura es feliz y progresa rápidamente, no sólo en sus
estudios básicos, sino también espiritualmente. Un día en clase de catequesis,
al oír la doctrina sobre el matrimonio, se entera de que su madre vive en
pecado. El susto es tan grande que la pobre niña se desmaya, y desde ese momento
ofrece todo tipo de sacrificios y sufrimientos por la salvación de su madre.
Con el permiso de su confesor se somete a diversas mortificaciones, como meter
en su cama trozos de ladrillo, echar ceniza a su sopa, y llevar cilicio los
sábados. Hace su Primera Comunión a los diez años, y como era costumbre,
escribe sus propósitos de vida:
“Primero:
¡Oh Dios mío, quiero amaros y serviros toda mi vida: por eso os doy mi alma, mi
corazón, todo mi ser! Segundo: Quiero morir antes que ofenderos con el pecado;
por eso, desde hoy, me mortificaré en todo lo que me pudiera apartar de vos.
Tercero: Propongo hacer cuanto sepa y pueda para que seáis conocido y amado y
reparar las ofensas que recibáis todos los días de los hombres, particularmente
de las personas de mi familia. ¡Dios mío, dadme una vida de amor, de
mortificación, de sacrificio!”
Parece increíble que una criatura de apenas
diez años fuera capaz de tanta madurez, de tanta generosidad espiritual. Sin
embargo, Laura se da cuenta de que ni siquiera estas mortificaciones sirven,
por lo que el 13 de febrero de 1902 consigue el permiso de su confesor para
ofrecer su propia vida a cambio de la conversión de su madre. Al poco de
realizar este ofrecimiento su salud deteriora, y en julio de 1903 (pleno
invierno ahí) el río se desborda e inunda el colegio. Laura coge un resfriado
grave y tiene que ser devuelta a la hacienda donde vive su madre, para morir
ahí el 22 de enero del año siguiente tras una larga agonía. En su lecho de
muerte le confía a su madre:
“Hace
dos años ofrecí por ti la vida… para obtener la gracia de la conversión… Mamá,
antes de morir, ¿No tendré la dicha de verte arrepentida?”
Su madre, al darse cuenta de que su hija
muere por su pecado, le jura dejar al hombre con el que vive. Al morir Laura la
madre se confiesa y se escapa de su “protector”; tiene que huir bajo un nombre
falso y pasar penurias, pero desde ese momento vive santamente. Laura Vicuña
fue beatificada por Juan Pablo II en 1988, y es patrona de los niños víctimas
de abusos.
Una de las lecciones que nos enseña la vida
de esta niña extraordinaria es la malicia del pecado y el horror que le debemos
tener todos los católicos. Hoy en día se suelen relativizar muchos pecados,
sobre todo los pecados contra la pureza. Se habla de la necesidad pastoral de
ser misericordiosos con los católicos que se han divorciado y viven con otra
pareja en estado de adulterio. Siempre hay que ser misericordioso, de eso no
cabe duda. Sin embargo, no hay que confundir la misericordia con la
permisividad. Si realmente odiamos el pecado, como lo odiaba la beata Laura
Vicuña, una muestra de misericordia cristiana será hacer todo lo que está en
nuestras manos para conseguir que las personas que viven en pecado vuelvan al
Señor. Si somos misericordiosos con los que viven en adulterio, jamás les
reafirmaremos en su pecado, sino que les animaremos en todo momento a la
conversión.
Mi admirado Padre Carota, en su blog Traditional
Catholic Priest, escribe sobre las obras de misericordia espirituales, que
son especialmente aptas para el tiempo de Cuaresma.
“El
hecho crucial que ignoran los comunistas, socialistas y católicos modernistas
es que el hombre está compuesto de cuerpo y alma. Así que cuando tenemos
compasión y queremos actuar con misericordia, debemos mirar al Creador de
nuestro cuerpo y alma. Entonces veremos con claridad que todo el sufrimiento
físico y espiritual es por la rebelión contra Dios. El desorden social y
familiar es por quebrantar Sus leyes amorosas. Hace poco un acólito de la Misa
Tradicional me dijo que su padre se acababa de casar en segundas nupcias con
una mujer con dos hijas. Su madre se va a casar con otro hombre. Este chiquillo
merece nuestra compasión, por tener que lidiar con dos casas, dos nuevos
padrastros y dos hermanastras. Es todo
menos normal o saludable para un niño tener que estar en esa situación. Con
siete años de edad, no se puede culpar al niño por su sufrimiento. No, es culpa
del pecado de sus padres. Han mantenido relaciones sin el sacramento permanente
del matrimonio; se han peleado y separado; se han rejuntado con otras parejas.
Y los niños pequeños sufren sin límites.”
“¿Dónde
están la compasión y la misericordia por los niños de parejas divorciadas y
vueltas a casar? … ¿Y qué pasa con las estadísticas escalofriantes de abusos
sexuales a manos de sus padrastros? Tengo que escuchar estas cosas una y otra
vez, y tengo que intentar ayudar a las chicas y mujeres a superar heridas
profundas. ¿Dónde está la compasión para con una sociedad rota, llena de
delincuentes, fruto de familias desestructuradas y madres solteras? Que esta
Cuaresma estudiemos y recemos, para poder apreciar la sabiduría de Dios; que
entendamos como nuestros pecados personales causan sufrimiento. Utilicemos esta
sabiduría divina para afrontar las consecuencias sociales, familiares y
religiosas de nuestros pecados. Esto sería verdadera compasión y misericordia.
Sólo “amar al pecador”, pero dejar que siga destruyéndose, que siga destruyendo
a su familia y la sociedad, no es ni compasivo ni misericordioso.”
En fuerte contraste con la verdadera
misericordia católica está el Cardenal
Kasper, quien recientemente abogó a favor de permitir la comunión para los
divorciados que se han vuelto a casar. Entre sus razones está “la misericordia
hacía el pecador”, sin mencionar siquiera que los católicos que viven con
alguien que no es su esposo están en pecado mortal, según enseña Nuestro Señor:
“Si un hombre se divorcia de su esposa y se
casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una divorciada, también
comete adulterio. (Lucas 16:18)”
En su discurso del mes pasado en el
consistorio de la Familia en el Vaticano, ante 150 cardenales y el Papa, este
cardenal dijo una cosa y su contraria. Primero afirmó:
“Nuestra posición hoy no puede ser la de la
adaptación liberal al status quo, sino una posición radical que nos lleve a
nuestros orígenes, es decir, al Evangelio.”
Pero a continuación dijo que si una persona
que se ha divorciado y vuelto a casar se
arrepiente del fracaso de su primer matrimonio y si hace lo mejor que puede
para vivir las posibilidades del segundo matrimonio sobre la base de la fe y
criar a los hijos en la fe, se preguntó: ¿debemos o podríamos negarle, luego de
un periodo de una nueva orientación, el sacramento de la penitencia y luego la
Comunión? Es un caso claro de querer cuadrar el círculo; a la vez guardar
los Mandamientos y hacer lo que te da la gana. Todo lo opuesto de lo que debe
ser el magisterio: enseñar a los católicos a ser fieles al Señor. La misericordia que predica Kasper es una
falsa misericordia. Es buscar una vida cristiana sin sufrimiento; querer
verdadero amor sin fidelidad; alcanzar la Resurrección sin pasar por la Cruz.
Si pudiera hablar con el Cardenal Kasper, le
sugeriría que leyera la vida de la beata Laura Vicuña; que meditara sobre la
gravedad del adulterio y los estragos que ha causado la normalización de este
pecado en la sociedad. Quizás si reflexionara sobre la vida y muerte de esta
niña, sobre el horror que debemos tener al pecado, no hablaría tan a la ligera
sobre admitir a los adúlteros a la comunión. Si realmente tuviera misericordia
de las personas que están en esta situación, se desviviría por sacarlas de su
miseria, por conseguir su conversión, igual que hizo la beata Laura Vicuña. No
les engañaría diciendo que pueden seguir pecando y comulgar tranquilamente. Es
fácil engañar a la gente (sobre todo cuando quiere ser engañada), pero de Dios nadie
se mofa.
NOTAS
[1]
El autor, por la razón que sea, se olvidó de la beata Imelda Lambertini (1320-1333), patrona de los niños de
Primera Comunión.
Visto en: http://tradiciondigital.es/
Agradecemos a nuestra
muy estimada amiga Maite C por acercarnos el artículo
Nacionalismo Católico San Juan Bautista