Boudou es nuestro – Por María Zaldívar
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El
único sentido que se le puede otorgar a los sucesos negativos de la
vida es capitalizarlos como experiencia. El procesamiento del
vicepresidente de la Nación es, sin lugar a dudas y más allá de cómo
termine, un hecho tan histórico como lamentable. La Argentina, una vez
más como en las últimas décadas, vuelve a ganar la tapa de los diarios
del mundo por un escándalo. Venimos siendo noticia porque nos negamos a
pagar nuestras deudas y lo festejan los legisladores en el recinto;
porque incumplimos los acuerdos comerciales celebrados con otros países;
porque tenemos uno de los mayores índices de inflación del mundo;
porque el vandalismo se apodera de nuestras calles ante la mirada
impasible de las fuerzas de seguridad; y ahora, porque el presidente del
Senado es acusado de corrupción y cohecho.
Metabolizadas la bronca del oficialismo y la satisfacción del
resto, es hora de hacerse cargo, no de la culpa que no sirve para nada
sino de las responsabilidades que nos caben. El 54% de nosotros eligió a
Amado Boudou, le dio mandato, lo hizo vicepresidente. Seguramente una
proporción no menor de ese lote puebla hoy las marchas contra la
política oficial. Entonces, que no empiecen las excusas porque aún en
2011 cualquiera que quisiera podía ver en Boudou el impresentable que
es.
En el reparto social de roles, el periodismo se ocupa de describir
la realidad y, como una suerte de foco, intenta iluminar los desvíos
para que, quienes tienen la posibilidad y el mandato de operar sobre los
hechos, modifiquen el rumbo. Ellos son, concretamente, la política y la
justicia.
Hace años que me dí por vencida con el kirchnerismo y, por
extensión, con el peronismo puro. No tienen arreglo, en esencia, porque
no quieren tenerlo; porque se aferran a sus errores y a una retórica
falaz que declama su amor por los pobres pero que no ha hecho otra cosa
más que multiplicarlos para usarlos. Un día decidí no invertir más
tiempo en describir sus inconductas y dedicarlo a la porción de la
sociedad que, equivocada pero de buena fe, lo consume.
El peronismo alentó la inmadurez social; ante cada fracaso
colectivo liberó a la gente de la responsabilidad y le señaló un
culpable. Así, los argentinos nos acostumbramos a ir por la vida sin
mochilas. La deuda es producto de los malos de afuera que nos prestan
plata; la pobreza, de los ricos que no reparten; la delincuencia deviene
de la desigualdad y así sucesivamente. Carlos Menem nos engañó y
Fernando De la Rúa también. A Boudou no le conocíamos el “pedigree” y
hasta que apareció Jorge Lanata nadie sabía que la gente se muere de
hambre en varias provincias.
Es una receta cómoda pero no parece haber resuelto los problemas.
Lejos de eso, nuestras instituciones están heridas de muerte; el
público, y con razón, no cree en su dirigencia; es difícil imaginar un
poder político más desacreditado que el actual; los empresarios gozan de
una bien ganada desconfianza pues se les achaca haber colaborado con el
sistema de corrupción instalado; la justicia no escapó a la debacle y
se toma como habitual que las causas complicadas no se resuelvan nunca o
demoren décadas. Nadie cree en nada en la Argentina, tanto que la
sociedad ha depositado en el periodismo la función de controlar a los
poderes del Estado.
Es hora de que nos hagamos cargo del rumbo que lleva la Argentina,
que nos hagamos cargo de Amado Boudou; Boudou es producto nuestro. Las
cosas no pasan porque sí. Este escalar de la corrupción no es súbito, es
un proceso lento que implica la complicidad de millones de personas
que, por acción u omisión, han acompañado y que hoy desemboca en un
vicepresidente con semiplena prueba de ser un delincuente.
Los menemistas se conforman diciendo que el kirchnerismo robó mucho
más; los radicales aducen “yo no fui”; el PRO suele silbar y mirar para
el costado cuando de definiciones categóricas se trata. Pero ninguno
está en condiciones de arrojar la primera piedra. Si no acompañaron
estatizaciones aberrantes o proyectos invotables, protagonizaron
ausencias estratégicas a sesiones clave.
Es altamente improbable que de cualquiera de ellos salga quien nos
diga y nos haga decir la verdad porque la buena costumbre debería
empezar por casa y ningún dirigente político está dispuesto a abandonar
sus privilegios de casta. Por eso, otra vez, el periodismo deberá tomar
la posta. Como dijo George Orwell, “periodismo es difundir aquello que
alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda. Su función es
poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto,
molestar”.
Desde esta columna esa es la propuesta. Molestar al ciudadano de
bien diciéndole que no se pasa de Juan Bautista Alberdi a Boudou en una
sola movida. Hay estaciones intermedias en las que muchos de los
indignados de hoy, se bajaron. Cada uno que baraja una prebenda, cada
uno que aprovecha la laxitud del sistema para “hacer la suya”, remó
hacia estas costas, sin querer probablemente, inconscientemente, sin
identificar que la acción aislada también suma.
Hoy, que no queda margen para hacerse el distraído, deberíamos probar aplicando la receta de la responsabilidad individual.
Fuente: http://www.mariazaldivar.net/