
JORDAN BRUNO GENTA
Del nacionalismo argentino, durante su basta trayectoria y actividad, han surgido un sinnúmero de maestros y revisionistas dedicados a elevar el sano pensamiento humano y recordar las verdades de nuestra historia patria. Han sido todos ellos, formadores de probada solvencia moral y capacitados por una sabiduría ejemplar, transformando en escuelas culturares necesarias para la formación de la ARGENTINIDAD. A Jordán Bruno Genta recordaremos hoy colgando al blog su magnífica obra "EL FILOSOFO Y LOS SOFISTAS",un eximio pensador católico, nacido en 1909 y asesinado durante el proceso invasor marxista-leninista "setentista" en 1974, entregando su vida en defensa de Dios y su patria. Creemos en esta obra ver desplegados los valores elementales e inmutables de la formación Católica, fijando el auténtico amor a la Patria. Esperamos con este trabajo poder contribuir a la difusión de tan antiguos y clásicos pensamientos que son todos coincidentes a lo enseñado por lo TRADICIONAL DE NUESTRA SANTA MADRE IGLESIA.
Nota preliminar a la segunda edición
La primera edición de este libro vio la luz en Buenos Aires, en 1949. Desde entonces, varias generaciones de docentes y de alumnos han continuado abrevando en sus páginas -hoy inhallables- consideradas por muchos como una de las mejores introducciones al filosofar. Así es que en los últimos años los pedidos de una reedición fueron en aumento. Se imponía, pues, abocarse a la tarea de preparar una segunda edición convenientemente actualizada y revisada. Al revisar el texto de 1949 nos encontramos con la necesidad de formular algunas aclaraciones. En primer lugar, los textos de Platón.
La versión más utilizada por Genta es la de Patricio de Azcárate Corral, el gran helenista español cuya traducción de las Obras Completas de Platón se publicó en Madrid entre los años 1871 a 1872 sumando en total once volúmenes. Hemos hallado en la biblioteca particular de Genta una edición de la traducción de Azcárate, en cuatro volúmenes, editada por Anaconda, en Buenos Aires, en 1946 2, cuyas páginas testimonian el uso abundante y frecuente con extensos pasajes subrayados y algunas anotaciones marginales. Sin embargo, no ha sido la versión de Azcárate la única pues hemos encontrado entre los libros de Genta el tomo VIII de la versión bilingüe, griego francés, de las Obras Completas de Platón de Auguste Diès 3, que contiene el diálogo Parménides , también debidamente subrayado y anotado. Es preciso advertir que, con arreglo a criterios actuales, el texto de Platón traducido por Patricio de Azcárate dista mucho de la excelencia; en efecto, procede de ediciones francesas, es anterior a las ediciones críticas en griego hoy reconocidas e, incluso, contiene errores de traducción. No obstante no se han de quitar méritos a esta obra. De hecho, la versión de Azcárate tuvo una enorme difusión en el mundo hispanohablante y, por años, fue casi la única. Transmite un conocimiento de los textos platónicos que si bien para los críticos
1 JORDÁN B. GENTA , El Filósofo y los sofistas. Curso de Introducción a la Filosofía. Diálogos socráticos de Platón, Talleres Gráficos Lumen, Buenos Aires, 1949. 2 PLATÓN , Obras Completas . Traducción de Patricio de Azcárate, Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1946. Cuatro tomos. 3 PLATÓN , Oeuvres Complétes , Tome VIII, 1º Partie, Parménide , Texte etabli et traduit par Auguste Diès, París, Société d’édition “Les Belles Lettres”, 1923.
y los especialistas resulta, a todas luces, deficiente, en esencia es válido y permite una adecuada aproximación para el que quiera internarse en el fascinante mundo del pensamiento de Platón sin las exigencias del crítico y del especialista. Por este motivo desechamos la primitiva idea de sustituir los textos citados en el original por los correspondientes de otras versiones más actualizadas o de reconocida excelencia. Tal procedimiento hubiera sido, por otra parte, una indebida intromisión en obra ajena. Además, Genta tenía a su disposición, en la época en que redactó estas lecciones, otras versiones de los textos platónicos -ya mencionamos la francesa de Auguste Diès- a las que conocía, y si no echó manos de ellas es porque consideró que a los fines de sus propósitos la versión utilizada era suficiente. No obstante hicimos un cotejo con otras versiones. En primer lugar, hemos tenido a la vista la magnífica versión italiana de Giovanni Reale 4 la que nos sirvió, en todos los casos, de guía para precisar cada cita conforme a la paginación de Henricus Stephanus de uso universal en la versión moderna de las obras platónicas. Hemos utilizado, además, la edición griego española del diálogo Protágoras realizado sobre la versión inglesa de J. Burnet por J. Velarde 5. Otro texto que nos ha guiado es la versión española de La República de José Antonio Miguez 6. Sumamos a éstas, las versiones españolas de Apología , Critón , Laques y Fedón de María Juana Ribas reunidas en un único volumen con un Estudio preliminar de María J. Ribas y A. González 7. En la red, en el sitio web Akademos , hemos podido consultar las versiones inglesas del Fedón , el Banquete y la Apología , realizada por Benjamín Howet como parte del proyecto Gutemberg 8. Al realizar estos cotejos confirmamos la impresión inicial respecto de que la vieja versión de Azcárate, mayoritariamente utilizada por Genta, se adaptaba a los propósitos del texto por lo que la mantuvimos sin cambio alguno.
4 PLATONE , Tutti gli scritti . Edittore GIOVANNI REALE , Rusconi, Milano, 1991. 5 PLATÓN , Protágoras . Versión bilingüe griego español. Edición de J. BURNET , Oxford, 1903. Traducción española de J. VELARDE . Pentalfa Ediciones, Clásicos El Basilisco, Oviedo, 1980. 6 PLATÓN , La República . Prólogo y traducción del griego de JOSÉ ANTONIO MIGUEZ , Aguilar, Madrid, tercera edición, 1968. 7 PLATÓN , Diálogos . Estudio preliminar de MARÍA J. RIBAS y A. GONZÁLEZ . Traducción de MARÍA JUANA RIBAS . Editorial Bruguera, Barcelona, 1975. 8 Véase Akademos , http://www.galeon.com/filoesp/Akademos7obras/index.htm
Otro problema a considerar fue el de la autenticidad del diálogo Alcibíades , atribuido a Platón, a cuyo detenido análisis dedica Genta la segunda parte del libro. Como sabemos, en general, las versiones actuales de las Obras Completas de Platón ya no incluyen este Diálogo pues la mayoría de los críticos actuales lo ha declarado no auténtico. Pero, al respecto, se ha de señalar que tanto la versión de Azcárate como algunas versiones francesas a la que Genta tenía acceso -y que seguían la antigua tradición de atribuir el Diálogo a Platón-, sí lo incluían. Entre estas últimas, por ejemplo, las versiones de Mauice Croiset 9, la de L. Robin 10 y la publicada bajo el patrocinio de la Association G. Budé 11 . Por otra parte, la cuestión de la autenticidad de este Diálogo se plantea ya en la primera mitad del siglo XIX, primero por obra del filósofo alemán F. Schleiermacher y, posteriormente, por la de otros comentaristas fundamentalmente alemanes. De manera que en la época en que Genta escribe su libro el asunto era bien conocido y no podemos presumir que nuestro autor ignorara la cuestión. De hecho, el mismo Croiset, en el volumen mencionado, discute el problema y rechaza la tesis de la no autenticidad de los críticos alemanes 12 . Simplemente, no lo tuvo en cuenta pues para el objeto de sus reflexiones la cuestión crítica carecía de relevancia. Esta es la opinión de Caturelli quien al respecto escribe: “No debe pensarse que nuestro autor procedía con ligereza […] Seguramente, Genta no tuvo en cuenta estos problemas de cronología y autenticidad de los diálogos platónicos, que de ningún modo afectan su reflexión 13 ”. Téngase presente, además que aún no siendo auténtico, el Alcibíades es inequívocamente “platónico” y contiene las claves fundamentales de la filosofía platónica a tal punto que ha sido y sigue siendo considerado como la obligada iniciación al pensamiento de Platón y de su maestro, Sócrates 14 . Otra cuestión que nos planteó el texto de la primera edición fue el rastreo de numerosas citas que, o bien no consignaban la fuente, o
y los especialistas resulta, a todas luces, deficiente, en esencia es válido y permite una adecuada aproximación para el que quiera internarse en el fascinante mundo del pensamiento de Platón sin las exigencias del crítico y del especialista. Por este motivo desechamos la primitiva idea de sustituir los textos citados en el original por los correspondientes de otras versiones más actualizadas o de reconocida excelencia. Tal procedimiento hubiera sido, por otra parte, una indebida intromisión en obra ajena. Además, Genta tenía a su disposición, en la época en que redactó estas lecciones, otras versiones de los textos platónicos -ya mencionamos la francesa de Auguste Diès- a las que conocía, y si no echó manos de ellas es porque consideró que a los fines de sus propósitos la versión utilizada era suficiente. No obstante hicimos un cotejo con otras versiones. En primer lugar, hemos tenido a la vista la magnífica versión italiana de Giovanni Reale 4 la que nos sirvió, en todos los casos, de guía para precisar cada cita conforme a la paginación de Henricus Stephanus de uso universal en la versión moderna de las obras platónicas. Hemos utilizado, además, la edición griego española del diálogo Protágoras realizado sobre la versión inglesa de J. Burnet por J. Velarde 5. Otro texto que nos ha guiado es la versión española de La República de José Antonio Miguez 6. Sumamos a éstas, las versiones españolas de Apología , Critón , Laques y Fedón de María Juana Ribas reunidas en un único volumen con un Estudio preliminar de María J. Ribas y A. González 7. En la red, en el sitio web Akademos , hemos podido consultar las versiones inglesas del Fedón , el Banquete y la Apología , realizada por Benjamín Howet como parte del proyecto Gutemberg 8. Al realizar estos cotejos confirmamos la impresión inicial respecto de que la vieja versión de Azcárate, mayoritariamente utilizada por Genta, se adaptaba a los propósitos del texto por lo que la mantuvimos sin cambio alguno.
4 PLATONE , Tutti gli scritti . Edittore GIOVANNI REALE , Rusconi, Milano, 1991. 5 PLATÓN , Protágoras . Versión bilingüe griego español. Edición de J. BURNET , Oxford, 1903. Traducción española de J. VELARDE . Pentalfa Ediciones, Clásicos El Basilisco, Oviedo, 1980. 6 PLATÓN , La República . Prólogo y traducción del griego de JOSÉ ANTONIO MIGUEZ , Aguilar, Madrid, tercera edición, 1968. 7 PLATÓN , Diálogos . Estudio preliminar de MARÍA J. RIBAS y A. GONZÁLEZ . Traducción de MARÍA JUANA RIBAS . Editorial Bruguera, Barcelona, 1975. 8 Véase Akademos , http://www.galeon.com/filoesp/Akademos7obras/index.htm
Otro problema a considerar fue el de la autenticidad del diálogo Alcibíades , atribuido a Platón, a cuyo detenido análisis dedica Genta la segunda parte del libro. Como sabemos, en general, las versiones actuales de las Obras Completas de Platón ya no incluyen este Diálogo pues la mayoría de los críticos actuales lo ha declarado no auténtico. Pero, al respecto, se ha de señalar que tanto la versión de Azcárate como algunas versiones francesas a la que Genta tenía acceso -y que seguían la antigua tradición de atribuir el Diálogo a Platón-, sí lo incluían. Entre estas últimas, por ejemplo, las versiones de Mauice Croiset 9, la de L. Robin 10 y la publicada bajo el patrocinio de la Association G. Budé 11 . Por otra parte, la cuestión de la autenticidad de este Diálogo se plantea ya en la primera mitad del siglo XIX, primero por obra del filósofo alemán F. Schleiermacher y, posteriormente, por la de otros comentaristas fundamentalmente alemanes. De manera que en la época en que Genta escribe su libro el asunto era bien conocido y no podemos presumir que nuestro autor ignorara la cuestión. De hecho, el mismo Croiset, en el volumen mencionado, discute el problema y rechaza la tesis de la no autenticidad de los críticos alemanes 12 . Simplemente, no lo tuvo en cuenta pues para el objeto de sus reflexiones la cuestión crítica carecía de relevancia. Esta es la opinión de Caturelli quien al respecto escribe: “No debe pensarse que nuestro autor procedía con ligereza […] Seguramente, Genta no tuvo en cuenta estos problemas de cronología y autenticidad de los diálogos platónicos, que de ningún modo afectan su reflexión 13 ”. Téngase presente, además que aún no siendo auténtico, el Alcibíades es inequívocamente “platónico” y contiene las claves fundamentales de la filosofía platónica a tal punto que ha sido y sigue siendo considerado como la obligada iniciación al pensamiento de Platón y de su maestro, Sócrates 14 . Otra cuestión que nos planteó el texto de la primera edición fue el rastreo de numerosas citas que, o bien no consignaban la fuente, o
9 PLATON , Oeuvres Complétes , tomo I; texte établi et traduit par MAURICE CROSET , Les Belles Lettres, París, 1925. 10 PLATON , Oeuvres Compétes , traduction nouvelle et notes par L. ROBIN , 2 volúmenes, Bibliotheque de la Pleïade, Gallimard, París, 1940, 1942. 11 PLATON , Oeuvres Complétes , Collection des les Universités de France, publiées sous le patronage de l’Association G .Budé. Les Belles Lettres, 13 vols., París, 1920 y ss. 12 PLATÓN , Oeuvres Complétes , tomo I, texte établi et traduir par MAURICE CROSET …, o. c. pp. 49-59. 13 ALBERTO CATURELLI , Jordán Bruno Genta, Filósofo , “Gladius”, 61 (2004), pp. 173-185. 14 Respecto de la autenticidad del Diálogo Alcibíades , la discusión sigue abierta. Algunos trabajos han vuelto a proponer la tesis de su autenticidad. Ver al respecto: ANDRÉ MOTTE , Pour l’authenticité du Premier Alcibiade , “La Antiquité classique”, 30 (1961), pp 5-32. lo hacían sólo de manera incompleta. Este aparente “descuido” en el modo de citar se explica si se tiene en cuenta que el libro recoge el contenido de lecciones orales que eran transcriptas taquigráficamente por alguno de los oyentes y luego, una vez mecanografiadas, sometidas a la corrección del maestro. Éste, a su vez, citaba casi siempre de memoria (tan prodigiosa era esta facultad en él que en sus clases no se valía más que de algunas escasas notas escritas confiando el resto a la memoria). Pues bien, hemos podido -tras no poca paciencia- rastrear la totalidad de las citas aunque, en la mayoría de los casos, no nos ha sido posible hacernos de las versiones utilizadas por el autor y así lo hemos dejado consignado en cada una de nuestras notas a pie de página. Finalmente, hemos introducido algunos muy pocos cambios de palabras o de expresiones. Dichos cambios los señalamos mediante el uso de la tipografía en negrita. Además, hemos añadido a la presente edición, una carta de Coriolano Alberini dirigida al autor en ocasión de la aparición del libro, una Bibliografía y un índice de nombres y de temas. El filósofo y los sofistas es una honda meditación sobre la Sabiduría humana y divina que brilla en el resplandor de su propia luz y en su vigoroso contraste con la sofística. En esta oposición, siempre vigente, se juega sin duda nuestro destino. De allí, pues, la vigencia de estas lecciones cuya nueva lectura nos ha traído el eco de tantas otras que tuvimos el privilegio y la gracia de recoger directamente de los labios del maestro durante largos y fecundos años de discipulado. Por eso nos ha parecido oportuno volver a editarlas y ofrecerlas a la meditación de las nuevas generaciones.
MARIO CAPONNETTO
Buenos Aires, agosto de 2009
MARIO CAPONNETTO
Buenos Aires, agosto de 2009
Prefacio
Se publican en este volumen, las clases de un primer curso de Filosofía –septiembre de 1947 a mayo de 1948– que dicté en mi hogar, en el íntimo y recoleto recinto cuyo decoro y modestia prestigian la cátedra privada de un profesor que fuera alejado de la docencia oficial. Es un privilegio haber podido continuar enseñando en la misma forma en que lo hiciera en los Institutos Nacionales del Profesorado de Paraná y de Buenos Aires y en la Universidad Nacional del Litoral. La Verdad no cambia y su limpio testimonio está por encima de las contingencias adversas. “[...] Si la fortuna te apartare de los primeros puestos de la República; si estuvieres firme y la ayudaras con voces; y si te cerrasen los labios, no descaezcas, ayúdala en silencio que el cuidado del buen ciudadano jamás es inútil, pues siempre hace fruto con el oído, con la vista, con el rostro, con la voluntad, con una tácita obstinación y hasta con los mismo pasos [...] ¿Piensas tú que es de poco fruto el ejemplo del que retirado vive bien? 15 ” Agradezco íntimamente a los amigos y alumnos que siguen mis lecciones por su cordial adhesión y por haberme permitido mantener una humilde escuela de filosofía; una pequeña comunidad al margen de intereses materiales, remontada en la intención y sin rencores que perturban la objetividad del juicio; al servicio de la Patria en el esclarecimiento de las ideas que determinan nuestra mentalidad, de los errores que nos esclavizan y de la Verdad que nos hace libres. Jordán B. Genta.
Buenos Aires, enero de 1949.
15 LUCIO ANNEO SÉNECA , De la tranquilidad del alma , IV. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.
Buenos Aires, enero de 1949.
15 LUCIO ANNEO SÉNECA , De la tranquilidad del alma , IV. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.
PRIMERA PARTE
Nuestra mentalidad de modernos
Del mismo modo que un temblor de tierra devasta y arrasa las ciudades [...] la vida se derrumba, se debilita y pierde su valor, cuando el temblor de los conceptos producido por la «ciencia», priva al hombre de su base de sustentación, de todo aquello que le proporciona la calma y la fe en lo duradero y eterno .
FRIEDRICH NIETZSCHE
LECCIÓN I
El mejor camino que se puede seguir para iniciar el estudio de la filosofía en las condiciones actuales, es el examen de la propia mentalidad, de nuestra manera habitual de ver y entender el mundo y la vida. De este modo se comienza a pensar filosóficamente con la reflexión crítica sobre nuestra mentalidad radicalmente antifilosófica, es decir, conformada en la indiferencia o en el desprecio de la filosofía. Como resultado del ambiente intelectual que nos ha acompañado y saturado desde la cuna, de la educación escolar recibida, de los libros y periódicos más leídos, del cine más visto y de las opiniones más escuchadas, prevalece en cada uno de nosotros, una concepción del mundo y de la vida que traduce con más o menos vulgaridad, el punto de vista de la ciencia de la naturaleza con sus sistema de leyes exactas, sus hipótesis mecanicistas y su ingente material de hechos experimentales, prolijamente medidos y clasificados. Es notorio que desde el Renacimiento (siglos XV y XVI), ese tipo de representación mecánica, amorfa e indiferente que resuelve todas las cosas en un juego ciego de masas, corpúsculos o átomos que se mueven y en un registro de escalas graduadas; es notorio, repito, que ese tipo de representación de la Naturaleza que la muestra como “un libro escrito con caracteres geométricos 16 ”, ha ido sustituyendo la antigua versión de un libro de la Naturaleza escrito con caracteres significativos, de una realidad interior, orgánica y superior, llena de intención y de sentido espiritual. Un joven discípulo de la Academia de Platón (siglo IV a. C.) o de la Universidad de París (siglo XIII), cuando abría los ojos en el amanecer de su inteligencia especulativa, contemplaba absorto un mundo maravilloso; sabía captar por abstracción o por sugerencia de lo sensible mismo, la palpitante intimidad de los seres debajo de la superficie material, inerte y opaca: la forma, la esencia pura, que define la sustancia de las cosas y hace que el agua sea agua, que la plata sea plata y que el alma sea alma. Su mirada intelectual, formada en el hábito de lo esencial y sustantivo, sabía distinguir un mundo superior donde cada estrella da su nota justa y la celestial armonía renueva los mismos acordes sin detenerse jamás para celebrar la Creación y agradecer a la divina mano que discurre eternamente sobre el fúlgido teclado; y debajo, el mundo inferior, sublunar, demasiado humano, donde la tierra es oscura y el agua es turbia; donde se mezclan necesidades y aventuras, concordias y discordias, luces y sombras. Y también sabía que el conjunto universal de los seres se despliega verticalmente en una escala jerárquica, donde cada uno tiene su lugar propio e intransferible.
16 Alude a la conocida sentencia de Galileo Galilei en su obra Il Saggiatore: “La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, a conocer los caracteres en los que está escrito. Está escrito en lengua matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra; sin ellos es como girar vanamente en un oscuro laberinto” (GALILEO GALILEI , El Ensayador , 6, Buenos Aires, 1981, p. 63).
El joven estudiante de filosofía sabía que todo verdadero estudio sólo se ocupa de la eternidad; y el examen de las cosas fugaces, hasta de aquellas fugacísimas que son una vez y nunca más, lo hacía todavía con referencia a la eternidad. Y de este modo encontraba siempre en la imagen móvil de las apariencias, la inmóvil realidad que buscaba: un mundo de formas y de tipos fijos. Su atención se demoraba en lo eterno del hombre, más bien que en lo circunstancial; y no se le habría ocurrido nunca rebajar al hombre, hasta reducirlo a un producto de las circunstancias, aunque muchas veces no merezca ser otra cosa. En todo sabía reconocer lo superior y lo inferior, lo que es primero y lo que sigue después; la sustancia y los accidentes, el acto y la potencia, la forma y la materia, la causa y el efecto, el fin y los medios. Lo normal era siempre lo mejor; el caso normal era el ejemplar óptimo, el más excelente de su especie, el más acabado y completo. Hubiera abominado de una normalidad de términos medios, de denominadores comunes, de tipos standard . Si ese estudiante viviera en el día de hoy y fuera argentino, diría que el argentino normal, el ciudadano normal de este país es el General San Martín; le parecería un atentado sostener, por ejemplo, que es el Maestro Normal. El hombre normal no es el hombre común que pregonan las épocas ordinarias, pequeñas, pusilánimes. El hombre normal es el santo, el héroe, el filósofo, el poeta, el político; es el gran contemplativo a la manera de San Juan de la Cruz; es el caudillo de raza a la manera de Juan Manuel de Rosas. El joven estudiante de filosofía habría aprendido en la lectura de Aristóteles que “conviene observar la naturaleza en los seres que se han desenvuelto según sus leyes, más bien que en los seres degradados. Supongamos, pues, un hombre en quien sea visible el sello de su naturaleza; porque no hablo de los seres corrompidos o dispuestos a corromperse, en los cuales el cuerpo suele mandar al alma; son viciosos y se conoce que están hechos contra el voto de la naturaleza” 17 . Y tan ajustado criterio de juicio y de valoración para examinar las cuestiones que se le plantearan, le habría permitido apreciar debidamente el lamentable error en que incurre, por ejemplo, el ilustre investigador de la ciencia biológica D. Santiago Ramón y Cajal, cuando escribe sentencioso: “en la naturaleza no hay superior ni inferior, ni cosas accesorias ni principales. Estas jerarquías que nuestro espíritu se complace en asignar a los fenómenos naturales proceden de que, en lugar de considerar las cosas en sí y en su interno encadenamiento, las miramos solamente con relación a la utilidad o al placer que puedan proporcionarnos. En la cadena de la vida todos los eslabones son igualmente valiosos, porque todos resultan igualmente necesarios” 18 . Nuestro joven estudiante habría comentado que ocurre justamente lo contrario y que ese pregonado igualitarismo de los fenómenos de la naturaleza,
17 Política I, 1254 a 32 – 1254 b 2. 18 SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL , Reglas y Consejos sobre Investigación Biológica , pp. 24, 25. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.
esa nivelación de la caída de una hoja y de la rotación de un planeta, no es más que el punto de vista de la ciencia exacta y experimental de los fenómenos. Y ese punto de vista se desentiende de las esencias, de lo que las cosas son en sí mismas, para enfocar sus determinaciones espaciales, sus aspectos mensurables y observables, “sus caracteres geométricos”. Por eso es una ciencia de leyes y no de causas; no explica nada pero describe las regularidades exactas que rigen el curso de los fenómenos y comprueba la serie de los efectos sensibles. El hombre, por medio del conocimiento de las leyes exactas y de las circunstancias eficaces, aísla series de fenómenos y es capaz de reproducirlas experimentalmente. Así, por ejemplo, pasa del agua al hidrógeno y al oxígeno, y de estos últimos a aquella, con sólo conocer la fórmula matemática de su composición química y las condiciones del cambio. Ignora las causas del tránsito pero domina su producción; así como ignora la causa de la atracción de los cuerpos, pero conoce la fórmula exacta que mide esa atracción y domina prácticamente el proceso. El punto de vista de la ciencia exacta y experimental sólo considera la faz aprovechable de las cosas a través de la determinación cuantitativa de sus cambios sensibles; por esto es un conocimiento que finaliza en el uso, en la explotación técnica de la naturaleza para provecho del hombre. Se comprende, pues, que todas las diferencias esenciales, todas las distinciones de rango y de valor, todas las calidades intrínsecas se borren desde una perspectiva científica que recorta las cosas en sus lineamientos espaciales. Y el espacio matemático es homogéneo en todas sus partes, así como todo lo que se determina en la cantidad sólo acusa diferencias de más o de menos. Los cuerpos se presentan en este enfoque matemático, como limitaciones del espacio, como magnitudes determinadas de la extensión. ¿Acaso la física matemática de Copérnico y de Newton, de Galileo y de Descartes, no borra toda diferencia de ser y de rango entre el cielo y la tierra? ¿Acaso no estamos en el cielo como uno de los innumerables granitos de arena del universo que es uno y el mismo en todas partes? Ramón y Cajal, concluiría nuestro joven estudiante, no hace más que repetir en el texto citado, esa manera de ver y de entender el universo que os domina a vosotros, hombres del siglo XX, y lo grave es que hacéis, de esa esquemática y pobrísima imagen, la realidad misma del Universo.
16 Alude a la conocida sentencia de Galileo Galilei en su obra Il Saggiatore: “La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, a conocer los caracteres en los que está escrito. Está escrito en lengua matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra; sin ellos es como girar vanamente en un oscuro laberinto” (GALILEO GALILEI , El Ensayador , 6, Buenos Aires, 1981, p. 63).
El joven estudiante de filosofía sabía que todo verdadero estudio sólo se ocupa de la eternidad; y el examen de las cosas fugaces, hasta de aquellas fugacísimas que son una vez y nunca más, lo hacía todavía con referencia a la eternidad. Y de este modo encontraba siempre en la imagen móvil de las apariencias, la inmóvil realidad que buscaba: un mundo de formas y de tipos fijos. Su atención se demoraba en lo eterno del hombre, más bien que en lo circunstancial; y no se le habría ocurrido nunca rebajar al hombre, hasta reducirlo a un producto de las circunstancias, aunque muchas veces no merezca ser otra cosa. En todo sabía reconocer lo superior y lo inferior, lo que es primero y lo que sigue después; la sustancia y los accidentes, el acto y la potencia, la forma y la materia, la causa y el efecto, el fin y los medios. Lo normal era siempre lo mejor; el caso normal era el ejemplar óptimo, el más excelente de su especie, el más acabado y completo. Hubiera abominado de una normalidad de términos medios, de denominadores comunes, de tipos standard . Si ese estudiante viviera en el día de hoy y fuera argentino, diría que el argentino normal, el ciudadano normal de este país es el General San Martín; le parecería un atentado sostener, por ejemplo, que es el Maestro Normal. El hombre normal no es el hombre común que pregonan las épocas ordinarias, pequeñas, pusilánimes. El hombre normal es el santo, el héroe, el filósofo, el poeta, el político; es el gran contemplativo a la manera de San Juan de la Cruz; es el caudillo de raza a la manera de Juan Manuel de Rosas. El joven estudiante de filosofía habría aprendido en la lectura de Aristóteles que “conviene observar la naturaleza en los seres que se han desenvuelto según sus leyes, más bien que en los seres degradados. Supongamos, pues, un hombre en quien sea visible el sello de su naturaleza; porque no hablo de los seres corrompidos o dispuestos a corromperse, en los cuales el cuerpo suele mandar al alma; son viciosos y se conoce que están hechos contra el voto de la naturaleza” 17 . Y tan ajustado criterio de juicio y de valoración para examinar las cuestiones que se le plantearan, le habría permitido apreciar debidamente el lamentable error en que incurre, por ejemplo, el ilustre investigador de la ciencia biológica D. Santiago Ramón y Cajal, cuando escribe sentencioso: “en la naturaleza no hay superior ni inferior, ni cosas accesorias ni principales. Estas jerarquías que nuestro espíritu se complace en asignar a los fenómenos naturales proceden de que, en lugar de considerar las cosas en sí y en su interno encadenamiento, las miramos solamente con relación a la utilidad o al placer que puedan proporcionarnos. En la cadena de la vida todos los eslabones son igualmente valiosos, porque todos resultan igualmente necesarios” 18 . Nuestro joven estudiante habría comentado que ocurre justamente lo contrario y que ese pregonado igualitarismo de los fenómenos de la naturaleza,
17 Política I, 1254 a 32 – 1254 b 2. 18 SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL , Reglas y Consejos sobre Investigación Biológica , pp. 24, 25. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.
esa nivelación de la caída de una hoja y de la rotación de un planeta, no es más que el punto de vista de la ciencia exacta y experimental de los fenómenos. Y ese punto de vista se desentiende de las esencias, de lo que las cosas son en sí mismas, para enfocar sus determinaciones espaciales, sus aspectos mensurables y observables, “sus caracteres geométricos”. Por eso es una ciencia de leyes y no de causas; no explica nada pero describe las regularidades exactas que rigen el curso de los fenómenos y comprueba la serie de los efectos sensibles. El hombre, por medio del conocimiento de las leyes exactas y de las circunstancias eficaces, aísla series de fenómenos y es capaz de reproducirlas experimentalmente. Así, por ejemplo, pasa del agua al hidrógeno y al oxígeno, y de estos últimos a aquella, con sólo conocer la fórmula matemática de su composición química y las condiciones del cambio. Ignora las causas del tránsito pero domina su producción; así como ignora la causa de la atracción de los cuerpos, pero conoce la fórmula exacta que mide esa atracción y domina prácticamente el proceso. El punto de vista de la ciencia exacta y experimental sólo considera la faz aprovechable de las cosas a través de la determinación cuantitativa de sus cambios sensibles; por esto es un conocimiento que finaliza en el uso, en la explotación técnica de la naturaleza para provecho del hombre. Se comprende, pues, que todas las diferencias esenciales, todas las distinciones de rango y de valor, todas las calidades intrínsecas se borren desde una perspectiva científica que recorta las cosas en sus lineamientos espaciales. Y el espacio matemático es homogéneo en todas sus partes, así como todo lo que se determina en la cantidad sólo acusa diferencias de más o de menos. Los cuerpos se presentan en este enfoque matemático, como limitaciones del espacio, como magnitudes determinadas de la extensión. ¿Acaso la física matemática de Copérnico y de Newton, de Galileo y de Descartes, no borra toda diferencia de ser y de rango entre el cielo y la tierra? ¿Acaso no estamos en el cielo como uno de los innumerables granitos de arena del universo que es uno y el mismo en todas partes? Ramón y Cajal, concluiría nuestro joven estudiante, no hace más que repetir en el texto citado, esa manera de ver y de entender el universo que os domina a vosotros, hombres del siglo XX, y lo grave es que hacéis, de esa esquemática y pobrísima imagen, la realidad misma del Universo.
LECCIÓN II
La concepción mecánica, amorfa e indiferente del mundo y de la vida que define nuestra mentalidad de modernos, tiene su raíz en la función rectora y cada vez más exclusiva que vienen ejerciendo las Matemáticas en todos los dominios del saber humano, desde comienzos del siglo XVII a partir de Descartes y de Galileo principalmente. Y en esta época atómica que parece iniciarse, el hábito de cálculo y experimentación se ha generalizado tanto y ha llegado a ser tan absorbente y abusivo que sólo se admiten los resultados obtenidos por tales métodos, trátese de un problema físico o de un problema moral. Así como todos somos, en mayor o menor medida, lamentablemente marxistas, debemos confesarnos más o menos cartesianos en el sentido de que sólo nos impresionan y convencen los conocimientos de tipo matemático, junto con sus prodigiosas aplicaciones prácticas: “teorías” como la de la gravitación universal, la de las fuerzas eléctricas o la mendeliana de la herencia; y, en su defecto, previsiones estadísticas acerca de la producción, los nacimientos o los suicidios en los próximos años. Es notorio que el espíritu público se tonifica en el día de hoy, con la lectura de cuadrantes y diagramas; y que la fe popular se robustece delante de un adefesio donde se levantan las columnas estadísticas del progreso y del enriquecimiento de la República. El lenguaje de los números ha llegado a ser el más elocuente, el más fuerte y persuasivo, tanto para el miembro titular de una Academia científica, como para la multitud reunida en la plaza pública; es que los números son terminantes, imponentes, irrefutables, al igual que los hechos. Claro está que nadie repara ya que los números son abstracciones vacías e indiferentes de suyo; así como el hecho bruto, material, aquí y ahora, apenas si dura un instante y ya se cambia por otro igualmente precario y fugaz. Nuestro siglo ha instaurado, además, el monopolio pedagógico de las Matemáticas; no solamente el estudio de las diversas ciencias y en los grados sucesivos está vertebrado en las matemáticas, sino que el recurso didáctico universal para enseñar cualesquiera saberes es el sistema del cálculo numérico y de las ilustraciones geométricas: planos, mapas, esquemas, enumeraciones, catálogos, diagramas y gráficos de todas clases. Lo mismo para enseñar las partes de una casa que para enseñar las partes del alma, el movimiento de un cuerpo que la historia de la Patria. Se hacen cálculos y representaciones gráficas de todo lo que contiene una casa, de los materiales empleados en su construcción y de la disposición de los mismos, de las dependencias y del uso previsto para cada una de ellas. Se hacen cálculos y representaciones gráficas de las partes del alma, de sus dependencias y funciones como si el alma fuera una casa y la casa un mero valor de uso. Se reduce el movimiento a la trayectoria recorrida y se describe gráficamente la parábola existencial de la Patria. Pero nada se dice, ya nada se enseña acerca de aquello que no se deja medir ni ilustrar con gráficos; de aquello que es primero y principal en una casa, en un alma, en un movimiento o en la Patria. Nada se estudia ni se enseña acerca de lo que hace que la casa sea casa y no un mero refugio contra la intemperie; acerca de lo que hace que el alma sea alma y no un mero reflejo del proceso corporal; acerca de lo que hace que el movimiento sea movimiento, la actualización de una potencia y no mero espacio recorrido por un móvil; acerca de lo que hace que la Patria sea Patria y no una mera colonia o factoría; acerca, en fin, de lo que los filósofos llaman la pura esencia o la forma sustancial de los seres: la identidad consigo mismo y su distinción de los otros. Por esto es que Aristóteles observa, en el libro VII de la Metafísica , “que nada que sea común puede ser sustancia de nada. La sustancia sólo se pertenece a sí misma y a aquello que la posee y de lo cual es sustancia. Agréguese que lo que es uno no puede estar al mismo tiempo en muchas cosas y sólo a lo que es común le acontece tal cosa” 19 . Pero el estudio y la enseñanza han sido desaristotelizados que es como decir, apartados de la “nebulosa metafísica” o de “las vaguedades filosóficas”. Y el resultado es que no se habla de la casa misma, tan sólo de cosas que pertenecen a la casa; ni del alma misma, tan sólo de cosas que pertenecen al alma; ni del movimiento mismo, tan sólo del elemento espacial que pertenece al movimiento; ni de la Patria misma, tan sólo de cosas que pertenecen a la Patria: territorio, población, riquezas, instituciones, gobierno. Nada o casi nada se estudia ni se enseña de aquella antigua sabiduría a la que Sócrates consagró su vida y por la cual tuvo una muerte humanamente perfecta. La Atenas decadente y corrompida que sólo ostentaba ya el brillo de las piedras falsas, la grandeza aparente de una opulencia material alcanzada sin moderación y sin justicia, no tenía oídos para escuchar al más sabio y virtuoso de sus ciudadanos.
SÓCRATES . - [...] mi único objeto ha sido procurar a cada uno de vosotros, atenienses, el mayor de todos los bienes, persuadiéndoos de que cuidéis de vosotros mismos antes que de las cosas que os pertenecen, a fin de haceros más sabios y más perfectos, lo mismo que debéis preocuparos por la existencia misma de la República antes que por las cosas que pertenecen a la República 20 .
El cuidado de la existencia misma de la República es el cuidado de su soberanía política; así como la identidad del ciudadano consigo mismo se define en las virtudes morales por excelencia: la sobriedad, la fortaleza, la prudencia y la justicia.
19 Metafísica VII, 1040 b 24 – 28. 20 Apología , 36 c-d.
La soberanía política es la Patria misma en su existencia perfecta, en la plenitud de su acto; y tiene su raíz y su principal sostén en el alma individual que impera sobre sí misma, sobre su cuerpo y sobre los bienes exteriores; en el alma que es tanto más ella misma, cuanto más alta es la deuda que le reconoce a su Patria. La República se levanta y se sostiene en el alma de los ciudadanos, principalmente de los ciudadanos rectores. También se desintegra primero en el alma de sus constructores y de sus dirigentes, antes de ser arrasada de la existencia exterior, concreta y objetiva. El problema de la Patria, de la República misma, de su ser y de su destino, no es el problema geográfico o demográfico, ni el problema de su economía y de su riqueza, ni el problema del capital y del trabajo, ni el problema de las obras públicas, ni el problema de los analfabetos. El problema de la Patria misma es el magisterio de Sócrates en su vida y en su muerte; es la escuela de la verdadera libertad que enseña a cada uno de los futuros ciudadanos a no reservarse nada, ni su alma, ni su cuerpo, ni sus riquezas, con exclusividad. Una dura escuela donde se aprende a vivir para una muerte justa, generosa y soberana. Y este problema no cambia jamás ni los términos de su planteo ni su única solución verdadera; no depende de las circunstancias variables sino de una invariable fidelidad. No se trata, pues, de la riqueza, ni del bienestar, ni del progreso, ni de la garantía de las libertades individuales, ni de los intereses de grupos, partidos o clases, ni de la justicia de los trabajadores o de los patronos; se trata exclusivamente de la soberanía política, cuando está en juego la Patria misma. Y esta es la razón por la cual no son las virtudes del pequeño burgués – cuya importancia para la economía social y doméstica nadie discutiría razonablemente- las virtudes del trabajo útil y productivo, del ahorro, de la puntualidad, del tiempo es oro, de la consideración pública, las que forjan el alma del ciudadano y tampoco las que fundan y sostienen una Patria. Son virtudes menores, segundas, siempre posteriores como el arado que abre el surco sobre la tierra después que la espada la regó con sangre generosa. El guerrero precede al trabajador; el conquistador es antes que el colono. Nada más funesto para una Patria como la subversión de la inmutable tabla de valores que preside la vida de la República soberana y la preeminencia de las virtudes económicas sobre las virtudes políticas. Ninguna aberración mayor como la sustitución de la persona política normal por una abstracta entidad económica movida fundamentalmente por el egoísmo individual (el interés personal) como en la economía política burguesa, o por el egoísmo de clase como en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Y la economía ha sido invadiendo la política y la historia hasta el punto de someter a su imperio el derecho, la educación y la vida entera del Estado en lo nacional y en lo internacional. Así la República y cada uno de los ciudadanos se convierten en ruedas del mecanismo impersonal, ciego e implacable en que parece irse resolviendo la historia de los pueblos y de los hombres,
prolongación de la historia de los animales y de las plantas que, a su vez, no es más que un momento del proceso universal. Se ha ido dejando el estudio y la enseñanza de la esencia y del valor; se ha ido abandonando el estudio de la eternidad para atender exclusivamente a las relaciones cuantitativas que rigen la sucesión de los fenómenos físicos y sociales, es decir, a las posibilidades de medición y de verificación sensible: leyes exactas y estadísticas, enumeraciones y clasificaciones, constituyen el objetivo de las ciencias que finalizan en el uso de las cosas. Masas y movimientos de masas, tanto en el mundo físico como en el mundo histórico. Masas homogéneas, indistintas, impersonales y anónimas; movimientos uniformes, ciegos, automáticos y previsibles; son los elementos con los cuales construyen sus esquemas hipotéticos la física y la historia como ciencias exactas de fenómenos. “¡Cómo!, ¿la estadística demostraría que hay leyes en la historia? ¿Leyes? Ciertamente, la estadística demuestra que la masa es vulgar y uniforme hasta la repugnancia. ¿Había que llamar leyes a los efectos de la fuerza de gravedad que se denominan la estupidez, el espíritu simiesco de la imitación, el sexo y el hambre? ¡Muy bien! ¡Convengamos en ello! Pero entonces hay una cosa averiguada, y es que, en tanto haya leyes en la historia, esas leyes no valen nada y la historia no vale mucho más. “Pero precisamente esta manera de escribir la historia es la que goza hoy de un renombre universal, a saber: la manera que considera las grandes impulsiones de las masas como lo más importante y esencial de la historia y concibe a los grandes hombres simplemente como la expresión más perfecta de la masa, la burbuja microscópica que se hace visible en la espuma de las olas. ¿Es la masa que habrá de engendrar en su seno lo grande, provendrá el orden del caos? [...] ¿Pero, no es esto confundir voluntariamente la cantidad con la calidad? 21 ” La aplicación universal de las matemáticas, somete a todos los objetos - minerales u hombres- al régimen de la cantidad abstracta, es decir, de la cualidad indiferente que sólo admite diferencias de más o de menos. Tienden a borrarse las distinciones de sustancia, de calidad, de cualidad. La aristocracia del universo y de la vida se desvanece, todos los seres se nivelan; se hacen homogéneos, iguales, indiferentes y se confunden en una sola y única “sustancia común”: materia, movimiento, energía, fuerza eléctrica, etc. Todo es lo mismo pero en cantidades desiguales. Todo es lo mismo y vale lo mismo. No hay superior ni inferior, bueno ni malo, mejor ni peor. Tal como enseña Aristóteles en el libro III de la Metafísica : “en las matemáticas no se demuestra nada por la causa final; ni se concluye nada en el sentido de lo mejor o de lo peor [...] Nada se dice del bien ni del mal” 22 . Claro está que este carácter específico de la ciencia de la cantidad pura, no es un argumento en contra de su valor como ciencia teórica o como ciencia
21 FRIEDRICH NIETZSCHE , De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida . Unzeitgemasse Betrachtunge. Vom Nutzen un Nachteil der Historie fur das Leben , 1874. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor. 22 Metafísica III, 996 a 29 – 31. aplicada; menos todavía, importa menoscabo para su intrínseca perfección de ciencia demostrada . Pero nos permite, en cambio, fijar su verdadero alcance y los límites precisos de su conocimiento; lo que nos hace saber y lo que no podemos saber de la realidad por medio de esa matemática universal o “pitagorismo empírico”, según la feliz expresión de Windelband 23 . Por esto es que Aristóteles después de fijar claramente que el conocimiento matemático omite todo lo que es sustantivo y espiritualmente valioso en los seres, agrega que “sabe más de una cosa determinada, el que posee su esencia; y no el que sabe la cantidad, las cualidades o lo que naturalmente obra o padece” 24 . Descartes, uno de los geniales fundadores y realizadores de la ciencia exacta de los fenómenos, supo apreciar en sus justos límites a la Nueva Ciencia y nos dejó un testimonio decisivo en el libro IV de sus Principios de Filosofía , que han olvidado, sistemáticamente sus epígonos y, sobre todo, los pedagogos normalistas: “Me tendré por muy satisfecho si las causas que he explicado son tales que los efectos producidos por ellas, se vean son semejantes a los que contemplamos en torno nuestro. Basta para la práctica de la vida, el conocimiento de las causas así imaginadas, porque la Medicina, la Mecánica y todas las artes en general para que sirve el conocimiento de la física, tienen el fin exclusivo de aplicar de tal modo, unos a otros los cuerpos sensibles, para que según la serie de las causas naturales, se produzcan algunos efectos; lo cual realizamos tan convenientemente, considerando la sucesión de las causas así imaginadas aunque sean falsas, como si fueran verdaderas, puesto que esta serie se supone semejante en lo que se refiere a los efectos sensibles.” Y para Descartes las “causas” de todos los efectos naturales no proceden de otros principios que los geométricos , a saber: “magnitud, figura, situación y movimiento de los corpúsculos materiales 25 ” Ilustres investigadores de la ciencia exacta y experimental reiteran, en nuestros días, las conclusiones de Descartes. Así, por ejemplo, Sir A. S. Eddington en el capítulo XII de su libro La naturaleza del mundo físico , observa que: “ignorar la naturaleza de estas entidades [el éter, el átomo, la gravitación o la fuerza eléctrica], no es impedimento para predecir con éxito su modo de comportarse [...] Toda la materia de las ciencias exactas consiste en la lectura de cuadrantes graduados y en indicaciones análogas [...] El conocimiento de la respuesta de toda clase de aparatos –balanzas, etc.– determinaría completamente la relación de cada uno con aquello que lo circunda, dejando indeterminada solamente su inasible naturaleza íntima” 26 .
23 Cf. WINDELBAND G. Storia della Filosofia moderna . 3 vol.. I, Dal rinascimento all'illuminismo tedesco. II, L'Illuminismo tedesco e la filosofia kantiana. III, La filosofia postkantiana. Firenze. Vallecchi 1942. La referencia del autor corresponde al volumen II. 24 Metafísica III, 996 b 16 – 18. 25 RENATO DESCARTES , Principios de Filosofía , Libro IV. Obra escrita en 1644, en latín ( Principia Philosophiae ) y traducida al francés en 1647 por el Abad Claude Picot. No tenemos noticia de la versión utilizada por el autor. 26 Citado según la versión italiana de CHARIS CORTESE DE BORIS y LUCIO GIALANELLA : SIR A. S. EDDINGTON , La natura del mondo fisico , Bari, 1935, pp. 281, 286, 290, 291.
Importa decisivamente subrayar que el criterio dominante hace de este tipo de ciencia de fenómenos que se desentiende de las esencias, la Ciencia. Y en nombre de este único y exclusivo conocimiento científico se rechaza lo sustantivo y esencial como residuos de fantasmas que la ignorancia inventó en las edades oscuras del pasado. La crítica negativa de las esencias, de las formas y de los tipos fijos, es la más sutil y extrema manera de negar a Dios, al Dios trascendente, vivo y personal de la Creación. Desconocer o repudiar las esencias, es negar el sello de Dios, su presencia soberana en las cosas; es negar la Mente divina donde son antes que en la existencia natural. La negación absoluta del artista tiene lugar cuando ignoramos o desconocemos la idea expresada en su obra, su perfección y su belleza. Si no está presente en la materia, el soplo del espíritu creador ¿dónde está el artístico? Si no existe la forma interior que defina a cada individuo real y concreto; el principio realísimo que lo hace ser el mismo desde que nace hasta que muere; lo que permite darle un nombre y distinguirlo de los otros seres. Si no existe la esencia, repetimos, no existe nada. Entonces nadie es quien es y cada cosa es cualquier cosa: el bien es lo mismo que el mal, lo mejor que lo peor, la verdad que el error, el ser que el no ser. Todo se confunde con todo en el proceso universal, en el devenir infinito que arrastra y devora cuanto hay. Y así llegamos a la “lógica” de todas las contradicciones y a la “ética” de todas las traiciones.
SÓCRATES . - [...] mi único objeto ha sido procurar a cada uno de vosotros, atenienses, el mayor de todos los bienes, persuadiéndoos de que cuidéis de vosotros mismos antes que de las cosas que os pertenecen, a fin de haceros más sabios y más perfectos, lo mismo que debéis preocuparos por la existencia misma de la República antes que por las cosas que pertenecen a la República 20 .
El cuidado de la existencia misma de la República es el cuidado de su soberanía política; así como la identidad del ciudadano consigo mismo se define en las virtudes morales por excelencia: la sobriedad, la fortaleza, la prudencia y la justicia.
19 Metafísica VII, 1040 b 24 – 28. 20 Apología , 36 c-d.
La soberanía política es la Patria misma en su existencia perfecta, en la plenitud de su acto; y tiene su raíz y su principal sostén en el alma individual que impera sobre sí misma, sobre su cuerpo y sobre los bienes exteriores; en el alma que es tanto más ella misma, cuanto más alta es la deuda que le reconoce a su Patria. La República se levanta y se sostiene en el alma de los ciudadanos, principalmente de los ciudadanos rectores. También se desintegra primero en el alma de sus constructores y de sus dirigentes, antes de ser arrasada de la existencia exterior, concreta y objetiva. El problema de la Patria, de la República misma, de su ser y de su destino, no es el problema geográfico o demográfico, ni el problema de su economía y de su riqueza, ni el problema del capital y del trabajo, ni el problema de las obras públicas, ni el problema de los analfabetos. El problema de la Patria misma es el magisterio de Sócrates en su vida y en su muerte; es la escuela de la verdadera libertad que enseña a cada uno de los futuros ciudadanos a no reservarse nada, ni su alma, ni su cuerpo, ni sus riquezas, con exclusividad. Una dura escuela donde se aprende a vivir para una muerte justa, generosa y soberana. Y este problema no cambia jamás ni los términos de su planteo ni su única solución verdadera; no depende de las circunstancias variables sino de una invariable fidelidad. No se trata, pues, de la riqueza, ni del bienestar, ni del progreso, ni de la garantía de las libertades individuales, ni de los intereses de grupos, partidos o clases, ni de la justicia de los trabajadores o de los patronos; se trata exclusivamente de la soberanía política, cuando está en juego la Patria misma. Y esta es la razón por la cual no son las virtudes del pequeño burgués – cuya importancia para la economía social y doméstica nadie discutiría razonablemente- las virtudes del trabajo útil y productivo, del ahorro, de la puntualidad, del tiempo es oro, de la consideración pública, las que forjan el alma del ciudadano y tampoco las que fundan y sostienen una Patria. Son virtudes menores, segundas, siempre posteriores como el arado que abre el surco sobre la tierra después que la espada la regó con sangre generosa. El guerrero precede al trabajador; el conquistador es antes que el colono. Nada más funesto para una Patria como la subversión de la inmutable tabla de valores que preside la vida de la República soberana y la preeminencia de las virtudes económicas sobre las virtudes políticas. Ninguna aberración mayor como la sustitución de la persona política normal por una abstracta entidad económica movida fundamentalmente por el egoísmo individual (el interés personal) como en la economía política burguesa, o por el egoísmo de clase como en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Y la economía ha sido invadiendo la política y la historia hasta el punto de someter a su imperio el derecho, la educación y la vida entera del Estado en lo nacional y en lo internacional. Así la República y cada uno de los ciudadanos se convierten en ruedas del mecanismo impersonal, ciego e implacable en que parece irse resolviendo la historia de los pueblos y de los hombres,
prolongación de la historia de los animales y de las plantas que, a su vez, no es más que un momento del proceso universal. Se ha ido dejando el estudio y la enseñanza de la esencia y del valor; se ha ido abandonando el estudio de la eternidad para atender exclusivamente a las relaciones cuantitativas que rigen la sucesión de los fenómenos físicos y sociales, es decir, a las posibilidades de medición y de verificación sensible: leyes exactas y estadísticas, enumeraciones y clasificaciones, constituyen el objetivo de las ciencias que finalizan en el uso de las cosas. Masas y movimientos de masas, tanto en el mundo físico como en el mundo histórico. Masas homogéneas, indistintas, impersonales y anónimas; movimientos uniformes, ciegos, automáticos y previsibles; son los elementos con los cuales construyen sus esquemas hipotéticos la física y la historia como ciencias exactas de fenómenos. “¡Cómo!, ¿la estadística demostraría que hay leyes en la historia? ¿Leyes? Ciertamente, la estadística demuestra que la masa es vulgar y uniforme hasta la repugnancia. ¿Había que llamar leyes a los efectos de la fuerza de gravedad que se denominan la estupidez, el espíritu simiesco de la imitación, el sexo y el hambre? ¡Muy bien! ¡Convengamos en ello! Pero entonces hay una cosa averiguada, y es que, en tanto haya leyes en la historia, esas leyes no valen nada y la historia no vale mucho más. “Pero precisamente esta manera de escribir la historia es la que goza hoy de un renombre universal, a saber: la manera que considera las grandes impulsiones de las masas como lo más importante y esencial de la historia y concibe a los grandes hombres simplemente como la expresión más perfecta de la masa, la burbuja microscópica que se hace visible en la espuma de las olas. ¿Es la masa que habrá de engendrar en su seno lo grande, provendrá el orden del caos? [...] ¿Pero, no es esto confundir voluntariamente la cantidad con la calidad? 21 ” La aplicación universal de las matemáticas, somete a todos los objetos - minerales u hombres- al régimen de la cantidad abstracta, es decir, de la cualidad indiferente que sólo admite diferencias de más o de menos. Tienden a borrarse las distinciones de sustancia, de calidad, de cualidad. La aristocracia del universo y de la vida se desvanece, todos los seres se nivelan; se hacen homogéneos, iguales, indiferentes y se confunden en una sola y única “sustancia común”: materia, movimiento, energía, fuerza eléctrica, etc. Todo es lo mismo pero en cantidades desiguales. Todo es lo mismo y vale lo mismo. No hay superior ni inferior, bueno ni malo, mejor ni peor. Tal como enseña Aristóteles en el libro III de la Metafísica : “en las matemáticas no se demuestra nada por la causa final; ni se concluye nada en el sentido de lo mejor o de lo peor [...] Nada se dice del bien ni del mal” 22 . Claro está que este carácter específico de la ciencia de la cantidad pura, no es un argumento en contra de su valor como ciencia teórica o como ciencia
21 FRIEDRICH NIETZSCHE , De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida . Unzeitgemasse Betrachtunge. Vom Nutzen un Nachteil der Historie fur das Leben , 1874. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor. 22 Metafísica III, 996 a 29 – 31. aplicada; menos todavía, importa menoscabo para su intrínseca perfección de ciencia demostrada . Pero nos permite, en cambio, fijar su verdadero alcance y los límites precisos de su conocimiento; lo que nos hace saber y lo que no podemos saber de la realidad por medio de esa matemática universal o “pitagorismo empírico”, según la feliz expresión de Windelband 23 . Por esto es que Aristóteles después de fijar claramente que el conocimiento matemático omite todo lo que es sustantivo y espiritualmente valioso en los seres, agrega que “sabe más de una cosa determinada, el que posee su esencia; y no el que sabe la cantidad, las cualidades o lo que naturalmente obra o padece” 24 . Descartes, uno de los geniales fundadores y realizadores de la ciencia exacta de los fenómenos, supo apreciar en sus justos límites a la Nueva Ciencia y nos dejó un testimonio decisivo en el libro IV de sus Principios de Filosofía , que han olvidado, sistemáticamente sus epígonos y, sobre todo, los pedagogos normalistas: “Me tendré por muy satisfecho si las causas que he explicado son tales que los efectos producidos por ellas, se vean son semejantes a los que contemplamos en torno nuestro. Basta para la práctica de la vida, el conocimiento de las causas así imaginadas, porque la Medicina, la Mecánica y todas las artes en general para que sirve el conocimiento de la física, tienen el fin exclusivo de aplicar de tal modo, unos a otros los cuerpos sensibles, para que según la serie de las causas naturales, se produzcan algunos efectos; lo cual realizamos tan convenientemente, considerando la sucesión de las causas así imaginadas aunque sean falsas, como si fueran verdaderas, puesto que esta serie se supone semejante en lo que se refiere a los efectos sensibles.” Y para Descartes las “causas” de todos los efectos naturales no proceden de otros principios que los geométricos , a saber: “magnitud, figura, situación y movimiento de los corpúsculos materiales 25 ” Ilustres investigadores de la ciencia exacta y experimental reiteran, en nuestros días, las conclusiones de Descartes. Así, por ejemplo, Sir A. S. Eddington en el capítulo XII de su libro La naturaleza del mundo físico , observa que: “ignorar la naturaleza de estas entidades [el éter, el átomo, la gravitación o la fuerza eléctrica], no es impedimento para predecir con éxito su modo de comportarse [...] Toda la materia de las ciencias exactas consiste en la lectura de cuadrantes graduados y en indicaciones análogas [...] El conocimiento de la respuesta de toda clase de aparatos –balanzas, etc.– determinaría completamente la relación de cada uno con aquello que lo circunda, dejando indeterminada solamente su inasible naturaleza íntima” 26 .
23 Cf. WINDELBAND G. Storia della Filosofia moderna . 3 vol.. I, Dal rinascimento all'illuminismo tedesco. II, L'Illuminismo tedesco e la filosofia kantiana. III, La filosofia postkantiana. Firenze. Vallecchi 1942. La referencia del autor corresponde al volumen II. 24 Metafísica III, 996 b 16 – 18. 25 RENATO DESCARTES , Principios de Filosofía , Libro IV. Obra escrita en 1644, en latín ( Principia Philosophiae ) y traducida al francés en 1647 por el Abad Claude Picot. No tenemos noticia de la versión utilizada por el autor. 26 Citado según la versión italiana de CHARIS CORTESE DE BORIS y LUCIO GIALANELLA : SIR A. S. EDDINGTON , La natura del mondo fisico , Bari, 1935, pp. 281, 286, 290, 291.
Importa decisivamente subrayar que el criterio dominante hace de este tipo de ciencia de fenómenos que se desentiende de las esencias, la Ciencia. Y en nombre de este único y exclusivo conocimiento científico se rechaza lo sustantivo y esencial como residuos de fantasmas que la ignorancia inventó en las edades oscuras del pasado. La crítica negativa de las esencias, de las formas y de los tipos fijos, es la más sutil y extrema manera de negar a Dios, al Dios trascendente, vivo y personal de la Creación. Desconocer o repudiar las esencias, es negar el sello de Dios, su presencia soberana en las cosas; es negar la Mente divina donde son antes que en la existencia natural. La negación absoluta del artista tiene lugar cuando ignoramos o desconocemos la idea expresada en su obra, su perfección y su belleza. Si no está presente en la materia, el soplo del espíritu creador ¿dónde está el artístico? Si no existe la forma interior que defina a cada individuo real y concreto; el principio realísimo que lo hace ser el mismo desde que nace hasta que muere; lo que permite darle un nombre y distinguirlo de los otros seres. Si no existe la esencia, repetimos, no existe nada. Entonces nadie es quien es y cada cosa es cualquier cosa: el bien es lo mismo que el mal, lo mejor que lo peor, la verdad que el error, el ser que el no ser. Todo se confunde con todo en el proceso universal, en el devenir infinito que arrastra y devora cuanto hay. Y así llegamos a la “lógica” de todas las contradicciones y a la “ética” de todas las traiciones.