«Lo que Cristo es, eso mismo seremos nosotros los cristianos» (San Cipriano. De idolorum vanitate, XV. PL 4, col 603).
La Iglesia, el Cuerpo Místico, es Cristo.
Cada alma tiene que transformarse en otro Cristo, imitarlo en toda su vida.
«Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo» (Gal 3, 27).
PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER ARTICULO
Vestirse de Cristo es hacerse semejante a Él como Hijo de Dios. ¡Pocos viven su bautismo! ¡Pocos son imitadores de Cristo!
Asimilar
a Cristo es el Misterio de la vida en toda persona. Y para esa
asimilación son los diferentes Sacramentos, en donde se da la Vida
Divina.
Si
no sabes vivir tu Bautismo, tampoco vas a vivir ni la Confirmación ni
la Eucaristía. Por la Confirmación, luchas contra los enemigos de tu
alma (= demonio, mundo y carne); por la Eucaristía, recibes el mismo
Amor que Cristo tiene en Su Corazón Divino.
Si
tu vida no es oración ni penitencia, que es a lo que te invitan estos
dos Sacramentos, entonces tu matrimonio o tu sacerdocio sólo sirven para
hacerte una persona infeliz, sin rumbo, sin camino, sin sentido en tu
vida.
Si
no eres hijo de Dios, por tu bautismo, después no vas a engendrar los
hijos que Dios quiere en tu matrimonio: vas a darle tus hijos porque tú
vives como hijo de hombre, pero no participando en tu ser de la gracia
de la adopción divina. Esa gracia la vuelves inútil por tu mirada al
hombre.
Si
no imitas a Cristo, por la Eucaristía, después tus amores son sólo
humanos, naturales, carnales, materiales, pero no para Dios: no sabes
dar al otro la Voluntad de Dios; no sabes evangelizar, no sabes buscar
el Reino de Dios en tu existencia humana.
«Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma» (ver texto) : así habla un hombre depravado, de la Verdad, que es el Evangelio.
Bergoglio
es sólo un bastardo: no es hijo de Dios. Ha echado al cubo de la basura
la gracia de su bautismo. Ha puesto un obstáculo, un óbice, por el cual
la gracia no puede entrar en su corazón para realizar la labor de
purificación, que el ser hijo de Dios necesita en el hombre pecador.
Para Evangelizar, lo primero, sal de tu pecado: lucha contra tu propio pecado. Tu pecado viene por tres caminos diferentes:
- el demonio: sus obras se transmiten por generación siempre. Todo hombre, que viene al mundo, trae, arrastra una cantidad de demonios que van a obstaculizar el bautismo y los demás Sacramentos. Son necesarios los exorcismos para combatir al demonio en nuestra propia carne. El demonio, tomando la carne, asalta la mente y el corazón del hombre. Pone muchas ataduras, muchos pensamientos, deseos, sentimientos, que hacen que el hombre sólo mire su vida humana, sólo se preocupe de sus obras humanas, sólo atienda sus asuntos humanos. Quien no combate al demonio en su propia vida, después, cuando evangeliza, no sabe ver el demonio en ningún alma. Cristo vino a liberar del demonio. Eso fue lo primero en su evangelización: «Para esto se apareció el Hijo de dios, para destruir las obras del diablo» (1 Jn 3, 8b). ¿Qué Jerarquía, hoy día, exorciza? Nadie. Con los dedos de la mano se cuentan los exorcistas. Y todo sacerdote, todo Obispo tiene el poder de exorcizar.
- el mundo: el que es de Cristo no es del mundo. Tiene que estar en el mundo, vivir en el mundo, pero no pertenecer a su espíritu. El espíritu del mundo es el del error. El espíritu de Cristo es el de la verdad. Para luchar contra el mundo, contra el espíritu que rige el mundo, el alma tiene que ponerse en toda la verdad. No sólo en una parte de la verdad. Hay que aceptar toda la Verdad que Cristo ha enseñado y que el Espíritu de la Verdad lleva a conocer. El alma no puede pararse en algunos dogmas y dejar otros. O se acepta a todo Cristo o en la vida del hombre está el error. Por eso, si el cristiano no lucha en contra del mundo es que, sencillamente, está diciendo que es del mundo. Cristo luchó contra el mundo y, por eso, lo mataron. Tuvo que enfrentarse a los hombres dando testimonio de la Verdad, que esos hombres del mundo no podían aceptar, porque eran del mundo, no de Cristo. Cristo es la Verdad; el mundo es la mentira. No se puede ser de Cristo y, al mismo de tiempo, del mundo. No se puede poner a Cristo en el Altar y, después, ir a un templo budista para adorar la estatua de Buda. No se puede hacer esto. Así no se evangeliza. Hay que meterse en el mundo dando la cara por la Verdad: diciéndole a cada uno lo que le falta para llegar a la verdad. Si un alma no busca toda la Verdad en su propia vida, entonces, cuando va a evangelizar, engaña a todo el mundo. Es lo que hace, todos los días, Bergoglio. ¡Y cuántos los aplauden porque son del mundo, como Bergoglio!
- la carne: la obra del demonio es a través de la carne. Quien domina su carne, domina su alma y su corazón. Pero quien no ata los deseos carnales, hace del templo de Dios el templo del demonio. ¡Cuántos demonios encarnados hay entre el clero y los fieles! ¡Quieren ser bautizados que dan culto a satanás en su interior! Aquellos que dice que las relaciones homosexuales están marcadas por la santidad sólo deliran en su gran locura. Son demonios encarnados que hablan por esas personas. Hoy los hombres dan culto a su carne: entonces tiene que dar culto a sus pecados. Hoy nadie quiere hacer penitencia para dominar su carne: entonces, todos buscan la vida feliz, pero en la carne. Es decir, un paraíso en la tierra. Cuando el hombre no domina su carne, el demonio domina su mente y su voluntad humanas. Para vender al demonio, vence a tu carne: maltrátala. Porque la carne quiere cosas contrarias al Espíritu: «llevo en mi cuerpo los estigmas del Señor Jesús» (Gal 6, 17b).
«Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma»:
Evangelizar supone en la Iglesia la valentía, el riesgo, de salir de
nuestros pecados. Nadie sale de sí mismo: eso va en contra de la ley
natural. La Iglesia no tiene que salir de sí misma. No tiene ningún
sentido. La Iglesia tiene que dar a Cristo, que es la Palabra de la
Verdad. Dando la Verdad al mundo se es Iglesia. Dando la mentira al
mundo se es del mundo.
El
Evangelio descubre al mundo todas las grandes verdades religiosas, toda
la verdad, la cual es inmutable, es siempre la misma, es eterna,
permanece en sí misma, sin que ninguna mente humana la pueda cambiar.
Los hombres, cuando hablan sus mentiras, sólo oscurecen la verdad, la
tapan, la ocultan, pero no pueden aniquilarla. Para eso, tiene que matar
a Cristo, que es la Verdad. Y ni el mismo demonio, en la Cruz, pudo
hacer eso. Nadie puede matar la verdad, pero sí pueden engañar con la
verdad. Esto es lo que hace Bergoglio: presenta una verdad para indicar
una mentira. Su doble lenguaje.
«La
Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no
solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del
misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la
ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda
miseria».
Es
su idea masónica: ir a las periferias. El masón busca la verdad, pero
no se asienta en ninguna certeza. Afirma que los hombres pueden poseer
verdades, pero sólo relativas, nunca absolutas. Corrompen la índole de
la misma verdad y, por tanto, se ven obligados a negarla. Los masones
pretenden formar el relativismo universal de la verdad: esa es la ley de
la gradualidad. Todas son verdades relativas, que se van adquiriendo de
grado en grado, en la evolución del pensamiento humano. Por eso, hay
que salir de unos dogmas para buscar otras verdades relativas que
complementen a esos dogmas, que son sólo verdades relativas. Esta es la
herejía de la ley de la gradualidad, que significa el relativismo
universal de la verdad, que es una gran falsedad, por el cual proceden
muchos errores y herejías de todas clases. Es lo que se ve en toda la
Jerarquía y en muchos fieles de la Iglesia.
Para
el masón, nadie puede conocerse a sí mismo. La realidad de uno mismo no
está en uno mismo, sino fuera: ir a la periferia. La realidad de la
Iglesia está fuera de la Iglesia. Fuera conoce la verdad, la realidad de
la vida: el pecado, el dolor las lágrimas, las injusticias, las
miserias…
La
realidad está en el hombre, pero no en su interior: no en su mente, no
en su ser, no en su carne. Hay que ir fuera. El hombre es hombre porque
está unido a todos los hombres, no porque, en su interior, sea apto para
ser hombre. Eres hombre porque te das a los demás, porque los amas,
porque eres un hermano para todos: ir a la periferia.
Bergoglio
sólo está hablando como idealista. Negando que la verdad de la Iglesia,
que la verdad de la evangelización sólo está en dar lo que la Iglesia
es, lo que el Evangelio es: Cristo.
No;
la Iglesia es un pueblo de Dios, es una comunidad de hombres: hay que
unir, hay que buscar la unidad en la diversidad para ser iglesia. Por
eso, él dice que nadie puede creer por sí mismo. Tienes que creer unido a
otro: «Es imposible creer cada uno por su cuenta» (LF, n. 39)
Y, entonces, tiene que hablar como un Hegel:
«Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio).
Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones
eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo
teológico».
La
autorereferencialidad: un narcisismo teológico. Cultivar el dogma.
Someterse al dogma. Creer en el dogma. Seguir la Tradición católica.
Defender las enseñanzas del Magisterio auténtico de la Iglesia. Todo eso
es un narcisismo, un verse a sí mismo, un mirarse a sí mismo, un
contemplar la propia vida, sin hacer caso de los demás. Es quedarse en
unas verdades relativas y no alcanzar la universalidad del lenguaje
humano.
Al
negar la esencia propia de la verdad, entonces nos encontramos que en
todas las mentes humanas hay una verdad. Cada hombre piensa una verdad. Y
esa verdad no es absoluta, sino relativa. Esa verdad relativa tiene que
irse complementándose con otras verdades que se dan en las mentes de
otros hombres. De esa manera, se llega, por la ley de la gradualidad, a
un relativismo universal. Y, por lo tanto, la unidad sólo está, sólo
puede estar en la diversidad de las mentes humanas.
Al ser el hombre la medida de todas las cosas, entonces se produce lo que dice Bergoglio: «Cada
uno tiene su idea del Bien y del Mal y tiene que escoger seguir el bien
y combatir el Mal como él los concibe. Bastaría con esto para mejorar
el mundo» (1 de octubre del 2013).
La gente de Charlie Hebdo
están haciendo un bien a la humanidad: son mártires de la verdad
relativa: mártires de la libertad de pensamiento. Sus dibujos son
necesarios para aprender la verdad universal.
Los
musulmanes que matan están haciendo un bien a la humanidad, están
combatiendo el mal como ellos lo conciben. Pero tiene que aprender que
existe una verdad relativa más perfecta que su idea del mal. Y, por eso,
deben quitar esa idea para no producir una masacre innecesaria.
Bergoglio
sólo enseña su ley de la gradualidad: su relativismo universal de la
verdad. Por eso, va buscando su gente: no quiere gente que viva los
dogmas ni quiere gente que sea fundamentalista. Él está vendiendo su
idea, su negocio, su nueva iglesia con una doctrina que tiene, en sí
misma, todos los errores y todas las herejías de todos los tiempos.
Aquel que se queda en su idea, se vuelve un enfermo, deviene autorreferencial. Por eso, cuando ha comenzado a criticar a la Iglesia en la Jerarquía, sólo señala este aspecto: « El
mal de sentirse «inmortal inmune», e incluso «indispensable (…) Esta
enfermedad se deriva a menudo de la patología del poder, del «complejo
de elegidos», del narcisismo que mira apasionadamente la propia imagen y
no ve la imagen de Dios impresa en el rostro de los otros,
especialmente de los más débiles y necesitados» (22 de
diciembre del 2014). Estáis todos diciendo que tenéis poder en la
Iglesia, que habéis sido elegidos por el Señor, que os hacéis respetar
porque sois otros Cristos y no buscáis, no salís de vosotros mismos,
para ir a la periferia, para ver a Dios en el otro. Bergoglio siempre
habla igual. Siempre. Cuando da palos, no sabe darlos: no sabe hablar
con la verdad, sino con la mentira, para decir su mentira. Y sólo su
mentira. Y muchos temen las palabras de Bergoglio cuando da palos y eso
sólo un idiota que habla su locura mental. ¡Os acobardáis de esto que
sólo significa una herejía más en el balance de Bergoglio y no os
arriesgáis a levantaros contra ese hombre y decirle cuatro cosas bien
dichas!
Ahora
todos los tibios y todos los pervertidos, es decir, todos los que
buscan el relativismo universal de la verdad atacan a la Iglesia por
estar enferma. Sólo Bergoglio es el sano. Los demás, por seguir el
dogma, unos enfermos mentales.
Así
está la barca de Pedro: un desastre. Aguas por todas partes. El barco
se hunde y no hay nadie que tire el agua a fuera, que tape los huecos de
los errores y de las herejías. Nadie se atreve a hablar porque han
dejado que un loco enseñe en la Iglesia sentado en la Silla de Pedro.
«La
Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene
luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan
grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que
puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a
otros».
¿Qué es el concepto de mundanidad espiritual que Bergoglio utiliza en su evangelium gaudium?
Como
sigues el dogma, vives para ti mismo, en la autorreferencialidad, te
crees con la verdad y no la tienes porque no ves la verdad en el rostro
de la gente: no sales a la periferia. Te quedas en lo tuyo y eso te hace
mundano en lo espiritual: es decir, vives para darte gloria a ti mismo
porque sigues a unos dogmas.
¡Esta es la locura de Bergoglio, que muchos quieren en la Iglesia! ¡Muchos!
Nadie quiere la verdad como es. Eso ya no interesa en la Iglesia.
Todos haciendo política. Todos en el negocio de levantar una nueva
estructura de iglesia donde se pueda vivir sin verdad absoluta, en la
libertad del pensamiento, que es otra herejía bien dicha.
El
pensamiento no es libre, sino sólo la voluntad es libre. El
pensamiento, de manera necesaria, busca la verdad. Y la verdad absoluta.
Y hasta que no la encuentra, no puede descansar. Una vez que la
encuentra, el pensamiento permanece en la verdad. Y sólo la voluntad
libre de la persona puede hacer que su razón se aleje de la verdad, que
ha encontrado, para pensar una mentira, un error. Y conociendo la verdad
absoluta, la persona elige una verdad relativa negando la verdad
absoluta. De esta manera, la persona comete el pecado de herejía. Y si
hace vida ese pecado, entonces llega a lo que dice San Juan:
«Hay un pecado de muerte, y no es éste por el que digo yo que se ruegue»
(1 Jn 5, 16). Es el pecado contra el Espíritu Santo, que muchos en la
Iglesia ya lo han cometido. Y no hay perdón para ellos. Bergoglio es uno
de ellos y no hay quien lo salve, aunque se dedique a llenar estómagos y
a resolver problemas sociales de la gente hasta su muerte. Si no se va a
un monasterio para llorar su triste vida, al infierno irá de cabeza por
sus pecados.
No
hay salvación para aquella persona que con su voluntad libre rechaza la
verdad absoluta que el pensamiento le ofrece. No es posible salvarse
sin una verdad absoluta.
Hay
mujeres que, sin estar bautizadas, se salvan sólo porque cumplen con la
ley natural, con una verdad natural, absoluta: tener un hijo, que es
para lo que Dios ha creado a toda mujer. Por el solo hecho de cumlir con
una verdad inmutable, se salvan.
Y
cuántas mujeres bautizadas, con los sacramentos y que han decidido no
tener más hijos porque les molesta la verdad natural, la ley natural, el
ser mujer como Dios las ha creado. Rechazar una verdad natural (que es
siempre absoluta, inmutable, eterna) es ponerse en la herejía. Y si no
hay arrepentimiento, no hay salvación.
Muchos
viven como Bergoglio: en el relativismo universal de la verdad. Es
decir, llenos de errores y de herejías en sus vidas. Y, por eso, ven
bien que Bergoglio adore a Buda. Es lo que todo católico tiene que
hacer, según ellos. Si no lo hacen están enfermos.
Bergoglio
ve a la Iglesia, a los verdaderos católicos, a los que siguen el dogma y
la tradición y todo el magisterio como enfermos mentales. Así los
concibe. Y no se atreve a decirlo porque sabe que lo echan a la calle.
Tiene que callárselo y hacer que ama a todo el mundo, a todos los
católicos. Y, en la realidad, nadie ama a Bergoglio porque no es claro
ni con unos ni con otros. Sólo se dedica a hacer su vida. Este viaje es
un tour más para él. Se lo pasa en grande en su herejía. Y así cosecha
aplausos por donde va, que es lo único que le interesa. Mientras va
vendiendo su idea, se hace amigos de los condenados, como él, para ir
levantando la iglesia de los malditos, la que quiere todo el mundo,
porque todos están ya hartos de dogmas y de servir a un Dios que no
sirve para nada.
Esta
es la mentalidad de muchos. Pocos hablan claro porque todos les gusta
estar en el lenguaje humano: dar una sonrisa con bellas palabras para
transmitir una herejía bien dicha.
A muy pocos les importa la verdad. Y menos toda la Verdad.