lunes, 26 de enero de 2015

LA BABOSERIA PROTESTANTE DE BERGOGLIO


LA BABOSERIA PROTESTANTE DE BERGOGLIO
interreligiosidad
«Pues la Ira de Dios se manifiesta desde el Cielo sobre toda impiedad e injusticia de los hombres, de los que en su injusticia aprisionan la verdad con la injusticia» (Rom 1, 18).
El verdadero mal del hombre es el pecado.
El pecado es «un hecho o un dicho o un deseo en contra de la Ley Eterna» (S Agustín – R 1605). Es decir, una ofensa contra Dios, que lleva al apartamiento de Dios, a romper una ley que obliga moralmente.

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«El que comete pecado traspasa la Ley, porque el pecado es transgresión de la Ley» (1 Jn 3, 4).
Obrar el pecado es obrar sin ley, por encima de la ley. Y la ley Eterna son cuatro cosas: ley natural, ley divina, ley de la gracia y ley del Espíritu.
El pecado es un desorden de la voluntad humana, por el cual el hombre se aparta de Dios para obrar su mente humana. Este apartarse de Dios produce en el alma una mancha:
«En el pecado se pueden considerar dos cosas, a saber: el acto culpable y la mancha consiguiente…la mancha del pecado no puede borrarse del alma más que por la unión con Dios, por cuyo distanciamiento incurrió en la pérdida de su propio esplendor» (1.2 q.87 a.6).
Esa mancha no es el pecado, sino el reato del pecado, que hay que purificar, expiar. Por el acto del pecado, el hombre se aparta de Dios; pero queda la mancha. Para quitarla, es necesario confesar el acto del pecado y hacer una penitencia por ese pecado:
«no vuelve el hombre inmediatamente al estado en que estaba, sino que se requiere un movimiento de la voluntad contrario al movimiento anterior» (1.2 q.87 a.1).
Hay que expiar: hay que hacer un acto de voluntad, una obra, contraria a la que se hizo en la obra del pecado.
Hoy día, se niega todo esto y las almas pecan y se confiesan y no hacen nada. No salen de sus pecados, porque no quitan sus manchas de sus almas, con la oportuna penitencia. El alma queda manchada y, por lo tanto, inclinada con mayor fuerza al pecado.
Ya aquel que esté con el alma manchada es digno de la Justicia de Dios. Por eso, el purgatorio después de la muerte: quitas tus pecados (con el sacramento de la penitencia), pero no las manchas de tu alma. Hay que purgarlas en la Justicia de Dios.
El pecado hace resaltar la justicia de Dios: «Pero si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿No es Dios injusto en desfogar su ira? (hablo a lo humano). De ninguna manera. Si así fuese, ¿cómo podría Dios juzgar la mundo?» (Rom 3, 5).
Hoy todos niegan que Dios castigue a los hombres. Se niega Su Justicia porque se niega el pecado.
«ir a confesarse no es ir a la tintorería para que te quiten una mancha» (ver texto).
No vayas a confesarte para buscar una penitencia, para saldar la deuda de tu pecado.
Bergoglio está enseñando su fe fiducial: Dios no imputa el pecado, porque Jesús me ha salvado:
«para mí el pecado no es una mancha que tengo que limpiar. Lo que debo hacer es pedir perdón y reconciliarme, no ir a la tintorería del japonés de la vuelta de mi casa. En todo caso, debo ir a encontrarme con Jesús que dio su vida por mí. Es una concepción bien distinta del pecado. Dicho de otra manera: el pecado asumido rectamente es el lugar privilegiado de encuentro personal con Jesucristo Salvador, del redescubrimiento del profundo sentido que Él tiene para mí. En fin, es la posibilidad de vivir el estupor de haberme salvado» (El Jesuita – pag. 100).
El pecado no es una mancha que tengo que limpiar: no es una ofensa a Dios que mancha el alma. Y, por lo tanto, se va a la confesión no para limpiar el alma, para quitar esa mancha. No se vive la vida para expiar el pecado, para hacerla un purgatorio. Se va para hablar con el sacerdote y decirse a sí mismo: soy muy pecador, pero Dios ya me perdona.
El pecado es el lugar de encuentro personal con Jesús: Bergoglio niega la gracia de Dios como lugar de encuentro con Jesús. Pone al pecado como un lugar privilegiado: es decir, está exaltando el pecado. No lo ve como un mal, como una ofensa a Dios. No muestra el pecado como lo que revela la ira de Dios.
No; el hombre tiene que estar en su pecado para que se encuentre con Dios, para que Jesús lo salve. No tiene que salir del pecado, no tiene que huir de él.
«Como de serpiente huye del pecado» (Ecle 21, 2).
Bergoglio va en contra de la palabra de Dios y dice: no huyas, la gloria del hombre es ser pecador:
«Suelo decir que la única gloria que tenemos, como subraya San Pablo, es ser pecadores» (El Jesuita – pag. 99).
O con otras palabras más claras:
«Finalmente, la idea de que iban al infierno. Pero también los protestantes… Cuando era niño, hace 70 años, todos los protestantes iban al infierno, todos. Eso nos decían… en la catequesis, nos decían que todos iban al infierno. Pero me parece que la Iglesia ha crecido mucho en la conciencia del respeto…  Y sí, ha habido tiempos oscuros en la historia de la Iglesia, tenemos que decirlo, sin vergüenza, porque también nosotros nos encontramos en un camino de conversión continua: del pecado a la gracia siempre. Y esta interreligiosidad como hermanos, respetándose siempre, es una gracia» (ver texto).
Tenemos que decirlo sin vergüenza: Bergoglio es un protestante.
Hay que decirlo a cara descubierta: los tiempos oscuros en la historia de la Iglesia han comenzado con Bergoglio.
Que todo el mundo sepa esto: Bergoglio divide a la Iglesia con su gobierno horizontal y con su doctrina protestante.
Los protestantes se van al infierno siempre: no sólo hace 70 años, sino desde que surgieron como falsa iglesia. Lutero está en el infierno. Y a pesar de que rabie Bergoglio: él se va al infierno por sus malditos pecados, y por no enseñar la verdad a la Iglesia y en la Iglesia.
Él está obligado a enseñar la verdad por ser Obispo. Y está obligado moralmente a conducir las almas hacia la verdad, sin ningún error, sin ninguna mentira. Para eso tiene la plenitud del sacerdocio, que la ha metido en un saco roto.
Con Bergoglio no hay cariñitos: hay juicio y condenación.
Todos aquellos que lean a Bergoglio para quitarle los pañales, y así que no huela mal, le hacen el juego y contribuyen a destruir la Iglesia más y más.
Si quieren ser Iglesia, pisen la mente y las obras de Bergoglio. Si no hacen eso, sus vidas espirituales se van a perder para siempre, porque el que espera algo de un cismático y de un hereje sólo encuentra condenación en su vida.
Para Bergoglio, el hombre no tiene que quitar su pecado; no tiene que luchar contra su pecado. El hombre tiene que ponerse en su pecado para que Dios lo ame. Es su gloria: el pecado. La gloria del hombre no es el amor divino, sino su pecado.
El pecado de «interreligiosidad entre hermanos, respetándose siempre, es una gracia»: mayor herejía no se puede decir.
Porque una cosa es el respeto al otro porque es hombre y ha elegido el pecado para su vida: si quiere seguir pecando, que siga pencando.
Y otra cosa es decirle al que peca: quita tu pecado, porque si no lo haces te vas a condenar.
Bergoglio dice: primero es el amor al prójimo: el otro es tu hermano. Respétalo.
Segundo: no le digas que vive mal: su irreligiosidad (su religión falsa) es tu gloria.
Esta es su falsa misericordia, que viene de su protestantismo: la redención es el sumo amor de Dios a los hombres. Es entender la pasión de Cristo quitando el fin de ella: liberar al hombre de la ofensa a Dios, del pecado.
Bergoglio, como todos los protestantes, entiende la Pasión como salvar al hombre, como amar al hombre: Jesús anuncia el camino de la salvación eterna y así lo muestra a todos. El hombre no tiene que hacer nada más, sino ser salvado por Cristo, ser amado por Dios. No tiene que hacer nada por Cristo, porque ya él lo ha hecho todo. No hay que expiar el pecado:
«la duda que podría surgir en el corazón humano está en el “cuánto” Dios está dispuesto a perdonar. Y bien basta arrepentirse y pedir perdón: No se debe pagar nada, porque ya Cristo ha pagado por nosotros» (ver texto).
No se debe pagar nada, porque ya Cristo lo ha sufrido todo: no hay penitencia, no hay cruz, no hay dolor por el pecado.
Y, por lo tanto, Dios lo perdona todo:
«No hay pecado que Él no perdone. Él perdona todo» (Ib). El pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo también es perdonado por Dios.
A los protestantes ya Dios los ha perdonado porque son muy buenas personas.
«Pregunté a mi abuela: “Abuela, ¿son monjas?”. Y me dijo: “No, son protestantes, pero son buenas”. Fue la primera vez que oí hablar bien de una persona de otra religión, de un protestante. Entonces, en la catequesis, nos decían que todos iban al infierno»(ver texto).
La mente de un protestante tiene que negar el dogma de la muerte expiatoria de Cristo. Jesús es el mensajero y el que trae la felicidad a todos los hombres: no viene a poner un camino de Cruz al hombre para salvarlo de sus pecados, porque el pecado no es una ofensa a Dios, sino una gloria del hombre, una gracia.
Y, por lo tanto, todo el mundo se salva, todos para el cielo.
Bergoglio no presenta a Jesús como el que quita el pecado, sino como el que salva.
Y, por lo tanto, confesarse es encontrarse con Jesús, que salva y hace fiesta, no con un Jesús que hace un juicio al hombre y a su pecado:
«La confesión más que un juicio, es un encuentro. Tantas veces las confesiones parecen una práctica, una formalidad : ‘Bla, bla, bla…, bla, bla, bla…, bla, bla … Vas. ¡Todo mecánico! ¡No! ¿Y el encuentro dónde está? El encuentro con el Señor que reconcilia, te abraza y hace fiesta». (ver texto).
«más que un juicio: es un encuentro»: ante todo, la confesión es un juicio. El alma va a ese Sacramento a decir sus pecados y a que el sacerdote haga un juicio sobre ellos.
No hacer esto, es convertir la confesión en una charla de hombres, en un doctorado psiquiátrico.
No se va a la confesión para dar ternuritas al alma, sino para ver su pecado y corregirlo. Si no ve su pecado: si no se llama al pecado con el nombre de pecado, entonces no hay absolución de nada.
Muchos sacerdotes no absuelven porque no juzgan el pecado como ofensa a Dios.
O no lo ven como pecado o sólo ven males sociales, humanos, carnales, etc…
La confesión es sólo un juicio: hay que juzgar el pecado que trae el alma. Hay que verlo como pecado, y hay que discernir en qué grado pecó ese alma.
Hay que ver, también, si ese alma tiene arrepentimiento de su pecado.
¡Hay que juzgar el pecado y al pecador!
Bergoglio sólo habla para la galería: para darle al hombre lo que gusta escuchar: Dios nos ama, Dios nos salva, Dios hace fiesta por los hombres. Es el Dios que se encuentra con el hombre, pero no es el Dios que juzga al hombre, que castiga al hombre. Esto lo enseña constantemente Bergoglio y tantos como él.
El hombre tiene que experimentar haber sido salvado, no tiene que experimentar el juicio divino, la ira de Dios: «el encuentro con el Señor que reconcilia, te abraza y hace fiesta».
Ahí está el encuentro, con este Jesús que es dos cosas, para Bergoglio:
«Jesús salva y Jesús es el intercesor. Estas son las dos palabras clave» (ver texto).
Jesús salva e intercede.
Para el católico: Jesús es el Mediador entre Dios y los hombres, y es el Rey de todos los hombres y pueblos.
El mal del que Jesús salva principalmente a los hombres es el pecado: «salvará… de sus pecados» (Mt 1, 21).
La obra de Cristo, para el católico, es una liberación de los hombres del pecado. Y, en consecuencia, una restitución y una reintegración al estado de salvación.
Este estado de salvación es un estado del alma, un estado espiritual: el alma se pone en la gracia. Y, en ella, tiene el camino para salvarse.
Ese camino significa dos cosas:
  1. Expiar el pecado que al alma haya cometido o que cometa;
  2. Santificar su alma en la gracia.
Esta salvación que Cristo hizo la obró en su Pasión y muerte: fue el sacrifico de su vida. Toda alma que esté en el estado espiritual de gracia, tiene que asociarse a la Pasión y a la muerte de Cristo para permanecer en la gracia. Su vida, por lo tanto, es una vida de oración y de penitencia constante, porque siempre el pecado hace tender al alma fuera de la gracia.
El hombre se reconcilia con Dios y se libra del pecado por la pasión y por la muerte de Cristo. Por lo tanto, el hombre debe salir de su pecado y meterse en la Pasión de Cristo, en su muerte. Allí se encuentra a Dios, a Jesús.
Un alma que sufre con Cristo encuentra el amor de Cristo en su corazón.
Un alma que crucifica su pecado es un alma que sigue a Cristo.
Bergoglio sólo está hablando de su fe protestante, porque Cristo es el que intercede por nosotros, pero no es el Mediador, el Rey que está sentado a la derecha del Padre para gobernar y juzgar a los hombres:
«Así la gente busca a Jesús con esa intuición de la esperanza del pueblo de Dios, que esperaba al Mesías, y trata de encontrar en Él la salud, la verdad, la salvación, porque Él es el Salvador y como Salvador aún hoy, en este momento, intercede por nosotros. Que nuestra vida cristiana esté cada vez más convencida de que nosotros hemos sido salvados, que tenemos un Salvador, Jesús a la diestra del Padre, que intercede» (Ib).
Cristo, en cuanto hombre, une a los hombres con Dios, mostrándoles los preceptos y dones de Dios, y satisfaciendo e interpelando a Dios por los hombres. Esto es la Mediación de Cristo.
Cristo sigue satisfaciendo a Su Padre por los pecados de los hombres, porque su sacerdocio es eterno. Jesús es algo más que un intercesor. Intercesor son todos los santos; pero Jesús es Dios: es el Santo de los Santos. Su misión, a la diestra de Su Padre, no es sólo interceder, interpelar por los hombres, sino también satisfacer por sus pecados.
Los protestantes niegan esto porque sólo dan la visión de un Jesús que salva, de un Dios que es amor y que nos salva a todos.
Para los protestantes, Jesús no es Dios y, por lo tanto, es sólo un intercesor, no un mediador:
«¿Pero Jesús es un espíritu? ¡Jesús no es un espíritu! Jesús es una persona, un hombre, con carne como la nuestra, pero en la gloria»(ver texto).
Jesús es sólo un hombre muy santo, que está en la gloria intercediendo por nosotros. Es el que ora; es el que tiene las llagas en sus manos. Algo muy bonito, pero no real.
«Porque Él es el primero en orar, es nuestro hermano. Es hombre como nosotros. Jesús es el intercesor»
Pero Jesús no es el Mediador: no es el que satisface la ofensa a su Padre. Es sólo un hombre como nosotros.
Pero no es Dios: no es una Persona Divina; que está a la derecha de la Persona Divina del Padre. Y está con su Humanidad Gloriosa. Y esa Humanidad sigue satisfaciendo por las ofensas, que los hombres siguen haciendo a Su Padre, en cada altar, en cada Misa.
«¿Decimos a Jesús: “Ruega por mí, tú que eres el primero de nosotros, tú ruega por mí”? Seguro que ora; pero decirle: “Ruega por mí, Señor, tú eres el intercesor” es mostrar una gran confianza. Él ruega por mí, Él ora por todos nosotros. Y ora valientemente, porque hace ver al Padre el precio de nuestra justicia, sus llagas».
Jesús no es el que hace ver al Padre el precio de nuestra justicia, sino el que muere en la Cruz en cada altar: sigue sufriendo, sigue expiando el pecado de los hombres, sigue muriendo. Y eso es mucho más que hacer ver al Padre sus llagas. Es el Misterio del Altar, que es el Misterio de la Eucaristía.
Por eso, la Misa es algo muy serio: es estar en el Calvario, uniéndose al Sacrifico de Cristo. La Misa no es para bailar y cantar; no es para pasárselo bien. Es para sufrir con Cristo. Y,por eso, no se puede comulgar de cualquier manera. Se comulga para sufrir, para expiar el pecado, para unirse a Dios en el dolor.
Bergoglio niega el sacrifico de la Cruz en cada misa, porque ha negado la divinidad de Jesús. Sólo presenta un Jesús que llora por los hombres y al cual le hicieron una injusticia social al matarlo.
¡Qué fácil es discernir lo que es Bergoglio para la Iglesia!
Pero los católicos ya no disciernen nada. Sólo están ocupados en destruir la Iglesia, y cada uno a su manera, según su pecado, según su injusticia.
Y Dios, mientras tanto, mirando desde el Cielo el pecado de Su Iglesia para manifestar Su Justicia.
Cuando se quite oficialmente la Eucaristía, entonces Jesús ya no podrá hacer el oficio de Mediador, en sus sacerdotes, y es cuando vendrá el Gran Día de la Ira: toda la Creación pasará por el fuego de la Cólera Divina.