Vida natural y orgánica, existencia artificial y mecánica
Una sala con proporciones inteligentemente
calculadas: bastante alta y bastante ancha como para dar al mismo tiempo
las impresiones armónicamente contrarias de intimidad y desahogo. En
ella caben holgadamente los muebles, los cuadros, la lámpara, las
personas, con espacios ampliamente suficientes para que estas se muevan
despreocupadamente, sin tropezar en alguna cosa o en alguien. Los
muebles no son lujosos.
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Sólidos,
decentes, cómodos, apacibles a la vista se prestan ellos también
holgadamente al uso humano. Buena mesa espaciosa en la que puede
sentarse una familia numerosa, y sobre la cual pueden acumularse sin
trastorno los manjares saludables y modestos, servidos en un almuerzo de
aniversario de una familia situada entre la pequeña y la mediana
burguesía. Sillas bien torneadas, de líneas amenas, suficientemente
fuertes para durar indefinidamente. Gran alfombra – sin lujo, y de
fabricación comercial- se ve que da cierto calor a la sala. Las ropas
están en exacta coherencia con el ambiente. De buen tejido, confortables
y con un corte al cual no le falta una cierta distinción burguesa. La
criada, de presentación más modesta, sin embargo se viste con decencia y
confort. Por la ventana, protegida por persianas y cortina, entra una
luz amena, ampliamente suficiente para toda la sala, pero graduada para
no herir los ojos y para conservar una claridad serena y templada en el
ambiente.
* * *
Calma, templanza, amenidad, son las notas dominantes del cuadro. Los
trajes sumamente recatados dan un aspecto de pureza a esta vida de
familia, que explica a su vez la amenidad de su convivencia. En una
familia en que haya entrado el gusano roedor de la impureza, las almas
no tienen salud ni frescor para deleitarse en afectos castos como los
del hogar. Todos se sienten felices y distendidos en ese ambiente en que
cada uno sabe que es estimado, apoyado y considerado según merece.
* * *
Hablamos muy intencionalmente de consideración. Nótese la situación
del viejo matrimonio. Lo que la familia tiene de más afectivo de vuelve
hacia él. Las dos hijas rodean a la madre, llenas de respetuoso afecto.
La niña se siente feliz y honrada en presentar una bebida al abuelo,
bajo la mirada atenta y simpática del hombre de edad madura. Para la
alegría de los niños hay también un lugar en esta reunión. Los dos niños
conversan risueños, otra niña está siendo cariñosamente servida por su
madre. Más allá otro niño, de índole tranquila, goza en paz su sosiego.
Entretanto la pequeña homenajeada, feliz y grave como una reina bajo su
arco de flores, acaba de saborear un manjar, y su mirada vaga por la
sala, a un mismo tiempo despreocupada y atenta. Pero si es amplia la
parte de los niños, no son ellos los que dominan la sala…
* * *
Ambiente confortable, saludable, placido, casto, que merecería
incluso ser comparado al de los “Buissonnets” de Lisieux, si en la sala
se notase alguna imagen y una nota sobrenatural que trascendiese,
iluminase y diese más elevación a este interior doméstico tan rico en
valores tradicionales de auténtica civilización cristiana. En suma,
ambiente favorable a la salud del alma y del cuerpo, que dispone
admirablemente los espíritus para la virtud sólida, seria, equilibrada y
estable.
* * *
anonimato,
murmullo, aprieto, prisa, preocupación. Mientras unos comen rápidamente
una comida hecha en serie, otros esperan su turno. Nadie sonríe. Una u
otra persona dice alguna cosa, pero no hay conversación. Todos piensan
en el trabajo que hicieron o en el que harán. Muchos hombres están con
sombrero, como si estuviesen en una estación o en un autobús. Nótese
entretanto cómo se visten los personajes: son todos de una clase
equivalente a la mediana o pequeña burguesía. Precisamente el nivel de
la familia del cuadro de arriba. Es el interior de un
restaurante-relámpago en una gran ciudad moderna. Y así almuerzan, casi
todos los días del año, millones de personas, y muchas además de
almorzar, también cenan de ese modo. ¿Y podría ser de otro modo? Las
grandes aglomeraciones, la consecuente concentración de los negocios, la
aceleración del ritmo de vida que de ahí se deriva, acentuada todavía
más por vertiginosa facilidad con que la radio, el telégrafo y el
teléfono (podemos agregar los celulares, internet, etc.) traen la rápida
circulación del dinero, todo en fin concurre para darle al hombre
moderno condiciones de vida muy agitada.
* * *
Sí. ¿Pero a qué precio para su salud, sus nervios, su equilibrio, su
virtud, su vida de familia? ¿No hay en esto una expresión de la
mecanización peligrosa de la vida, contra la cual el Santo Padre alertó
al mundo? Plinio Corrêa de Oliveira Catolicismo, Octubre 1955.

