RELOJ DE LA PASIÓN – POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
RELOJ DE LA PASIÓN
O sea reflexiones afectuosas sobre los padecimientos
de nuestro Señor Jesucristo, por el bienaventurado obispo
SAN ALFONSO DE LIGORIO
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CAPÍTULO PRIMERO.
Del amor que Jesucristo nos ha manifestado, queriendo satisfacer el mismo a la Justicia divina por nuestros pecados.
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- Pues este rasgo de amor que jamás ha tenido ni tendrá semejante en el mundo, está consignado en el Evangelio. En él se lee que el Hijo de Dios, el Señor del universo, viendo al hombre condenado por su pecado a la muerte eterna, ha querido tomar la naturaleza humana y pagar, sufriendo la muerte, las penas debidas por el hombre [Oblatus est quia ipse voluit. Isai. LIII, 7.] . Y el Padre eterno le ha condenado a morir en una cruz para salvarnos a nosotros miserables pecadores. «Él no ha perdonado a su propio Hijo, sino que lo ha entregado por todos nosotros.» [Proprio Filio suo non pepercit, sed pro nobis omnibus tradidit illum. Rom. VIII, 32.] ¿Qué te parece, alma devota, de este amor del Hijo y del Padre?
- Así, ¡mi amable Redentor, vuestra muerte ha sido el sacrificio que habéis querido ofrecer para alcanzarme el perdón! ¿Y qué os daré yo en reconocimiento? Vos me habéis obligado con demasiados títulos a amaros, y yo sería demasiado ingrato si no os amara con toda la efusión de mi corazón. Vos habéis dado por mí vuestra vida divina, yo, aunque miserable pecador, os doy la mía. Sí, al menos todo lo que me resta de vida quiero emplearlo únicamente en amaros, en serviros y agradaros.
- ¡Oh hombres! ¡Oh hombres! amemos a este Redentor, que siendo Dios no se ha desdeñado de cargarse con nuestros pecados, a fin de librarnos por sus padecimientos del castigo que habíamos merecido [Vere languores nostros ipse tulit, et dolores nostros ipse portavit. Isai. LIII, 4.] San Agustín dice que en la creación nos ha formado Dios por la virtud de su poder; pero que en la redención nos ha salvado de la muerte por medio de sus dolores [Condidit nos fortitudine sua, quaesivit nos infirmitate sua. S. Aug.] ¡Cuánto os debo oh Jesús Salvador mío! Aunque yo diera mil veces toda mi sangre por Vos, aunque os sacrificara mil vidas, todo sería poco. ¡Oh! quién siempre pensara en el amor que nos habéis mostrado en vuestra pasión, ¿cómo pudiera arriar otra cosa que a Vos? ¡Ah! por este mismo amor con que me habéis amado en la cruz, concededme la gracia de amaros con todo el corazón. Yo os amo, bondad infinita, yo os amo sobre todo otro bien, y no os pido más que vuestro santo amor.
- Mas ¿cómo se explica esto? prosigue el mismo san Agustín, ¿cómo vuestro amor, oh Salvador del mundo, ha podido llegar hasta el punto de que yo haya cometido la culpa y que Vos hayáis pagado la pena? [Quo tuus attigit amor? Ego inique egi, tu poena muletaris. S. Aug.] ¿Y qué os importaba, añade san Bernardo, que nosotros nos perdiéramos, que fuéramos castigados como lo habíamos merecido? ¿Por qué habéis querido cargar sobre vuestra inocente carne la pena de nuestros pecados? ¿Y para librarnos de la muerte, Señor, habéis querido morir? [O bone Iesu! Quod tibi est mori? Nos debuimos, et tu solvis! Nos peccamibus, et tu Luis! Opus sine exemplo ¿gratia sine merito, caritas sine comprehensione! Quodi, 5.] ¡Oh milagro que ni ha tenido ni tendrá jamás ejemplo! ¡Oh gracia que nosotros no pudimos nunca merecer! ¡Oh amor que jamás podremos nosotros comprender!
- Isaías había predicho que nuestro Redentor seria condenado a muerte, y «conducido al matadero como un manso cordero» [Sicut ovis ad occisionem ducetur. Isai. LIII, 7] ¡Qué
objeto de admiración debió ser para los Ángeles el ver a su inocente
Señor conducido como una víctima para ser sacrificado sobre el altar de
la cruz por el amor del hombre!
Y ¡qué terror debió imprimir al cielo y al infierno la vista de un Dios ajusticiado como un malhechor sobre un infame madero por los pecados de sus criaturas!
- «Cristo nos ha redimido de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros objeto de maldición, porque escrito está: Maldito todo el que está suspendido en el madero, a fin de que la bendición de Abrahan se extendiera a las naciones por el Cristo Salvador» [Christus nos redemit de maledicto Legis, factus pro nobis maledictum, (quia scriptum est: Maledictus omnis qui pendet in ligno), ut in gentibus benedictio Abrahae fleret in Christo Jesu. Galat. III, 13, 14.] Sobre lo cual dice san Ambrosio: Él ha querido ser maldito sobre la cruz, para que nosotros fuéramos benditos en el reino de Dios. [ille maledictum in cruce factus, ut tu benedictus esses in regno, S. Ambr. Ep. 47.] Así ¡oh mi dulce Salvador! para alcanzarme la bendición divina, habéis consentido en someteros a la ignominia de parecer en la cruz a la vista del mundo como un objeto de maldición, y abandonado en los tormentos hasta de vuestro eterno Padre, nuevo tormento que os obligó a lanzar este grande grito: « ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me habéis abandonado?» [Deus meus, Deus meus, ut quid dereliquisti me? Matth. XXVII.] Con efecto, según el comentario de Simón Casio, Jesús fue abandonado en medio de los tormentos, para que nosotros no quedáramos abandonados en nuestros pecados. [Ideo Christus derelictus est in poenis, ne nos derelinquamur in culpis. Sim. de Cass.] ¡Oh prodigio de misericordia! ¡Oh exceso del amor de un Dios para con los hombres! Y ¿cómo, oh Jesús mío, puede hallarse una sola alma que crea esto, y que no os ame?
- Él «nos amó, y nos lavó de nuestros pecados en su sangre.»[Dilexit nos: et lavit nos á peccatis nostris in sanguine suo. Apoc. I, 5.] Ved aquí, pues, oh hombres ingratos, hasta dónde ha llegado el amor de Jesús para con nosotros, a fin de limpiarnos de las suciedades de nuestros pecados: Él ha querido disponer para nosotros un baño de salud en su propia sangre. Él ha ofrecido una sangre que clama mejor aún que la de Abel: la de Abel pedía justicia, la de Jesús pide misericordia. Mas aquí exclama san Buenaventura: « ¡Oh buen Jesús! ¿Qué habéis hecho? ¿A dónde os ha llevado el amor? ¿Qué habéis visto en mí que haya podido inspiraros tanto amor? ¿Por qué habéis querido sufrir tanto por mí? ¿Quién soy yo para que hayáis querido comprar a tan grande precio mi amor?»[ O bone Jesu! quid fecisti? quid me tantum amasti? quare, Domine, quare? quid sum ego?] ¡Ah! ¡Ya lo veo, todo ha sido efecto de vuestro infinito amor! Por siempre seáis alabado y bendecido.
- « ¡Oh vosotros todos los que pasáis por el camino, atended y mirad si hay dolor como mi dolor!» [O vos omnes qui transitis per viam, attendite et videte si est dolor sicut dolor meus. Thren. I, 12.] El seráfico Doctor considerando estas palabras de Jeremías, como dichas por el Salvador cuando estaba en la cruz muriendo por nuestro amor, exclama: «Ah! ¡Señor! antes bien yo consideraré y veré si hay un amor como vuestro amor.» [Imó, Domine, attendam et videbo si est amor sicut amor tuus. Doct. Seraph.] Como si dijera; ya veo y comprendo, ¡oh mi amabilísimo Maestro! cuánto habéis sufrido en ese infame madero; pero lo que me estrecha más a amaros, es el ver la ternura que me habéis mostrado con tantos padecimientos sufridos para obtener mi amor.
- Lo que más abrasaba a san Pablo en el amor de Jesús era el pensamiento de que no solamente había querido morir por todos los hombres en general, sino también por él en particular. «Él me ha amado, decía, y se «ha entregado a sí mismo por mí.» [Dilexit me, et tradidit semetipsum pro me. Galat. II, 20.] Cada uno de nosotros puede decir otro tanto, porque asegura san Crisóstomo que Dios ama tanto a cada hombre en particular como amó a todo el mundo. [Adeo singulum quemque hominem parí caritatis modo diligit, quo diligit universum orbem. S. Chrysost.] Así que, no está menos obligado cada uno de nosotros a Jesucristo por haber padecido por todos, que si solo por él hubiera padecido. Pues bien, hermano mío, si Jesús muriera por ti solamente dejando a todos los demás en su perdición original, ¿qué obligación no le tuvieras? Con todo, debes saber que todavía le debes estar más obligado por haber muerto por todos. Si solo hubiera muerto por ti, ¿qué pena seria la tuya al pensar que tus más allegados, tu padre y tu madre, tus hermanos y amigos perecerían eternamente, y que después de esta vida estarías para siempre separado de ellos? Si tú y toda tu familia hubierais caído en esclavitud, y alguno llegara a rescatarte a ti solo, ¿cuánto le suplicarías que rescatase también contigo a tus padres y hermanos? ¿Y cuánto se lo agradecerías si lo hiciera así por complacerte? Decid pues todos a Jesús: ¡Ah, mi dulce Salvador! Vos habéis hecho esto por mí sin habéroslo yo rogado; y no solo me habéis rescatado a mí de la muerte a precio de vuestra sangre, sino también á mis parientes y amigos, de manera que yo puedo esperar que reunidos todos juntos nos gozaremos con Vos para siempre en el cielo. Señor, yo os lo agradezco, yo os amo, y espero agradecéroslo y amaros eternamente en aquella bienaventurada patria.
- ¿Quién, pues, pregunta san Lorenzo Justiniano, podrá explicar el amor que el Verbo divino tiene a cada uno de nosotros? porque este amor excede al de un hijo para con su madre, y al de una madre para con su hijo. [Praecellit omnem maternum ac filialem affectum Verbi Dei intensa caritas: neque humano, valet explicari eloquio, quo circa unumquemque moveatur amore. S. Laur. Justin.] Es tan grande, que como el Salvador reveló a santa Gertrudis, estaba dispuesto a morir tantas veces cuantas son las almas condenadas, si todavía fueran capaces de redención. [Toties morerer, quot sunt animae in Inferno.] ¡Oh Jesús! ¡Oh bien más amable que todo otro bien! ¿Por qué os aman tan poco los hombres? ¡Ah! hacedles conocer lo que Vos habéis padecido por cada uno de ellos, el amor que les profesáis, el deseo que tenéis de ser amado de ellos, los hermosos títulos que tenéis á su amor. Daos a conocer, ¡Oh Jesús mío! haceos amar.
- «Yo soy el buen Pastor, dice Jesús; «el buen Pastor da su vida por sus ovejas.» [Ego sum pastor bonus; bonus pastor animae suam dat pro ovibus suis. Joann. X, 11.] Pero, Señor, ¿dónde se hallarán en el mundo pastores semejantes a Vos? Los demás pastores dan la muerte a sus ovejas por conservar ellos su vida: más Vos, Pastor amantísimo, habéis querido dar vuestra vida divina por la de vuestras amadas ovejas. ¡Oh dicha inefable! yo soy, sí, yo soy por mi suerte ¡Oh amabilísimo Pastor! una de estas ovejas. ¿Cuánta es, pues, mi obligación de amaros, y de emplear toda mi vida en serviros, pues que Vos habéis muerto por amor mío en particular? ¿Y qué confianza no debo yo tener en vuestra sangre preciosa, sabiendo que ha sido derramada para pagar mis deudas? «Y tú dirás en un día: Yo te alabaré, Señor: he aquí mi Dios, mi Salvador; obraré con confianza y nada temeré.» [Et dices in illa die: Confitebor tibi, Domine, ecce Deus salvator meus, fiducialiter agam, et non timebo. Isai. XII. 1,2.] ¿Y cómo pudiera yo en adelante desconfiar de vuestra misericordia, oh Redentor mío, mirando vuestras llagas? Apresurémonos, pues, pecadores, y recurramos a Jesús, que sobre la cruz, como sobre un trono de misericordia, ha aplacado la justicia divina irritada contra nosotros. Si habemos ofendido a Dios, él ha hecho penitencia por nosotros: basta que nos arrepintamos de ello.
- ¡Ah! mi buen Salvador, ¡a qué no os han reducido la compasión y el amor que me tenéis! ¡El esclavo peca, y Vos, Señor, pagáis la pena! Si pienso en mis pecados, debo temer el castigo que merezco; mas pensando en vuestra muerte, tengo más motivo para esperar, que para temer. ¡Ah! ¡Sangre de Jesús, tú eres toda mi esperanza!
- Mas esta sangre al darnos una total confianza, nos obliga también a ser enteramente de nuestro Salvador. « ¿No sabéis, decía el Apóstol, que no sois vuestros, porque «comprados fuisteis por grande precio?» [An nescitis quoniam… non estis vestri? empti enim estis pretio magno. I Cor. VI, 20.] No, yo no puedo ¡Oh mi Jesús! sin injusticia disponer ya de mí ni de lo que me pertenece: yo he venido a ser propiedad vuestra, porque Vos me habéis comprado con vuestra muerte. Mi cuerpo, mi alma, mi vida no es ya mía, es toda vuestra, y solo para Vos. Solo en Vos quiero yo esperar, solo a Vos quiero yo amar, ¡oh Dios mío, crucificado y muerto por mí! Ninguna otra cosa tengo que ofreceros, sino esta alma rescatada con vuestra sangre: yo os la ofrezco: permitidme que os ame, porque yo nada quiero ya sino a Vos, mi Salvador, mi Dios, mi amor y mi todo. Hasta aquí he sido agradecido a los hombres, solo he sido ingrato para con Vos; al presente yo os amo, y nada me aflige más que el haberos ofendido. ¡Oh mi Jesús! dadme confianza en vuestra pasión, y apartad de mí toda afección que no sea por Vos. Yo no quiero amar sino a Vos que merecéis todo mi amor, y que con tantos títulos me habéis obligado a amaros.
- ¿Y quién podrá en adelante excusarse de amaros, viéndoos a Vos, Hijo predilecto del Padre eterno, terminar voluntariamente por nosotros vuestra vida con una muerte tan amarga y tan cruel? ¡Oh María! ¡Oh madre del amor hermoso! ¡Ah! por los méritos de vuestro corazón abrasado todo de amor alcanzadme la gracia de no vivir sino para amar a vuestro Hijo, que siendo por sí mismo digno de un amor infinito, ha querido comprar a tanto precio el amor de un miserable pecador como yo. ¡Oh amor de las almas! ¡Oh Jesús mío! yo os amo, yo os amo, yo os amo; pero todavía, os amo demasiado poco: concededme Vos mismo un amor más grande y de unas llamas tan encendidas, que me hagan vivir abrasado siempre en vuestro amor: yo en verdad no lo merezco, más Vos lo merecéis, bondad infinita. Amen. Así lo espero. Así sea.
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CAPÍTULO II.
Jesús ha querido sufrir mucho por nosotros, para hacernos comprender la grandeza del amor que nos tiene.
- Dos cosas, dice Ciceron, hacen conocer al que ama: hacer bien al amado, y padecer tormentos por él: y esta última es la mayor señal de un verdadero amor. [ Duo sunt quae amantem produnt: amato benefacere, et pro amato cruciatus ferre; et hoc est majus.] Ya había hecho Dios resplandecer su amor al hombre con tantos beneficios de que le había colmado; más creyó, dice san Pedro Crisólogo, que el ser solamente bienhechor del hombre era demasiado poco para su amor, sino hallaba todavía el medio de mostrarle cuanto le amaba, sufriendo también los mayores tormentos y muriendo por él, como lo ha hecho tomando la naturaleza humana. [Sed parum esse credidit, si affectum suum non etiam adversa sustinendo monstraret.] ¿Y qué otro medio más propio podía Dios escoger para manifestar el amor inmenso que nos tiene, que el de hacerse hombre y padecer por nosotros? «No había ningún otro.» [Non aliter Dei amor erga nos declarari poterat.] Dice a este propósito san Gregorio Nacianzeno. ¡Oh mi amabilísimo Jesús! Vos habéis hecho demasiado para mostrarme vuestra ternura e inflamarme de amor en vuestra bondad. Muy grande seria la injuria que yo os hiciera si os amara poco, oh si amara jamás otra cosa que a Vos.
- ¡Ah! mostrándosenos Dios cubierto de llagas, crucificado y espirando por nosotros, nos ha dado, dice Cornelio Alápide (in I Cor.), la más grande prueba que podía de su amor. [Summum Deus in cruce ostendit amorem.] Y antes había dicho san Bernardo, que Jesús en su pasión nos ha hecho conocer, que su amor a los hombres no podía ser mayor. [In passionis rubore maxima et incomparabilis ostenditur caritas. De Pass. c. 41, 2.] El Apóstol escribe que después que Jesús quiso morir por nuestra salud, se manifestó hasta donde llegaba el amor de Dios hacia nosotros sus miserables criaturas. [Apparuit benignitas et humanitas Salvatoris nostri Dei. Tit. III, 4.] ¡Ah! mi amantísimo Maestro, ya lo comprendo, todas vuestras llagas me descubren vuestro amor. Y después de tantas pruebas de vuestra caridad ¿quién pudiera dispensarse ya de amaros? Con mucha razón decía santa Teresa: « ¡Oh amabilísimo Jesús! el que no os ama demuestra bien que no os conoce.»
- Bien podía Jesucristo salvarnos sin padecer nada, pasando en la tierra una vida tranquila y dichosa; mas no fue así, porque como dice san Pablo [Proposito sibi gaudio sustinuit crucem. Ad Hebr. XII, 2.] : Menospreció las riquezas, los placeres, los honores de la tierra, y escogió por nosotros una vida pobre y una muerte llena de dolores y de oprobios. ¿Y por qué? Pues qué, ¿no bastaba el que pidiese al Padre eterno que perdonara al hombre, con una simple oración que, siendo de un valor infinito, era suficiente para salvar al mundo y a una infinidad de mundos? ¿Por qué, pues, ha preferido tantas penas y una muerte tan cruel, que con razón dice un autor, que solo el dolor que sintió separó de su cuerpo el alma de Jesús? [Inter agones punís dolor animam é corpore sejunxit. Contens. Theolog. tom. 2, lib. 10, diss. 4.] ¿A qué fin tantos gastos para salvar el hombre? San Juan Crisóstomo responde que aunque una sola oración de Jesús era a la verdad bastante para salvarnos, mas no bastaba para mostrar el amor que Dios nos tiene. [Quod sufficiebat redemptioni non sufficiebat amori. Serm. 128.] Lo que confirma santo Tomás diciendo: Padeciendo Jesucristo por nuestro amor ha pagado a Dios más de lo que exigía la reparación de la ofensa del género humano. [Christus ex caritate patiendo, magis Deo exhibuit quam exigeret recompensatio offensae humani generis. 2 part. quaest. 548, art. 2.] Por cuanto Jesús nos amaba mucho, quería también ser amado mucho de nosotros, y por eso ha hecho todo lo que ha podido, hasta padecer la muerte para conciliarse nuestro amor, y para hacernos comprender que ya nada más podía hacer para obtenerlo. Quiso padecer mucho, dice san Bernardo, a fin de imponer al hombre una obligación grande de amarle. [Miltum fatigationis assumpsit, quo multae dilectionis hominem teneret.]
- ¿Y qué mayor prueba de amor, dice nuestro mismo Salvador, puede dar un amigo que la de dar su vida por el amigo? [Majorem hac dilectionem nemo habet, ut animam suam ponat quis pro amicis suis. Joann. XV. 13.] Pero Vos, amable Salvador, dice San Bernardo, habéis hecho todavía más, puesto que habéis querido dar vuestra vida por nosotros, que no éramos amigos vuestros, sino enemigos, sino rebeldes [Tu majorem habuisti, Domine, caritatem, ponens animam pro inimicis.]. Y esto mismo quiso recordar el Apóstol, cuando dijo: Dios ha hecho resaltar su amor hacia nosotros, pues que cuando aún éramos pecadores, Cristo ha muerto según el tiempo por nosotros. [Commendat autem caritatem suam Deus in nobis: quoniam cum ad huc peccatores essemus, secundum tempus Christus mortuus est. Roman. 5, 8.] Así, oh mi Jesús, Vos habéis querido morir por mí, siendo yo vuestro enemigo; ¿y podré ya resistir a tanto amor? Heme aquí, y puesto que deseáis tan ardientemente que os ame y que os ame sobre todas las cosas, yo repudio lejos de mí todo otro amor, y no quiero amar sino a Vos solo.
- San Juan Crisóstomo dice que el fin principal de Jesús en su pasión fue el de revelarnos cuán grande era su amor, y atraer de este modo hacia sí nuestros corazones con la memoria de los trabajos sufridos por nosotros. [Haec causa prima fuít Dominicae passionis, quia sciri voluít quantum amaret hominem Deus, qui plus amari voluit quam timeri.] Santo Tomás añade que por la pasión de Jesús conocemos mejor el gran amor que tiene al hombre. [Per hoc enim homo cognoscit quantum Deus hominem diligat.] Y san Juan había dicho ya antes: ¡Ah, Jesús mío! ¡Cordero inmaculado, inmolado por mí sobre la cruz! lo que me hace conocer la caridad de Dios es, que él ha dado su vida por nosotros. [In hoc cognovimus caritatem Dei, quoniam ille animam suam pro nobis posuit. I Joann. III, 16.] ¡No sean, pues, perdidos para mí tantos padecimientos sufridos por mí! [Tantus labor non sit cassus.] Dignaos aplicarme el fruto de tantas penas. Aprisionadme fuertemente con las dulces cadenas de vuestro amor, a fin de que ya no os deje más y no me separe más de Vos. [Deus dulcissime, ne permitas me separari a te.]
- San Lucas refiere que estando Moisés y Elías hablando con Jesucristo en el monte Tabor acerca de su pasión, la llamaron exceso. [Dicebant excessum ejus quem completurus erat in Jerusalem. Luc. IX, 31.] «Sí, dice san Buenaventura, con razón es llamada un exceso la pasión de Jesucristo, puesto que ella fue un exceso de dolor y un exceso de amor.» [Excessus doloris, excessus amoris.] Y un piadoso autor añade: ¿Qué más ha podido padecer que no haya padecido? El exceso de su amor ha llegado hasta sus últimos límites. [Quid ultra pati potuit ct non pertulit? ad summum pervenit amoris excessus. Contens. lib. 1.] ¿Y cómo no? La ley de Dios no manda a los hombres amar a su prójimo sino como a sí mismos; pero Jesús ha amado a los hombres más que a sí mismo, dice san Cirilo. [Magis hos quam seipsum amavit.] Así que, oh mi amantísimo Redentor, os diré con san Agustín: Vos habéis llegado hasta amarme más que a Vos mismo, pues por salvarme a mí habéis querido dar vuestra vida divina; vida infinitamente más preciosa que la vida de todos los hombres y de todos los Ángeles juntos. [Dilexisti me plus quam te, quoniam mori voluisti pro me.]
- « ¡Oh Dios infinito! exclama el abad Guerrico, Vos habéis llegado a ser por el amor del hombre, si así puede decirse, un pródigo de Vos mismo. [Deum, si fas est dici, prodigum sui prae desiderio nominis.] ¿Y por qué no, añade, pues habéis querido dar no solo vuestros bienes, sino a Vos mismo por rescatar al hombre perdido? [An non prodigun sui, qui non solum sua, sed seipsum impendit ut hominem recuperaret?] ¡Oh prodigio, oh exceso de amor, digno solamente de una bondad infinita! ¿Y quién Señor, dice santo Tomas de Villanueva, podrá jamás formar una idea aunque confusa de la inmensidad de vuestro amor por nosotros? ¡Tanto habéis amado a unos pobres gusanillos que habéis querido morir por ellos y morir en una cruz! [Quis amoris tui cognoscere veí suspicari posset a longe caritatis ardorem, quod sic amares ut te ipsum cruci et morti exponeres pro vermiculis?] ¡Ah! semejante amor, concluye el Santo, excede toda medida y toda inteligencia. [Excedit haec caritas omnem modum, omnem sensum.]
- Es cosa muy dulce ser amado de algún alto personaje, especialmente si puede elevarnos a una gran fortuna. Pues bien: ¿cuánto más dulce debe ser y más precioso el ser amado de Dios, que nos puede elevar a una fortuna eterna? En la ley antigua podía el hombre dudar si Dios le amaba con ternura; más después de haberle visto clavado a un madero derramar toda su sangre y morir, ¿cómo pudiéramos dudar si nos ama con toda la ternura de su amor? ¡Ah! alma mía, mira a tu amante Jesús que pende de la cruz todo cubierto de llagas: hele aquí como por sus heridas te demuestra el amor de su corazón abrasándose todo por ti. [Patet arca cordis per foramina corporis. S. Bern.] Sí, dulce Jesús mío, yo me aflijo de veros espirar a violencia de tantos dolores sobre ese infame madero, pero al leer en vuestras llagas el amor que Vos me tenéis, esto me consuela y me enamora. Serafines del cielo, ¿qué pensáis del amor de mi Dios que me ha amado tanto y que se ha entregado a la muerte por mí? [Qui dilexit me et tradidit semetipsum pro me. Gal. II, 5.]
- San Pablo dice que los gentiles, al predicarles a Jesús crucificado por el amor de los hombres, miraban esto como una increíble necedad. [Nos autem praedicamus Christum crucifixum, Judaeis quidem scaudalum, gentibuis autem stullitiam. I Cor. I, 23.] ¿Y cómo, decían ellos, será posible creer que un Dios omnipotente, que de nadie tiene necesidad para ser lo que es, infinitamente feliz, para salvar a los hombres ha querido hacerse hombre y morir sobre una cruz? Esto sería, decían, lo mismo que creer en un Dios que se ha hecho loco por amor de los hombres. [Gentibus autem stultitiam.] Por eso rehusaban creerle. Mas esta grande obra de la Redención, que los gentiles creían y llamaban locura, sabemos por la fe que Jesús la ha acometido y cumplido. Nosotros hemos visto, dice san Lorenzo Justiniano, la Sabiduría eterna, el Hijo único de Dios, hecho, por decirlo así, loco por el excesivo amor que tiene a los hombres. [Agnovimus sapientem nimietate amoris infatuatum.] Sí, porque no parece sino una locura de amor, añade el cardenal Hugo, el que un Dios haya querido morir por el hombre. [Stultitia videtur quod mortuus fuerit Deus pro salute hominum.]
- El B. Diacopone, este hombre que tanto se ha distinguido en el mundo por su saber, haciéndose franciscano, parecía haberse vuelto loco por el amor que tenía a Jesucristo. Un día se le apareció Jesús, y le dijo: Diacopone, ¿por qué haces esas locuras? — ¿Por qué las hago? respondió: porque Vos me las habéis enseñado. Si yo soy loco, Vos lo sois todavía más, en haber querido morir por mí. [Stultus sum, quia me stultier fuisti.] Del mismo modo santa Magdalena de Pazzi, arrebatada en éxtasis, exclama: ¡Oh Dios de amor! ¡Oh Dios de amor! Es demasiado grande, Jesús mío, el amor que tenéis a los hombres. (In vita cap. 11) Y un día, transportada fuera de sí misma, tomó un crucifijo, y comenzó a correr por el convento gritando: ¡Oh amor! ¡Oh amor! Jamás dejaré, Dios mío, de llamaros amor. En seguida, acercándose a sus religiosas, les dijo: ¿No sabéis mis amadas hermanas, que mi Jesús no es sino mi amor, y todavía más, un loco de amor?Sí, loco de amor digo que sois Vos ¡oh, Jesús mío! Y siempre lo diré. Añadía la misma santa que al llamar a Jesús amor, quisiera ser oída de todo el mundo, a fin de que el amor de Jesús fuera conocido y amado de todos los hombres; y a las veces se ponía a tocar una campana para que todas las naciones vinieran, si fuera posible, como ella lo deseaba, a amar a Jesús.
- Sí, dulce Redentor mío, permitidme decíroslo; aquella vuestra tierna esposa tenía mucha razón en llamaros loco de amor; ¿y no parece una locura el que Vos hayáis querido morir por mí, por un gusano de la tierra tan ingrato como yo, y cuyos pecados y perfidias conocíais ya de antemano? Pero si Vos, Dios mío, habéis llegado a ser como loco de amor por mí, ¿cómo no llegaré yo a ser loco de amor por un Dios? Después de haberos visto morir por mí ¿cómo puedo yo pensar en otra cosa, ni cómo puedo yo amar otra cosa que a Vos? Sí, ¡oh mi Señor, mi bien soberano y soberanamente amable! yo os amo más que a mí mismo. Yo os prometo no amar en adelante sino a Vos, y pensar siempre en el amor que me habéis mostrado muriendo por mí entre tormentos.
- ¡Oh azotes! ¡Oh espinas! ¡Oh clavos! ¡Oh cruz! ¡Oh llagas! ¡Oh dolores! ¡Oh muerte de mi Jesús! vosotros me estrecháis demasiado, vosotros me forzáis demasiado a amar a aquel que me ha amado tanto. ¡Oh Verbo encarnado! ¡Oh Dios amante! mi alma está inflamada de amor por Vos. Yo quisiera amaros hasta el punto de no hallar otro placer que el de complaceros, ¡Oh mi amabilísimo Maestro! y pues que Vos deseáis tan ardientemente mi amor, yo protesto que solo quiero vivir para Vos. Sí, yo quiero hacer todo lo que quisiereis de mí. ¡Ah Jesús mío! ayudadme, haced que yo os agrade enteramente y por siempre, en el tiempo y en la eternidad. María madre mía, interceded a Jesús por mí, a fin de que me conceda su amor; porque yo no deseo en esta vida ni en la otra sino amar a Jesús. Amen.