lunes, 30 de marzo de 2015

RELOJ DE LA PASIÓN – POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO


RELOJ DE LA PASIÓN – POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

RELOJ DE LA PASIÓN

O sea reflexiones afectuosas sobre los padecimientos

 de nuestro Señor Jesucristo, por el bienaventurado obispo

SAN ALFONSO DE LIGORIO

CAPÍTULO III.

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Jesús por nuestro amor ha querido sufrir desde el principio de su vida los dolores de la pasión
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  1. El Verbo eterno para hacerse amar del hombre vino al mundo y tomó la naturaleza humana. Por eso vino con tan grande sed de padecer por nuestro amor, que no quiso existir un momento sin sufrir al menos con la aprensión. Apenas fue concebido en el seno de su madre, ya se representó todos los tormentos de su pasión, y para alcanzarnos el perdón y la gracia divina se ofreció al Padre eterno, a fin de satisfacer con sus sufrimientos por todos los castigos debidos a nuestros pecados; y desde entonces comenzó a padecer todo lo que más tarde sufrió en su dolorosa muerte. ¡Ah! ¡Mi amable Redentor! ¿Y qué he hecho yo hasta aquí? ¿Qué he sufrido por Vos? Si por mil años sufriera yo por Vos los tormentos que han pasado todos los mártires, aun sería poco todo esto en comparación de aquel solo primer momento en que os ofrecisteis y comenzasteis a padecer por mí.
  2. Es verdad que los mártires sufrieron grandes dolores y grandes ignominias; pero no los sufrieron sino en el tiempo de su martirio. Mas Jesús padeció siempre, desde el primer instante de su vida, todas las penas de su pasión; porque tuvo siempre delante de sus ojos aquella escena horrible, en que debía sufrir de parte de los hombres tantos tormentos y tantas afrentas. Así dice él por boca del Profeta: Mi dolor está siempre presente a mis ojos [Dolor meus in conspectu meo semper. Ps. XXXVII 18.4*] ¡Ah Jesús mío! Vos sois por mi amor tan ávido de sufrimientos que los habéis querido padecer antes de tiempo; ¡y yo tan ávido de los placeres de la tierra! ¡Cuántos desagrados os he causado yo por contentar mi cuerpo! Señor, por los méritos de vuestros sufrimientos arrancad de mi corazón toda afición a los placeres de la tierra. Por vuestro amor tomo ya la resolución de abstenerme de esta satisfacción (Nombradla).
  1. Usando Dios de compasión con nosotros, no nos ha dado a conocer las penas que nos aguardan antes del tiempo destinado a sufrirlas. Si un reo que espira en un cadalso hubiera conocido por revelación, desde su infancia, el suplicio que le esperaba, ¿hubiera podido jamás experimentar ningún gozo? Si desde el principio de su reinado hubiese tenido presente Saúl la espada que debía atravesarle; si Judas hubiera visto de antemano el cordel que había de ahorcarle, ¡cuán amargas fueran sus vidas! Pues nuestro amable Redentor, desde el primer instante de la suya, tuvo siempre presentes los azotes, las bofetadas , las espinas, la cruz, los ultrajes de su pasión, la muerte dolorosa que le esperaba. Cuando veía las víctimas ofrecidas en el templo, se le representaban como otras tantas figuras del sacrificio que él mismo, Cordero sin mancilla, debía consumar en el altar de la cruz: cuando veía la ciudad de Jerusalén, sabía bien que allí era donde debía perder la vida en un mar de dolores y de oprobios: cuando fijaba la vista sobre su tierna madre, se imaginaba verla ya agonizando de dolor al pie de la cruz en que él mismo había de espirar. Así, ¡oh Jesús mío! la vista horrible de tantos males os tuvo en un tormento y en una aflicción continua mucho tiempo antes del momento de vuestra muerte, ¡y Vos habéis aceptado y sufrido todo esto por mi amor!
  2. La sola vista ¡oh Jesus paciente! De todos los pecados del mundo, especialmente de aquellos con que preveíais que os había yo de ofender, hizo vuestra vida la más afligida y más olorosa de rodas las existencias pasadas y futuras mas, ¡oh Dios! ¿En qué ley la más bárbara se halla escrito que un Dios ame a una de sus creaturas hasta este punto; y que después de esto viva esta sin amar a su Dios? ¿Qué digo, le contriste y aun le ultraje? ¡Ah! Señor, hacedme conocer la grandeza de vuestro amor para que deje ya de ser ingrato- ¡ah sí os amara, Jesús mío! Si yo os amara verdaderamente, ¡que dulce me seria sufrir por Vos!
  3. Se apareció un día Jesús crucificado a sor Magdalena Orsini, que desde mucho tiempo se hallaba atribulada, y le exhortaba a sufrir con resignación. La sierva de Dios respondió: Señor, Vos no habéis estado sino tres horas en la cruz, cuando hace muchos años padezco yo esta pena. Jesús reprendiéndola le dijo; ¡Ah ignorante! ¿Qué dices? Desde el primer momento que estuve en el seno de mi Madre, ya sufría en mi corazón lo que más tarde he padecido sobre la cruz. Y yo, amantísimo Redentor, en vista de todo lo que habéis sufrido por mi amor durante vuestra vida, ¿cómo puedo quejarme de estas cruces que Vos no me enviáis sino para mi bien? Yo os doy gracias por haberme redimido a precio de tanto amor y de tanto dolor. Para animarme a sufrir con paciencia las penas de esta vida, habéis querido cargaros con todos nuestros males. ¡Ah Señor! recordadme frecuentemente vuestros dolores, a fin de que yo acepte y desee siempre sufrir por vuestro amor.
  4. Vuestro dolor es grande como el mar [Magna est velut mare contritio tua. Thren, II, 13]. Así como las aguas de este son todas saladas y amargas, así la vida de Jesús fue toda llena de amarguras y privada de todo consuelo, como se lo dijo él mismo a santa Margarita de Cortona. Además, como en el mar se reúnen todas las aguas de la tierra, así en Jesucristo se reunieron todos los dolores de los hombres. Por esto dice por boca del Salmista: [Salvum me fac, Deus: quoniam intraverunt atquae usque ad animam meam,…. veni in altitudinem maris, et tempestas demerseit me. Psalm. LXVIII, 2] Salvadme, ¡oh mi Dios! porque las tribulaciones han entrado hasta lo íntimo de mi alma, y he quedado sumergido por una tempestad de oprobios y dolores interiores y exteriores. ¡Ah! mi tierno Jesús, mi amor, mi vida, mi todo, si miro vuestro sagrado cuerpo, yo no veo sino llagas: si entro después en vuestro corazón desolado, yo no hallo en él sino amarguras y tristezas que os hacen sufrir las agonías de la muerte. ¡Ah mi divino Maestro! ¿Quién sino Vos, que sois una bondad infinita, podía llegar a sufrir hasta este punto, y morir por vuestra criatura? Más porque Vos sois Dios, amáis como Dios, con un amor que ningún otro puede igualar.
  5. San Bernardo dice: Para redimir al esclavo, el Padre no ha perdonado al Hijo, y el Hijo no se ha perdonado a sí mismo [ut servum redimeret, nec Pater Filio, nec Filius sibi ipsi pepercit. Ser. Fer. 4.] ¡Oh caridad infinita de Dios! por una parte el Padre eterno manda satisfacer a Jesucristo por todos los pecados de los hombres [Posuit in eo iniquitatem omnium nostrum. Isai. LIII, 6]; y por otra, Jesús para salvar a los hombres, del modo más amoroso que podía, quiso tomar sobre sí y pagar con todo rigor a la Justicia divina las satisfacciones que le eran debidas; satisfacciones que le eran debidas; de donde infiere santo Tomás que se cargó con todos los dolores y todos los ultrajes en el más alto grado [Assumsit dolorem in summo, vituperationem in summo] Por eso le llama Isaías el hombre de dolores y el más menospreciado de los hombres [Despectum et novissimum virorum, virum dolorum. Isai LIII, 3]; y con mucha razón, porque mientras Jesús era atormentado en todos sus miembros y en todos sus sentidos, experimentaba unos dolores mayores aun en todas las potencias de su alma, excediendo inmensamente sus penas interiores a sus dolores exteriores. Vedle, pues, desgarrado, desangrado, medio muerto , tratado de seductor, de hechicero, de loco, abandonado aun de sus mismos amigos, y perseguido en fin de todos, hasta terminar su vida sobre un infame madero.
  6. ¿Sabéis lo que he hecho por vosotros? [Scitis. quid fecerim vobis? Joann. XIII. 12.] Sí, yo sé muy bien, Señor, todo lo que habéis hecho y sufrido por mi amor; más Vos sabéis también que hasta aquí no he hecho yo nada por Vos. Jesús mío, ayudadme a sufrir alguna cosa por vuestro amor antes que llegue la muerte. Yo me avergüenzo de parecer delante de Vos, pero no quiero ser ya, como lo he sido por tanto tiempo, ingrato para con Vos. Vos os habéis privado de todo placer por mí: yo renuncio por vuestro amor a todos los placeres de los sentidos. Vos habéis padecido tan grandes dolores por mí; yo quiero padecer por Vos todas las penalidades de mi vida y de mi muerte, según más os agradare. Vos habéis sido abandonado, yo consiento en que todos me abandonen, con tal que no lo sea yo de Vos, mi único y mi soberano bien. Vos habéis sido perseguido, yo acepto toda especie de persecuciones. En fin, Vos habéis muerto por mí, yo quiero morir por Vos. ¡Ah! Jesús mío, mi tesoro, mi amor, mi todo, yo os amo, concededme más y más amor. Amen.


CAPÍTULO IV.
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Del gran deseo que tuvo Jesús de padecer y morir por nuestro amor.
  1. ¡Cuánta ternura y amor! ¡Cuántos títulos a nuestra caridad hay envueltos en aquella revelación que hizo nuestro divino Redentor de los motivos de su venida sobre la tierra, cuando dijo que había venido para traer a las almas el fuego del divino amor, y que no tenía otro deseo que el de ver encenderse esta santa llama en todos los corazones de los hombres! [Ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur? Luc. XII, 49.] En seguida añadió, que deseaba ser bautizado en el bautismo de su propia sangre; no para lavar sus propios pecados, pues era impecable, sino los nuestros que había venido a expiar con sus padecimientos. La pasión de Jesucristo, dice san Buenaventura, es llamada bautismo, porque nosotros somos purificados en su sangre. [Passio Christi dicitur baptisma, quia in ejus sanguine purificamur. S Bonav.] Y después de esto, nuestro amable Jesús para hacernos comprender todo el ardor del deseo que tenia de morir por nosotros, dice con las expresiones más dulces del amor, que experimentaba vivas angustias porque se dilataba el tiempo en que debía cumplirse su pasión: ¡tan grande era su deseo de padecer por nuestro amor! Ved aquí sus amorosas palabras: « Hay un bautismo en el que debo yo ser bautizado, ¡y cuánta es mi angustia hasta que se perfeccione!» [Baptismo habeo baptizari, et quomodo coaretor usquedum perficiatur. Luc. XII, 50.] 
  2. ¡Ah! ¡Dios abrasándose de amor por los hombres! ¿Qué más podíais Vos decir y hacer para ponerme en la necesidad de amaros? ¿Y qué bien tan grande debía, Señor, procuraros mi amor, para que por obtenerle, hayáis querido morir y deseado tanto la muerte? Si uno de mis criados hubiera solo deseado morir por mí, se adquiriría seguramente mi amor: ¡y podré yo vivir sin amaros con todo el amor de mi corazón, a Vos mi Rey y mi Dios, que habéis muerto por mí, y con un tan gran deseo de morir por conseguir mi amor!
  3. Sabiendo Jesús que era llegada su hora de pasar de este mundo a su Padre, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. [Sciens Jesusquia venit hora ejus, ut transeat ex hoc mundo ad Patrem, cum dilexisset suos… in finem dilexit eos. Joann. XIII, 1] San Juan dice que Jesús llamó hora suya la hora de su pasión, porque como escribe un piadoso comentador, este fue el momento de la vida más ardientemente deseado por nuestro divino Redentor, el momento en que, sufriendo y muriendo por el hombre, quería hacerle comprender el inmenso amor que le tenía. Para el que ama es muy dulce la hora en que padece por el objeto amado [Amantis illa hora est qua pro amico patitur. Barr. Apud Spon.] Porque el padecer por el amigo es el medio más propio para manifestar el amor del que ama, y para cautivar el amor del objeto amado. ¡Ah! mi tierno Jesús, es pues para mostrarme la grandeza de vuestro amor el que no hayáis querido confiar a ningún otro sino a Vos la obra de mi redención. ¿Tanto os interesaba mi amor, que habéis querido sufrir hasta este punto para obtenerle? ¿Y qué más hubierais podido hacer si tuvierais que ganar el amor de vuestro divino Padre? ¿Qué más hubiera podido padecer un criado para captarse el afecto de su señor, que lo que Vos habéis sufrido para ser amado de mí, esclavo vil e ingrato?
  4. Pero, ved aquí a nuestro amable Jesús en la víspera de ser sacrificado sobre el altar de la cruz por nuestra salud. En esta noche venturosa que precedió a su pasión, oigamos lo que dijo a sus discípulos en la última cena que tuvo con ellos. Yo he deseado con un deseo ardiente comer esta Pascua con vosotros. [Desiderio desideravi hoc pascha manducare vobiscum. Luc. XII, 15]
Examinando San Lorenzo Justiniano estas palabras, asegura que todas ellas fueron expresiones de amor. [Desiderio desideravi: caritatis est vox haec.] Como si nuestro amable Redentor hubiera dicho: ¡Oh hombres!, sabed que esta noche en la que comenzará mi pasión, es el tiempo más deseado de mi vida y por el que más he suspirado, porque este es puntualmente el tiempo en que por mis padecimientos y por mi cruel muerte os haré conocer cuánto os amo; y por esto os obligaré a amarme con el mayor amor que sea posible. Dice un autor que en la pasión de Jesús la omnipotencia divina se unió con el amor. El amor quiso amar al hombre con toda la extensión de la omnipotencia, y la omnipotencia quiso ayudar al amor con toda la extensión de su deseo.
¡Oh Dios infinito! Vos mismo os habéis entregado todo a mí, ¿y cómo después de esto puedo yo no amaros con todas las potencias de mi ser? Yo creo, sí, yo creo que Vos habéis muerto por mí: ¿y cómo os amo yo tan poco que me olvide tan frecuentemente de Vos, y de todo lo que habéis padecido por mí? ¡Ah! ¿Por qué, Señor, contemplando vuestra pasión no me veo inflamado del todo en vuestro amor? ¿Por qué no soy ya todo de Vos como tantas almas santas, que considerando vuestras penas han llegado a ser la dichosa conquista de vuestro amor, y se han entregado del todo a Vos?
  1. La esposa de los Cantares decía que todas las veces que su esposo la introducía en la bodega de la pasión, se sentía tan acometida del amor divino, que lánguida toda de amor se veía precisada a buscar algún alivio a su corazón herido. [lntroduxit me in cellam vinariam: ordinavit in me caritatem: fulcite me floribus, stipate me malis: quia amor langueo. Cant. II, 4.] ¿Y cómo es posible que considerando la pasión de Jesucristo no quede el alma herida, como de unas flechas de amor, por aquellos dolores , por aquellas angustias que tan cruelmente hicieron padecer al alma y al cuerpo de su muy amado, y no se vea forzada con una dulce violencia a amar a quien tanto la ha amado?
¡Oh cordero sin mancha! yo os miro sobre esa cruz descarnado, ensangrentado y desfigurado; mas ¡cuán bello y cuán amable me parecéis! Sí, porque todas esas llagas que veo en Vos, son para mí otras tantas señales y pruebas ciertas del grande amor que me tenéis. ¡Ah! si todos los hombres os contemplasen frecuentemente en aquel estado en que un día fuisteis presentado en espectáculo a toda Jerusalén, ¿quién podría dejar de enamorarse de vuestro amor? Amable Maestro mío, aceptad mi amor: yo os consagro todos mis sentidos y toda mi voluntad. ¿Y cómo puedo yo negaros ninguna cosa, puesto que Vos no me habéis negado ni vuestra sangre, ni vuestra vida, ni todo lo que sois?
  1. El deseo que tenía Jesús de padecer por nosotros era tan grande, que en la noche que precedió a su muerte, no sólo fue voluntariamente al huerto donde ya sabía que los judíos debían ir aprenderle, sino sabiendo también que el traidor de Judas se acercaba con su tropa de soldados, les dice a sus discípulos: Levantaos, vamos; he aquí se acerca el que me da de entregar. [Surgite, eamus: ecce qui me tradet prope est. Matth. XXVI, 46.] Quiso además salir él mismo a su encuentro, como si ellos hubieran venido, no para arrastrarle al suplicio de la cruz, sino para hacerle subir al trono de un grande imperio. ¡Oh mi dulce Salvador! ¿Por qué camináis delante de la muerte con tan gran deseo de morir por nosotros? Para mostraros, dice, el amor que os tengo. ¿Y yo no tendré deseo de morir por Vos, oh Dios mío, para demostraros también el amor que os tengo? Sí, Jesús mío, muerto por mí, yo también deseo morir por Vos. He aquí mi sangre, mi vida, todo os lo ofrezco. Vedme aquí dispuesto a morir por Vos cuándo y cómo os agrade. Aceptad este pequeño sacrificio que os hace un miserable pecador,  que hasta este momento os ha ofendido, pero que ahora os ama más que a sí mismo.
  2. San Lorenzo Justiniano considera aquel sitio que pronunció Jesús al morir sobre la cruz, y dice que esta sed no provenía de necesidad, sino del amor encendido que Jesús nos tenía. [Sitis haec de ardore nascitur caritatis.] Así que, con aquella palabra no tanto quiso manifestarnos la sed de su cuerpo, como el deseo que tenia de morir por nosotros, demostrándonos con tantos padecimientos no solo su amor, sino el deseo que tenia de ser amado de nosotros. Santo Tomás dice también: Por esta palabra tengo sed, se manifiesta el ardiente deseo de la salud del género humano. [Per hoc sitio ostenditur ardens desiderium de salute generis humiani. In cap. 19. Lect. 3.] ¡Ah Dios de amor! ¡Es posible que un tal exceso de bondad quede sin correspondencia por nuestra parte! Dícese vulgarmente que el amor se paga con amor: pero vuestro amor, ¿con qué otro amor será jamás pagado? Para compensar el amor que os llevó hasta morir por nosotros, sería necesario que otro Dios muriera por Vos. Pues bien, Señor, ¿cómo habéis podido decir que vuestras delicias eran el estar con los hombres, cuando no recibís de ellos sino injurias y malos tratamientos? El amor, pues, ha trocado para Vos en delicias y dolores y los ultrajes que habéis sufrido por nosotros.
  3. ¡Oh mi amabilísimo Redentor! Yo no quiero resistir más a vuestras finezas, yo os doy todo mi amor. Entre todas las cosas Vos sois y habéis de ser siempre el único objeto querido de mi alma. Os habéis hecho hombre, a fin de tener una vida que dar por mí: yo quisiera tener mil vidas que sacrificar por Vos.
Yo os amo, bondad infinita, y quiero amaros con todas mis fuerzas. Yo quiero hacer todo cuanto pueda por agradaros; Vos, inocente, habéis sufrido tanto por mí: yo, pecador, que he merecido el infierno, quiero sufrir por Vos cuanto os agradare. Ayudad, Jesús mío, por vuestros merecimientos, este deseo que Vos mismo me habéis dado. ¡Oh Dios infinito! Yo creo en Vos,  yo espero en Vos, yo os amo a Vos. María, madre mía, interceded por mí.
Así sea.