BERGOGLIO: EL POLITICO QUE SIEMBRA LA PALABRA DE CONDENACION
«Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39).
Este es el segundo mandamiento más grande, junto con el primero, que es amar a Dios sobre todas las cosas. Primero
hay que amarse a sí mismo; es decir, hay que dar al cuerpo la ley
natural, para que se mantenga en lo propio del cuerpo, de lo carnal; al
alma, la ley divina, para que la mente se sujete a la verdad de los
mandamientos y la voluntad la obre; al espíritu, la ley de la gracia,
para que el hombre pueda, no sólo obrar la verdad de las cosas, sino lo
divino en su vida humana; y al corazón, el amor de Dios, la ley del
Espíritu, con el cual el hombre alcanza esa plenitud de la verdad en su
vida que sólo el Espíritu puede darle.
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Si
el hombre no se ama de esta forma, entonces no puede amar al prójimo en
la verdad de su vida. Porque al prójimo hay que darle, a su cuerpo, la ley natural;
un hombre no puede buscar otro hombre para una unión carnal; ni la
mujer, otra mujer. Hay que mantener el cuerpo en lo suyo natural y obrar
con él en la naturaleza de las cosas.
Al prójimo, hay que darle los mandamientos de Dios:
cumplir con él lo que quiere Dios para su alma. Quien da al otro, leyes
fuera de la ley divina, hace de su vida, no sólo una abominación, sino
un camino para el infierno.
Al prójimo, hay que darle la ley de la gracia: usar la gracia con él para una obra divina, para un fin divino en la vida, para un camino de salvación y de santidad.
Y al prójimo, hay que darle la ley del Espíritu: caminar con él en la verdad que enseña el Espíritu, para producir la verdad que la vida espiritual exige en todo hombre.
Amar a Dios es hacer la Voluntad de Dios: con uno mismo, con Dios y con el prójimo.
¿Qué enseña Bergoglio?
«La palabra de Cristo es poderosa…Su poder es el del amor: un amor que no conoce límites, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos» (Napoles, 21 de marzo 2015).
Esta palabrería no es nueva en Bergoglio. Lleva dos años en la misma herejía. Y los hombres todavía no se han dado cuenta.
Habla
como un protestante: «la palabra de Cristo es poderosa. Su poder es el
del amor…». Para el católico, la Palabra de Cristo es la Verdad, tiene
el poder de obrar la Verdad.
Habla
como un hombre de herejía: «un amor que no conoce límites, un amor que
nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos».
El
amor, que no tiene límites, -para Bergoglio-, es el amor que va en
contra del segundo mandamiento más grande. Hay que pasar el límite de
amarse a sí mismo. Ya no ames al otro como a ti mismo, sino que tienes que amarlo antes que a ti mismo.
Diciendo esto: «amar a los demás antes
que a nosotros mismos», está diciendo que hay que ir en contra de toda
ley. No hay que fijarse ni en la ley natural, para poner un límite al
cuerpo. Por tanto, tienes que amar al homosexual antes que a tu propio
cuerpo, antes que a tu propia vida, a tu propia verdad que encuentras en
la ley de Dios, antes que a tu propia salvación, que la ley de la
gracia te ofrece; antes que el amor de Dios, que la ley del Espíritu
pone en tu corazón. No quieras ser santo en tu vida. No quieras salvarte
en tu vida. No hay que hacer proselitismo. No hay que convertir a
nadie. Porque Dios es amor. Cristo nos ha amado, con un sumo amor. Y ese
amor poderoso basta para salvarse. No busques ni tu salvación ni tu
santidad personal. Ama antes al homosexual, ama antes al ateo, ama antes
al budista, ama antes al cismático, por encima de tu santidad personal,
por encima de tu vida humana.
Bergoglio no cree en la ley Eterna. Sólo está en su gradualidad.
No
cree, ni siquiera en la naturaleza del hombre. No cree en el hombre.
Para amar al hombre antes el hombre tiene que amar otra cosa que no sea a
sí mismo. Antes que amarte a ti, como hombre, como persona en tu
naturaleza humana, ama al otro sin saber lo que es el otro. Ama al otro
por el otro, no por una Voluntad de Dios, que es una ley siempre para el
hombre. No es un amor, no es un sumo amor sentimental.
Después,
Bergoglio caerá en muchos absurdos al pedir que se ame al otro porque
en ellos está la cara de Dios. Si hay que amar al otro antes que a Dios,
antes que a uno mismo, es imposible ver en el otro la cara de Dios.
Para ver el rostro de Dios tengo que amar a Dios por encima de todas las
cosas. Y sólo así se contempla a Dios en todas las cosas. Pero es una
contemplación mística, no real, no panteísta, como la que predica
Bergoglio en muchas de sus homilías.
¿Qué ha ido a hacer a Nápoles, Bergoglio?
Nada. Lo de siempre. Política comunista. Doctrina protestante. Religión masónica.
¡Esto es todo Bergoglio!
Para Bergoglio no existe el pecado como ofensa a Dios. Por lo tanto, Bergoglio tiene que anular la obra de Cristo.
Cristo
muere para quitar el pecado, para satisfacer a Su Padre por la ofensa
que el pecado le producía. El honor divino fue dañado por el pecado, por
la obra de pecado que Adán introdujo en toda la naturaleza humana. La
obra de Cristo compensa todo el daño de la obra del pecado. Esa obra de
Cristo no es material, humana, carnal, natural, sino espiritual, mística
y divina. En otras palabras, Cristo no viene a quitar los problemas
sociales de los hombres, ni los económicos, ni los políticos, ni los
humanos…Ni ningún problema que se origine del pecado.
Cristo
viene a quitar el pecado, del cual surgen todos los problemas entre los
hombres. Hay muerte porque hay pecado. Hay enfermedades porque hay
pecado. Hay crisis económicas porque hay pecado. Hay lucha de clases
porque hay pecado. Hay injusticias porque hay pecado.
Sin
la obra de pecado, este mundo sería de otra manera: un paraíso. Pero ya
no puede ser un paraíso, porque el pecado permanecerá hasta el fin del
mundo, no sólo de los tiempos.
Al
anular Bergoglio, la obra de Cristo, tiene que ponerla en el amor, en
el sumo amor. Es decir, en lo que se llama la redención entendida en
sentido subjetivo.
El
católico la entiende en sentido objetivo: Todo el género humano está en
la fosa del pecado, caído, con una ofensa a Dios, de la cual se sigue
la ira divina, no sólo contra el pecado, sino contra el pecador. El
hombre permanece cautivo en el pecado, en su obra, en las garras del
demonio. Cristo viene a satisfacer la ofensa a Dios. Es decir, la obra
de Cristo es una Justicia Divina. No es un amor ni una misericordia.
Objetivamente, Cristo satisface por la ofensa a Su Padre. Y esta
satisfacción, aplaca a Su Padre y Éste da al género humano un camino de
Misericordia, que le lleva hacia el Amor de Dios. Este camino de
Misericordia es, para el hombre, un sacrificio y una liberación, que el
hombre la hace unido a Cristo en Su Pasión. Es un mérito para el hombre.
Cristo salva al hombre mereciéndolo el propio hombre.
Los
protestantes, es decir, lo que Bergoglio constantemente está
predicando, la redención es sólo el amor de Cristo al hombre. El hombre
no tiene que hacer nada ni por su salvación ni por su santificación.
Sólo tiene que dedicarse a resolver los muchos problemas que encuentra
en su vida. Si hace el bien al otro entonces se va al cielo. Cristo nos
anunció el camino de la salvación eterna, lo mostró con el ejemplo de su
vida, y eso es lo que destruye en el hombre el impero del pecado. Con
la muerte de Cristo se manifiesta la iniquidad de todo hombre y el amor
de Dios hacia todos los hombres. Ese amor divino aniquila toda la
iniquidad humana y, por eso, todos se salvan, se van al cielo.
Bergoglio
está entre los modernistas, al decir que el camino de Jesús lleva a la
felicidad. Está diciendo esa concepción de los griegos antiguos según la
cual el Mesías era el mensajero y el mediador de la inmortalidad y de
la felicidad. Con este pensamiento, Bergoglio anula el dogma de la
muerte expiatoria de Cristo.
Jesús es el Mesías de la inmortalidad, de la gloria, de la vida feliz:
«Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria» (Angelus, 1 de marzo del 2015)
Jesús es sólo un icono del Padre, pero no el Hijo del Padre. Es una clara herejía.
No hay que escuchar a Jesús por ser el Hijo del Padre, sino por ser el Salvador:
«”¡Escuchadlo!”. Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior…» (Ib).
«Escuchar a Cristo es asumir una lógica»:
no es crucificarse con él. No es sufrir una vida, la de Cristo. No es
morir con Cristo. No es participar de la vida de Cristo en la gracia.
Bergoglio está hablando de la redención tomada subjetivamente. La
redención como la siente, como la quiere, como la piensa el hombre. No
la redención objetiva: la que quiso el Padre en Su Hijo. Esa no aparece
por ninguna parte. Es un camino subjetivo:
«ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás»:
no tienes que ponerte en camino con Cristo para expiar tus pecados, y
para merecer el Cielo, quitando esos pecados. Porque lo único que impide
que Dios te ame, son tus malditos pecados. No; tienes que hacer de tu
propia vida, no una expiación de los pecados, no una justicia divina,
imitando así a Cristo en su vida, que vino para reparar el honor divino,
que el pecado hizo en Su Padre, sino que tienes que pasarte la vida
entregándote a los demás. Es el subjetivismo. Se anula lo objetivo: tu
vida es para hacer una justicia, quitar tus pecados, reparar la ofensa a
Dios. Y se pone lo subjetivo: tu vida es para amar los demás. Y
entonces se cae en la clara herejía: tienes que amar a los demás antes
que a ti mismo, que es lo que ha predicado en Nápoles.
«en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior»:
como la redención de Cristo es el sumo amor a nosotros, entonces el
hombre tiene que ser dócil a ese sumo amor, obediente a esa voluntad de
Dios, que lo ha salvado. Bergoglio es siempre un maestro en la oratoria.
La dócil obediencia a la Voluntad de Dios no es la dócil obediencia a
una ley de Dios, a unos mandamientos de Dios, sino al amor de Dios que
se muestra como salvador de todos los hombres. Bergoglio no entiende la
Voluntad de Dios como Ley Eterna. Por eso, muchas persona se confunden
con el lenguaje de Bergoglio. Creen que aquí está diciendo una verdad. Y
no dice ninguna verdad, sólo explica su mentira: como Jesús te ha
salvado, entonces debes prestarle obediencia a su amor. Un amor que
salva, pero que no exige, con un ley, con una justicia, quitar el
pecado. Y, por lo tanto, hay que estar desapegado de todas las cosas
mundanas o de la mundanidad espiritual, que es su herejía favorita sobre
el pecado filosófico y social.
Después de exponer su tesis, dice su clara herejía:
«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos».
¡Qué pocos ven la herejía en estas palabras!
¡Muchos dirán: si Bergoglio está en lo cierto! Al final, es el cielo lo que nos espera!
«El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad»:
el camino de Jesús nos lleva siempre a una obra buena digna de premio.
Bergoglio anula el mérito en las almas que siguen a Jesús. Como Jesús te
ha salvado, ya estás en el cielo, hagas lo que hagas, pienses como
pienses, vivas como vivas. Es la conclusión lógica de la redención
subjetiva.
«Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad»:
habrá siempre problemas en la vida, pero al final te vas al cielo. Esos
problemas no te merecen el cielo. Súfrelos como puedas, que al final
Jesús nos lleva siempre al cielo.
Bergoglio está en el puro pelagianismo.
Hay
que hacer penitencia para salvarse, para llegar a la felicidad plena. Y
la penitencia no es sufrir la vida. Todo el mundo sufre en la vida,
pero pocos aprovechan ese sufrimiento de la vida para expiar sus
pecados. Se sufre la cruz con un fin divino. El alma se conforma con la
Voluntad de Dios para hacer penitencia por sus pecados, y así merece el
cielo y se va al cielo.
Bergoglio
no puede hablar de la penitencia porque no cree en el pecado; no cree
en la Justicia de Dios. Sólo cree en las pruebas de la vida, que sufre
como todo el mundo las sufre. Pero no enseña el camino para tener la
felicidad. Pone sus palabras vagas, que se acomodan a su mentira de
manera magistral:
«Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos»:
Jesús te ha prometido una cruz en tu vida, un dolor, un sacrificio. No
te da un caramelo en la vida. Te muestra el camino que es Él Mismo. No
hay caminos en Jesús. No hay que ir por sus caminos.
Jesús es el Camino, el único Camino, en donde sólo se puede dar la única
Vida, la de Dios, y sólo se puede obrar la única Verdad, la divina, la
que da el Espíritu de la Verdad.
El
camino de Jesús es la Cruz para todo hombre: se merece la salvación y
la santificación sólo en la Cruz: sufriendo y muriendo con Cristo.
Todo
el problema de los protestantes y de los modernistas es negar la ofensa
a Dios. Se niega la Justicia, entonces sólo queda el amor de Dios.
Cristo no viene a poner una Justicia, a hacer una Justicia, sino que
viene a poner un Amor. Cristo padeció y murió para que se manifestase el
inefable amor de Dios hacia los hombres. No padece ni muere para
satisfacer el honor divino dañado por el pecado. Si se anula el pecado
como ofensa a Dios, necesariamente se anula la Justicia de Dios, y se
pone la obra de la Redención sólo en un sentimiento de amor, en la fe
fiducial. El hombre sólo tiene que creer en Cristo. No tiene que merecer
su salvación. No tiene que sufrir para salvarse. No tiene que ser santo
para ir al Cielo. No tiene que quitar el pecado para poder recibir la
Eucaristía. No tiene que dejar de ser homosexual para ser amado por
Dios. Dios ama a todos los hombres, y así lo ha manifestado en Cristo.
Y esto lo repite Bergoglio en todos los discursos. No podía falta en Nápoles:
Una
inmigrante filipina le pidió una palabra que le asegurase que eran
hijos de Dios. Y Bergoglio, el llorón de la vida humana, con lágrimas en
los ojos, ¿qué iba a decir? ¿Qué va a enseñar?
«…. ¿los emigrantes son seres humanos de segunda clase? Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios, que son emigrantes como nosotros, porque todos somos emigrantes hacia otra patria, y tal vez todos llegaremos. Y nadie se puede perder por el camino. Todos somos emigrantes, hijos de Dios porque a todos nos han puesto en el mismo camino. No se puede decir: el emigrante son tal cosa…No…Todos somos emigrantes, todos estamos en el camino. Y esta palabra de que todos somos emigrantes no está escrita en un libro, sino que está escrita en nuestra carne, en nuestro camino de la vida, que nos asegura que en Jesús todos somos hijos de dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»
¡Ven, qué maestro en la oratoria!
Primero: confunde la cosa espiritual con la cosa política: «Debemos hacer sentir a nuestros hermanos y hermanas emigrantes que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios».
Una
cosa es ser ciudadano de un país; otra cosa es ser hijo de Dios. Una
cosa es cumplir con las leyes humanas para poder ser ciudadano; otra
cosa es cumplir con las leyes divinas para ser hijo de Dios, para poder
ir al Cielo.
Aquí
demuestra Bergoglio que es un político, que habla como un político
cuando va a dar su mitin. Bergoglio ha ido a Nápoles para hacer
proselitismo: buscar adeptos para lo que está levantando en su iglesia.
Él quiere comandar todo eso y, por eso, predica manifiestas herejías.
¿Por qué Bergoglio predica herejías? Porque está construyendo la nueva
iglesia que sea el fundamento del nuevo orden mundial.
Segundo: anula el dogma de la muerte de Cristo: «en Jesús todos somos hijos de Dios,
hijos amados, hijos queridos, hijos salvados…»: ésta es la redención
subjetiva: como Jesús te ha amado, estás salvado, eres hijo de Dios, te
vas al cielo.
Bergoglio
no pone a esa mujer emigrante un camino de salvación en donde merezca
la salvación. No habla de leyes humanas ni de leyes divinas, ni de
penitencia, porque no existe el pecado como ofensa a Dios. No existe la
Justicia de Dios. Sólo existe un Dios que ama al hombre, sea como sea,
obre lo que sea, viva como quiera.
Cristo no ha muerto para expiar los pecados, sino para esto:
«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo, de un sistema que descarta a la gente y esta vez el turno les ha tocado a los jóvenes que no pueden esperar en un futuro» (Napoles, 21 de marzo).
Cristo ha muerto para resolver problemas sociales de la gente: no hay trabajo, no hay futuro…
«La falta de trabajo es un signo negativo de nuestro tiempo»:
Bergoglio está en la herejía de la historicidad. En el tiempo de
nuestra historia está el problema de la falta de trabajo. Un signo
negativo. Hay un sistema que descarta a la gente.
Si
se anula el pecado como ofensa a Dios, ¿qué es lo que queda? El mal
como un problema social y de las sociedades, de las estructuras
externas, de los grupos, de las clases sociales…Y se está diciendo una
abominación: el mal se pone, no en la persona física, sino en la persona
moral, en la sociedad, en el estado, en la Iglesia, es un grupo, en una
comunidad. De aquí surge, en Bergoglio, su comunismo, que es clarísimo
en Nápoles. «Tienes que luchar por tu dignidad»:
«¿Qué hace un joven sin empleo? ¿Cuál es el futuro? ¿Qué forma de vida elige? ¡Esta es una responsabilidad no sólo de la ciudad, sino del país, del mundo! ¿Por qué? Porque hay un sistema económico, que descarta a la gente y ahora le toca el turno a los jóvenes que son desechados, que están sin empleos. Y esto es grave. Pero están las obras de caridad, están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que da de comer… Pero el problema no está en comer, sino que el problema más grave es no tener la posibilidad de llevar el pan a la casa, de ganarlo. Y cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombres, mujeres, jóvenes. Este es el drama de nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».
¿No
ven al político Bergoglio en estas palabras? ¿No ven su claro
comunismo? ¿No ven que no habla como sacerdote, ni como Obispo ni como
Papa? ¿No ven que no pertenece a la Iglesia, que no es de la Iglesia
Católica?
¿Qué hace un joven sin empleo?: ¿Qué hace un joven sin Cristo, sin el Pan de la Vida que Cristo da a toda alma que cree en Su Palabra?
«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que nace de la boca de Dios».
Bergoglio: el político insensato.
Está
destruyendo las obras de caridad: «Pero están las obras de caridad,
están los voluntariados, está Caritas, está ese centro, aquel club que
da de comer…».
«Pobres
siempre tendréis»: aprovechad los pobres para merecer el cielo. Hagan
obras de misericordia, de caridad, dando de comer a los pobres…así se
hace penitencia de los pecados. Así se salva el alma.
Pero
Bergoglio va a su idea política, a vender su idea, a hacer
proselitismo: el problema no está en comer, sino en que no hay trabajo,
no hay dinero, hay un sistema económico que impide el futuro del joven.
«…cuando no se gana el pan, entonces se pierde la dignidad. Hay que luchar por esto, tenemos que defender nuestra dignidad, como ciudadanos, como hombre, mujeres, jóvenes. Este es el drama de nuestro tiempo. No debemos permanecer en silencio».
Comunismo,
comunismo, comunismo. Cuando un Obispo se mete en política, defendiendo
los derechos sociales de la gente, es que, sencillamente, ha perdido la
fe en Cristo y su sacerdocio. Está en el sacerdocio para buscar un
reino humano, material, haciendo creer a la gente que ése es el camino
que Dios quiere para la Iglesia. Y se dedica a hacer sus mitines
políticos, buscando gente para su negocio en la Iglesia.
Defiende
tus derechos humanos. Defiéndete como hombre. Ya estás salvado, ya
estás en el cielo. Pero: no hay derecho. Tengo que ganar el pan para ser
hombre, para tener dignidad humana.
Y el hombre sólo tiene dignidad humana cuando quita sus malditos pecados. La pierde en el pecado:
«…el
hombre, al pecar, se separa del orden de la razón, y por ello decae en
su dignidad, es decir, en cuanto que el hombre es naturalmente libre y
existente por sí mismo; y se hunde, en cierto modo, en la esclavitud de
las bestias…» (Suma Teologica, II-II, q. 64, art. 2, ad 3).
Bergoglio
no lucha para sacar al hombre de su estado de bestia, por su pecado,
sino que lucha por hacerlo más bestia, más abominable a los ojos de los
hombres y de Dios.
¡Cómo destruye este hombre con su palabra!
¡A cuántos engaña!
¡Y a cuántos seguirá engañando!