jueves, 19 de marzo de 2015

ELOGIO DEL GAUCHO

 ELOGIO DEL GAUCHO
Publicado Por Revista Cabildo Nº 111
Meses Enero/Febrero de 2015-3º Época

Un tal Luis Alberto Romero, en "La Nación" diario de fecha 5 de diciembre de 2014, escribió un artículo denostando al gaucho. Al gaucho, que conste, no lo queremos sobrevaluado pero tampoco devaluado. Fue y es un símbolo, al estilo del Quijote, que heredáramos de España.
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Muchas de sus habilidades fueron admirables. Por ejemplo, el pingo bien criado y bien domado, que con un emprendado que daba gusto ver se paseaba por el pueblo, junto con otros de su condición, los días de fiesta patria o días patronales. Trabajaban la soga que era un primor (el cuero crudo) y las mujeres para no quedar atrás, en sus telares, hacían desde matras a cobijas y ponchos. Ya en los pueblos, estaban los herreros, que fabricaban o reparaban los instrumentos de labranza; también los que ponían herraduras a los caballos; los carpinteros que reparaban algún carruaje o hasta fabricaban un sulky.
El gaucho, cristiano, familiero, trabajador y campero, símbolo y no mito, socialmente de todas las clases sociales, muchas veces despreciado, incomprendido y hasta perseguido por los urbanos y el gobierno, que jamás comprenderán a la Argentina Profunda. El gaucho, generalmente de pocas palabras, tenía y tiene su orgullo en su "prenda", en sus guaguas y en su rancho.
El gaucho odiado y olvidado por los liberales, representó y representa lo que ellos no saben ni entienden: la palabra empeñada, el respeto por la mujer el amor al terruño y a la familia y un tono cristiano general. Y hay otro aspecto del gaucho y dé su familia que no pueden entender y ese es el señorío. Ya sea en un ranchito de paja y adobe o en una estancia, al forastero, los gauchos, lo reciben como si fueran conocidos de toda la vida.
En el campo, cuando alguien se arrimaba a una población, se bajaba del caballo y sin soltar las riendas, decía "Ave María Purísima" y de adentro le contestaban "Sin pecado concebida" y "acerqúese nomás, don". Había como una confianza y familiaridad. Empezaban por el mate y la galleta y si la visita no se iba, seguía una bebida y una tirita de carne. Al llegar noche y el momento de irse a descansar, "aquí hay un catre y el excusado está afuera, y no me vuelva a dar las gracias. Sólo Dios sabe si algún día nos volvemos a encontrar".
El gaucho criollo y el campo constituyen la espina dorsal de nuestra sociedad, sin menoscabo de la buena gente cristiana que vive en las ciudades. Sin dialécticas divisionistas. Pero el hombre de campo parece que tiene mayores motivos para darse cuenta de que arriba de su cabeza está Dios y bajo sus pies el mundo, como debe ser. •
Carlos Llambías