Editorial
MULTITUD
Cuando en 1983, el indefendible Proceso
cumplía con su objetivo de formalizar una “democracia
moderna, eficiente y estable”, delegando el poder al delirio del sumidero
partidocrático, abundaron las voces representativas que señalaron a la derrota
de Malvinas como causalidad eficiente del nuevo suceso. Y eran esas voces –ya
procedentes del inglés , del yankee o
del meteco nativo– una alabanza de la rendición argentina, que encontraba así,
en tan repugnante óptica, su justificación y consiguiente elogio.
No hacía
falta entonces abrevar en los griegos para advertir el signo impuro y corrupto
bajo el cual nacía la plenitud democrática. Ilegítima por su fundamento,
naturaleza y previsible ejercicio, la democracia sumaba así una nueva ilicitud
de origen. Sólo las víctimas del colectivo engaño podían ilusionarse al
respecto, alimentadas por los miles de victimarios activos, cómplices rentados
de la gran perversión que acababan de inaugurar.
El 2015 que iniciamos trae el trigésimo
noveno aniversario de esta meta procesista definitivamente consumada. Si se
intentara un balance del drama que la irrestricta democracia ha desatado en más
de tres décadas, bien podría apelarse a la figura del poseso de Gerasa, de
quien nos habla el Evangelio. Sometido a tan luciferiana tiranía, el desdichado
“no se vestía, no vivía en una casa, sino
en las tumbas”; andaba “arrastrándose
engrillado y conducido a lugares inhóspitos”, y cuando el Señor le preguntó
su nombre al Maligno que así lo sojuzgaba, “él
le contestó «Multitud », porque muchos demonios habían entrado en él” (San
Lucas, 8, 26-30).
Tal la situación de esta patria posesa.
Despojada de sus atavíos –aquellos que al decir de Marechal, calzaron su pie de hierro y cubrieron de
plata festiva su costado– hoy se exhibe atrozmente desarropada y desnuda.
Desabrigo de los cuerpos, en tantos compatriotas que la miseria ha tocado
porque mandan el mercado y la usura; y desmantelamiento del alma, porque la
iniquidad campea, la contranatura se impone, la hediondez ideológica castiga,
sea con su escupitajo liberal o con sus excrecencias marxistas. Y a la vez sin
casa, pues la sociedad discorde que nos han construido ha tumbado la seguridad
de las moradas, befado los hogares cristianos, desmantelado los cuarteles,
profanado los templos, desarraigado el sentido de las instituciones naturales y
empujado al ciudadano común a la intemperie y al vacío. Patria desnuda y sin
residencia soberana, su destino de tumba parece acrecentarse, en cada muerto
inocente que se cobra la garantizada delincuencia común, el hambre programada
por la clase política y las andanzas del siniestro piqueterismo. No le faltan
los grillos y las cadenas a esta tierra posesa, toda vez que se quiera advertir
su endeudamiento económico, su vasallaje al Nuevo Orden Internacional, pero
sobre todo su esclavitud al materialismo, que tome los nombres o las modas que
tome, será siempre manifestación del odio a Dios y a los Diez Mandamientos. Así
desfigurada –como el gerasiano del relato neotestamentario– no ocupa esta
sociedad un sitial en la historia, antes bien, parece un ser sin vida propia,
abandonado en un páramo cualquiera. Multitud
es el nombre del Maligno que la tiene doblegada. Multitud que es la sustancia misma de la democracia, la esencia de
la mentira electoralista, el núcleo desencajado y vil de la soberanía popular,
bajo cuyos auspicios toda inmundicia se consuma y convalida.
En vano se seguirá apostando a este
Régimen, ratificado por todas las variantes del sistema, hayan sido civiles o
militares sus protagonistas eventuales. En vano se continuarán las prácticas de
un modelo que, cada partido a su turno, demostró ser inviable para asegurar el
bien común. La democracia no puede dar sino lo que ha dado: desnudez,
desarraigo, esclavitud y muerte. Mas no están cerradas las puertas de la
esperanza, si se acude a Nuestro Señor Jesucristo, para con que con su Divina
Realeza arroje a Multitud a una piara
de cerdos, y éstos a su vez, como lo narra el Evangelio, se arrojen a un
despeñadero para que el agua se los trague.
Dostoievski supo imaginar a uno de sus Endemoniados, convirtiéndose al final de
sus días, y haciéndose leer el pasaje de San Lucas, para terminar como el
gerasiano, libre y sano, sentado a los pies del Señor contemplando sus
enseñanzas. En la ocasión dice el anciano contrito: “los demonios que salieron de ese hombre enfermo para entrar en los
puercos, son todas las plagas, suciedades, miasmas y delitos que se han juntado
en nuestra querida patria, la que al final, se desembarazará de todas las
impurezas y podredumbres que hoy la hacen sufrir, porque ellas mismas querrán
entrar en los puercos. Y entonces la enferma patria se sentará a los pies de
Jesús y todos la mirarán con asombro, como asombrados contemplaron los
gerasenos al endemoniado aquel que curado escuchaba al Divino Maestro”.
Una vez más surge con nitidez el
significado de nuestra lucha: contra Multitud,
por el Reinado de Jesucristo en la Argentina. Y una vez más la apuesta
empecinada, a que de las cenizas surgirá el rescate. Porque las aquí mentadas, no
son las pavesas de las urnas roñosas, sino las reliquias del primer Miércoles
de Cuaresma, bajo cuyo signo cerramos estas líneas.
Antonio Caponnetto